El presidente Piñera declaró
fanfarrón que Chile era un "oasis" en un continente convulsionado.
¿Existió tal "oasis"?
Un abrazo,
Iván Ljubetic Vargas
HUBO UNA
VEZ...
Hubo una vez un tiempo en que
Chile vivía del oro blanco, el salitre. Este daba grandes ganancias, claro
que la mayor parte de ellas se iban a
las arcas de grandes banqueros que
vivían en Londres. Pero sin embargo el salitre era la base del progreso
nacional.
Un hombre, nacido en Valparaíso,
quiso ir al norte para ver de
donde y cómo surgía ese oro blanco. Entonces viajó a Tarapacá. Allí encontró la
fuente del oro blanco. Era la pampa salitrera
Y ese hombre vio a sus hermanos trabajando bajo el sol que
quemaba arena, cuerpos y aire.
Fue testigo de cómo el blanco salitre era fruto del sudor, la sangre y
las lágrimas de miles anónimos obreros chilenos, bolivianos, peruanos y
argentinos.
El hombre miró
sorprendido cómo los barreteros iniciaban la producción del salitre. Desde
lejos los vio ubicar un sitio, perforar
el duro suelo. Abrir un espacio extrayendo tierra o arena del fondo, echar allí
pólvora. Colocar una mecha. Encenderla, y escuchar como un trabajador gritaba:
“Con fuego... tiro grande”.
Entonces vio a todos correr. Y él mismo lo tuvo que hacerlo
para escapar de la terrible explosión, que lanzó por los aires grandes trozos
de tierra.
El hombre venido de
Valparaíso fue testigo de cómo otros trabajadores esgrimiendo pesadas masas de
acero trituraban el caliche, mientras
los rayos del sol caían sobre ellos,
encendidos y fulgurantes, envolviéndolo todo en una atmósfera de fuego. Cómo
los obreros ahogados y cegados por el
polvo, cubiertos de sudor y acosados por una sed rabiosa, luchaban contra la
fatiga y soportaban durante diez horas la brutal jornada.
Ese duro espectáculo golpeó al hombre en el alma. Miraba con el puño y el
corazón apretado
Contempló también carretas
cargadas y conducidas por el carretero, que trasladaban el caliche acopiado
hasta la rampa. De allí carros calicheros lo llevaban hasta la chancadora,
donde era triturado.
El hombre siguió con atención lo que nunca antes había conocido. Vio que el salitre, reducido
a polvo, era trasladado por correas transportadoras al cachucho, un estanque
cuadrangular de hierro, donde se producía la disolución del caliche en agua a
elevadas temperaturas.
En el cachucho, una vez
vaciada el agua que contiene el caliche disuelto hacia las bateas, quedaba el
ripio, que es un barro hirviente.
Entonces venía la tarea más dura: que es la que
llevaba a cabo el trabajador en los cachuchos. Estos eran grandes fondos de
hierro dentro de los cuales se introduce una cuadrilla de cuatro hombres para
expulsar los ripios o residuos sólidos que quedan en el interior después de
vaciado el caldo.
El hombre venido del
sur pudo darse cuenta como todas las condiciones desfavorables se habían
reunido ahí para hacer ese trabajo penoso en extremo para el obrero, pues
además del pequeño espacio en que tiene que operar y el esfuerzo considerable
que le exige su tarea, la elevadísima temperatura del interior y las espesas
nubes de venenosos vapores que se desprenden de los ripios, dificultan
enormemente su labor. Semidesnudos, sin más trajes que un pantalón de lienzo,
es un espectáculo doloroso ver a estos jóvenes atletas agitarse en contorsiones
de epilépticos mientras ejecutan su inhumana tarea.
En las bateas se
producía la cristalización del salitre.
Desde ellas, éste era transportado y acopiado en un terraplén. Se llenan carros
con él, que lo llevan a la cancha. En este amplio espacio, los retiradores
desparramaban el salitre para que se secara
y pudiera ser ensacado.
Una vez en sacos, el salitre era transportado al puerto para su
embarque.
El hombre nacido en
Valparaíso conoció las pobres viviendas hechas de calaminas, los bajos
salarios, el robo que les hacían con las fichas.
Supo de las masacres
que regaron con sangre obrera la pampa calcinada, cuando el pampino pidió otro
pedazo más de pan,
El salitre dejó
producirse. Miles de trabajadores quedaron cesantes. Hoy de las viejas oficinas salitreras quedan sólo
ruinas. En la pampa aún se ven los restos de los cementerios, donde el viento
ha despedazado las flores de papel que alguna vez adornaron las cruces hoy
desnudas.
Hubo una vez un oro
blanco llamado salitre. Hoy en esa misma pampa calcinada surge otra flor
blanca, es el litio.