Editorial de El Siglo, edición 1677 del 15 de agosto de 2013
Por qué una
reforma tributaria “de verdad”
En esta edición del semanario, Hugo Fazio, cuyos saberes y honestidad
intelectual no requieren de argumentación, nos entrega un conjunto de
antecedentes y consideraciones en abono de la necesidad de “una reforma
tributaria de verdad, que genere ingresos con cargo a los sectores que se han
beneficiado con la aplicación del modelo económico”.
Acerca de la inequidad del modelo tributario imperante en Chile, entrega el
destacado economista cifras más que elocuentes, como por ejemplo la carga
tributaria a la gran minería del cobre existente en Chile y la misma en otros
países, o el rendimiento del más regresivo de los impuestos, el IVA, que grava
en un porcentaje realmente “terrorista” el de por sí menguado consumo de la
mayoría de la población.
Como es natural, la discusión en torno a la pertinencia de una reforma
tributaria, su estructura y los plazos de su implementación, se encuentra en el
centro mismo del debate electoral.
Algo cierto e innegable es que en nuestro país la carga tributaria está
deficientemente repartida. Ello se manifiesta incluso al nivel de las patentes
municipales, como más de un ejemplo aberrante ha salido a luz en estos días.
Una pregunta que subyace en este debate es si una reforma tributaria -“de
verdad”- es justa porque la demandan las grandes mayorías, o la demandan las
grandes mayorías porque es “justa”.
Si es cierto aquello de que el pueblo es portador de la verdad -“vox
pópuli, vox Dei”- respondida está al menos parcialmente esa pregunta.
Las grandes movilizaciones sociales del último tiempo, no se quedaron en la
sola protesta y demanda: “incurrieron” en propuestas realistas y argumentadas. Una
de ellas y muy central: la reforma tributaria.
A mayor abundamiento, reclama la mayoría del país una reforma que la libere
de la desproporcionada carga de aportar tan significativamente con sus
menguados recursos a los ingresos fiscales. Y protesta por la injusticia que se
consuma diariamente al liberar de sus responsabilidades a las grandes empresas,
nacionales y extranjeras, así como a otros “grandes contribuyentes” que
disponen de un vasto arsenal de recursos -no todos, legítimos- para ocultar o
disfrazar sus utilidades y no contribuir de la manera proporcional que les
corresponde a esos ingresos fiscales.
Se justifica la reforma tributaria también y privilegiadamente por la
necesidad de financiar desde el Estado otras reformas urgentes, entre ellas las
de la educación y de la salud. Y es que si se es sincero al concluir en esa
urgencia luego de los abrumadores diagnósticos de lo que se observa en esas
áreas tan sensibles, forzoso será concluir que se debe hallar una fuente de
recursos para que el Estado aborde con seriedad, y a plazos no “eternos”, los
cambios de fondo.
Tiene, pues, esa reforma que estará presente en la disputa por el poder,
tanto la virtud de corregir la injusticia tributaria –un objetivo- como de
proporcionar los recursos requeridos para otras reformas –un medio.
Uno solo de estos propósitos bastaría para justificarla. La suma de ambos
–medio y objetivo- argumenta decisivamente su carácter de urgente.
EL DIRECTOR