Iván Ljubetic Vargas, historiador del
Centro de Extensión e Investigación
Luis Emilio Recabaren, CEILER
Eran las 3,30 de la tarde del
sábado 21 de diciembre de 1907. Bajo un sol
abrasador, la multitud se apretujaba en la Escuela Santa María de
Iquique y en la Plaza Manuel Montt. Frente a ella, las negras bocas de fusiles y
ametralladoras que apuntaban
amenazadoramente.
El Intendente de la provincia de
Tarapacá había firmado la orden de desalojar a los huelguistas de la escuela. Tarea
que cumpliría el general Roberto Silva Renard.
Este, montado en un caballo
blanco, se acercó a la gente. Se escucharon las escalofriantes notas de un
clarín...
En medio de un silencio que
presagiaba algo terrible, se escuchó la voz llorosa de un niño:
- Mamá,
quiero hacer pichí.
La madre, Águeda Muñoz, una
curtida mujer proletaria, que había marchado con sus tres pequeños hijos, desde
la oficina salitrera Alianza, intentó
hacerlo callar.
- Aguanta
un poco, chiquillo de moledera...
- Es
que no puedo más, por favor, mamita...
Doña Águeda, tomó a sus tres niños y, abriéndose paso dificultosamente entre la compacta
muchedumbre, se dirigió a los baños de la Escuela. Estaban allí cuando
escucharon descargas de fusilería y ráfagas de
ametralladoras. Gritos de dolor y de ira.
Se había consumado la matanza.
Quizás, por estar allí en los
baños, escaparon de la muerte. Uno de los tres hijos de doña Águeda era Ángela
Henríquez Muñoz, que por entonces tenía tres años. Ella sería, tiempo después,
la madre de esa imprescindible llamada Sola Sierra Henríquez.
Elías Lafertte, testigo ocular de
ese sangriento episodio, escribió:
“El general Silva Renard fríamente
dio la orden de fuego. El ruido de los disparos fue ensordecedor. Los fusiles
disparaban contra la azotea, mientras las ametralladoras tres veces lanzaron
sus cargas de muerte contra el grueso de los pampinos, tres ráfagas, bastantes
para llenar la escuela de cadáveres”.
Más adelante agrega:
“Por las calles empezaron a pasar
carretones de la basura que venían de la Escuela Santa María cargados de
muertos y heridos. Toda la noche desfilaron las carretas para poder trasladar y
hacer desaparecer los dos mil muertos, víctimas de Silva Renard. A los
bomberos, bajo el mando de su jefe John Locked, un inglés que era gerente de la
firma Locked Brothers, se les había asignado la macabra tarea de llenar las
carretas con cadáveres...” (Elías Lafertte: “Vida de un Comunista”, página 59)
El Cónsul de Estados Unidos en
Iquique informó a su gobierno que “la escena después fue indescriptible. En la
puerta de la escuela los cadáveres estaban amontonados y la plaza cubierta de
cuerpos”
Muchos heridos fallecieron en el
Hospital de Beneficencia.
Armando Jobet, padre del historiador Julio César Jobet, que a la fecha era
suboficial del regimiento ‘Carampangue’,
afirma que “en el primer turno de entrega de cadáveres a él encomendado,
contó novecientos”.
El doctor Nicolás Palacios,
relata:
“Los soldados hicieron fuego sobre
el Directorio Central de la huelga. De pie, serenos, recibieron la descarga.
Como heridos del rayo cayeron todos y sobre ellos se desplomó una gran
bandera”.
PARTE DE GUERRA DEL GENERAL ASESINO
Intentado justificar la matanza,
el general Roberto Silva Renard publicó en la prensa un parte de guerra, donde
se decía:
“Ayer, inmediatamente de recibir en la
plaza Arturo Prat, a las 1:45 p.m. y en
circunstancias de revistar las tropas de guarnición y de la marinería, la orden
de reconcentrar en el Club Hípico a los huelguistas, dispuse que evacuasen la
plaza Manuel Montt y la Escuela Santa María, donde se sabía estaba una gran
masa de huelguistas... Pasando por entre la turba llegué a la puerta de la
escuela... El comité respondió desde la azotea y rodeado de banderas se
presentó en el patio exterior ante una apiñada muchedumbre. Hice avanzar dos
ametralladoras del crucero Esmeralda y las coloqué frente a la escuela con
puntería fija a la azotea en donde estaba reunido el comité directivo de la
huelga... Hechas las descargas y ante el fuego de las ametralladoras, que no
duraría treinta segundos, la muchedumbre se rindió”.
Terminaba la desigual “batalla”.
Los pampinos con puños, banderas y gritos contra los fusiles y las ametralladoras de los
asesinos.
¿QUE ES LO QUE HABÍAN PEDIDO LOS PAMPINOS?
En la edición del 21 de noviembre
de 1907 del periódico “La Voz del Obrero”, de Taltal, había
sido publicado el Pliego de
Peticiones de los obreros de la pampa de Tarapacá.
¿Cuáles eran sus peticiones? La elevación de sus salarios de acuerdo con
el alza del costo de la vida, salarios que -en el plazo de tres años- habían
perdido la mitad o más, de su capacidad
de compra.
Solicitaban que las fichas con les
pagaban los salarios fueran cambiadas a la par, es decir sin recortarles
su valor, como lo hacían corrientemente.
Exigían poner fin a los
abusos de que eran víctimas en las pulperías, las que
eran propiedad de las compañías y que
tenían el monopolio de las ventas. Para ello pedían que pudieran ingresar a las
oficinas vendedores particulares. Además, solicitaban colocar al lado afuera de las pulperías una balanza y
una vara, para comprobar que no les robaran – como se hacía habitualmente-
en los pesos y las medidas.
Pedían que las chancadoras (donde se trituraba el
caliche) y los cachuchos (donde se hervía éste a altas temperaturas) fueran
cerrados con rejas de fierro para
evitar-como acontecía con frecuencia- que algún obrero cayera dentro de ellos
encontrando una horrible muerte.
Solicitaban que las empresas
entregaran, de manera gratuita, un local para que funcionara una escuela
nocturna.
Están eran sus “sediciosas”
peticiones.
EL 10 DE DICIEMBRE EMPEZÓ LA HUELGA
Hubo conversaciones de los obreros
con los administradores de las oficinas salitreras. Primero, fueron tramitados. Luego, les
dijeron que los patrones que estaban en Iquique o Londres no aceptaban ninguna
de las peticiones.
Entonces, recién el martes 10 de diciembre de 1907, se inició la
huelga en la oficina salitrera San Lorenzo. En los dos días siguientes, el
movimiento se extendió por toda la pampa de Tarapacá. De las 84 oficinas
salitreras que funcionaban, pararon 76, con un total de 37.411 obreros.
Como lo escribió el poeta popular,
Francisco Pezoa, en su “Canto a la Pampa”:
“Hasta que un día
como un lamento
de lo más hondo del corazón
por las callejas del campamento
vibró un acento de rebelión.
Eran los ayes de muchos pechos
de muchas iras era el clamor,
la clarinada de los derechos
del pobre pueblo trabajador”
EL
GOBIERNO DE PARTE DE
LOS EMPRESARIOS
Era éste un típico conflicto
económico entre los obreros y sus patrones, pero el gobierno de Pedro Montt no
se mantuvo neutral. Desde los inicios del movimiento se puso al lado de los
patrones. El viernes 13, llegaba a
Iquique el crucero ‘Blanco Encalada’, enviado por las autoridades para quedar
de estación en el puerto. El ministro del Interior, Rafael Segundo Sotomayor,
antiguo vecino de Iquique y conocido abogado defensor de los intereses
salitreros de Matías Granja, envió continuos telegramas al Intendente
subrogante de Tarapacá., el abogado
Julio Guzmán García. El primero lo remitió el sábado 14 de diciembre, cuando
los pampinos no llegaban aún a Iquique. En este telegrama ordenaba: “Si huelga
originare desórdenes proceda sin pérdida de tiempo contra los promotores o
instigadores de la huelga; en todos los casos, debe prestar amparo a personas y
propiedades”.
Ese mismo día, la Alcaldía de
Iquique decretó la suspensión hasta nueva orden de los espectáculos públicos y
la clausura de las cantinas.
El
Directorio de la Unión Pampina, que llamó a formar el Comité de Huelga
con delegados de los gremios de Iquique, estaba formado por:
Presidente, José Briggs;
Vicepresidente, Luis Olea;
Secretario, Nicanor Rodríguez Plaza;
Prosecretario, Ladislao Córdova y
Tesorero, José Santos Morales.
VAMOS AL PUERTO, DIJERON VAMOS
No hubo el tal “levantamiento sedicioso” del que habló
Valdés Vergara.
Lo que hicieron fue dirigirse a
Iquique para tener directo contacto con los dueños de las salitreras y con las
autoridades provinciales del
gobierno de Pedro Montt. Partieron el
viernes 13 de diciembre.
“Vamos al puerto
dijeron vamos
en un resuelto y
noble ademán
para pedirle a nuestros amos
otro pedazo no
más de pan.
En la misérrima
caravana
al par que al
hombre marchar se ven
la
esposa amante la madre anciana
y al inocente
niño también”.
Los primeros pampinos llegaron a
Iquique el domingo 15. En absoluto orden. Luego, las autoridades los enviaron a
la Escuela Santa María. Los obreros obedecieron.
Relata Elías Lafertte: “La visión nocturna de la Escuela ocupada por los pampinos era un espectáculo impresionante. Sobre los bancos escolares, los obreros dormían confiados, fatigados después de la larga y esforzada marcha. Un circo, el Circo Sobarán, que funcionaba en la plaza frente a la Escuela Santa María, había suspendido la función por solidaridad, y bajo la carpa, acostados en las sillas de la platea o en el aserrín de la pista, roncaban sonoramente los hombres de la pampa”. (Elías Lafertte: “Vida de un Comunista”, p. 53).
EN ORDEN Y CON INGENUA ESPERANZA
El miércoles 18 de diciembre,
cuando se cumplía el octavo día de la huelga, el periódico “El Tarapacá”
destacaba “la actitud de absoluto orden adoptada por los huelguistas”. Sostenía
que “sus manifestaciones se han reducido
a meetings, desfiles y discursos dentro del terreno de la moderación”. Agregaba.
“En las numerosas oficinas que permanecen paralizadas, el orden se mantiene
inalterable”.
Al parecer el conservador Valdés
Vergara no leía ni siquiera la prensa que representaba sus mismas posiciones
políticas.
Hasta el miércoles 13 de diciembre
de 1907, el gobierno había enviado a Iquique tres barcos de guerra con tropas
del ejército y marinería.
El jueves 19, noveno día de huelga, a las dos de la tarde,
junto a los acorazados Zenteno, Pinto y Chacabuco, que estaban en la bahía de
Iquique, ancló un cuarto barco de guerra. En él
venía el Intendente Carlos Eastman, que había estado en la capital.
Los huelguistas llenaban los
muelles. Aguardaban la llegada del Intendente llenos de una ingenua esperanza. Un
fuerte contingente militar ponía el marco a la escena.
“VENGO A ARREGLAR EL CONFLICTO”
Elías Lafertte describe al
Intendente como: “un viejo delgado, enjuto, vestido de negro”. Relata que
“apenas desembarcó fue cogido en andas por los entusiasmados pampinos y llevado
de esta forma hasta la Intendencia... A
los requerimientos de las masas, se asomó a uno de los balcones y pronunció una
frase, una sola, que, por ser de esperanza, llenó de júbilo el corazón de los
trabajadores.
- ‘No
pensaba volver –dijo- pero me habéis hecho desistir de ello. Traigo la palabra
oficial del Gobierno para arreglar el conflicto’.”
No agregó ni una sílaba más. Pero
los ilusionados pampinos llenaron la tarde con gritos de ¡Viva! y ¡Bravo!
“CON LOS CHILENOS...MORIMOS”
A las dos y media de la tarde del
viernes 20, llegaron a la Escuela Santa María los cónsules de Perú, Bolivia y
Argentina. Pidieron hablar con sus connacionales, que estaban en huelga.
Los instaron a abandonar el local,
advirtiéndoles que si no lo hacían los cónsules no responderían por ellos, que
la cosa era grave, pues los militares tenían órdenes de disparar y las balas no
discriminarían entre chilenos y extranjeros.
La respuesta fue inmediata. Los
obreros argentinos, bolivianos y peruanos se negaron a desertar. Por ejemplo, los bolivianos dijeron a su
cónsul: “Con los chilenos vinimos, con
los chilenos morimos”.
¡Qué bello, valiente y emotivo gesto de internacionalismo proletario!
UN SÁBADO 21 DE DICIEMBRE
El sábado 21 de diciembre de 1907
se perpetró la terrible masacre.
Así lo cantó Francisco Pezoa :
“Benditas
víctimas que bajaron
desde la pampa
llenas de fe
y a su llegada lo
que escucharon
voz de metralla
tan sólo fue.
Baldón eterno
para las fieras
masacradoras sin
compasión
queden machadas
con sangre obrera
como un estigma
de maldición.”
EL CINISMO DE LA REACCIÓN
Francisco Valdés Vergara, en una
conferencia dada el 1º de mayo de 1910, en el Centro Conservador de Santiago,
refiriéndose a lo ocurrido el 21 de
diciembre de 1907, dijo:
”No puedo recordar sin tristeza
aquella tragedia de Iquique que ahogó en un charco de sangre el levantamiento
sedicioso de algunos miles de obreros.
Esta muchedumbre se levantó
amenazante contra el orden, contra los bienes y las personas, se negó a todo
advenimiento inspirado por la justicia,
y hubo de ser sometida, para evitar mayores males, con el empleo severo
de las armas”.
RECABARREN REIVINDICA LA VERDAD
Luis Emilio Recabarren, en su obra
“La huelga de Iquique en diciembre de 1907. La teoría de la Igualdad”,
respondió al reaccionario Valdés Vergara:
“Nosotros conocemos íntimamente la
historia de ese movimiento y hemos reconocido que jamás hubo en Chile una
acción más hermosamente ordenada y tranquila, donde la justicia de esa acción se destacaba.
¿Qué pedían los obreros en huelga?
¿Pedían acaso una monstruosidad? ¿Iban tras una cosa injusta? ¿Pedían una
exageración? ¡No, mis queridos hermanos! Los obreros del salitre reclamaban
estrictamente una cosa justa hasta la evidencia”.
Los hechos, los porfiados hechos,
desmienten a Valdés Vergara. No hubo ningún
”levantamiento sedicioso”, ni el movimiento de los trabajadores fue una
acción “contra el orden, contra los bienes y las personas”.
Los hechos dan la razón a
Recabarren: “ Lo que los obreros del salitre reclamaban, era una cosa justa hasta la evidencia”.
EPILOGO Y LA MEMORIA
No le bastó la matanza. Los
sobrevivientes fueron sacados de la Escuela (donde se encontró el “arsenal” de
las víctimas: 20 cuchillos de trabajo y cuatro revólveres). Trasladados por
cientos de soldados, como un piño de animales hacia el hipódromo. Se aseguró en
Iquique que fueron quinteados (fusilado
uno de cada cinco) esa misma noche. Luego, los restantes llevados a sus
respectivas oficinas salitreras.
RECABARREN ESCRIBE DESDE BUENOS AIRES
Luis Emilio Recabarren conoció de
la masacre estando exiliado en Buenos Aires. Escribió varios artículos sobre
este sangriento hecho en “La Vanguardia”, que se editaba en la capital
argentina. Fueron reproducidos en “La Voz del Obrero”, de Taltal.
En uno de ellos, aparecido el 11
de enero de 1908, denunció: “Las autoridades, que no pudieron conseguir que los
orgullosos capitalistas ingleses aceptaran un medio de arreglo con los
huelguistas, resolvieron desalojar a éstos de los locales que ocupaban... Estos,
que pacíficamente esperaban la solución del conflicto, opinaron que no había
motivos para obligarlos a retirarse, y no se retiraron. Entonces se resolvió la
masacre... Según noticias publicadas el
domingo 22 los obreros han intentado entrar al centro de la ciudad, asaltar los
cuarteles, pero han sido rechazados, y nuevamente victimados, sin resultado
alguno provechoso para los huelguistas. La rebelión quedó sofocada. Los carros
de la basura recogen los cadáveres y los heridos. Muchos sobrevivientes son
arrastrados a la prisión”.
En otro artículo reproducido por
“La Voz del Obrero”, con fecha 13 de enero de 1908, escribe Recabarren: “Uno de
los factores que ha impulsado a la burguesía a proceder tan cruelmente, en la
destrucción de este movimiento obrero que pedía justicia, es el gran temor que
tienen de ver extenderse una agitación obrera, en estos instantes en que
carecen de fuerzas armadas suficientes a causa del fracaso de las leyes
militares. Emplear la crueldad extrema, infundir el terror en el menor tiempo
posible, desbaratar toda organización que pueda resistir, he ahí el plan de los
burgueses chilenos.”
UN RECUERDO DE UNA DIRIGENTE FEMENINA
El 12 de diciembre de 1915 “El
Despertar de los Trabajadores”, de Iquique, publicó un recuerdo de los mártires
de la Escuela Santa María, hecho por la dirigente femenina Catalina Agüero:
“Pasarán los años, vendrán otras edades, otros tiempos y la torpe cobardía de
ese inútil asesinato, no será nunca disculpada, porque no podrá concebirse
jamás tan inicua inmolación, que por sostener el lucro de unos centenares de
ambiciosos explotadores, haya consentido, haya ordenado el gobierno a sangre
fría, con la más ruin alevosía la masacre de miles de trabajadores, por el solo
hecho de tener hambre y frío y pedir ropa y pan para acallar sus necesidades”.
LOS ASESINOS
Los responsables del crimen tienen nombres concretos:
Presidente de la República: Pedro
Montt
Ministro del Interior: Rafael
Sotomayor
Intendente de Tarapacá: Carlos
Eastman
Jefe de Plaza y autor material:
general Roberto Silva Renard.
Abogado de los patrones
salitreros: Antonio Viera Gallo.
No olvidemos sus nombres y los intereses que representaban.
CONTRA EL MOVIMIENTO OBRERO
Esa masacre, tuvo por objeto no
sólo aplastar brutalmente una
legítima huelga obrera, que sólo exigía
otro pedazo no más de pan. Sino que tuvo otro objetivo más amplio: destruir el potente movimiento
sindical clasista, que había surgido en enero de 1900 al aparecer en el
escenario chileno las primeras organizaciones sindicales: las
Combinaciones Mancomunales de Obreros.
Las Mancomunales, que hacia 1907 habían alcanzado gran fuerza en numerosos puntos del país, desaparecieron en diciembre de ese año.
Lo ocurrido en Iquique en 1907 fue, expresado en términos modernos, una guerra preventiva contra el enemigo interno.
Con la masacre de la Escuela Santa María, se abrió un período de reflujo del movimiento sindical, que sólo comenzó a superarse hacia 1912, gracias a la labor de Recabarren.
La Masacre de la Escuela Santa
María, fue una de las 55 matanzas perpetradas por las clases dominantes contra
el pueblo chileno en el siglo XX, a las
cuales se agregó el terrible genocidio llevado a cabo por la dictadura
de Pinochet.
Debemos permanecer alertas,
sin olvidar lo que nos advierte la
Canción Final de la Cantata Santa María de Luis Advis:
“Ustedes que ya
escucharon
la historia que se contó,
no sigan allí sentados
pensando que ya pasó.
No basta solo el recuerdo,
el canto no bastará.
No basta sólo el lamento,
miremos la realidad.
Quizás mañana o pasado,
o bien en un tiempo más,
la historia que han escuchado
de nuevo sucederá.
Es Chile un país tan largo,
mil cosas pueden pasar
si es que no nos preparamos
resueltos para luchar”.



