80 AÑOS DE NERUDA
por José Miguel Varas
En 1934, hace de esto medio siglo, un poeta presentaba en Madrid a otro poeta. El que presentaba se llamaba Federico García Lorca. El presentado era Pablo Neruda. Nos ha quedado, de aquella velada memorable, en la que el chileno leyó por primera vez sus versos ante un público literario español, un texto no menos memorable, penetrante y hermoso, por momentos insuperable en cuanto a la sintética caracterización de la poesía de Neruda.
"Esto que yo hago se llama una presentación en el protocolo convencional de conferencias y lecturas, pero yo no presento, porque a un poeta de la calidad del chileno Pablo Neruda no se le puede presentar, sino que con toda sencillez, y cobijado por mi pequeña historia de poeta, señalo, doy un suave, pero profundo toque de atención.
Y digo que os dispongáis para oír a un auténtico poeta de los que tienen sus sentidos amaestrados en un mundo que no es el nuestro y que poca gente percibe. Un poeta mas cerca de la muerte que de la filosofía, mas cerca del dolor que de la inteligencia, mas cerca de la sangre que de la tinta. Un poeta lleno de voces misteriosas que afortunadamente el mismo no sabe descifrar; de un hombre verdadero que ya sabe que el junco y la golondrina son mas eternas que la mejilla dura de la estatua".
Y dice mas adelante Federico:
"La poesía de Pablo Neruda se levanta con un tono nunca igualado en América de pasión, de ternura y sinceridad... Se mantiene frente al mundo lleno de sincero asombro y le fallan los dos elementos con los que han vivido tantos falsos poetas, el odio y la ironía. Cuando va a castigar y levanta la espada, se encuentra de pronto con una paloma herida entre los dedos".
1934... qué lejos parece y qué de cosas tremendas iban a ocurrir en el tiempo más cercano. En los dos años siguientes a aquella gozosa velada poética, el comienzo de la guerra civil española y el asesinato horrible de García Lorca.
Y en un nuevo lapso, igualmente breve, la locura del fascismo desatado, la guerra mundial.
En aquella mágica presentación de hace medio siglo está en gran medida la dimensión de Neruda como poeta, pero no está entera. Falta su gran desarrollo posterior, que Federico no podía anticipar, como gran poeta civil y político, como cantor épico de Stalingrado, como vocero de su pueblo.
Para los chilenos de mi generación y también de las posteriores, Neruda significa cosas diversas. Lo fuimos encontrando en momentos sucesivos de nuestras vidas: al descubrir el amor, al interrogarnos con angustia sobre el futuro y el origen del mundo, al buscar las esencias de la Patria, al ser arrastrados por las luchas sociales y políticas. En él se nos daban a los chilenos fundidos en un solo poeta de múltiple registro, los temas y las voces de Pushkin y Maiakovsxi, Essenin y Blok. Nos parecía, a los que éramos jóvenes, que se interrogaba junto con nosotros. Era más que el padre, el hermano. En fin de cuentas era el vate, aquel capaz de decir antes, más profunda y certeramente, lo que en nuestra conciencia era todavía germen, nebulosa, confusión.
Creo que con el tiempo, naturalmente, el llegó a asumir ese papel de manera consciente. Pero polemizando con otro de nuestros grandes poetas, el resplandeciente y soberbio Vicente Huidobro, que afirmaba que "el poeta es un pequeño Dios", en su discurso de Estocolmo, al recibir el Premio Nobel, Pablo definió su misión en otros términos:
"El poeta no es un "pequeño dios". No, no es un "pequeño dios". No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. El cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, como una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de una sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de su mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte, los poetas tomaremos parte, en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera".
Yo leí a Neruda por primera vez en los últimos años del liceo. Allá por 1943 ó 1944. Algunos de mis compañeros usaban y recomendaban el libro "20 poemas de amor y una canción desesperada" como un manual de operaciones, como un sistema de conjuros para obtener conquistas amorosas fulminantes. Los "20 poemas", que es el libro de poesía más editado, reeditado y difundido en América Latina, según estudios editoriales, no contienen ningún tipo de instrucciones para afrontar las escaramuzas del amor. Pero su lectura, especialmente a media voz y en la soledad de dos ("me gustas cuando callas/porque estas como ausente") producía -produce, supongo, todavía- un clima, un estado de ánimo, una languidez del espíritu y del cuerpo, propicios a las efusiones.
Yo descubría en aquellos años el amor, como cualquier adolescente, pero abominaba del romanticismo. No me había iniciado en el deporte de la poesía. Prefería el fútbol. Debo acusarme de haber hecho alguna parodia de mal gusto de aquellos "20 poemas", cuya profundidad comprendí mucho más tarde.
En cambio, cuando llegó el trance angustioso del término de los estudios secundarios y la decisión sobre lo que parecía ser el camino definitivo en la vida, Universidad o trabajo, ser adulto por fin, todo ello en medio de los cataclismos de la adolescencia y del término de la guerra mundial, vino el descubrimiento del otro Neruda, el de "Residencia en la tierra", aquella colección de poemas torturados y sombríos que el poeta escribió siendo solitario cónsul de Chile en remotos países asiáticos, cono Java, Birmania o Indochina. Leíamos aquel libro seriamente, a solas o en grupos, nos sometíanos a interrogatorios mutuos sobre las posibles interpretaciones de los pasajes oscuros. Sin comprender totalmente, sentíamos que aquella voz desolada decía de algún modo aquello que nos inquietaba, que hablaba por nosotros.
Luego, la inmersión en la vida política también estuvo ligada a Neruda, quién después de su libro "España en el corazón", sobre la guerra civil española, iba completando una compleja evolución que lo condujo a ingresar al partido Comunista de Chile, en 1945, en un acto público resonante donde se declararon comunistas, junto con él, otras figuras eminentes de la intelectualidad de Chile como el director de la orquesta sinfónica, Armando Carvajal y el científico Alejandro Lipshütz. Poco después, Pablo era elegido senador, en representación de los trabajadores, en su mayoría mineros, de las provincias "rojas" del Norte.
Vinieron acontecimientos tumultuosos y singulares, de esos que convulsionan a un país entero y que obligan a tomar posición a mucha gente.
En 1946 fue elegido Presidente un político burgués llamado Gabriel González Videla, que había hecho una fulgurante carrera como "izquierdista". Fue elegido con apoyo de una coalición política en la que participaba el PC y en su gobierno, por primera vez en la historia del país, hubo ministros comunistas. Aquello duró poco. En 1947 estallaba la "guerra fría", llegaban a su término los gobiernos de izquierda en Francia e Italia. EE.UU. hacia del anticomunismo el elemento esencial de su política y en el lejano y dependiente Chile, aquel Presidente "izquierdista" daba una voltereta espectacular, anunciaba el estallido de la III guerra mundial a pocos meses plazo e iniciaba una enconada persecución contra el Partido Comunista. Miles dé comunistas fueron detenidos y lanzados al campo de concentración de Pisagua o esparcidos por las inhóspitas islas del sur.
La voz del senador y poeta Neruda se alzó en aquel instante poderosa y elocuente. Su discurso "Yo acuso", impreso como panfleto, circuló por miles. Muchos, que no éramos entonces comunistas, salimos a venderlo por las calles. El poeta pasó a la clandestinidad. La policía lo buscaba sin éxito. Circulaban poemas suyos en ediciones ilegales. Poemas muy diferentes de todos los que antes escribiera, poemas de tono heroico, patriótico, con timbre de clarín y un sabor a 1810, al tiempo de la lucha por la Independencia.
Más tarde tuvo que salir del país disfrazado de arriero, con espesa barba negra, cruzando a caballo la cordillera de los Andes. En parís, en Praga, en Moscú, en Varsovia, en Roma fue un gran agitador internacional de la causa de Chile, se convirtió en un gran propagandista del socialismo, fue figura influyente del movimiento mundial por la paz, entre cuyos fundadores figura. En congresos de escritores, y en mítines de masas, por sobre las barreras de los idiomas más diversos, su palabra adquirió nuevo influjo y universalidad. Creció, se desarrolló su personalidad. Su estilo poético y su lenta manera personal, el misterio indígena de su rostro inmóvil, la monotonía envolvente de su voz nasal: todo aquello fue impregnándose en multitudes del mundo y aumentando su influencia en Chile, donde una juventud inquieta esperaba anhelante sus palabras.
Se sucedían los versos en inagotable catarata. El "Canto Generál", volumen de gran formato, de 450 páginas, fue editado y distribuido clandestinamente en Chile en 1950. En publicaciones legales o clandestinas aparecían continuamente sus poemas, enviados desde diversos puntos del planeta, y también sus discursos y mensajes políticos, frecuentemente no menos poéticos.
La clandestinidad reducía, naturalmente, la voz pública del Partido Comunista. Dificultaba la difusión de sus documentos. Neruda rompía de manera sorprendente todos los limites, incluso los sociales. Atacándolo con encono, la prensa enemiga contribuía a levantarlo más. Crecieron en aquellos años inmensamente su prestigio literario y su autoridad política, su proyección múltiple en la vida nacional. Sin dejar de ser el poeta del amor y del vino, del esplendor de la naturaleza, de la contemplación de la mujer, la tierra y el mar, fue además, hermano, padre, guía: el compañero sabio que indicaba el camino de la revolución.
Neruda contribuyó inmensamente, talvez más que muchos volúmenes de reportajes, a crear conciencia en los chilenos de la existencia y del papel histórico de la Unión Soviética. Nos enseñó y sigue enseñando a los niños y jóvenes de hoy, a respetar y a amar la Patria de Lenin, tan lejana, tan exótica, tan diferente de la nuestra, que salvó a la Humanidad de la esclavitud fascista al precio de un mar de sangre y que encarna los sueños y las esperanzas milenarios de los humillados y ofendidos.
En los casi 11 años de régimen fascista en Chile, desde el golpe militar de 1973, su obra ha desempeñado un papel verdaderamente fantástico. Así como los empedernidos lectores de la Biblia de algunas religiones reformadas buscan respuestas a sus dudas o inquietudes abriendo el libro al azar... también algunos chilenos de este tiempo, en el país o en el exilio, acuden a Neruda en busca de consuelo, de esperanza, de orientación, o de una ráfaga de jazmín patrio. Las nuevas generaciones, los jóvenes de hoy, que no vivieron la II guerra mundial ni las represiones de 1947 a 1950, descubren de nuevo a Neruda, recitan sus "20 poemas de amor" y además imprimen en hojas clandestinas sus llamados al combate de hace 30 años o mas.
En octubre del año pasado, conmemorando 10 años de su muerte, 8 mil personas repletaron el teatro Caupolicán, el gran teatro-circo de Santiago. Fue una gran velada cultural, poética, con música y danza. Fue también, claro está, un gran acto político. Hubo un solo discurso, de Matilde, su compañera. Al final, ella pidió que no se considerara a Neruda muerto. Que no se le rindiera homenaje, como es costumbre, con un minuto de silencio, sino con un minuto de aplausos estruendosos, de gritos de combate y alegría. El teatro casi se vino abajo en una explosión espontanea, no ensayada, ensordecedora, de 8 mil gargantas, en un vítor prolongado, indescriptible, lleno de vida como nuestro poeta que nació hace 80 años en el pueblo de Parral.
Publicado en: Boletín del Exterior N°67
septiembre - octubre 1984
paginas 65 al 70
Partido Comunista de Chile