Querida compañera, querido
compañero:
El jueves 22 de marzo de
2018 tuvo lugar el Panel "170 años del Manifiesto del Partido
Comunista", organizado por el Centro de Extensión e Investigación Luis
Emilio Recabarren, CEILER.
Entregamos una de las tres
exposiciones.
Un abrazo,
Iván Ljubetic Vargas
170 AÑOS
DEL MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA
A
partir de los años 20 del siglo XIX, Chile experimentó importantes cambios económico-sociales.
Luego
de haber roto la dependencia al rey español, nuestro país pudo vender cobre y
plata a Inglaterra. Con los recursos recibidos, se ampliaron los minerales
hasta entonces trabajados en forma artesanal, se mejoraron y se construyeron
caminos, puentes, puertos; se empleó el ferrocarril. Surgieron formas
capitalistas de producción. Aparecieron
dos clases nuevas: la burguesía, formada por los dueños de los medios de
producción, y el proletariado, los desposeídos de esos medios, que para vivir
debían vender su fuerza de trabajo.
Efectivamente,
en esas faenas, que funcionaban según normas capitalistas de producción, laboró un
trabajador de nuevo tipo, el
proletario. Así surgió la clase obrera
chilena.
Sus
primeros destacamentos nacieron en la región de Atacama.
CHAÑARCILLO
En 1832 inició su
funcionamiento el mineral de plata de Chañarcillo, el más importante del país.
Estaba ubicado precisamente en la región de Atacama, cerca de la ciudad de Copiapó. Las condiciones
de vida y trabajo de sus operarios eran terribles.
El escritor y periodista, José Joaquín Vallejo (que usó el
seudónimo de Jotabeche, tomado de las
iniciales de un vecino de Copiapó llamado Juan Bautista Chegneau), dejó un dramático testimonio, publicado
por El Mercurio de Valparaíso, en 1842,
sobre las labores en el mineral de plata de Chañarcillo. Escribió:
“A la vista de un
hombre semidesnudo que aparece en la bocamina, cargando a la espalda 8, 10 y 12
arrobas (una arroba equivale a 11,5 kilos), después de subir con tan enorme
peso por aquella larga sucesión de galerías, de piques y frontones; al oír el
alarido penoso que lanza cuando llega a respirar el aire libre, nos figuramos
que el minero pertenece a una raza más maldita que la del hombre, nos parece un
habitante que sale de otro mundo menos feliz que el nuestro, y que el suspiro
tan profundo que arroja es una reconvención amarga dirigida al cielo por
haberlo excluido de la especie humana”.
A lo narrado por Vallejo, se debe agregar las largas jornadas de
trabajo, los bajos salarios, la total carencia de seguridad laboral, pésima
alimentación, viviendas insalubres e incluso castigos físicos que, a veces,
llegaban hasta la muerte.
La primera reacción del trabajador ante la cruel
explotación fue individual. En las minas de plata llevaba a cabo la “cangalla”,
el robo del mineral, empleando las formas más audaces, incluso escondiendo
trozos de metal en el ano.
Pero pronto surgieron las protestas colectivas. La
primera huelga obrera tuvo lugar en 1834 en el mineral de plata de Chañarcillo,
cerca de Copiapó, que había iniciado sus actividades sólo en 1832. Se produjo
tres años después del primer levantamiento obrero del mundo, ocurrido en Lyon,
Francia, en 1831.
El investigador Roberto Hernández en su libro “Juan
Godoy o el Descubrimiento de Chañarcillo”, publicado en 1932, escribió:
“El alzamiento
de peones de 1834 se repitió más tarde, causando con ello una enorme
intranquilidad en Copiapó mismo, en donde la población llamada de La Placilla
era como una amenaza constante”.
Hernán Ramírez Necochea en un artículo publicado por “El
Siglo” con fecha 30 de abril de 1954 señaló:
“En 1846 un periódico de Copiapó informaba lo que sigue:
...Algunas asonadas, en varias épocas consternaron a los habitantes pacíficos
del mineral (Chañarcillo) por las amenazas de destruirlo todo y por el saqueo
de algunas tiendas y faenas... Los mineros (los empresarios) claman por una
protección, por un arreglo y por medidas que aseguren sus propiedades, pongan
en deber a los trabajadores, enfrenten a los díscolos y persigan la ociosidad”.
Lo de
Chañarcillo fue una acción espontánea, una elemental reacción a la super explotación.
Catorce años después de la
huelga de Chañarcillo, el 24 de febrero de 1848, apareció la primera edición
del Manifiesto del Partido Comunista.
EL ORIGEN DEL
“MANIFIESTO”
Exiliados
alemanes que vivían en París fundaron en 1834 la Liga de los Proscritos, una
sociedad secreta democrático-republicana.
En 1836, sus elementos más avanzados dieron
vida a la Liga de los Justos.
A mediados de 1847 esta asociación
realizó en Londres su Primer Congreso, al que asistió Federico Engels.
En este evento efectuado en la más
estricta clandestinidad, se produjo el cambio de su nombre por el de Liga de
los Comunistas.
Entre fines de noviembre y comienzos de
diciembre de 1847, se celebró, también en Londres y clandestinamente, el
Segundo Congreso de la Liga de los Comunistas. Concurrieron Carlos Marx y
Federico Engels, que expusieron y defendieron la teoría que habían creado.
Estos nuevos principios fueron aprobados por unanimidad. El viejo lema de
“Todos los hombres son hermanos”, fue reemplazado por el de “Proletarios de
todos los países, uníos”.
El Segundo Congreso de la Liga encargó a
Marx y Engels la redacción de un programa.
Tal fue el origen del Manifiesto del
Partido Comunista.
El 24 de febrero de 1848 se publicó en
Londres, en idioma alemán, la primera edición del Manifiesto del Partido
Comunista, redactado por Marx y Engels.
ALGO SOBRE EL
MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA.
Es un
texto breve. En su primera edición tenía sólo 23 páginas.
Esta
obra –pequeño libro que vale por tomos
enteros, al decir de Lenin- consta de una Introducción y cuatro partes.
Se
inicia con la famosa frase: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del
comunismo”.
Agregando: “Ya es hora que los comunistas
expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus tendencias,
que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio
partido”
La
primera parte tiene por título “Burgueses y Proletarios”. Y allí se expone de
entrada su tesis central: “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días, ha sido
la historia de la lucha de clases”.
En
esa parte Marx y Engels escribieron
(atención, pues parece que no fue
escrito hace ya 170 años) “Mediante
la explotación del mercado mundial, la
burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los
países... Ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias
nacionales han sido destruidas y están
destruyéndose continuamente... En lugar del antiguo aislamiento de las regiones
y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio
universal... Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería
pesada que derrumba todas las murallas de China...”
La
segunda parte: “Proletarios y Comunistas”, aplican a la práctica los enunciados
de la Primera Parte.
La
Tercera Parte: “Literatura Socialista y Comunista”, se realiza la crítica a los
diferentes corrientes socialistas y comunistas existentes en esa época
(mediados del siglo XIX).
La
Cuarta Parte: “Actitud de los comunistas respecto de los diferentes partidos de
oposición”, finaliza proclamando:
”Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una Revolución Comunista. Los Proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!”
VOLVAMOS A
CHILE
Desde
su nacimiento hasta comienzos del siglo XX, el proletariado chileno alcanzaba
la categoría que Marx llamó “una clase en sí”. O sea, existía
objetivamente, pero carecía de conciencia de clase y de organizaciones propias
en lo sindical y en lo político.
Tenía,
eso sí, capacidad de lucha por sus reivindicaciones económico-sociales, como lo
demostró Chañarcillo y otras numerosas huelgas llevadas a cabo en el siglo XIX.
Al
publicarse en Londres el Manifiesto
Comunista, Chile tenía una población de algo más de un millón de habitantes, de
los cuales 30 mil eran obreros, estando
la mitad de ellos ocupados en la minería.
EL MARXISMO
LLEGA A NUESTRO PAIS.
Después
de la Guerra del Salitre (1879 – 1883) la clase obrera chilena experimentó un
notable desarrollo. Ello, entre otras razones, por la incorporación al
proletariado nacional de los pampinos que laboraban la industria del salitre,
que hasta ese conflicto pertenecía al Perú (Tarapacá) y a Bolivia (Antofagasta).
Hacia 1883 eran unos 4.500.
Se
inició el período del conocimiento del marxismo en Chile, que
se prolongó hasta el primer decenio del siglo XX.
Surgieron
núcleos de obreros que conocían el movimiento sindical europeo, sus luchas, las
ideas que sustentaban. Por entonces era frecuente, que se mencionara a Marx y
se citaran párrafos del Manifiesto Comunista.
Veamos
algunos ejemplos.
El periódico “El Pueblo”, de Valparaíso,
en su edición del 31 de agosto de 1892 publicó un Manifiesto de la Sociedad
Marítima de Socorros Mutuos, donde se sostenía:
”No olvidéis las palabras del gran socialista Karl Marx: la gente de trabajo de todas partes del mundo debe ser hermana. Ellas deben hacer causa común con los demás. Ellas tienen un mundo que ganar y sólo las cadenas que perder”.
”No olvidéis las palabras del gran socialista Karl Marx: la gente de trabajo de todas partes del mundo debe ser hermana. Ellas deben hacer causa común con los demás. Ellas tienen un mundo que ganar y sólo las cadenas que perder”.
En febrero de 1896 se fundó en Santiago
el Centro Social Obrero, que en noviembre de ese año comenzó a editar su órgano
oficial “El Grito del Pueblo”, que difunde los principios del socialismo
científico. Con fecha 6 de diciembre proclama: “Somos socialistas. ¡Ya no
somos un pueblo ignorante!
El 29 de diciembre de 1896 apareció en “El
Grito del Pueblo” el artículo “El Socialismo en Chile”. Lo firmaba alguien con
el seudónimo Karl Marx, que sostenía:
“Las ideas para esparcirse no respetan nada... Atraviesan soberbias
cordilleras como los Andes, para sentar sus reales en el indolente Chile y
convertir en hijos del pueblo, acostumbrados a besar la mano del verdugo que
los azota, en hombres libres que luchan sin miedo por emanciparse del yugo
burgués”.
Hacia 1896, uno de los dirigentes de la Agrupación Fraternal Obrera, llamado
Luis Olea se declaró marxista. En una carta publicada en “El Proletario”, de
Santiago, el 20 de septiembre de 1897 afirmó:
”Diviso en esos temas al gladiador temerario que desafiando las fieras humanas esgrime con la seguridad del éxito las armas de la razón templadas en el yunque de las teorías de Marx... Tiemble ya la burguesía por su porvenir, que el día fatal de la vindicación llegará al fin, y entre los escombros de todo un régimen se alzará triunfante el sol del socialismo”.
”Diviso en esos temas al gladiador temerario que desafiando las fieras humanas esgrime con la seguridad del éxito las armas de la razón templadas en el yunque de las teorías de Marx... Tiemble ya la burguesía por su porvenir, que el día fatal de la vindicación llegará al fin, y entre los escombros de todo un régimen se alzará triunfante el sol del socialismo”.
“El Proletario” en su número del 17 de octubre
de 1897 proclamaba:
”La lucha de
clases, desconocida hasta ayer en Chile, se empeñará desde hoy, frente a frente
proletarios y burgueses, artistas y profanos, reformadores y reaccionarios,
víctimas y verdugos”.
En
Punta Arenas se fundó en 1897 la Unión Obrera. En su periódico “El Obrero”
proclamó con fecha 2 de enero de 1898:
“La lucha de
clases se desarrolla donde quiera que
existan burgueses y proletarios”.
En
febrero de 1898 se creó en Santiago el Partido Obrero Francisco Bilbao, que el
26 de ese mes afirmó en su periódico “El Trabajo”:
“El obrero no
debe esperar nada de tantos falsos apóstoles. Su emancipación social, política
y económica debe ser obra del obrero mismo y esto lo conseguirá mediante la
unión que hace la fuerza, formando el partido de los explotados”.
En
1907 escribió Luis Emilio Recabarren:
“La
emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos, ha
dicho Karl Marx hace 60 años en Alemania y esta frase inmortal es el faro que
nos guía y vivirá unida con otra del mismo autor: ¡Proletarios de todos los
países, uníos!”.
Comenzaba
a madurar el factor subjetivo que posibilitaría la fundación del Partido Comunista de Chile, el 4 de junio de
1912, y la transformación de la clase
obrera chilena en una clase para sí.
Y en este proceso el Manifiesto
del Partido Comunista de Marx y Engels tuvo gran importancia.
(Exposición del historiador
Iván Ljubetic Vargas, leída por Carlota Espina y el autor en el Panel del
CEILER “170 años del Manifiesto del Partido Comunista)