Editorial de El Siglo del 25 al 31 de Julio de 2014:
“DDHH: La
vigilante derecha chilena”
Viaja a Venezuela la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, para
participar en la cumbre del Mercosur, que se celebrará en Caracas el 29 de
julio. No es difícil, e inevitable comprenderlo, una visita oficial al hermano
país, el que sólo será la sede de ese encuentro de la instancia regional.
Pero las obsesiones de la derecha chilena no se paran en tales detalles, y
he aquí que los presidentes de los partidos de la Alianza –el UDI Ernesto Silva
y el RN Cristián Monckeberg-aprovechan la ocasión para enviar uno más de sus
misiles contra los gobiernos progresistas del continente, esta vez el que
preside en Venezuela Nicolás Maduro.
Sostienen estos fervientes defensores de los derechos humanos que en país
de Bolívar se violan tales derechos. Por eso, le piden a la presidenta que se reúna
con la “disidencia” y abogue por sus causas. Esperan que, en territorio de la
Unasur, la gobernante chilena se reúna con líderes de la oposición venezolana.
No conoce la opinión nacional de una preocupación tan conmovedora por parte
de esta derecha, en ocasiones como la no muy lejana entrevista que sostuvo
Michelle Bachelet en Washington con el presidente Barack Obama. ¿No habría ido
oportuno aprovechar ese encuentro para preguntar por los presos en el enclave
yanqui en Cuba, la base de Guantánamo, sin procesos y en condiciones
infrahumanas? ¿O por la situación de los ciudadanos cubanos sometidos a proceso
–sin reales condiciones de defensa- por el delito de precaver a su patria de
acciones terroristas que tienen su origen en territorio norteamericano? ¿O
alguna palabra sobre el Bloqueo imperialista a la isla, con desprecio de una
opinión mundial que año tras año se pronuncia en las Naciones Unidas
condenándolo, e instando a los EEUU a ponerle un fin inmediato?
Pero también resulta al menos discutible este nuevo celo de una derecha que
todavía sostiene la herencia de la dictadura, y no sólo en declaraciones de
principio sino también en la mantención de un modelo económico-social impuesto
a la fuerza, en medio de la violencia del terrorismo de Estado.
Continúa esa vieja derecha –que lo es aunque “renueve” los rostros de sus
más altos dirigentes- levantando muros construidos en base al dinero y a su
control de los medios de comunicación, ante las demandas colectivas que se
expresan en las principales reformas votadas por la mayoría ciudadana y
comprometidas en el programa del actual gobierno.
Los antecedentes históricos de esta derecha, así como su comportamiento
actual, no la habilitan para erigirse en guardiana de ninguna causa vinculada a
la democracia y la observancia de los derechos humanos.
Pero no se trata de, simplemente, extraviarse en el terreno de las
acusaciones, sino buscar las motivaciones profundas de estas posiciones
adoptadas, en este caso, por la derecha chilena. Si alguna exigencia metodológica
es lícito observar en episodios como éstos, es la de identificar sus orígenes
de clase. Si a su pertenencia al minoritario mundo de los privilegiados de su
país, se le une la vieja “vocación” servil de la derecha chilena hacia todo lo
que provenga de la gran metrópolis, fácil será comprender el porqué de este
curioso activismo humanitario.