lunes, 20 de junio de 2011

Intervención de Ciro Oyarzún en el Acto de la Embajada de Cuba en el Homenaje al Ché



Intervención de Ciro Oyarzún en el Acto de la Embajada de Cuba en el Homenaje al Ché.



Debe haber sido a finales de 1960. Digamos dos años después de la derrota de la tiranía de Batista. Prácticamente dos años transcurridos desde el ingreso de Fidel a La Habana.

El que habla, militante de la Juventud Comunista, egresado de Ingeniería de la gloriosa Universidad Técnica del Estado, escribe una carta destinada al Ministro de Industria, La Habana, Cuba. En ella, con toda la ingenuidad y desenfado propios de la juventud señalo que quiero ir a contribuir con mi trabajo a Cuba. Al mismo tiempo digo que son mis deseos, pero que no tengo manera de financiar mi viaje. Es decir, eran sólo los sueños, la pura utopía.

El ministro a quien fue dirigida la carta se llamaba Ernesto Guevara, más conocido como el Ché.

Al poco tiempo me llega una respuesta a través de la Embajada de Cuba, en la que se me indica que estoy contratado, contrato que firmo en la Embajada, y que hay un pasaje a mi disposición para viajar a La Habana. Debo hacerlo en abril de 1961, viaje que se ve interrumpido por la invasión norteamericana en Playa Girón. Al fin de cuentas llego a Cuba en julio de 1961. Justo para vivir el primer cambio de moneda hecho en la Isla, organizado por el Che como Presidente del Banco Nacional de Cuba antes de ser designado Ministro

Variadas son las vivencias del trabajo con el Comandante Guevara.

Después de algunos meses en el Departamento de Evaluación de Proyectos se me designa a cargo de la Dirección de Inversiones. Esto significaba ser miembro del Consejo de Dirección del Ministerio. El Consejo estaba constituido por los viceministros y directores y era presidido por el Comandante. Se reunía todos los lunes a las ocho de la mañana.

En el trabajo en el Consejo de Dirección se ponían de manifiesto sus condiciones de organizador, su lucha permanente contra lo mal hecho y contra las soluciones maniqueas.

Nunca duro en el hablar, sin bravuconadas, pero exigente.

Traigo a recuerdo ahora, en este orden de cosas, un incidente personal con el Comandante. Me van a permitir que me detenga un momento en la relación de los hechos de esta anécdota.

Siendo yo Director de Construcciones y Recursos Hidráulicos de la Junta Central de Planificación –JUCEPLAN- cargo al que, dicho sea de paso y contra mi voluntad, el Comandante me había designado, o sea, a contrapelo de mis deseos de seguir en el Ministerio de Industrias que era para mí como mi hogar primigenio, debe haber sido en 1964, ocurrió lo que ahora viene a cuento.

El Presidente de la JUCEPLAN era Osvaldo Dorticós, simultáneamente Presidente de Cuba. El Presidente viaja al exterior y el Che, que era una suerte de Comisario Político de este organismo, toma momentáneamente el control de los asuntos.

Ocurre que un Comandante del Oriente de la Isla viaja a La Habana con un petitorio importante de máquinas para la construcción. Me reúno con él y le informo al Che. Este me instruye que envíe a Oriente a un ingeniero de mi Dirección a analizar en el terreno la solicitud. Simultáneamente me llama la Secretaria de Dorticós - Jefa de Gabinete diríamos aquí en Chile- indicándome que no envíe a nadie todavía porque hay gestiones pendientes de la compañera Celia Sánchez. Así lo hago, viniendo de quien viene el recado.

En los días siguientes vuelve el Che a una reunión de control de los asuntos que estaban en proceso. Pancho García Valls, Vicepresidente de JUCEPLAN, me pregunta del tema y le informo que yo no he enviado al susodicho ingeniero. Nos reunimos con el Comandante. Le digo que el ingeniero no ha viajado todavía, cosa que ya el Che sabía. Me mira y me dice, en un tono absolutamente coloquial y tranquilo: Ciro, tú no sabes que cuando se da una orden es para cumplirla?. Era el guerrillero el que me estaba hablando. Mi respuesta fue: sí, Comandante.

Visto lo vivido estaba claro para mí que no tenía sentido decir que me había llamado fulana de tal invocando el nombre de Celia Sánchez. Tenía que asumir mi responsabilidad simple y llanamente. Así lo hice. Salí de la reunión, localicé a mi ingeniero y le dije búscate el primer vuelo para Santiago de Cuba y trae la información.

Así son las anécdotas que llenan la vida. Ahora lo cuento como un hecho simplemente singular, pero cuando las cosas ocurrieron más que singulares eran trascendentes.

Es imposible no recordar al Che y su vínculo con los trabajos voluntarios. Muchos fines de semana en la época de zafra viajaríamos a cortar caña de azúcar. En lo personal me es imposible también olvidar las veces que el Che viajó, como un simple machetero voluntario, en el camión con todos nosotros, rumbo al cañaveral. En su condición de asmático debía detenerse, al borde del ahogo, para después de un leve descanso seguir cortando caña con esa tenacidad gigantesca que lo caracterizaba.

Recuerdo una vez que cortábamos caña en Bahía Honda. Se estaba construyendo una represa en el rio Mosquito allá por las vecindades de Mariel, al Occidente de La Habana. En mi calidad de director de las obras hidráulicas el Che me pregunta cómo va la construcción. Le informo y me dice vamos a verla. Así, después de una dura jornada, como son las de corte de caña, en vez de ir al descanso, partimos en su auto con sus escoltas rumbo al Mariel a ver la represa en el rio Mosquito. Regresamos tarde a La Habana, con el sudor y los recuerdos del cañaveral en nuestros cuerpos. Me pasa a dejar donde vivo. Se arma un gran alboroto cuando la gente ve que en el auto viene el Che.

En esto del trabajo voluntario debo recordar que durante un tiempo fuimos a hacerlo a la Textilera Mayabeque. Los fines de semana nos hacíamos cargo de uno de los turnos de noche. Terminábamos pienso que a las siete de la mañana. En más de una ocasión llegamos a La Habana después de haber trabajado toda la noche y nos reuníamos en el Ministerio, los miembros del Consejo de Dirección, a examinar algunos temas urgentes. Eran tiempos hermosos, pletóricos de juventud y entusiasmo.

Una característica reconocida del Che era su interés por el conocimiento.

Con profesores notables, como el hispano soviético Mansilla, estudió en profundidad el Capital de Carlos Marx.

Con el profesor cubano Villaseca profundizó en el conocimiento de las matemáticas que, en su calidad de médico, quizás tenía como lo más avanzado el estudio de las estadísticas.

En esos sus afanes de estudiar matemáticas tuve el privilegio de participar en un curso de matemáticas superiores que él organizó. Eramos seis o siete alumnos, él incluido. Nos juntábamos un día a la semana, al atardecer, en su oficina, a recibir las clases de un profesor de la Universidad de La Habana de apellido Martí. Todos conocíamos, por nuestra formación, ese lado de las matemáticas llamado Cálculo. O sea, de derivadas e integrales. El único que no debería estar en nuestro grupo era el Che, por su formación de médico. Sin embargo, salía igual que cualquiera de nosotros a la pizarra a resolver los problemas planteados por el profesor. En medio de las tareas revolucionarias había estudiado y adquirido esos conocimientos.

Este curso quedó inconcluso. Finalmente viajó al Congo y luego a Bolivia donde sería asesinado.

En octubre de 1962 el mundo vivió la llamada Crisis del Caribe o Crisis de los Cohetes. Nosotros, en Cuba, en el ojo del huracán, sentíamos más que nadie una posible hecatombe nuclear. Con serenidad y sin estridencias nos preparábamos. Limpieza de armas hasta el amanecer, vacunación masiva contra el tétano, etc, etc.

En el Ministerio de Industria tuvimos una última reunión del Consejo de Dirección presidida por el Comandante. El partió a sus tareas militares en el Occidente de la isla. Los que quedamos debíamos adoptar las medidas para iniciar la producción para tiempos de guerra prevista en el plan de la economía. Así fue hecho.

En alguna otra ocasión he comentado algo que es útil para destacar la personalidad del Che y que quiero recordar hoy día.

Un notable científico francés, André Voisin, especialista en maximizar la producción de pastos para maximizar a su vez la de leche y carne, fue invitado por la revolución para que transmitiera sus hallazgos.

Voisin llega en la noche a La Habana. Lo espera en el aeropuerto Fidel. Al día siguiente la prensa publica una declaración escrita por el sabio francés. En ese testimonio dice cosas como estas que hoy transcribo en forma aproximada:

“Al llegar al aeropuerto, para mi sorpresa, me estaba esperando el Primer Ministro del Gobierno. No es normal que a un simple estudioso lo reciba el jefe de un gobierno.”

Continúa Voisin: “Me condujo hasta el lugar donde residiría y estuvo toda la madrugada hablando conmigo de fertilizantes, producción de pastos, de leche y de carne.”

El sabio francés termina diciendo: “Anoche he conocido la grandeza humana”

Por mi parte, parafraseando a Voisin, quiero decir también que quien haya conocido al Che conoció la grandeza humana.

Muchas gracias