El Siglo - 08/07/2016
El volumen, escrito por Iván
Ljubetic, recoge la trayectoria familiar, profesional y militante del dirigente
del PC asesinado por la dictadura.
Equipo ES. Santiago. El 24 de junio fue el cumpleaños de Fernando Ortiz
Letelier. Cumpliría 94 años. No pudo estar junto a su familia y sus compañeros,
no pudo celebrarlo, porque en diciembre de 1976 fue detenido por la Dina,
torturado, ejecutado y su cuerpo hecho desaparecer. Sin embargo, ese día se
pudo celebrar la existencia de este profesor de historia y geografía y
destacado militante del Partido Comunista de Chile, porque nació el libro
dedicado a su vida, a su trayectoria, a su historia: “Fernando Ortiz Letelier.
Lecciones de Clase”, del historiador Iván Ljubetic.
El 24 de junio de este 2016, 40 años después del asesinato y desaparición
de Ortiz a manos de agentes de la dictadura, y a unos cinco años de que sus
restos fueron hallados, vio la luz el libro dedicado a la vida de quien fuera
parte de la dirección interior clandestina del PC en los primeros años de la
tiranía, estando varios meses a la cabeza de ese grupo de conducción. Un texto
de 210 páginas (Ediciones Horizontes), ordenado en trece capítulos, producto de
la laboriosa investigación de Ljubetic y del esfuerzo del Centro de Extensión e
Investigación “Luis Emilio Recabarren” (Ceiler).
En la presentación del texto participaron Estela y María Luisa Ortiz, hijas
del dirigente comunista, varios de sus antiguos compañeros en las Juventudes
Comunistas (de las que él fue secretario general) y en el Partido Comunista,
muchos de sus amigos y amigas, y expusieron sobre su trayectoria profesional y
militante el diputado Hugo Gutiérrez, el arquitecto Miguel Lawner y el autor
del libro.
María Luisa relevó lo meritorio de una investigación sobre la vida de su
padre y la recuperación de su historia militante, sobre todo en cuanto a la
visibilizar su papel en la dirección clandestina del PC, sin cortapisas y
mostrando los episodios de manera clara y precisa.
En el prólogo, Iván Ljubetic señala que “este libro habla de un gran
comunista que combatió toda su existencia por la democracia” y que Fernando
Ortiz, “con su vida, obra, pensamiento y valentía, nos dejó hermosas lecciones
de consecuencia y de fidelidad a la clase obrera, a cuyo Partido perteneció”.
En la presentación, el historiador contó que el texto se hizo esencialmente en
base a testimonios de familiares, compañeros y amigos de Fernando Ortiz:
“Diecinueve testimonios, como diecinueve trozos de granito, que levantan un
monumento a un revolucionario ejemplar”.
Para Miguel Lawner, “este libro contribuye a llenar un vacío histórico que
permanece ignorado. Han transcurrido casi 40 años desde que dos Direcciones
Centrales del Partido Comunista en la clandestinidad fueron detenidas y hechas
desaparecer, Fernando entre ellas”. Y sostuvo que esos militantes “son
auténticos héroes del pueblo chileno que merecen todo nuestro reconocimiento.
Su trayectoria humana y política es un ejemplo que debiera iluminar los nuevos
desafíos que enfrentan las fuerzas progresistas en nuestro país”.
Palabras del historiador Iván Ljubetic en la presentación del libro
“Fernando Ortiz. Lecciones de Clase”.
En 1948 estudiaba en el Internado
Nacional Barros Arana. Una tarde jugábamos una pichanga de fútbol en el llamado
Patio Siberia, lugar y horario prohibido para esas prácticas. De pronto una
palabra nos dejó inmóviles: “¡Jóvenes!”. Ante nosotros estaba un “serrucho”,
como le decíamos a los inspectores. Muy serio, pero con cierta llama amistosa
en sus ojos, con un libro en la mano izquierda, estiraba la derecha exigiendo
la pelota. Disculpas, promesas, súplicas, de nada sirvieron. Se alejó
lentamente, llevándose la redonda prisionera. Ese inspector era Fernando Ortiz.
Así lo conocí.
En el año 2001, cuando inicié las investigaciones para escribir el libro
que hoy presentamos, entrevisté a 19
personas.
De enorme importancia fueron los testimonios, por ejemplo, que me entregó
Eliana Ortiz, hermana menor de Fernando.
Es junio de 1938. Fernando tiene 16 años de edad. Recorre los sectores más modestos de Puerto Montt. Le
habla a la gente de la necesidad de votar por Pedro Aguirre Cerda.
“Eso de conversar con personas -recuerda Eliana Ortiz- lo hacía desde unos dos o tres años atrás. Yo
lo supe por la abuela Viviana, quien apenas llegamos a Puerto Montt comenzó a
hacerse amiga de la gente más sencilla y recorría los barrios visitándola. En
varias ocasiones, al acercarse a grupos que escuchaban a alguien, descubrió que
era su nieto quien les dirigía la palabra. Y éste no tenía más 14 o 15 años. La
abuela, muy orgullosa, comentaba que el niño hablaba muy bonito y que a la
gente le gustaba oírlo”.
“En 1946 -relata el abogado Santiago Cavieses- cursaba el quinto de
humanidades en el Barros Arana. Un día se me acercó un compañero de sexto año y
me dijo que en la Casa América del Partido Comunista, iba a dar una conferencia
Fernando Ortiz sobre la formación ideológica de cuadros. Asistí. Fue una charla
excelente, animada y llena de enseñanzas… Terminó con las palabras de un comunista francés, de un combatiente de
los maquis o guerrilleros, Gabriel Perí, pronunciadas ante el pelotón de
fusilamiento nazi: ‘Todos los caminos conducen al comunismo. El comunismo es el
mañana que canta’.”
“A Fernando lo conocí -explica María Eugenia Rojas- en la FECH en el año
1947. Él era ya un líder. Admirado y respetado por todos. Creo que una de las
épocas más importantes en la vida de Fernando, como dirigente, fue la de la
FECH”.
Manuel Cantero testimonia: “Durante el tiempo que Fernando fue Secretario
General de las Juventudes Comunistas -entre 1950/1952- yo ocupé el cargo de
Secretario de Organización. Lo conocí muy de cerca y puedo afirmar que tenía
grandes valores morales. No era vanidoso. Era un excelente compañero desde todo
punto de vista. Siempre muy preocupado de sus compañeros. Cuando veía que algún
funcionario estaba en dificultades, no dudaba en pasarle algo de su propio
sueldo. Así era: muy responsable, muy humano. Sumamente generoso. De gran
sencillez. Yo lo visitaba en su casa, donde vivía modestamente, pero tenía una
formidable biblioteca”.
Fernando vivió la crisis del “reinosismo” hacia comienzos de los años 50.
Esta crisis -según opinión de Volodia Teitelboim- está muy directamente vinculada
con la ilegalidad del Partido y la dictación de la Ley de Defensa. Pero también
con la contracción que impuso en la organización del Partido la clandestinidad
y el sentimiento de acoso…Esto determinó dentro del Partido cierto desasosiego,
preguntas. El Secretario General era Galo González; el Secretario de
Organización, Luis Reinoso.”
Miguel Lawner recuerda: “Reinoso le dio la misión a Fernando para ir
buscando cuadros preparados en este tipo de lucha, todos conminados a no abrir
la boca absolutamente a nadie. Entonces comenzó el entrenamiento militar, que
se hacía en una parcela por ahí en Isla de Maipo, con un viejo refugiado
español, que tenía en su poder una ametralladora, que debió ser del año de la
cocoa, de la primera guerra mundial. La práctica consistía en desarmar y armar
esa ametralladora. Algunos ejercicios, gimnasia. Tonterías. Un par de prácticas
con armas cortas. Todos cagados de susto; todos, claro, orgullosos de esta
tarea heroica. Y para practicar, se asaltaron algunas panaderías de San Miguel,
sin la intención de inferir daño a nadie. Sólo para probarnos. Eso fue
catastrófico. Entrábamos a un boliche chico, con clientes todos conocidos, que
defendían al dueño y te echaban a patadas realmente. La idea era apoderarse del
pan y repartirlo gratis a toda la gente que estaba allí. Una aventura
descabellada. … Ninguno de nosotros recibió sanción. Pero Fernando fue,
llamémoslo, degradado totalmente y estuvo en la infantería durante años, hasta
recuperar cierto nivel a comienzos de los años 60. Lo ocurrido a Fernando fue
para todos nosotros una historia muy dolorosa”.
Según Samuel Riquelme: “En esos momentos críticos, Fernando mostró otras de
sus sobresalientes cualidades: su modestia, su profundo amor al Partido, la
capacidad de utilizar certeramente la crítica y en especial, lo que es mucho
más difícil, practicar la autocrítica, reconocer los errores cometidos. Cuando
Fernando se da cuenta que ha estado siendo utilizado contra el Partido se
siente muy afectado y me dice: ‘Aquí se nos ha querido meter en una cosa
antipartido y esto no se puede aceptar’.
Con honestidad reconoce su equivocación y sin vacilar adopta la posición
correcta. Con ello contribuye al fracaso de los planes de Reinoso”.
Ante la pregunta de si él pudo captar algún signo de resentimiento en
Fernando por lo ocurrido con el caso Reinoso, Luis Barría responde: “Nunca
percibí algo así en Ortiz. Es posible que en conversaciones más íntimas pudiera
haber entregado algunas opiniones al respecto. Yo jamás le escuché defender posiciones personales. Ortiz
fue un gran militante del Partido, que se entregó por entero a la lucha. Con su
actitud, él ayudó a la superación de los problemas surgidos años atrás. Tengo
una gran opinión de Ortiz”.
A las asambleas de los universitarios comunistas, que se realizaban en
Santiago, viajaba desde Temuco el profesor Guillermo Quiñones. De 1968
recuerda: “Los compañeros de la Comisión Nacional Universitaria presentaron un
proyecto en que, junto a muchos puntos positivos, planteaba la existencia de dos
niveles en la Universidad de Chile. Uno para Santiago y Valparaíso; un segundo,
para el resto del país. Esto basándose en un hecho que era real en ese momento:
que en las provincias existía un retraso en el desarrollo académico, en
investigación y extensión. A mí no me convenció esta idea. En Temuco, nos
juntamos el compañero socialista Arturo Ducoing, Hernán Vega y yo -ambos del
PC- y elaboramos un proyecto distinto que colocaba en igualdad de condiciones
en todos los lugares donde funcionara la Universidad. En una nueva asamblea de
los comunistas de la Universidad, lo traje a Santiago. Expuse el proyecto hecho
en Temuco. Cuando hubo terminado mi exposición, intervino Fernando. Defendió
apasionadamente el proyecto de la Comisión Nacional Universitaria, pero señaló
que el nuestro sería estudiado seriamente. Lo mismo opinó Enrique París.
Finalmente la Comisión Nacional Universitaria lo asumió. Fernando se transformó
en un consecuente defensor e impulsor de nuestro proyecto. Fue aprobado por la
comunidad universitaria. Así nacieron las sedes con igualdad de derechos.
Fernando era, sin lugar a dudas, un hombre valiosísimo. Un dirigente brillante,
extraordinario”.
“La etapa que yo trabajé con Fernando -recuerda el economista Hugo Fazio-
fue entre 1967 y 1970, cuando él era el encargado de la Comisión Nacional
Universitaria, un período muy importante por estar en él la Reforma
Universitaria. Desde el punto de vista
de las posiciones comunistas, el papel de Fernando es protagónico”.
La doctora Amanda Velasco evoca: “Para mí, Fernando fue como un maestro,
una figura formadora. Yo crecí gracias a él. Recuerdo con que paciencia explicaba cosas que no
comprendía una novata como yo. Eso me impactó mucho. No todos los dirigentes de
la universidad eran así”.
El profesor Jorge Texier narra: “En 1969 Fernando iba a dar clases de
Historia del Movimiento Obrero y del PC de Chile, en una escuela que tenía el
Partido, que funcionaba en el sector de Carmen con Avenida Matta. La Escuela
tenía 8 alumnos, la mayoría de provincias. Funcionaba clandestinamente, a pesar
de estar legales. Fernando era muy querido y admirado por los alumnos. Fernando, era por entonces
-reflexiona Texier- miembro del Comité Central del Partido, profesor universitario,
líder del movimiento de la reforma universitaria, sin embargo participaba con
gran interés, con mucho cariño y entusiasmo en una escuela tan modesta como
ésta”.
“Apenas levantado el toque de queda -relata el doctor Hugo Díaz- Fernando
aparece por mi casa. Yo vivía en la calle San Jorge cerca de Irarrázaval. Por
entonces no teníamos ninguna relación partidaria directa. Sin embargo, Fernando
demostrando tener gran confianza en mí, además de la gran amistad que nos unía,
me eligió para hacer el primer contacto después del golpe. Me invita a dar una
vuelta, para no estar en mi casa por razones de seguridad. Caminamos y hablamos
mucho. Dimos vueltas por Villa Frei. Me dice: ‘Como tú te habrás informado, lo
ocurrido es una cosa extremadamente grave, mucho más grave de lo que se piensa. Esto es, en verdad, fascismo, nazismo de
carne y hueso, una dictadura brutal. Hay que actuar con sumo cuidado. Es
necesario organizar al Partido muy bien, con mucha perseverancia, tomando en
cuenta las experiencias internacionales al respecto. La situación es peligrosa,
pero hay que evitar que se produzca una fuga al exterior. Sólo deben salir
aquellos que están en una situación realmente delicada. Porque si todos se van,
¿quién se va a quedar para luchar aquí? Porque esto hay que organizarlo. Por
eso te pido que estés alerta, muy atento, por favor. Nos vamos a volver a ver,
porque hay que mantenerse en pie de lucha, pero muy responsablemente’. Después
de pedirme dónde poder ubicar a algunos compañeros, se despidió”.
“Fernando Ortiz llegó a la casa en calidad de perseguido por la dictadura”,
recuerda Federico Aguirre Madrid, profesor de historia. “Fue en 1973-1974. Y
alojaba en nuestro hogar por períodos más o menos largos. En esa época era el ‘tío Mario’. Mi papá se había ganado
en una campaña de emulación una radio ‘piñufla’, era alemana y tenia onda
corta. El ‘tío’ con mi papá instalaron una antena simulándola en los cordeles
del tendido de ropa en el patio de atrás. La instalaron para escuchar Radio
Moscú. En la noche la escuchaban. Ponían mucha atención, sacaban conclusiones,
discutían”.
Pablo, el hijo del “tío Mario”, era quien lo iba a dejar y a buscar. Él
sabía siempre donde estaba el papá. Él cuidaba de su resguardo”.
“En los años 1975 y 76 -recuerda María Luisa Ortiz- veíamos muy poco a
papá. Pero él siempre hacía cosas para hacerse ver por nosotros y vernos. En
1975 yo estudiaba Cuarto Medio en el Liceo Manuel de Salas. Vivíamos en Los
Leones con Eliodoro Yánez. Para ir a esperar la micro que me servía debía
caminar por Brown Norte hasta Diagonal Oriente. Un día llego al paradero. Era
la una y media de la tarde, y veo que ahí está papá. Me puse súper nerviosa,
porque no había nadie allí. Y estuvimos los dos parados. No nos saludamos. Nos
miramos de reojo. Llegó la micro. Nos subimos y nos sentamos en asientos
distantes. Yo me bajé donde debía hacerlo. Él prosiguió viaje…”
“Lo mismo ocurrió cuando me gradué en diciembre de ese año. Él llegó al
lugar de la ceremonia. Yo lo vi. Él me miró y se fue.”
En mayo de 1976 fue detenida casi toda la primera Dirección clandestina del
Partido Comunista. Víctor Cantero relata: “Esto significó que quedamos sólo dos
de la Dirección, la compañera Inés Cornejo (que hacía poco había sido relevada
de esa responsabilidad) y yo. Obviamente, ninguno de los dos podíamos quedar a
la cabeza del Partido en el interior. Estábamos ‘contaminados’ por nuestros
vínculos con los camaradas detenidos. Pero, al mismo tiempo, teníamos la
responsabilidad de buscar a los compañeros que seguirían dirigiendo. Después de
darles muchas vueltas al asunto y realizar varias consultas, llegamos a una
conclusión: a la cabeza del Partido debía quedar el compañero Fernando Ortiz”.
Inés Cornejo explica: “Llegamos a la conclusión que el que reunía todas las
condiciones para estar a la cabeza del Partido en la clandestinidad era
Fernando Ortiz. A mí me correspondió conversar con él. Lo hice en junio del 76.
Aceptó de inmediato”.
“Hacia junio de 76 -relata María Luisa Azócar- tuve un breve encuentro con
Fernando. En un momento me dijo que estaba muy contento porque tenía grandes
responsabilidades en el Partido. No le pregunté cuáles. No quise hacerlo. Él
tampoco me lo dijo. Pero supuse que estaba al frente de la Dirección
clandestina del Partido. Me pareció tan lógico y estuve muy satisfecha que haya
estado feliz por ello. Creo que para él representaba una cosa muy reparadora
que el Partido lo colocara en esa responsabilidad, ya que en un momento se fue
tan injusto con él a propósito del asunto de Reinoso y todo eso. Me di cuenta
que para él era algo muy bueno. Y pensé que también era bueno para el Partido,
nunca dudé de sus cualidades como dirigente”.
Relata Hernán Soto, subdirector de Punto Final: “Recibí instrucciones para
reunirme con un miembro de la Dirección. La cita sería en la calle. Eso debe
haber sido en el mes de octubre del 76, a comienzos. El lugar: Lyon vereda
oriente caminando yo desde Irarrázaval, el dirigente clandestino desde Simón
Bolívar. A la hora indicada, a la media tarde, con las debidas señales de
reconocimiento me encontré con Fernando. A varias decenas de metros lo
reconocí. La calle estaba desierta. Recorrimos varias calles laterales,
conversando tranquilamente. Parecía muy tranquilo después del feroz golpe de la
calle Conferencia”.
“En el mismo lugar nos reunimos dos o tres veces. La última vez que nos
encontramos debe haber sido en la tercera semana (o cuarta) de noviembre.
Posiblemente un sábado o un domingo. Estuvimos conversando largamente y con
mayor confianza. Tomamos helados, sentados en el pasto. Le pregunté de nuevo
por las medidas de seguridad. Me dijo que podíamos estar tranquilos. Que no se
repetiría lo ocurrido en calle Conferencia. Estaba muy bien informado. Se
notaba optimista y seguro de su trabajo. Me dio algunas orientaciones y nos
despedimos”.
Diecinueve testimonios, como
diecinueve trozos de granito, que levantan un monumento a un revolucionario
ejemplar.
Epílogo:
En los tumultuosos días del paro de octubre de 1972 viajé a Santiago, pues
en la Universidad de Chile sede Temuco, la comisión de concursos, declaró
desierto un concurso al que había
postulado, cumpliendo todos los requisitos exigidos y obteniendo lejos
más puntaje que el resto de los oponentes. Me reuní en la sede del Comité
Central del Partido Comunista de Teatinos 416, con Fernando y Enrique París. Escucharon mi relato, tomaron los documentos
que traía, presentaron el caso ante el Consejo Universitario, del cual ambos
eran miembros, y éste reparó la arbitrariedad cometida en Temuco.
Ese encuentro de octubre de 1972 fue la última vez que vi a mis dos
queridos amigos y compañeros. Ambos fueron asesinados por la dictadura
fascista.
Honor y gloria a Fernando y a todos los que han entregado su vida en la
lucha por un mundo mejor.
Palabras del arquitecto
Miguel Lawner en la presentación del libro “Fernando Ortiz Letelier. Lecciones
de Clase”.
Yo no creo haber conocido a nadie como Fernando Ortiz, más identificado con
el prototipo de un militante fiel a los ideales políticos que asumieron los
partidos comunistas en todo el mundo, a partir de las doctrinas elaboradas por
Marx y Engels.
En presencia de Fernando no había como equivocarse. Ya sea en reuniones
políticas o sociales, hablando de temas trascendentales o de asuntos
domésticos, sus convicciones ideológicas emanaban naturalmente.
Lo conocí en 1946, con motivo de mi ingreso a la Escuela de Arquitectura de
la Universidad de Chile. Yo era entonces militante del Partido Comunista, y fui
promovido a la Jota con la misión de constituir en la Escuela el Círculo de Estudiantes Comunistas, nombre
con el que llamábamos entonces a los
organismos de base que hoy se conocen como células.
Era un período de la humanidad dominado por los ideales progresistas
generados a raíz de la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial. En
especial, impactaba el rol jugado por la Unión Soviética que había perdido 20
millones de vidas hasta lograr la victoria.
Habían surgido las democracias populares en Europa, India lograba su
independencia, se desmoronaba el poder colonial en Asia y África y poco después
triunfaba la Revolución China.
No dudábamos de la superioridad del sistema socialista y la inevitable
caída del capitalismo, situación que parecía a la vuelta de la esquina, dado el
curso de los acontecimientos.
Fernando Ortiz ya sobresalía como dirigente estudiantil, y estaba a cargo
de la Dirección de Estudiantes Comunistas. Era entonces un motor orgánico, como
lo fue toda su vida. Un hombre de una tenacidad admirable para impulsar el
cumplimiento de las tareas. Tenía además un talento innato para formar cuadros,
para apoyarse en todos y en cada uno de los militantes, para asignar
responsabilidades, para promover con audacia a los novatos en el lugar y en el
momento preciso.
Hago un balance tras habernos encontrado por primera vez con Fernando hace
ya 70 años, y afirmo que la consistencia ideológica propia de nuestra
generación, debemos atribuirla en gran medida al rol jugado por él
personalmente.
No sé por qué lo apodamos “el viejo”, ya que era apenas 5 o 6 años mayor
que nosotros.
Fernando era un temible polemista en la FECH. Veloz y mordaz en la réplica.
Fueron inolvidables sus duelos oratorios con Ignacio Alvarado, un líder
falangista notable, muerto prematuramente por desgracia. Nos enorgullecía su
capacidad para fundamentar nuestros postulados
en forma tan brillante.
Fernando hablaba con la velocidad de un rayo y modulaba muy mal, comiéndose
una letra o una sílaba en cada palabra. Es que sus ideas volaban mucho más
rápido que su voz. Cuando sostenía un diálogo, trataba de apurar las respuestas
de su interlocutor mediante continuos asentamientos con la cabeza o con la voz.
Con Fernando no cabían las pausas o el reposo. Se movía como un torbellino, y
sin embargo se daba el tiempo necesario para aclarar las dudas o las
inquietudes de cualquier compañero. Era tan enérgico como tierno. Quizás
demasiado tímido.
El libro de Iván Ljubetic describe muy bien esta etapa de la juventud de
Fernando Ortiz, caracterizada además por la feroz represión que desató el
presidente González Videla, electo el año 1946 con el apoyo de del Partido
Comunista. Sin embargo, pretextando el carácter subversivo de una huelga de los
mineros del carbón iniciada en Octubre de 1947, González Videla anunció que la
humanidad se encontraba al borde de la Tercera Guerra Mundial, por lo cual Chile
debía alinearse con las potencias occidentales, en contra del peligro comunista. Logró la
dictación de la Ley de Defensa de la Democracia -bautizada por el pueblo como
la Ley Maldita- mediante la cual proscribió al Partido Comunista, borró de los
Registros a 20.000 electores, permitió la exoneración de miles de empleados de
la administración pública y confinó a centenares de dirigentes políticos y
sindicales, en un campo de concentración abierto en Pisagua.
La Universidad fue un importante foco de resistencia contra el presidente
traidor. Este libro nos cuenta como los jóvenes comunistas encabezados por
Fernando Ortiz despertaban la admiración popular por su coraje para denunciar y
enfrentar al tirano. El episodio más memorable de esa época es la huelga de la
chaucha, como se llamó el alzamiento popular en protesta por el alza de 20
centavos en el del valor del pasaje de la micro.
A mi juicio, la represión que enfrentamos en esos años, de alguna manera
contribuyó a fortalecer nuestra formación ideológica. Fue una verdadera escuela
de cuadros.
Partidarios de la paz
Otro capítulo del libro, relata la formación del Movimiento de Partidarios
de la Paz, que alcanzó gran significación en los años de post guerra y que en
Chile tuvo a Fernando Ortiz como un importante protagonista.
Las potencias imperialistas intensificaron sus planes agresivos a partir de
1947, con la finalidad de impedir la consolidación del campo socialista, los
avances del movimiento de liberación nacional en África, y las luchas de la clase
obrera en el mundo capitalista.
Recordemos que Estados Unidos detentaba el monopolio sobre el arma atómica,
y parecía probable el desencadenamiento de una tercera guerra mundial. La
humanidad vivía bajo el chantaje del holocausto atómico.
En esas circunstancias, el año 1949 tuvo lugar una reunión en Varsovia, que
congregó a las más eminentes figuras del arte, las ciencias y la cultura
universal, incluyendo al sabio Frederic Joliot-Curie, al pintor Pablo Picasso,
al poeta francés Paul Eluard, a los escritores Louis Aragón e Ilya Ehrenburg, etc. En esa reunión se constituyó
el Movimiento de Partidarios de la Paz, que poco después emitió el Llamamiento
de Estocolmo, planteando un dramático llamado a la proscripción del arma
atómica.
Se formaron filiales del Movimiento por la Paz en cada país, que pronto
asumieron un carácter masivo, capaz de ejercer una enorme influencia en la
opinión pública mundial. Evaluado a más de 60 años de distancia, debe
considerarse a este Movimiento como un factor decisivo para impedir el
desencadenamiento de una nueva guerra mundial.
La Jota me designó Encargado de la Paz, sí, así como lo oyen, encargado de
la paz, con la responsabilidad de organizar entre otras tareas, la recolección
de firmas suscribiendo el Llamamiento de Estocolmo. Llegamos a recolectar
doscientas mil firmas al píe de dicho documento, lo que representa una cifra
descomunal en un país que contaba en esos años sólo con seis millones de
habitantes.
Hacíamos una labor casa por casa y Fernando era -como siempre- un motor
estimulando nuestra participación en las brigadas dominicales encargadas de
efectuar esta tarea.
Un pecado de juventud
El libro de Iván describe muy bien un capítulo dramático en la carrera
política de Fernando: el reinosismo.
El año 1951, el PC fue conmovido por una crisis, que trajo consigo la
expulsión del Partido nada menos que de su segunda autoridad: el Secretario
Nacional de Organización, Luis Reinoso.
Debido a las severas normas del trabajo clandestino, impuestas para salvar
al Partido de la persecución vigente, Reinoso logró estructurar algunos grupos
de militantes compartimentados unos de otros, impedidos de confirmar la
veracidad de las tareas recibidas, al estar descolgados de los canales
orgánicos normales.
Reinoso venía discrepando desde 1949 con la orientación del partido
respecto a la forma de enfrentar a González Videla, propiciando la formación de
grupos preparados en la autodefensa y el ataque a las unidades represivas.
Desconociendo las resoluciones de la Dirección Central, Reinoso resolvió
poner en práctica su estrategia. Recurrió a Fernando Ortiz, designado poco
antes como Secretario General de las Juventudes Comunistas, y le encargó
seleccionar grupos de jotosos que recibirían un adiestramiento adecuado como
para ocupar -por ejemplo- algunas panaderías, a fin de distribuir gratuitamente el pan entre la población.
Fernando fue conminado por Reinoso a guardar riguroso silencio respecto a
esta tarea, sin comunicarla ni siquiera al Secretario General del Partido. Esta
situación se prolongó varios meses, no trascendiendo a los niveles superiores
de la organización, mientras tenían lugar algunas acciones insensatas que
intrigaban a la dirección del Partido, ignorante de su origen.
Los asaltos a un par de panaderías de San Miguel, constituyeron actos
irresponsables, realizados en medio del rechazo de la población, que
reaccionaba en favor de los modestos comerciantes afectados.
Los equipos operativos sólo daban cuenta de sus actos a Fernando.
Finalmente, éste terminó por entender la gravedad de los hechos, comunicando
sus dudas a miembros de la Dirección, con lo cual quedó al descubierto la
actividad fraccional emprendida por Luis Reinoso.
El Partido expulsó a Reinoso y a otro par de dirigentes del carbón, y
sancionó a Fernando Ortiz por no haber captado oportunamente la naturaleza de
las acciones encomendadas por Reinoso. Fernando fue removido de todos su cargos
en la organización, pasando a ser un simple militante de base, situación que se
prolongó por casi 10 años.
La sanción constituyó un golpe muy duro para él ya que su vida estaba
totalmente consagrada al Partido. Sin embargo, este hecho tuvo un lado positivo
al permitirle concluir los estudios universitarios que había abandonado, y
presentar su tesis de título como profesor de Historia, Geografía y Educación
Cívica en la Facultad de Filosofía y Educación
de la Universidad de Chile, que aprobó en 1956 bajo la conducción de su
maestro y compañero Hernán Ramírez Necochea.
El libro de Ljubetic describe muy bien la trayectoria de Fernando dedicado
a su carrera académica y el importante rol jugado en la Reforma de la Universidad de Chile a
partir de fines de los años 60 hasta el golpe militar.
Cuando se produce el golpe militar, Fernando no elude las responsabilidades
políticas. Su experiencia en los años de la Ley Maldita debe haberle ayudado
para adaptarse a las exigencias de la lucha clandestina contra la dictadura de
Pinochet. Encontró refugio para algunos compañeros perseguidos, y colaboró en
asilar a otros en las sedes de las embajadas amigas. Se arriesgó a visitar los
domicilios de compañeras cuyos maridos permanecían confinados en Dawson o en la
Oficina Chacabuco, llevando la solidaridad y el aliento del Partido aún en tan
extremas circunstancias.
Fernando Ortiz fue un revolucionario consecuente, un maestro para
generaciones como la nuestra, un académico serio y profundo, un militante
comunista ejemplar.
Este libro es un gran aporte para recuperar la memoria de un chileno
excepcional. Hemos avanzado en esclarecer algunos de los crímenes y las
múltiples violaciones a los derechos humanos cometidos por la dictadura.
También algunos asesinos permanecen recluidos en cárceles especiales, pero el
país sigue en deuda con personas como Fernando, y también el Partido Comunista
de Chile, que no ha elevado a él y tantos otros compañeros, al sitial que merecen en la historia del Partido de
Recabarren.
Felicitamos a Iván Ljubetic por su acuciosa investigación, que permite
entregar a las actuales generaciones la historia de nuestro amigo y compañero
de juventud, Fernando Ortiz Letelier.