lunes, 28 de febrero de 2011

MI DEUDA DE AMOR



MI DEUDA DE AMOR

Desde un muro del camino Cintura de Valparaíso, se desprende suavemente mi antiguo alumno. Su rostro diáfamo, risueño, con el bigotillo que adorna su labio superior. Sus ojos negros, límpidos, transparentes, agudos, afectuosos me acogen como un cálido abrazo fraterno.

No puedo detener mis lágrimas, sollozos ahogados en mi pecho. Un nudo atorándome la garganta. Impotencia, recuerdos, recuerdos..

Años atrás, noche otoñal, miraba la vitrina de una zapatería, cuando una voz infantil le dice a su madre “ ¡Mamá, mamá…mi señorita de la Escuela….¡está aquí en la calle! El niño, al llegar a la escuela, me encontraba adentro y al despedirse al término de la jornada con un besito de despedida, yo seguía allí.

Si, si – respondió la madre amablemente- también ella sale de compras - y nos despedimos con un efusivo abrazo hasta el día siguiente.

Alejandro, el menor de siete u ocho hermanos. Su madre había sido distinguida como la mejor madre del sector por su dedicación y entrega a la familia. Su padre un esforzado hombre de bien. Niño bien cuidado, inteligente. Cuando cursaba segundo básico su madre muere de cáncer. Yo acompaño a la familia en el sepelio. Terminada la ceremonia en el cementerio, el niño le dice a su padre y hermanos –“ Ahora yo me voy con mi señorita Sonia, ella es mi segunda mamá” Yo turbada, emocionada, no supe qué hacer. El chico había cogido mi mano. No recuerdo los argumentos que le dieron los familiares para desprenderse de mí, mas fue sin llanto ni coacción imprudente.

Evoco el vínculo maestra- alumno, fraternal, sin problemas. En cuarto año básico, enseñé los primeros movimientos de ajedrez. Alejandro ya los sabía por sus hermanos con los cuales practicaba, convirtiéndose en un experto.

En séptimo año fue campeón comunal y provincial de ajedrez. El Director de la Escuela, ufano de su alumno, lo llevaba en su auto a las competencias. Fotos en el diario La Estrella del puerto. Las fotos de Alejandro, pegadas a un mural, servían de publicidad al establecimiento.

Pasaron los años. Dejé de saber de esa camada de alumnos, los que ya jóvenes, me saludaban en la calle.

Un día de agosto ¿1988? Caminando por el centro de Valparaíso, un joven alto, buen mozo, me alza en un abrazo dejándome en el primer escalón de acceso a una tienda, para quedar a su altura. “Míreme, míreme señorita Sonia” . reconozco sus límpidos ojos, alegres. -¡Alejandro Pinochet!. –“Sí señorita Sonia. Seré profesor de Ciencias Sociales como usted. Me falta poco. ¡Seremos colegas!”

Nos despedimos contentos. Yo, agradecida de mi profesión que me daba esa satisfacción moral de gratitud.

En octubre, otro ex alumno, viene a mi casa a darme la noticia: “Alejandro fue secuestrado por la CNI en Santiago”. Nadie sabe lo que lo ocurrió, nadie más que los captores.

Cuando difundí la noticia en la Escuela, baje al sub mundo de la cobardía. El Director no lo recordaba. Todos mis colegas se excusaban de no reconocerlo como un alumno regular. Sólo una colega amiga, me consoló y lo reconoció.

¡Alejandro Pinochet Arenas! Detenido desaparecido….he asistido a manifestaciones de familiares de detenidos desaparecidos. He visto a tu padre, añoso luchando por encontrarte. Fuiste de los últimos mártires del gobierno militar.

En el Cerro Mesilla, Camino Cintura, encontré tu cara mirándome desde un muro.

Escribo estas letras con los ojos húmedos.

Espero que me abraces cuando marche a tu dimensión.

Sonia Farías Silva.