Iván
Ljubetic Vargas, historiador del
Centro
de Extensión e Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
I.- ¿CUÁL FUE EL ORIGEN DEL “MANIFIESTO”?
Exiliados alemanes, que
vivían en París, fundaron en 1834
En 1836, sus elementos
más avanzados dieron vida a
Entre fines de noviembre
y comienzos de diciembre de 1847, se celebró, también en Londres y clandestinamente,
el Segundo Congreso de
El Segundo Congreso de
Tal fue el origen del
Manifiesto del Partido Comunista. El 24 de febrero de 1848 se publicó en
Londres, en idioma alemán, la primera edición del Manifiesto del Partido
Comunista, redactado por Marx y Engels.
II.- SOBRE EL MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA
Es un texto breve. Su primera edición
tenía sólo 23 páginas.
Esta obra –pequeño libro que vale por tomos enteros, al decir de Lenin- consta
de una Introducción y cuatro partes. Se inicia con la famosa frase: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”.
Agregando: “Ya es hora
que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines
y sus tendencias, que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un
manifiesto del propio partido”.
La primera parte tiene por título “Burgueses y Proletarios”. Y allí se expone de
entrada su tesis central: “La historia de todas las sociedades hasta nuestros
días, ha sido la historia de la lucha de clases”.
En esa parte Marx y
Engels escribieron (atención, pues parece que no fue escrito hace ya 174 años)
“Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter
cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países…
Ha quitado a la
industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido
destruidas y están destruyéndose continuamente… En lugar del antiguo
aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se
establece un intercambio universal… Los bajos precios de sus mercancías constituyen
la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China…”
La segunda parte: “Proletarios y Comunistas”, aplican a la
práctica los enunciados de
III.- EN CHILE, CATORCE AÑOS ANTES DEL MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA
En 1834, catorce años antes de que se publicara la primera edición del Manifiesto de Marx y Engels, los obreros del mineral de Plata de Chañarcillo, ubicado cerca de Copiapó llevaron a cabo la primera huelga obrera en nuestro país.
Según el investigador
Roberto Hernández: “El alzamiento de peones de 1834 se repitió más tarde,
causando con ello una enorme intranquilidad en Copiapó mismo, en donde la
población llamada
Lo de Chañarcillo fue
una acción espontánea, una elemental reacción a la superexplotación. El trabajo
en ese mineral era inhumano.
Ocho años después de esa
explosión proletaria, el escritor José Joaquín Vallejo, que usaba el seudónimo
de Jotabeche, escribió en “El Mercurio” sobre las labores en
Chañarcillo: ”A la vista de un hombre medio desnudo que aparece en su
bocamina, cargando a la espalda 8, 10 y 12 arrobas de piedras (una arroba
equivale 11,5 kilos, por tanto, estamos hablando de 92, 115 y 138 kilos),
después de subir con tan enorme peso por aquella larga sucesión de galerías, de
piques y de frontones; al oír el alarido penoso que lanza cuando llega a
respirar el aire libre, imaginamos que el minero pertenece a una raza más
maldita que la del hombre, nos parece un habitante que sale del otro mundo
menos feliz que el nuestro, y que el suspiro tan profundo que arroja al
hallarse entre nosotros es una reconvención amarga dirigida al cielo por
haberlo excluido de la especie humana”.
“El espacio que media entre la bocamina y la cancha, en donde deposita el minero los metales, lo baña con el sudor copioso que brota por todos sus poros; cada uno de sus acompasados pasos y acompañado de un violento quejido; su cuerpo encorvado, su marcha difícil, su respiración apresurada, todo en fin, demuestra lo mucho que sufre”. (“El Mercurio”, 5 de febrero de 1842).
IV.- ORÍGENES Y DESARROLLO DEL PROLETARIADO CHILENO
A partir de los años 20
del siglo XIX, Chile experimentó importantes cambios en su economía. Luego de
haber roto la dependencia al rey español, nuestro país pudo vender cobre y
plata a Inglaterra. Con los recursos recibidos, se ampliaron los minerales, se
mejoraron y se construyeron caminos, puentes, puertos; se empleó el ferrocarril.
En todas esas faenas, que eran formas capitalistas de producción, laboró un
trabajador de nuevo tipo. Así surgió la clase obrera chilena. Los primeros
destacamentos de ella aparecieron en la región de Atacama.
Desde su nacimiento
hasta comienzos del siglo XX, el proletariado chileno alcanzaba la categoría
que Marx llamó “una clase en sí”. O sea, existía objetivamente, pero carecía de
conciencia de clase y de organizaciones propias en lo social y en lo
político. Tenía, eso sí, una capacidad de lucha por reivindicaciones
económico-sociales, como lo demostró Chañarcillo y otras numerosas huelgas
llevadas a cabo en el siglo XIX.
Al publicarse en Londres
el Manifiesto Comunista, Chile contaba con una población de algo más de un
millón de habitantes, de los cuales 30 mil eran obreros, estando la mitad de
ellos ocupados en la minería.