jueves, 5 de abril de 2012

UN TAL CORREA


LIBERTAD PARA LUIS CORVALAN


por José Miguel Varas.

No ha sido costumbre de los comunistas chilenos celebrar los cumpleaños de sus dirigentes. Entre nosotros, esas fechas - ignoradas por la prensa partidaria - motivan sólo fiestas intimas y el saludo o el regalo de los familiares y amigos más cercanos. No adquieren carácter político. En el país, en general no ha existido tampoco el hábito de efectuar fiestas públicas con ocasión de las fechas de nacimiento de gobernantes o figuras prominentes del Estado.

Excepción notoria fueron los cumpleaños de Neruda: sus 50; 60; 65 años, originaron celebraciones que tuvieron caracteres de festivales de la cultura. Por lo demás, no faltaron, a la derecha y a la izquierda, quienes lo criticaran. Recuerdo que fue precisamente Luis Corvalán quién dió respuesta a esas criticas:

- El cumpleaños de Pablo no es el cumpleaños de cualquier hijo de vecino. El es un monumento nacional y un poeta internacional. Al celebrarlo no lo endiosamos, no hacemos más que reconocer el valor de su obra y de su posición política. Además - agregaba con un guiño - , esto es bueno para el Partido.

No hacen falta razones para Justificar los homenajes que se rinden a corvalán en sus 60 años, que cumple en el campo de prisioneros de Tres Alamos. Por su trayectoria como dirigente, por su conducta en la prisión, los merece.

Si aún asi él insistiera ( es lo más probable ) en considerarlos innecesarios, podríamos replicarle con sus propias palabras:

- Esto es bueno para el Partido, compañero.

o o o

Lo conocí en 1930. Me lo presentó Joaquín Gutierrez (1) mientras caminábamos por la calle San Antonio, en una de nuestras habituales conversaciones peripatéticas que nos llevaban desde la Librería Nascimento, donde trabajaba Joaquín, hasta el Correo Central de la Plaza de Armas y de vuelta a la librería; que nos llevaban desde la política chilena a la literatura rusa, al ajedrez, a la teoría del conocimiento, al fútbol y de vuelta a la política.

Eran tiempos difíciles para el Partido Comunista, ¿Cuándo han sido fáciles? Tiempos de ilegalidad y represión, Yo era un militante muy reciente - había asistido a mi primera reunión de célula en septiembre de 1949, todavía no me habituaba a mi nombre de Partido, Vicente - y sufría de una especie de picazón político - ideológica que me hacia tratar de leer, saber, entender y asimilarlo todo al plazo más breve que me llevaba a poner en tela de juicio y a intentar readecuar a la nueva concepción del mundo que se abría ante mi de manera deslumbrante, todo lo leído, aprendido y sentido en mis 21 años de vida. Por eso, mis conversaciones con Joaquín, militante antiguo, se componían especialmente de preguntas y respuestas, mis preguntas y sus respuestas.

Vamos caminando, pues, por la calle San Antonio cuando veo de pronto que Joaquín se inclina profundamente para dar la mano a un hombre pequeño y delgado que ha aparecido misteriosamente caminando a nuestro lado. La profundidad de la inclinación no se debe a alguna forma arcaica de cortesía, sino a razones físicas; Gutiérrez mide algo más de un metro noventa, el desconocido tendrá apenas un metro sesenta.

- Este es el compañero Correa - me dice Joaquín,

EI hombre saluda sonriente. Sus ojos casi desaparecen entre muchas arrugas del tipo que en Chile llamamos "patas de gallo", arrugas de alguién que sabe tomar a la vida con humor. Nariz agüileña, pelo oscuro, bigote, vestimenta modesta. Camisa blanca gastada pero limpia, corbata oscura. El aspecto da un chileno pobre, cara de obrero o campesino.

- ¿ Y cómo va la casa ? - pregunta Joaquín.

El hombre sonríe de nuevo, y cuando sonríe me doy cuenta que involuntariamente yo también sonrio. Inicia entonces un minucioso relato que continúa mientras nos tomamos una tacita de café, sentados ante una mesita en una fuente de soda. Habla con palabras absolutamente simples, del lenguaje diario, pero su relato tiene una vivacidad, un color, una fluidez, que me hacen pensar que talvez sea un escritor, alguno de los misteriosos escritores proletarios amigos de Joaquín.

Bueno, los compañeros lo han liberado de tareas por dos días para que pueda avanzar más rápido en la casa, aprovechando el buen tiempo. Es la casa que está construyendo él mismo con la ayuda de su suegro, hombre entrado en años pero con mucha practica en hacer adobes. Bueno, no propiamente una casa, es sólo una pieza con techo. Ahí van a vivir é1, su conpañera, su hijo, su hija recién nacida, su suegro y su suegra. Poco lugar para tanta gente, pero , ¿qué se va a hacer? Los pesos son escasos. Los funcionarios no nadan en la abundancia.

- ¿Funcionario público? - pregunto yo con inocencia.

Joaquín y Correa ríen largamente. Yo miro primero a uno, después al otro, sin entender. Ríen aún más.

- No, compañero - dice al fin Correa, - funcionario del Partido. Me quedo con la boca abierta. La idea de que el Partido tiene funcionarios, es decir hombres que reciben un salario para dedicar todo su tiempo a la actividad política, a la Revolución, me parece una revelación maravillosa. Al mismo tiempo advierto que se trata de funcionarios pobres; aún más; pobrísimos.

Porque a Correa están a punto de lanzarlo a la calle. No puede pagar el arriendo, que acaban de alzar. El dueño lo echa con su compañera y sus hijos y sus suegros, del decrépito caserón en que viven. Por lo tanto, un compañero profesor le ha ofrecido un sitio, en un "loteo" de la Comuna de La Cisterna. Puede considerarlo suyo, pero el profesor no puede darle más que ese pedazo de suelo pelado. La casa tiene qua ponerla Correa.

Miro con ilimitado respeto a este hombre sonriente que tiene un plazo fatal de dos semanas para levantar una vivienda para él y su familia y que, si no logra hacerlo, se quedará en la calle, sin techo, sin ni siquiera la posibilidad da alojar temporalmente en un hotel.

Joaquín formula preguntas técnicas; dimensiones del adobe, técnica da la mezcla del agua con la tierra y con la paja, duración del proceso de secado, forma de colocación de los adobes, método para asegurar la verticalidad de los muros, etc.,etc. Correa responde a todo con precisión y humor. El barro hay que formarlo en un hoyo excavado a pala, "a pura pata", como quien pisa uva. Hay que sacarse los pantalones, para no ensuciarlos, los adobes se forman vaciando el barro mezclado con paja en moldes de madera. Los muros ya están "asi" (indica la altura con la mano), están saliendo muy derechitos y parejos. La casa puede estar lista en una semana más. Otro conpañero ha estado haciendo la armazón para el techo y va a ayudar a colocar las tejas.

Después se pasa a los temas políticos. En poco tiempo y en pocas palabras. Correa describe un vasto cuadro que contiene no pocas revelaciones para mi, pese a mi afán devorador de diarios y documentos. Ahora serio, con cierto apasionamiento, el hombre habla del precio del trigo y de lo que pasa en el campo y en el mercado, de los sindicatos que luchan contra la prohibición de elegir dirigentes comunistas, de las alzas da precios y la inflación, de la cotización del cobre en Londres, de la lucha interna en el Partido Radical, del ascenso del movimiento sindical de los empleados bancarios y del Estado, da los presos políticos, de las vinculaciones del grupo dirigente del Partido Radical con la oligarquía industrial y financiera y con las compañías norteamericanas. Con la misma sencillez y el mismo dominio de los hechos, pasa luego a hablar de la guerra fría, de la bomba atómica y el movimiento mundial por la paz, de la Unión Soviética y las Democracias Populares. Una imagen nítida de procesos inmensamente complejos, en los que se entrecruzan factores nacionales e internacionales, descrita con el lenjuaje más cotidiano y carente de pedantería.

Cuando habla de política, el hombre se hace elocuente. Cada idea, cada concepto, lo formula con precisión e intensidad, como si lo que dice formara parte de una polémica (aunque Joaquín y yo nos limitamos a escucharlo). Después de cada una de sus afirmaciones hace una pausa y nos mira escudriñadoramente a los ojos, hasta convencerse de que hemos comprendido y de que no tenemos dudas ni objeciones. Se tiene la impresión de "ver" trabajar su cerebro y es evidente que nada de lo que dice es una formula aprendida y recitada, sino el resultado de una apropiación critica y reflexiva de una inmensa masa de información, y de una elaboración propia. ¿Reflejo de un trabajo colectivo? Seguramente. Pero no cabe duda que aquí hay también un poderoso aporte personal.

Y mientras pienso todo esto, no puedo dejar de notar que el zapato izquierdo de Correa, muy gastado, tiene un agujero en la zona del dedo pulgar.

Ahora mira el reloj. Tiene que irse. Tiene que pasar a comprar unos clavos y a buscar una garlopa que le va a prestar un compañero carpintero. Y después, a La Cisterna, a los adobes.

Después que parte, me pongo a interrogar a Joaquín: ¿Quién, pero quién es este compañero? ¿Cuál es su profesión, qué hace en el Pa... - me interrumpo, porque ya sé que hay cosas que no se preguntan. Gutiérrez responde en forma lacónica:

- Es o era profesor primario. Más bien es periodista. 0, mejor, revolucionario profesional. Es un hombre de la Dirección.

En las semanas y meses siguientes, tuve oportunidad de ver a Correa en varias ocaciones y de conversar con él. En el Comité Local del Partido de la 1a Comuna, me designaron encargado de Propaganda, pese a mis pocos meses de militante. Era lo que en el partido se llamaba entonces "promociones audaces", un esfuerzo sistemático por incorporar gente nueva a los organismos de dirección locales y regionales, que estaba unido a un profundo proceso de renovación de los métodos tradicionales del trabajo político y también determinado por las exigencias de la clandestinidad, que obligaba a retirar de la actividad más visible a los cuadros antiguos más conocidos por la policía. Correa mostraba un interés enorme por los resultados de esta renovación, me hacia muchas preguntas sobre los nuevos militantes, que comenzaban a afluir en gran número al Partido y a quienes nuestro Secretario da la 1a, Comuna llamaba"los Potrillos".

En Abril de 1950, Joaquín me llevó hasta la pequeña oficina donde trabajaba Correa, en un edificio de la calle Agustinas, frente al local de la Sociedad Nacional de Agricultura, la super-reaccionaria organización de los grandes señores de la tierra.

La oficina contenía un escritorio, dos o tres sillas, un estante para libros. No cabía nada más. Con Joaquín, Correa y yo en ella, parecía atestada. Con cierta solemnidad, Correa colocó sobre la mesa un pesado paquete envuelto en papel café y amarrado con un cánamo. Lo abrió cuidadosamente y nos dijo:

- Listo el pescado.

Aquellos eran los primeros ejemplares, olorosos a tinta y a papel recién cortado, de la edición clandestina del "Canto General" de Pablo Neruda. Representaban una hazaña para el Partido, que había sido capaz de imprimir secretamente y con excelente calidad tipográfica las 400 páginas del texto. La edición era de 10 mil ejemplares, dijo Correa. Joaquín, experto en cuestiones editoriales, comentó que aquello representaba un record para Chile, donde nunca un libro de poesía había sido lanzado en tal cantidad y un record absoluto para América Latina en materia de ediciones clandestinas. Correa aceptó lo primero, pero puso en duda lo segundo:

- No se olvide del trabajo editorial enorme que hacen los compañeros argentinos en condiciones tanto o más difíciles que nosotros.

Como para extremar el desafío al gobierno, la edición era de gran tamaño, en "octavo" y el título "Canto General", así como el nombre del autor aparecían en la portada en gruesas letras. Correa sonreía y daba leves palmadas al grueso volumen, como quien palmea el cogote de un caballo:

- Ha sido una tarea complicada - dijo. - La composición se hizo en una parte, la impresión en otra. Hubo que transladar todo el metal de un extremo a otro de Santiago, transladar el papel. Después sacar por etapas los cuadernillos impresos, porque la encuademación se hizo en un tercer local. Bueno, Joaquín sabe todo eso, porque le tocó una buena parte de la tarea. Junto con su compañera, Pero todavía falta algo que es dificil la distribución. Hay una buena cantidad de ejemplares vendidos anticipadamente, por subscripción. Creo que por lo menos una parte los despacharemos por correo.

Me mostró el pié de imprenta, que indicaba que el libro se había hecho en la inexistente "Imprenta Juárez de México". (Detalle que se mostró Inteligente, porque cuando la policía detectó algunos ejemplares del "Canto General", creyó realmente que habían sido traidos del exterior y estimó que la cantidad de libros en circulación no podía ser elevada. La relativa falta de atención que prestó al hecho, contribuyó a que la distribución pudiera completarse, sin tropiezos graves, en todo el país).

Joaquín propuso ir a tomar una botella de vino para celebrar el acontecimiento. La invitación fue aceptada siempre que, dijo Correa, se hiciera extensiva a su compañera, que lo esperaba cerca de allí.

Brindamos por el "Canto General" en un pequeño bar de la calle Moneda, desaparecido hace años. Y fue la compañera de Correa, la morena y buenamoza Lily, quien nos contó las ultimas tribulaciones de la familia, que no eran de poca monta.

- Uds. saben de la casa que hizo Lucho con mi papá...

- Si, claro.

- Les contó que la hicimos en el sitio de un compañero.

- Si.

- Bueno, lo malo es que el sitio no era del compañero. Mejor dicho, el sitio del compañero no era ése, sino que estaba como una cuadra más allá.

Joaquín se puso repentinamente serio: - !No era e1 sitio donde Uds. construyeron! ¿Y qué paso entonces?

Lily sonreía con todos sus dientes. Correa fumaba y sonreía también. Ella continúo:

- Nada, que apareció el dueño del terreno y armo un escándalo. Lucho 1e explicó que talvez se había cometido un error, que había que ir a ver el plano, consultar en Bienes Raíces. El hombre se apaciguó y fueron juntos a hacer las consultas del caso. Resultó que tenía razón.

- ¿Y entonces qué?

- Nos tenemos que ir. Por suerte e1 tipo entendió la situación, vió a los niños chicos, a los viejos. Nos dió un plazo. Pero exigió que nos fuéramos.

- ¿Y qué van a hacer?

Correa ladeó la cabeza y se encogió de hombros - Va a haber que cambiarse. Ya tengo ubicado el sitio del conpañero, ahora con seguridad. Habrá que hacer otra casa...

- ¿Cómo? ¿Y van a perder la que tienen ahora?

Lily se rió a carcajadas: - No es gran cosa lo que se pierde. Es una pura pieza de adobe con un tejado. No tiene ni tablas en el piso. Yo le he dicho a Lucho que ahora tiene que hacer algo mejor, de material sólido, y por lo menos con dos piezas para no estar tan amontonados...

- Lo embromado es que ya va a comenzar el mal tiempo - dijo Correa, - y hay tantas tareas...

Estaba algo pensativo, pero no abatido. Cuando volvió a hablar, ya había dejado atrás el tema de la casa. Lo que le preocupaba era el problema de la educación política de los nuevos militantes, y también de los viejos. Sentía agudamente la falta de tiempo, que le dificultaba terminar un trabajo que él mismo había propuesto a la dirección del Partido: la biografía de Ricardo Fonseca.(2)

Más tarde supe, por Joaquín, que Correa y su familia habían abandonado la casa"equivocada" y se habían transladado a una nueva, en el mismo sector, también construida por él, con la ayuda de su suegro. Ahora un camarada albañil se había agregado al equipo de constructores. La nueva casa tenía tres piezas, era de ladrillo, con cielorraso y piso de madera: un verdadero lujo.

La preocupación principal de Correa en esos días, me dijo Joaquín, era ir creando las condiciones para sacar un periódico legal, que al comienzo debía aparecer dos o tres veces por semana, con la perspectiva de llegar a transformarlo en diario. Existían ya las condiciones políticas para que el Partido ilegal tuviera un periódico legal.

El periódico "Democracia" salió a fines de 1950, si el recuerdo no me engaña. En sus páginas aparecían con frecuencia comentarios políticos firmados por Luis Correa. Por entonces yo ya sabía que el tal Correa era en realidad Luis Corvalán. Encargado Nacional de Propaganda del Partido Comunista de Chile.

(1) Escritor costarricense, novelista y poeta, que vivió largos años en Chile. Este año obtuvo el Premio Nacional de Cultura de Costa Rica por su obra literaria.

(2) El libro apareció en 1952, bajo el titulo "Ricardo Fonseca, combatiente ejemplar", sin firma de autor.

Publicado en:

Boletín del Exterior Partido Comunista de Chile Nº19

septiembre - octubre 1976 - páginas 20 al 27.

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