Mañana 16 de septiembre se cumplen 51 años del asesinato de Victor Jara
Martinez. Le entregamos a nuestros lectores y lectoras, un artículo
escrito por el compañero historiador
Iván Ljubetic Vargas.
Boletín Rojo.
A 51 años de su asesinato:
Iván Ljubetic Vargas, historiador del
Centro de Extensión e Investigación
Luis Emilio
Recabarren, CEILER
Víctor Lidio Jara Martínez nació el 28 de septiembre de 1932 en Quiriquina, localidad ubicada cerca Chillán Viejo. Su niñez transcurrió en el lugar campesino de Lonquén, cerca de la ciudad de Talagante, arrullado por el canto de su madre y laborando en las duras faenas campesinas, detrás del arado o en la trilla. Ayudó desde los seis años a su padre, Manuel, un inquilino que no sabía leer ni escribir. La madre, de nombre Amanda, de estatura baja y gordita, con una bella sonrisa. Eran cuatro hermanos: María, Georgina, Eduardo y Víctor.
Posteriormente nació un quinto,
Roberto.
LA MADRE
La madre, el pilar de la casa, se
empeñó y logró que sus hijos estudiaran. En la escuela, Víctor se destacó como
buen alumno. Posteriormente, la familia se trasladó a la capital, a la
Población Los Nogales, cerca de la Estación Central. Víctor y su hermano
Eduardo concluyeron sus estudios primarios en una escuela católica de la
población.
La madre consiguió un puesto como
cocinera en un pequeño restaurante ubicado frente a la Estación Central.
Trabajando muy duro algunos años, logró reunir lo suficiente para comprar un
puesto en el mercado.
La familia se mudó a una casita en la calle Jotabeche. Como estaba lejos del mercado la madre debía salir a las dos de la madrugada, pues los clientes comenzaban a llegar a las cuatro. Manuel, el padre, ya no vivía con ellos. Víctor, con la idea de poder ayudar a su madre en el negocio, entró a estudiar contabilidad en un instituto comercial.
En marzo de 1950, murió la madre
de un ataque cardíaco.
EN EL CORO UNIVERSITARIO
Para Víctor que, por
entonces, tenía 15 años de edad fue un
golpe muy duro. Entró al Seminario de la Orden de los Redentoristas en San
Bernardo, abandonándolo en 1952. Hizo el Servicio Militar en la Escuela de
Infantería de San Bernardo. Terminado éste, volvió en mayo de
Por la prensa se impuso del
anuncio de una prueba para ingresar al
Coro Universitario para cantar en ‘Carmina Burana’. Postuló. Fue
aceptado como tenor. Participó en la producción de Uthoff en el Teatro
Municipal, vestido con un hábito marrón de monje.
EN LA ESCUELA DE TEATRO
En 1954 viajó al norte con un grupo de nuevos amigos del coro, para recoger e investigar la música popular de la zona. Al regresar a Santiago, presenció una función de un grupo de pantomima recién formado por Enrique Noiswander. De inmediato habló con éste, quien lo invitó a participar en una prueba en el estudio donde ensayaba el grupo. Víctor mostró su sentido de movimiento y expresividad. Entonces le ofrecieron la oportunidad de estudiar en el grupo de mimos.
En 1955 se matriculó en la Escuela
de Teatro de la Universidad de Chile. También se incorporó al Conjunto de
Cantos y Danzas Folklóricas Cuncumén.
CONOCE A VIOLETA PARRA
En 1957, Víctor cursó el segundo año en la escuela de teatro. Por entonces comenzó a frecuentar el café Sao Paulo, en el centro de Santiago, donde se reunían a mediodía artistas e intelectuales. Ahí encontró a Violeta Parra, conocida sólo por un pequeño círculo de personas en Chile, pero que acababa de regresar de su primera visita a Europa.
Violeta vivía por esa época en La Reina en un pequeño bungalow. Víctor la visitaba con frecuencia. Allí conoció a Ángel Parra y se convirtieron en grandes amigos.
INGRESA A LAS JUVENTUDES COMUNISTAS
En 1958 Víctor Jara comenzó a militar en las Juventudes Comunistas de Chile, ello en plena campaña presidencial, en la que el Frente de Acción Popular, FRAP, postulaba como candidato a Salvador Allende.
En 1959 vivió su primera experiencia como director teatral, dirigiendo “Parecido a la Felicidad” de Alejandro Sieveking. Viajó con esa obra a Argentina, Uruguay, Venezuela y Cuba.
En 1961 realizó una gira a Europa
como director artístico del Cuncumén. Ese mismo año compuso “Paloma quiero
contarte”, canción con que inició su trabajo de creación musical y poética. La
grabó, junto a otra de sus composiciones, “La canción del minero”, en un LP del
Cuncumén.
CASA DE LA CULTURA DE ÑUÑOA
En 1963, Gregorio de la
Fuente, director de la Casa de la Cultura de Ñuñoa, le propuso
fundar una Escuela de Folklore. Con ayuda de Maruja Espinoza, una componente
del Cuncumén, Víctor organizó los cursos
y enseñó las danzas folklóricas que más le gustaban; Maruja se concentró en la
enseñanza de la guitarra. En un par de años
un grupo numeroso y entusiasta de
alumnos hizo posible la formación de un conjunto, del que
posteriormente, surgieron varios solistas. Víctor trabajó en Ñuñoa hasta
1968. Desde
UN ARTISTA CONSECUENTE
Realiza múltiples actividades
artísticas, sin olvidar sus tareas políticas. En 1969 es figura principal en el
Mitin Mundial de Jóvenes por Vietnam, realizado en Helsinki, Finlandia. Ese año
obtiene el principal premio en el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena con “Plegaria a
un labrador”
En 1970 se dedicó de lleno a la campaña presidencial de la Unidad Popular,
Durante el Gobierno de Salvador
Allende laboró en el Departamento de Comunicaciones de la Universidad Técnica
del Estado, UTE. En 1971 viajó a distintos países como embajador cultural de
Chile. Se editó ese año su LP “La Población”.
EL ACTO QUE NO SE REALIZÓ
Entre 1972 y 1973 compuso la música de continuidad de Televisión Nacional. Viajó a la Unión Soviética y Cuba. Participó en trabajos voluntarios y en la campaña parlamentaria que culminó el 4 de marzo de 1973.
El martes 11 de septiembre de 1973
Víctor estaba en la UTE. Debía participar en un acto en que el Presidente de la
República se dirigirá a todo el país comunicando su decisión de llamar a un
plebiscito para salir de la crisis política provocada por la oposición. Se
produjo el golpe fascista. Soldados del ejército rodearon la Universidad. Al
día siguiente invadieron el recinto universitario.
EN EL ESTADIO CHILE
Tomaron prisioneros a los profesores, funcionarios y alumnos que se encontraban ahí. Fueron conducidos al Estadio Chile. Víctor iba entre ellos.
Las torturas las comienza a sufrir el jueves 13 de septiembre:
“¡A ese hijo de puta me lo traen para acá! Repitió, iracundo el oficial. ¡A ese huevón!... ¡A ese!! El soldado lo empujó sacándolo de la fila.
¡No me lo traten como señorita, carajo! Ante la orden, el soldado levantó su fusil y le dio un feroz culatazo en la espalda de Víctor. Cayó de bruces, casi a los pies del oficial.
¡Ch’é tu madre! ... Vos soy el
Víctor Jara huevón. El cantor marxista, ¡El cantor de pura mierda!
EL HORROR DEL FASCISMO
Y, entonces, su bota se descargó furibunda una, dos, tres, diez veces en el cuerpo, en el rostro de Víctor, quien trata de protegerse la cara con sus manos. -
Víctor, herido, ensangrentado, permaneció bajo custodia en uno de los pasillos del Estadio Chile. Sentado en el suelo de cemento, con prohibición de moverse. Desde ese lugar, contemplaba el horror del fascismo.
Allí permaneció la noche del
Miércoles 12 y parte del Jueves 13, sin ingerir alimento alguno, ni siquiera
agua. Víctor tenía varias costillas rotas, uno de sus ojos casi reventado, su
cabeza y rostro ensangrentados y hematomas en todo su cuerpo.
CRUELMENTE TORTURADO
El 15 de septiembre de 1973, cerca
del mediodía se supo que saldrán en libertad algunos compañeros de la UTE. Los
prisioneros empezaron a escribirles a esposas, madres, diciéndoles que estaban
vivos. Víctor pidió lápiz y papel.
Comenzó a escribir precipitadamente. De improviso, dos soldados lo tomaron y lo
arrastraron violentamente hasta un sector alto del Estadio, donde su ubica un
palco, gradería norte. Los soldados recibieron orden de golpearlo y comenzaron
con furia a descargar las culatas de sus fusiles en el cuerpo de Víctor. Dos
veces alcanzó a levantarse Víctor, herido, ensangrentado. Luego no volvió a
levantarse.
EL TESTIMONIO DE BORIS NAVIA
Relata Boris Navia: “Esa misma
noche, ya en el Nacional, lleno de prisioneros, al buscar una hoja para
escribir, me encontré en mi Libreta, que Víctor me lanzó al ser arrastrado por
los soldados, no con una carta, sino con los últimos versos de Víctor, con su
último canto, que escribió unas horas antes de morir y que el mismo tituló
“Estadio Chile”, conteniendo todo el horror y el espanto de aquellas horas.
Inmediatamente acordamos guardar este poema”.
Y
logró salvar el último poema de Víctor Jara para estremecer con sus
versos a la humanidad:
ESTADIO CHILE
“Somos cinco mil
En esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos seremos en total
en las ciudades y en todo el país?
¡Cuánta humanidad
hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura!
Somos diez mil manos menos
que no producen!
¿Cuántos somos en toda la Patria?
La sangre del compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas
Así golpeará nuestro puño
nuevamente.
Canto que mal me sales
cuando tengo que cantar espanto
espanto como el que vivo
como el que muero, espanto”.
Víctor Jara fue asesinado
cruelmente el 16 septiembre de 1973, lo acribillaron con 44
balazos.
MARTES 18 DE SEPTIEMBRE DE 1973
Joan Jara, la compañera de Víctor, relata en “Víctor Jara un Canto Truncado”:
“Martes 18 de septiembre. Aproximadamente una hora después de levantarse el toque de queda, oigo el ruido del portón, como si alguien intentara entrar. Todavía está cerrado con llave. Me asomo a la ventana del cuarto de baño y veo a un joven afuera. Parece inofensivo y me decido a abrirle. Me dice con voz baja:
-Estoy buscando a la compañera de
Víctor Jara. ¿Vive aquí? Por favor, confíe en mí. Soy un amigo –me muestra su
carné-¿Puedo entrar un minuto? Tengo que hablar con usted –parece nervioso y
preocupado. Me dice en un susurro-: Soy miembro de las Juventudes Comunistas.
Abro la puerta para que entre y nos sentamos en la sala.
-Lo siento, tenía que encontrarla... Lamento decirle que Víctor ha muerto... Encontramos su cuerpo en la morgue. Un compañero que trabaja allí lo reconoció. Le ruego que sea valiente y que me acompañe para identificarle. ¿Llevaba calzoncillos azul oscuro? Tiene que venir, porque su cadáver lleva allí más de cuarenta y ocho horas y, si nadie lo reclama, se lo llevarán y lo enterrarán en una fosa común.
UN JOTOSO LLAMADO HÉCTOR
Joan Jara continúa relatando en su libro “Víctor Jara un canto truncado”:
“Héctor –así se llamaba- había
estado trabajando en la morgue, el depósito de cadáveres municipal durante la
última semana, tratando de identificar cuerpos anónimos que llegaban
diariamente. Era un muchacho amable y sensible y había corrido un gran riesgo
yendo a buscarme. En su condición de empleado tenía una tarjeta especial y,
después de mostrarla en la entrada, me introdujo por una pequeña puerta lateral
del edificio, a pocos metros de los portales del Cementerio General...
LO ENCUENTRA SU COMPAÑERA
“Bajamos un oscuro pasadizo y
entramos en una enorme sala. Mi nuevo amigo me apoya la mano en el codo para
sostenerme mientras contemplo las filas y filas de cuerpos desnudos que cubren
el suelo, apilados en montones, en su mayoría con heridas abiertas, algunos con
las manos todavía atadas a la espalda. Hay jóvenes y viejos... cientos de
cadáveres... en su mayoría parecen trabajadores... cientos de cadáveres que son
seleccionados...
“Nos envían a la planta superior.
El depósito está tan repleto que los cadáveres llenan todo el edificio,
incluyendo las oficinas. Un largo pasillo, hileras de puertas y, en el suelo,
una larga fila de cadáveres, estos vestidos, algunos con aspectos de
estudiantes, diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta... y en la mitad de la
fila descubro a Víctor.
MIRABA DESAFIANTE
“Era Víctor, aunque le vi delgado
y demacrado. ¿Qué te han hecho para consumirte así en una semana? Tenía los
ojos abiertos y parecía mirar al frente con intensidad y desafiante, a pesar de
una herida en la cabeza y terribles moratones en la mejilla. Tenía la ropa
hecha jirones, los pantalones alrededor de los tobillos, el jersey arrollado
bajo las axilas, los calzoncillos azules, harapos alrededor de las caderas,
como si hubieran sido cortados por una navaja o una bayoneta... el pecho
acribillado y una herida abierta en el abdomen... las manos parecían colgarle
de los brazos en extraño ángulo, como si tuviera rotas las muñecas... pero era
Víctor, mi marido, mi amor”.
SUS FUNERALES
El martes 18 de septiembre de 1973 fueron los funerales de Víctor Jara. Relata su compañera:
“La caminata hasta el lugar del
cementerio donde Víctor sería enterrado debió llevarnos entre veinte y treinta
minutos. El carrito chirriaba y rechinaba sobre el pavimento irregular.
Caminamos y caminamos... mi nuevo amigo Héctor a un lado, mi viejo amigo Héctor
al otro. Sólo cuando el ataúd de Víctor desapareció en el nicho que nos habían
asignado estuve al punto de desplomarme. Pero estaba vacía de sentimientos o
sensaciones y sólo se mantenía viva la idea que Manuela y Amanda esperaban en
casa, preguntándose qué ocurría, dónde estaba yo”.
VENCIÓ SOBRE SUS VERDUGOS
Al día siguiente el diario La Segunda publicó un breve párrafo en el que informaba de la muerte de Víctor: “El funeral fue de carácter privado y sólo asistieron los familiares”.
Después todos los medios recibieron la orden de no volver a mencionar a Víctor. Pero en la televisión alguien arriesgó su vida insertando unos pocos compases de “La Plegaria” sobre la banda sonora de una película norteamericana.
Los verdugos asesinaron al cantor, pero sus canciones siguen emocionando y motivando. Son inmortales.
Fue así como Víctor, el heroico joven comunista, venció sobre sus
verdugos. A 49 años
de su asesinato sigue combatiendo.