Ricardo Fonseca Aguayo.
Por Leo Fonseca
Introducción.
Sobre Ricardo Fonseca se ha escrito una biografía y muchos artículos, especialmente en los años posteriores a su desaparición el 21 de julio de 1949. Con el tiempo el ritmo de recuerdos disminuyó de tal manera que cuando se cumplieron 100 años de su nacimiento en el 2006 no se escribió nada y tres años después al cumplirse 60 años de su muerte, fue recordado por dos artículos que circularon en internet, uno del historiador Iván Ljuvetic y otro del “Colectivo Antiimperialista Mauricio Arenas”.
Por ello me decidí a escribir algo que tomara algunos aspectos no dichos de su vida, tal vez presentarlo un tanto menos el dirigente que fue y más la persona con la cual me tocó compartir un corto tramo de mi vida. Corto pues falleció cuando yo había cumplido 13 años, por lo tanto los recuerdos son escasos si descontamos la primera infancia, o sea los primeros 5 ó 6 años de vida donde se tienen conceptos difusos sobre los padres.
Otro problema. Posterior a esa primera infancia, hablamos de los años 41-42, él era Director de El Siglo, es decir llegaba a casa muy tarde debido al cierre del diario, además era diputado por la Provincia de Tarapacá, lugar muy lejano en esos tiempos aunque se viajara en avión. Entre Santiago e Iquique se demoraba unas 9 horas en unos aviones pequeños anteriores a los DC3. En tren eran tres días y tres noches entre Santiago e Iquique y en barco unos 5 a 6 días desde Valparaíso. Recuerdo que permanecía un mes o más en su distrito en el trabajo político.
Ricardo Fonseca, director del diario El Siglo, junto al personal en 1942.
Cuando fue promovido a Secretario General del Partido sus tareas fueron más complejas aunque siempre destinó tiempo y atención a su familia y al hogar. Por ello, sin haber sido un padre permanentemente presente como en la mayoría de las familias tampoco puede calificarse como uno ausente.
Mi madre, Elena Pedraza, también era activa trabajadora al ser la sostenedora principal del hogar, además de militante y dirigente sindical. Ricardo ganaba como los diputados y senadores comunistas es decir un sueldo de obrero especializado pagado por el Partido, la “dieta” de todos los parlamentarios las cobraba Finanzas y se destinaba al funcionamiento de la organización.
En casa él debió atender diferentes tareas domésticas como comprarme zapatos y ropa, matricularme en la escuela todos los años, en 1942 se dio tiempo para enseñarme a leer y escribir y las operaciones de suma y resta reactivando sus conocimientos de profesor primario. Por lo tanto ingresé a segundo año, en 1943, estando bien preparado para el curso al cual llegaba.
La casa y la fraternidad comunista
El primer recuerdo de casa era la de un cité en la calle Dardignac, nº 191 casi esquina de Loreto, ocupábamos la casa Nº 4. A ese hogar llegaron muchos compañeros del Partido. Algunos de visita y otros a pasar días con nosotros. Tenía tres piezas y un pequeño patio. Los que llegaban era básicamente comunistas tanto chilenos como de otros países. Uno que pasó un tiempo largo con nosotros fue un camarada boliviano, militante del PIR antecesor del PC de ese país. También llegaban profesores ya que Ricardo fue dirigente del magisterio. Vivieron con nosotros compañeros obreros del norte quienes después fueron destacados dirigentes. Recuerdo que permanecieron con nosotros por años las dos hijas de un camarada profesor, viudo, que estaba enfermo de tuberculosis y debió partir al sanatorio, creo que era de apellido Ibáñez.
En esta primera casa llegaban compañeros como Ulriksen, conocido como “el gringo” y su esposa Tola, amiga de mi madre. También Bernardo Ibáñez Aguila, condiscípulo en la Escuela Normal de Victoria y dirigente socialista. Este traicionó en enero de 1946, después de la masacre de la Plaza Bulnes donde murió Ramona Parra, incorporándose al gobierno de Duhalde (Vicepresidente de la República) el masacrador; además, dividió a la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH). Después Bernardo Ibáñez fue recompensado con cargos internacionales en la OIT y Washington.
Entre las amigas de mi madre recuerdo a Saray Cortés, destacada agitadora de masas y miembro del Comité Central de esa época (figura en la foto que está en la sala del CC); a la “Pollo” que le decían así por ser chica; a Carmen Guerrero proveniente del “clan” de viejos luchadores que llevan ese apellido y su esposo el “negro” Alvarez obrero ferroviario, etc.
El compartir lo que había era también una tradición en el Partido. La comida en la mesa y lo que hubiera para comer, una cama donde descansar cuando llegaban de provincias, la solidaridad con los enfermos, el buscar soluciones a problemas familiares. Los comunistas se consideraban una familia grande y muy solidaria.
Cuando nos mudamos a una casa mejor en el mismo barrio, Purísima nº 305 esquina Santa Filomena, segundo piso, siguieron viniendo a vivir con nosotros compañeros o visitas. En una oportunidad se realizó allí una reunión importante, me parece que de la Comisión Política con Vitorio Codovilla, el hombre de la Tercera Internacional, dirigente italo-argentino que en ese momento estaba exiliado en Chile. Sólo sé que hubo un gran revuelo doméstico.
Era un hogar bastante elástico en cuanto a visitas prolongadas, incluso después de que Ricardo falleciera, entonces se transformó en una casa donde venían jotosos de otros países y dirigentes femeninas desde Argentina las cuales debían salir por Chile hacia Europa por la persecución a los comunistas argentinos en tiempos de Perón.
La moral y el dinero.
Económicamente no andábamos mal recuerdo que no nos faltó nada básico. A mi me mandaron varias veces al Comité Central en Moneda 712 esquina Mac Iver, en los altos de El Siglo, a buscar un adelanto del sueldo de Ricardo. Subía al segundo piso e iba a la oficina del encargado de finanzas, creo que era Arnulfo Rubilar. El abría una gran caja de fondos que tenía detrás de su escritorio y sacaba un billete rojo de $100.- que me entregaba. Al volver a la casa me mandaban a comprar mantequilla para las onces.
El sueldo de un diputado comunista era, como señalé, el de un obrero especializado, correspondía a una tradición de los funcionarios de la revolución pero que no era comprendida por los no comunistas. Un día en mi escuela primaria, la Nº 162 del barrio Bellavista, la profesora preguntó por las remuneraciones de los padres, yo le dije que creía que $ 800, algo así había escuchado; ella me rebatió, los diputados reciben $4.000 de sueldo, me dijo, lo cual en realidad no era verídico para nosotros pero de difícil comprensión para otros.
Los fondos del Partido y de las organizaciones donde participaban los comunistas eran sagrados, supe de compañeros que fueron expulsados públicamente, sin remedio, cuando se apropiaron de pocos o muchos recursos de la organización o del sindicato. Ese Partido era inflexible en ese aspecto, tal vez era una de las causas del respeto que gozaba en su base social.
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