“El Estado es a la vez garante y regulador de la educación, que es un
derecho humano fundamental y una causa noble. Ofrecer educación básica gratuita
no es sólo una obligación fundamental de los estados, sino también es un
imperativo moral. Los gobiernos deben hacer todo lo posible para fortalecer sus
sistemas de educación pública, en lugar de permitir o apoyar a los proveedores
privados; la educación con fines lucrativos no se debería permitir, a fin de
salvaguardar la causa noble de la educación”, afirmó la semana pasada el
Relator Especial sobre el derecho a la educación, Kishore Singh, en su informe
ante la Asamblea General de las Naciones Unidas (pág. 25 de esta edición de
ES).
Se puede no concordar con la totalidad de estas conclusiones, pero es muy
difícil que alguien confiese su rechazo a reconocer a la educación como “un
derecho humano fundamental y una causa noble”.
También sería muy extraño que alguien, reconociendo esa condición de
derecho humano fundamental, se negara a aceptar el carácter de “garante” que
debe tener el Estado.
La curiosa argumentación de los detractores de la Reforma Educacional en
marcha, que acusan de “ideologismo” sus premisas y proposiciones, no resiste un
análisis más o menos serio. Esto, porque si algo incurre en el terreno de la
ideología es, por su naturaleza, la educación, en todos sus niveles. Y ello,
precisamente porque se trata de la formación de conciencias críticas y basadas
en valores tan fundamentales –tan “humanos”- como una lograda identidad
personal, la adhesión a valores tan positivos como el respeto mutuo y la
solidaridad, y la aceptación y práctica de normas libremente pactadas en
comunidad.
Una ideología es el conjunto de representaciones, individuales o
colectivas, de la realidad, y es a la vez, inseparablemente de lo anterior el
conjunto de ideas en que se cimenta la crítica de un orden de cosas existente y
se propician los cambios que se estime necesarios para una mejor convivencia en
la sociedad.
Llama la atención, a este respecto, que un columnista tan sagaz como Carlos
Peña objete, en El Mercurio, cualquier “cambio cultural”, con el argumento de
que no sería lícito “actuar contra lo que la gente espontáneamente cree”. ¿Espontáneamente?
Cualquiera que se asome aunque sea al pasar por los quioscos de diarios y
revistas o la parrilla televisiva, se sorprenderá de la liviandad que supone
tal recurso a la espontaneidad.
Es en esa misma línea que continúan las agotadoras listas de adherentes a
página completa (El Mercurio, 9 de noviembre) que en forma grosera falsifican
la historia y ofrecen su dudoso aval a cifras de “caídos” por “una ideología
errada”. En fin, cuestión de ideologías y de bolsillerías.
ACLARACION
Pidiendo las disculpas del caso, aclaramos que en el Editorial de la semana
pasada del semanario, la cita que dice “El integrismo es precisamente la
pretensión de imponer la doctrina cristiana como regla de la argumentación”
pertenece a Rocco Buttiglione, líder de la Unión Demócrata Cristiana Italiana,
entrevistado por El Mercurio (2 de noviembre 2014, página 10 del cuerpo D,
Reportajes).