“El
día más importante de mi existencia”, como lo definiera el Historiador Iván Ljubetic
Vargas, nos lo dió a conocer a los lectores y lectoras del Boletín Rojo, el año
pasado en un artículo titulado Hace 75 Años. Hoy nuevamente, ese artículo se lo
volvemos a proponer en nuestras páginas.
Iván
Ljubetic Vargas, historiador
Centro de Extensión e Investigación
Luis Emilio Recabarren, CEILER
DESCUBRIENDO UN MUNDO NUEVO
Terminado el año escolar me fui a Llo-Lleo. Estaba lleno de veraneantes. Estos y también nosotros, los del lugar, cumplíamos el rito estival: ir en la mañana y después de almuerzo a la playa; pasadas las 18 horas, a la plaza, a dar vueltas incansablemente hasta las 20 horas, cuando todos íbamos por Inmaculada Concepción a la estación ferroviaria a esperar el tren que venía de Santiago (corría sólo dos veces al día, el otro llegaba cerca de las 11 horas, cuando era tiempo de estar en la playa). La verdad es que la inmensa mayoría de los que repletábamos la estación no iba a esperar a nadie. Una vez que el convoy partía rumbo a Barrancas, San Antonio y Cartagena, regresábamos a la plaza. Había música a través de `parlantes. Algunos bailaban en el centro de ella. Otros se sentaban a conversar, pero la mayoría daba las tradicionales vueltas. Todos admirábamos lo hermoso de la plaza: los jardines, un pino en forma de casa, los prados, el árbol de la vida. El que cuidaba esa plaza era el “maestro” Armando Vidal, que pololeaba con nuestra nana Carmen.
Aparentemente, la vida transcurría idílicamente en Llo-Lleo y en todo Chile. Pero en esos mismos momentos cientos de comunistas estaban en la cárcel o en Pisagua; miles eran perseguidos, expulsados de su trabajo.
También en esos días, miles de revolucionarios trabajaban en la clandestinidad.
Pero ni lo uno ni lo otro lo sabía o le importaba a la mayoría de aquellos que iban a la playa, daban vueltas en la plaza o recibían el tren de la noche.
Yo me encontraba entre esos ignorantes y despreocupados chilenos que vivían en las nubes. Pero algo maduraba en mí. Alguna huella había dejado el comprobar la forma en que se calumniaba a los comunistas. Sentía simpatía, solidaridad hacia ellos, esto de un punto meramente humanitario. Me sentía un buen samaritano, deseoso de ayudar al hermano perseguido.
Supe que un sastre de Llo-Lleo, llamado Ramón Urzúa, estaba relegado en Pisagua. Conversé con sus vecinos. Todos hablaron muy bien de él.
Observé que algunos comunistas, a los que conocía de vista, se paseaban solos. La gente, inclusos sus amigos, temían que los vieran con ellos.
Ello me indignó. Fue como un desafío para mí. Me dije que
yo haría lo que otros no se atrevían a
hacer. No tenía miedo. Me sentía ingenuamente protegido. Pensaba que el hecho
de ser dirigente de
MI PRIMER ENCUENTRO CON ARMANDO
Era fines de diciembre de 1947. Una noche estando en la estación vi a un joven obrero de la construcción, conocido comunista, Armando Alarcón, que se paseaba solo. Me acerqué a él y lo saludé. Contestó con una naturalidad, que me desconcertó un tanto, pues esperaba que mi actitud lo sorprendiera. Me conocía y sabía quién era.
Luego de hablar sobre el tiempo, tema apropiado para iniciar una conversación, le hice varias preguntas, que respondió ampliamente: ¿Qué eran los comunistas? ¿Por qué luchaban? ¿Por qué los perseguían?
La conversación de esa noche de verano comenzó a abrirme las puertas hacia un mundo hasta entonces desconocido para mí, que me maravilló desde el primer momento. Fue también el inicio de una gran amistad.
Nos juntábamos todas las tardes. Armando me hablaba de
Luis Emilio Recabarren, de una historia muy distinta a la que había aprendido
en el liceo, de Lenin, de
Me parecía increíble que un obrero, que debió abandonar la escuela para entrar a trabajar cuando aún era un niño, supiera tanto.
Ante una pregunta, me respondió lleno de orgullo:
-El Partido me ha educado. En sus filas he aprendido todo lo que sé.
Esta afirmación me conmovió. Pensé: un Partido que forma esta clase de jóvenes no puede ser malo.
CUANDO ARMANDO ME ABRIÓ LAS PUERTAS
Recuerdo que un día, cuando se acercaba la mitad de enero,
Armando, así de frentón, siempre con su característica sonrisa, me propuso que
me hiciera comunista y que le ayudara a reorganizar las Juventudes Comunistas
de Llo-Lleo, desaparecidas a causa de la
represión del traidor. Me contó que quedaban sólo dos: él y otro joven de la
construcción de apellido Huala, y que
para constituir
Me pilló de sorpresa. Yo simpatizaba a esas alturas totalmente con los comunistas, pero no había pensado siquiera en la posibilidad de incorporarme a la lucha. No me encontraba con pasta de revolucionario.
Dos sentimientos experimenté ante la proposición de Armando. Felicidad por la confianza depositaba en mí por él (que después supe que detrás de ella estaba la opinión positiva del Partido). Por otro lado, miedo. No a la represión, porque ni pensaba en ello, sino a no poder cumplir y defraudar a los compañeros.
Respondí: podría intentarlo con tu ayuda y si me es permitido poner tres condiciones: que me permitan seguir creyendo en Dios, que no se me obligue a ser dirigente ni a hablar en público.
Armando, inteligente y sin sectarismo alguno, me explicó que no había problema alguno. Que esas tres cosas las debía decidir yo personalmente.
Acepté. El compañero
me abrazó emocionado.
UNA TARDE DE VERANO CERCA DEL MAR
15 de enero de 1948. Nos juntamos en una esquina de la plaza. Eran las 18 horas y la gente comenzaba a cumplir con el ritual de las vueltas. Armando llegó con el compañero Fernando Huala. Caminamos por avenida Providencia en dirección a Tejas Verdes.
Armando había propuesto reunirnos al aire libre, pues era más seguro. Parecíamos tres amigos dando un inocente paseo. Pero se trataba de una sesión solemne y de profundo contenido revolucionario.
Armando explicó que
se acostumbraba en las reuniones de
Armando abordó asuntos internacionales, la situación en Chile y las tareas que debíamos efectuar en Llo-Lleo. Era el informe político.
Varias cosas no entendí y sobre las cuales pregunté más adelante.
Se aprobó mi ingreso a las Juventudes Comunistas y se eligió el secretariado de la base. A la cabeza, como secretario político, quedó Armando. Fernando fue designado encargado de organización.
EL PRIMER DÍA SUPERÉ UNA DE MIS CONDICIONES
Entonces, Armando me dijo:
-Compañero Iván (en adelante me llamaría José Soto, nombre de batalla que elegí) necesitamos alguien que se encargue de cobrar las cotizaciones mensuales y controle los carnés (éste era una tarjeta doblada en dos. En su portada se leía en color azul: “Club Deportivo Camilo Henríquez”, en el interior doce cuadritos, uno para cada mes del año, donde se debía colocar la estampilla correspondiente. En la contraportada, se indicaban los tres deberes fundamentales de un “socio”: asistir a reuniones, pagar mensualmente las cuotas y cumplir las tareas asignadas.
De acuerdo, dije, sin darme
cuenta que desde el primer día ocupaba un puesto de dirigente, pues había aceptado ser el encargado de finanzas de la base, pasando yo
mismo por encima de una de las tres condiciones que había puesto para ingresar
a
EL DÍA MÁS IMPORTANTE DE MI EXISTENCIA
Ese 15 de enero de 1948 se constituyó en el día más importante de mi vida. Esa tarde de verano, cerca del mar, me hice miembro de la gran familia comunista.
En ese día se iniciaba, también, un nuevo capítulo en la
historia de
Esa noche, antes de dormir, me hice una promesa. Me dije:
tal vez no tenga pasta para ser un verdadero comunista, pero a lo menos en tres
cosas estoy seguro que jamás fallaré: fidelidad al Partido y a
En ese mismo año de 1948 ingresé al Instituto Pedagógico
de