La universidad latinoamericana: su carácter elitista
ENRIQUE KIRBERG
Desde sus primeros días, la Colonia en Latinoamérica se caracterizó por su negligencia hacia la educación en las nuevas tierras. La Corona estaba más interesada en extender la religión católica —lo que a veces adquirió caracteres violentos—, extraer riquezas y comerciarlas en un sentido exclusivista. En estas aspiraciones no tenía cabida el educar a los nativos ni a los mulatos. Más adelante surgió el problema de proveer de educación a los familiares de los funcionarios peninsulares en América, especialmente aquellos que no podían enviar a sus hijos a estudiar a las metrópolis1.
La enseñanza básica estaba entregada a la magra iniciativa privada y, en algunos casos, a la iglesia por medio de pequeñas comunidades y siempre orientadas hacia los miembros de las familias más encopetadas. «España, en vez de escuelas para el pueblo, hizo plazas» escribe Germán Arciniegas.
Hubo tímidas iniciativas para escuelas básicas. En mayo de 1775 se inauguraba en Santiago de Chile el Colegio de San Pablo destinado especialmente a hijos de los caciques de los indios mapuches, con una asistencia de 16 niños. Esta escuela había sido fundada por el gobernador Agustín de Jáuregui con el apoyo entusiasta del rey Carlos III, quien ordenó ampliar los beneficios de la escuela no sólo a los hijos de los caciques, cual era la idea de Jáuregui, «sino también para los comunes y ordinarios de las ínfimas clases, para que todos logren el beneficio y se consiga la conversión de esas naciones (los indios mapuches) a mi suave dominio». Los españoles de la época descubrieron con asombro que los niños araucanos asimilaban las mismas enseñanzas que los niños hijos de españoles acomodados. A decir verdad y según cuentan las crónicas, el funcionamiento de dicha escuela sólo duró unos pocos años2.
Más de medio siglo tardó el imperio español en fundar su primera universidad en América Latina (México y Lima, 1551) en un período en que la universidad europea experimentaba un verdadero auge después de cuatro siglos de la constitución de las primeras universidades; alrededor de 60 funcionaban en Europa a la sazón.
Aunque no se daba mucha importancia a la enseñanza primaria, continuaron creándose lentamente universidades en los nuevos países y es así como en el primer siglo de la conquista se crean cinco universidades y se completan diecinueve hasta la Independencia, a comienzos del siglo XIX. En este proceso no participó Brasil en donde sólo apareció su primera universidad en el segundo decenio del corriente siglo, aunque funcionaban escuelas de estudios superiores desde mucho antes.
En ningún caso estas universidades tomaron parte en las luchas por la independencia de sus países. Los proceres de la emancipación no se formaron en esas aulas, sino en centros universitarios o academias militares europeas. Se podría citar como la excepción —y para honrar su memoria— la participación de un grupo de estudiantes universitarios venezolanos en la batalla por la independencia de Venezuela en La Victoria en 1814.
En sus comienzos, toda la actividad universitaria giraba en torno de su núcleo central: la Facultad de Teología. Posteriormente se fueron agregando las facultades de Derecho Canónico, Civil y Medicina. Como antecedente curioso se puede consignar que al crearse en 1738 por Felipe V la primera universidad en Chile, la Real Universidad de San Felipe, sus cátedras eran Teología, Derecho Canónico, Artes y Letras, Medicina y Matemáticas, pero estas dos últimas jamás se iniciaron pues no se encontró quién las proveyera ya que, conforme a la cédula real, estas debían desarrollarse en latín.
La universidad colonial, aunque autónoma durante el tiempo que estuvo regida por las órdenes religiosas, estaba sin reservas al servicio de la monarquía española y de su dominación en América. En ella se formaban los funcionarios que necesitaba la metrópoli para el sometimiento y gobierno de las dilatadas colonias en las Indias Occidentales. La cultura original de la América morena, la precolombina, no quedó, en forma alguna, incorporada a la cultura universitaria; por el contrario, fue progresivamente eliminada por el proceso de cristianización que, en los hechos, implicaba la imposición de una cultura advenediza, importada desde la península Ibérica.
En todas estas universidades se requería un «certificado de pureza racial» y, además, demostrar que sus antepasados no se habían dedicado al comercio.
Y esto era una exigencia hasta los umbrales de la Independencia. En la biblioteca boliviana Gabriel Rene Moreno, del Archivo de Chuquisaca, se encuentra una disposición con el siguiente título:
«Instrucción y método que debe observarse en los tribunales de América para que los naturales de Indias puedan probar en el Consejo Real de las Ordenes sus naturalezas y legitimidades, limpieza de sangre y oficio con arreglo a lo prescrito por S.M. sobre este punto en reales órdenes del 12 de abril y 6 de mayo de este corriente año de 1807»1.
Y en la Universidad de Guadalajara, México, cuando fue creada en 1792, se estableció que, para otorgar el título de médico, el candidato debería tener su licenciatura, «limpieza de sangre y honestidad de vida y costumbres»4.
Los procesos de Independencia no significaron muchos cambios en la estructura social de las colonias. Si bien es cierto que el poder pasó de manos de los peninsulares a los aristócratas criollos, gran parte de los sistemas de propiedad y explotación feudal quedaron intactos. Como consecuencia de ello, la universidad no vivió ningún cambio significativo; en muchos casos, por el contrario, sufrió un decaimiento atribuible, en sus comienzos, a una excesiva intervención del nuevo estado y a la ausencia de la ayuda que antes le prestaban las órdenes religiosas que era una base importante de sustentación.
La Ilustración y la Universidad Napoleónica ejercieron su influencia sobre las jóvenes repúblicas y se generaron algunos intentos de mejorar la heredada universidad colonial o de reemplazarlas por nuevas universidades, como ocurrió con la creación de la Universidad de Chile en 1842. Sin embargo, en muchos casos se trataba de un producto implantado para ....
PUBLICADO EN REVISTA:
ARAUCARIA DE CHILE
N° 36 - 1986
Páginas N° 87 AL 99.
Leer más o descargar documentos en pdf:
La universidad latinoamericana: su carácter elitista
Revista Araucaria de Chile N° 36