domingo, 21 de diciembre de 2025

El enemigo principal está en casa

 



Por Daniel Jadue

Santiago. 17/12/2025.

 


"Si algo me enseñó la lectura del folleto Junius, de Rosa Luxemburgo ante la experiencia de la Primera Guerra Mundial, en 1914, es que los momentos decisivos se reconocen no por el ruido de los cañones, sino por el silencio cómplice de quienes dicen hablar en nombre de los pueblos.

Hoy, cuando Estados Unidos, con su habitual tono imperial, declara una y otra vez que Venezuela es una “amenaza inusual y extraordinaria” para su seguridad y despliega contra ese pueblo una combinación de sanciones, bloqueo financiero, operaciones encubiertas, intentos de golpe y amenazas militares abiertas, con el único objetivo declarado de apoderarse de las riquezas de las y los venezolanos, estamos como en agosto de 1914, ante una prueba histórica: ¿de qué lado se ubican los partidos que se dicen democráticos, progresistas, responsables? ¿Del lado de los pueblos o del lado del capital y del imperio?

En 1914, la mayoría del Partido Socialdemócrata Alemán votó los créditos de guerra. En vez de decir “no” a la matanza imperialista, se plegó a la consigna mentirosa de la “defensa de la patria”. Los diputados que habían jurado representar a la clase trabajadora aprobaron, sin temblar, los fondos que enviarían a esa misma clase a matar y morir por intereses que no eran suyos. En ese voto se consumó la bancarrota moral de la Segunda Internacional y se abrió la puerta a la barbarie.

Hoy, cuando vemos a gobiernos, parlamentos, partidos y medios alinearse con la narrativa de Washington contra Venezuela, repitiendo sin crítica palabras como “dictadura”, “régimen ilegítimo”, “amenaza regional”, asistimos a un gesto similar. No llevan uniforme, no levantan la mano en un Reichstag, pero hacen lo mismo: entregan su apoyo político, su silencio cómplice o su neutralidad hipócrita a una política de guerra, aunque hoy se presente bajo la forma “civilizada” de sanciones, bloqueos y “presión diplomática”.

Llamemos las cosas por su nombre. Las sanciones que Estados Unidos y sus aliados imponen sobre Venezuela, sobre Cuba o sobre Irán, mientras financian bajo la falsa bandera del derecho a la defensa, el genocidio en Gaza o los discursos neonazis del gobierno ucraniano, son una forma de guerra económica que busca quebrar la resistencia y el derecho a la autodeterminación de los pueblos que no están dispuestos a ponerse de rodillas frente al imperio. Buscan destruir su tejido productivo, provocarle escasez, sufrimiento y rabia, para forzar un cambio político favorable a los intereses del capital transnacional. Son el equivalente de los créditos de guerra de 1914: financiación de una ofensiva imperial que no se libra con bayonetas, sino con bancos, embargos y “listas negras”.

¿Quién es, entonces, el enemigo real de cada pueblo? En 1915, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht nos enseñaron que “el enemigo principal está en nuestro propio país” y no se refería a los campesinos franceses ni a los obreros ingleses o rusos, sino a la propia burguesía alemana y a su Estado, que eran quienes empujaban a la clase trabajadora a la guerra para reordenar el reparto del mundo.

Hoy, el enemigo principal de los pueblos de Estados Unidos y de Venezuela, de Europa y de América Latina, no es un país lejano ni un gobierno que se niega a obedecer a la Casa Blanca. El enemigo real está sentado en los directorios de las grandes compañías, en los despachos de los bancos, en los altos mandos militares que hacen carrera con la guerra, en los aparatos mediáticos que fabrican el consenso para la agresión y en todos aquellos que prefieren financiar guerras antes de ir en apoyo de sus pueblos que claman por el hambre, la escasez de vivienda, la falta de salud y de educación entre otros.

Ese enemigo habla la lengua de la “democracia” y de los “derechos humanos”, mientras ahoga a pueblos enteros bajo sanciones que niegan alimento, medicamentos, repuestos, tecnología, y sabotea cualquier intento de soberanía económica. Los enemigos de los pueblos de Venezuela son los pocos venezolanos y venezolanas que, como María Corina Machado, prefieren llamar a la guerra contra su propio país, para que los que se creen dueños del mundo disfruten de la renta petrolera y de todos los bienes comunes y riquezas que la República Bolivariana de Venezuela posee, a cambio de una tajada para sí mismos. Y los enemigos del pueblo de EEUU son Trump y sus amigos, que prefieren invertir miles de miles de millones de dólares, financiando la guerra en Ucrania, el genocidio en Gaza y en Sudán, la ocupación en el Sahara, en vez de mejorar la vida de los millones de pobres, enfermos y adictos que hoy existen en EEUU y que con solo una fracción de esos recursos, podrían resolver la mayoría de sus problemas.

Y la clase trabajadora no debe olvidar jamás que en estas aventuras solo mueren dignos representantes de la clase trabajadora, porque los familiares de Machado y de Trump no irán a la guerra, tampoco los generales que monitorearan desde sus oficinas como los pobres, que son la carne de cañón del Gran Capital, sacrifica su vida por los mezquinos intereses de quienes los envían a la guerra, que con ella ganaran dos veces, la primera por el negocio de la guerra y la segunda por el despojo que llevaran a cabo si es que ganan, después de la guerra, quedándose con todo, con el petróleo, con el gas, con las costas, con el oro y con todo aquello que es lo único que los mueve.

Quien aprueba esas sanciones, quien justifica el bloqueo, quien calla ante esa agresión que ya se extiende por décadas, se comporta como aquellos socialdemócratas que en 1914 levantaron la mano para votar los créditos de guerra. Podrán envolverse en la bandera de los derechos humanos, podrán hablar de “preocupación por la democracia”, pero el contenido real de su acto es el mismo: ponerse del lado del imperialismo contra un pueblo y sus decisiones.

Desde una perspectiva marxista, la cuestión es cristalina. La clase trabajadora de Estados Unidos y la de Venezuela, la de Europa y la de América Latina, no tienen nada que ganar con esta guerra económica. La destrucción de la economía venezolana no mejora la vida de un trabajador norteamericano; sólo refuerza el poder de las compañías petroleras, de los fondos de inversión y de la maquinaria militar-industrial. Del mismo modo, el pueblo venezolano sufre no sólo por los errores o límites de su propio proceso, sino por una agresión externa cuyo objetivo es disciplinar a cualquier nación que intente desviarse del guion neoliberal.

Por eso, para una política verdaderamente de izquierda, hay dos principios que no admiten ambigüedad. El primero, la clase trabajadora debe estar siempre contra la guerra entre Estados y por la paz entre los pueblos. No se trata de un pacifismo abstracto, sino de entender que en toda guerra imperialista los muertos son siempre los mismos: los pobres, los trabajadores, las mujeres, los niños de ambos lados. En este caso, la “guerra” que aún no se desata, toma forma de sanciones, cerco financiero, campañas mediáticas y amenazas militares; pero la lógica es idéntica: quebrar la voluntad de un pueblo para imponer los intereses de otro Estado. La tarea de los trabajadores de EE.UU., Europa y América Latina no es aplaudir la escalada, sino denunciarla, organizarse contra ella, exigir el fin de las sanciones y defender el derecho de Venezuela a decidir su propio destino.

El segundo, defender la soberanía y la no intervención es apoyar el derecho de los pueblos a equivocarse y corregirse sin bayonetas ajenas. Cuando decimos “no a la intervención”, no estamos diciendo que en Venezuela, o en ningún país, todo esté bien, o que no haya críticas que hacer a sus dirigentes, a sus políticas, a sus errores. Decimos algo más sencillo y más profundo: que esos debates corresponden al pueblo venezolano, no a los estrategas del Pentágono ni a los burócratas asesinos de Washington o Bruselas. La clase trabajadora de otros países no tiene el derecho ni el deber de “corregir” por la fuerza a ningún pueblo, sino de respetar su autodeterminación y luchar para que sus propios Estados dejen de actuar como gendarmes del capital.

La responsabilidad de las izquierdas ante esta crisis es inmensa. En 1914, la socialdemocracia se arrodilló ante el nacionalismo y sacrificó su internacionalismo en el altar de la “unidad nacional”. Hoy, una parte de las fuerzas que se llaman progresistas cometen un error semejante: aceptan sin crítica el relato del mismo imperialismo que instaló las dictaduras en América Latina y que valida el genocidio en Gaza, sobre Venezuela, repiten sus acusaciones, se declaran “equidistantes” entre el agresor y el agredido, o se refugian en un silencio cobarde. En todos esos casos, renuncian a su papel histórico de tribunos del pueblo y se convierten en notarios del orden mundial.

Para una mirada de izquierda, digna heredera de Rosa de Luxemburgo, de Lenin, de Fidel, de Mariátegui y de Simón Bolívar, entre tantos otros, no hay lugar para ese tipo de equilibrios. La neutralidad ante la agresión imperial es complicidad. La tarea de quienes se reclaman del socialismo es denunciar con claridad la política de Estados Unidos y sus aliados, explicar pacientemente que las sanciones son una forma de guerra, y construir solidaridad concreta con el pueblo venezolano, con el cubano, con el palestino, con el sudanés y con todos los pueblos del mundo que hoy sufren el embate del neocolonialismo imperial: romper el bloqueo mediático, impulsar campañas de apoyo, boicotear iniciativas que profundicen la asfixia, y, sobre todo, trabajar dentro de cada país para que sus propios gobiernos dejen de ser instrumentos de esa agresión.

Al mismo tiempo, el internacionalismo verdadero exige hablarle con la misma claridad a todas las clases trabajadoras. A la del Norte, para decirle que su enemigo no es el obrero venezolano ni el migrante que huye de la crisis que su propio gobierno genera, sino los capitalistas de su propio país que usan la guerra y el bloqueo para mantener su dominio. Y a la del Sur, para recordarle que ninguna potencia extranjera vendrá a liberarte y que sólo tu propia organización, tu propia capacidad de construir democracia real y justicia social, puede abrir un horizonte diferente.

La paz entre los pueblos no es el equilibrio de las potencias; es la solidaridad activa de las clases subalternas más allá de las fronteras. Por eso, frente a la crisis entre Estados Unidos y Venezuela, la tarea socialista no es elegir qué bandera nacional ondea más alto, sino levantar otra bandera: la de la paz sin anexiones ni sanciones, la del respeto a la soberanía, la del derecho de cada pueblo a decidir su camino sin tutelas ni castigos.

En 1916, Rosa Luxemburgo escribió desde la cárcel, que la Humanidad se hallaba ante una encrucijada: o el triunfo del imperialismo y la ruina de toda cultura, o el triunfo del socialismo. Hoy, desde mi encierro, afirmo que esa disyuntiva se repite en otros términos. Si aceptamos que las sanciones, los bloqueos y las intervenciones sean mecanismos “normales” de la política internacional; si dejamos que las grandes potencias destruyan países enteros en nombre de la democracia mientras pisotean la suya; si permitimos que las izquierdas se conviertan en comentaristas impotentes de la geopolítica, entonces habremos elegido, una vez más, la barbarie.

Pero si la clase trabajadora de Estados Unidos se niega a ser carne de cañón de esa política, si la de Europa rechaza seguir a sus gobiernos en aventuras imperiales, si la de América Latina defiende sin ambigüedades la soberanía de Venezuela y de todos los pueblos agredidos, entonces, incluso en la oscuridad, comenzará a abrirse un camino distinto.

Ese camino sigue teniendo un nombre sencillo y terrible: socialismo. Socialismo como democracia real de los pueblos, como fin de la guerra imperial, como organización consciente de la economía al servicio de la vida y no del lucro. Socialismo como alianza entre los de abajo de todos los países.

Mientras tanto, ante cada nueva sanción, ante cada amenaza, ante cada maniobra de desestabilización, la consigna luxemburguiana mantiene toda su vigencia: ni un hombre, ni una mujer, ni un centavo para la guerra imperial contra los pueblos; todo para la lucha por la paz, la soberanía y la fraternidad internacional de la clase trabajadora."

 

 

 


A 118 AÑOS DE LA MASACRE DE LA ESCUELA SANTA MARÍA DE IQUIQUE

 


  

                                                 Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                                  Centro de Extensión e Investigación

                                                  Luis Emilio Recabaren, CEILER

 

 

La Escuela Santa María de Iquique

 

Eran las 3,30 de la tarde del sábado 21 de diciembre de 1907. Bajo un sol  abrasador, la multitud se apretujaba en la Escuela Santa María de Iquique y en la Plaza Manuel Montt. Frente a ella, las negras bocas de  fusiles y  ametralladoras  que apuntaban amenazadoramente.

El Intendente de la provincia de Tarapacá había firmado la orden de desalojar a los huelguistas de la escuela. Tarea que cumpliría el general Roberto Silva Renard.

Este, montado en un caballo blanco, se acercó a la gente. Se escucharon las escalofriantes notas de un clarín...

 

En medio de un silencio que presagiaba algo terrible, se escuchó la voz llorosa de un niño:

-        Mamá, quiero hacer pichí.

La madre, Águeda Muñoz, una curtida mujer proletaria, que había marchado con sus tres pequeños hijos, desde la oficina salitrera Alianza,  intentó hacerlo callar.

-        Aguanta un poco, chiquillo de moledera...

-        Es que no puedo más, por favor, mamita...

  

 


Doña Águeda, tomó a sus tres  niños y, abriéndose paso  dificultosamente entre la compacta muchedumbre, se dirigió a los baños de la Escuela. Estaban allí cuando escucharon  descargas de fusilería y  ráfagas de  ametralladoras. Gritos de dolor y de ira.

Se había consumado la matanza.

Quizás, por estar allí en los baños, escaparon de la muerte. Uno de los tres hijos de doña Águeda era Ángela Henríquez Muñoz, que por entonces tenía tres años. Ella sería, tiempo después, la madre de esa imprescindible llamada Sola Sierra Henríquez.

 

Elías Lafertte, testigo ocular de ese sangriento episodio, escribió:

“El general Silva Renard fríamente dio la orden de fuego. El ruido de los disparos fue ensordecedor. Los fusiles disparaban contra la azotea, mientras las ametralladoras tres veces lanzaron sus cargas de muerte contra el grueso de los pampinos, tres ráfagas, bastantes para llenar la escuela de cadáveres”.

 

Más adelante agrega:

“Por las calles empezaron a pasar carretones de la basura que venían de la Escuela Santa María cargados de muertos y heridos. Toda la noche desfilaron las carretas para poder trasladar y hacer desaparecer los dos mil muertos, víctimas de Silva Renard. A los bomberos, bajo el mando de su jefe John Locked, un inglés que era gerente de la firma Locked Brothers, se les había asignado la macabra tarea de llenar las carretas con cadáveres...” (Elías Lafertte: “Vida de un Comunista”, página 59)

 

El Cónsul de Estados Unidos en Iquique informó a su gobierno que “la escena después fue indescriptible. En la puerta de la escuela los cadáveres estaban amontonados y la plaza cubierta de cuerpos”

Muchos heridos fallecieron en el Hospital de Beneficencia.

Armando Jobet,  padre del historiador  Julio César Jobet, que a la fecha era suboficial del regimiento ‘Carampangue’,  afirma que “en el primer turno de entrega de cadáveres a él encomendado, contó novecientos”.

El doctor Nicolás Palacios, relata:

“Los soldados hicieron fuego sobre el Directorio Central de la huelga. De pie, serenos, recibieron la descarga. Como heridos del rayo cayeron todos y sobre ellos se desplomó una gran bandera”.

 

PARTE DE GUERRA DEL GENERAL ASESINO

Intentado justificar la matanza, el general Roberto Silva Renard publicó en la prensa un parte de guerra, donde se decía:

 “Ayer, inmediatamente de recibir en la plaza  Arturo Prat, a las 1:45 p.m. y en circunstancias de revistar las tropas de guarnición y de la marinería, la orden de reconcentrar en el Club Hípico a los huelguistas, dispuse que evacuasen la plaza Manuel Montt y la Escuela Santa María, donde se sabía estaba una gran masa de huelguistas... Pasando por entre la turba llegué a la puerta de la escuela... El comité respondió desde la azotea y rodeado de banderas se presentó en el patio exterior ante una apiñada muchedumbre. Hice avanzar dos ametralladoras del crucero Esmeralda y las coloqué frente a la escuela con puntería fija a la azotea en donde estaba reunido el comité directivo de la huelga... Hechas las descargas y ante el fuego de las ametralladoras, que no duraría treinta segundos, la muchedumbre se rindió”.

 

Terminaba la desigual “batalla”. Los pampinos con puños, banderas y gritos contra  los fusiles y las ametralladoras de los asesinos.

 

¿QUE ES LO QUE HABÍAN PEDIDO LOS PAMPINOS?

En la edición del 21 de noviembre de 1907 del periódico “La Voz del Obrero”, de Taltal,  había  sido  publicado el Pliego de Peticiones de los obreros de la pampa de Tarapacá.

 

¿Cuáles eran sus peticiones?  La elevación de sus salarios de acuerdo con el alza del costo de la vida, salarios que -en el plazo de tres años- habían perdido la mitad o más, de su  capacidad de compra.

Solicitaban que las fichas con les pagaban los salarios fueran cambiadas a la par, es decir sin  recortarles  su valor, como lo hacían corrientemente.

Exigían poner fin a los abusos  de que  eran víctimas en las pulperías, las que eran  propiedad de las compañías y que tenían el monopolio de las ventas. Para ello pedían que pudieran ingresar a las oficinas vendedores particulares. Además, solicitaban colocar al  lado afuera de las pulperías  una balanza y  una vara, para comprobar que no les robaran – como se hacía habitualmente- en los pesos y las  medidas.

Pedían  que las chancadoras (donde se trituraba el caliche) y los cachuchos (donde se hervía éste a altas temperaturas) fueran cerrados con rejas de fierro  para evitar-como acontecía con frecuencia- que algún obrero cayera dentro de ellos encontrando una horrible muerte.

Solicitaban que las empresas entregaran, de manera gratuita, un local para que funcionara una escuela nocturna.

 

Están eran sus “sediciosas” peticiones.

 

EL 10 DE DICIEMBRE EMPEZÓ LA HUELGA

Hubo conversaciones de los obreros con los administradores de las oficinas salitreras.  Primero, fueron tramitados. Luego, les dijeron que los patrones que estaban en Iquique o Londres no aceptaban ninguna de las peticiones.

Entonces, recién el  martes 10 de diciembre de 1907, se inició la huelga en la oficina salitrera San Lorenzo. En los dos días siguientes, el movimiento se extendió por toda la pampa de Tarapacá. De las 84 oficinas salitreras que funcionaban, pararon 76, con un total de 37.411 obreros.

 

Como lo escribió el poeta  popular,  Francisco Pezoa,  en su  “Canto a la Pampa”:

                               “Hasta que un día como un lamento

                                de lo más hondo del corazón

                                por las callejas del campamento

                                vibró un acento de rebelión.

                                Eran los ayes de muchos pechos

                                de muchas iras era el clamor,

                                la clarinada de los derechos

                                del pobre pueblo trabajador”

 

EL  GOBIERNO DE  PARTE  DE  LOS  EMPRESARIOS

Era éste un típico conflicto económico entre los obreros y sus patrones, pero el gobierno de Pedro Montt no se mantuvo neutral. Desde los inicios del movimiento se puso al lado de los patrones.  El viernes 13, llegaba a Iquique el crucero ‘Blanco Encalada’, enviado por las autoridades para quedar de estación en el puerto. El ministro del Interior, Rafael Segundo Sotomayor, antiguo vecino de Iquique y conocido abogado defensor de los intereses salitreros de Matías Granja, envió continuos telegramas al Intendente subrogante de Tarapacá., el  abogado Julio Guzmán García. El primero lo remitió el sábado 14 de diciembre, cuando los pampinos no llegaban aún a Iquique. En este telegrama ordenaba: “Si huelga originare desórdenes proceda sin pérdida de tiempo contra los promotores o instigadores de la huelga; en todos los casos, debe prestar amparo a personas y propiedades”.

 

Ese mismo día, la Alcaldía de Iquique decretó la suspensión hasta nueva orden de los espectáculos públicos y la clausura de las cantinas.

 

El  Directorio de la Unión Pampina, que llamó a formar el Comité de Huelga con delegados de los gremios de Iquique, estaba formado por:

 

Presidente,       José Briggs;

Vicepresidente, Luis Olea;

Secretario,        Nicanor Rodríguez Plaza;

Prosecretario,   Ladislao Córdova y

Tesorero,          José Santos Morales.  

 

     

 

VAMOS AL PUERTO, DIJERON VAMOS

No hubo el  tal “levantamiento sedicioso” del que habló Valdés Vergara.

Lo que hicieron fue dirigirse a Iquique para tener directo contacto con los dueños de las salitreras y con las autoridades  provinciales del gobierno  de Pedro Montt. Partieron el viernes 13 de diciembre.

 

                               “Vamos al puerto dijeron vamos

                               en un resuelto y noble ademán

                               para  pedirle a nuestros amos

                               otro pedazo no más de pan.

                               En la misérrima caravana

                               al par que al hombre marchar se ven

                               la esposa amante la madre anciana

                               y al inocente niño también”.

 

Los primeros pampinos llegaron a Iquique el domingo 15. En absoluto orden. Luego, las autoridades los enviaron a la Escuela Santa María. Los obreros obedecieron.

 

Relata Elías Lafertte: “La visión nocturna de la Escuela ocupada por los pampinos era un espectáculo impresionante. Sobre los bancos escolares, los obreros dormían confiados, fatigados después de la larga y esforzada marcha. Un circo, el Circo Sobarán, que funcionaba en la plaza frente a la Escuela Santa María, había suspendido la función por solidaridad, y bajo la carpa, acostados en las sillas de la platea o en el aserrín de la pista, roncaban sonoramente los hombres de la pampa”. (Elías Lafertte: “Vida de un Comunista”, p. 53).


EN ORDEN Y CON INGENUA ESPERANZA

El miércoles 18 de diciembre, cuando se cumplía el octavo día de la huelga, el periódico “El Tarapacá” destacaba “la actitud de absoluto orden adoptada por los huelguistas”. Sostenía que “sus  manifestaciones se han reducido a meetings, desfiles y discursos dentro del terreno de la moderación”. Agregaba. “En las numerosas oficinas que permanecen paralizadas, el orden se mantiene inalterable”.

 

 

 

Marineros marchan hacia la Escuela Santa María, con las ametralladoras 
que debutarán asesinando obreros, mujeres y niños.

 

Al parecer el conservador Valdés Vergara no leía ni siquiera la prensa que representaba sus mismas posiciones políticas.

 

Hasta el miércoles 13 de diciembre de 1907, el gobierno había enviado a Iquique tres barcos de guerra con tropas del ejército y marinería.

El jueves 19,   noveno día de huelga, a las dos de la tarde, junto a los acorazados Zenteno, Pinto y Chacabuco, que estaban en la bahía de Iquique, ancló un cuarto barco de guerra. En él  venía el Intendente Carlos Eastman, que había estado en la capital.

Los huelguistas llenaban los muelles. Aguardaban la llegada del Intendente llenos de una ingenua esperanza. Un fuerte contingente militar ponía el marco a la escena.

 

“VENGO A ARREGLAR EL CONFLICTO”

Elías Lafertte describe al Intendente como: “un viejo delgado, enjuto, vestido de negro”. Relata que “apenas desembarcó fue cogido en andas por los entusiasmados pampinos y llevado de esta forma  hasta la Intendencia... A los requerimientos de las masas, se asomó a uno de los balcones y pronunció una frase, una sola, que, por ser de esperanza, llenó de júbilo el corazón de los trabajadores.

-        ‘No pensaba volver –dijo- pero me habéis hecho desistir de ello. Traigo la palabra oficial del Gobierno para arreglar el conflicto’.”

No agregó ni una sílaba más. Pero los ilusionados pampinos llenaron la tarde con gritos de ¡Viva! y ¡Bravo!

 

“CON LOS CHILENOS...MORIMOS”

A las dos y media de la tarde del viernes 20, llegaron a la Escuela Santa María los cónsules de Perú, Bolivia y Argentina. Pidieron hablar con sus connacionales, que estaban en huelga.

Los instaron a abandonar el local, advirtiéndoles que si no lo hacían los cónsules no responderían por ellos, que la cosa era grave, pues los militares tenían órdenes de disparar y las balas no discriminarían entre chilenos y extranjeros.

La respuesta fue inmediata. Los obreros argentinos, bolivianos y peruanos se negaron a desertar.  Por ejemplo, los bolivianos dijeron a su cónsul: “Con los chilenos vinimos,  con los chilenos morimos”.

¡Qué bello, valiente  y emotivo gesto de  internacionalismo proletario!

 

UN SÁBADO 21 DE DICIEMBRE

El sábado 21 de diciembre de 1907 se perpetró la terrible masacre.

Así lo  cantó Francisco Pezoa :

 

                               “Benditas víctimas que bajaron

                               desde la pampa llenas de fe

                               y a su llegada lo que escucharon

                               voz de metralla tan sólo fue.

                               Baldón eterno para las fieras

                               masacradoras sin compasión

                               queden machadas con sangre obrera

                               como un estigma de maldición.”

 

EL CINISMO DE LA REACCIÓN

Francisco Valdés Vergara, en una conferencia dada el 1º de mayo de 1910, en el Centro Conservador de Santiago, refiriéndose a lo ocurrido  el 21 de diciembre de 1907, dijo:

”No puedo recordar sin tristeza aquella tragedia de Iquique que ahogó en un charco de sangre el levantamiento sedicioso de algunos miles de obreros.

Esta muchedumbre se levantó amenazante contra el orden, contra los bienes y las personas, se negó a todo advenimiento inspirado por la justicia,  y hubo de ser sometida, para evitar mayores males, con el empleo severo de las armas”.

 

RECABARREN REIVINDICA LA VERDAD

Luis Emilio Recabarren, en su obra “La huelga de Iquique en diciembre de 1907. La teoría de la Igualdad”, respondió al reaccionario Valdés Vergara:

“Nosotros conocemos íntimamente la historia de ese movimiento y hemos reconocido que jamás hubo en Chile una acción más hermosamente ordenada y tranquila, donde la justicia de  esa acción se destacaba.

¿Qué pedían los obreros en huelga? ¿Pedían acaso una monstruosidad? ¿Iban tras una cosa injusta? ¿Pedían una exageración? ¡No, mis queridos hermanos! Los obreros del salitre reclamaban estrictamente una cosa justa hasta la evidencia”.

Los hechos, los porfiados hechos, desmienten a Valdés Vergara. No hubo ningún  ”levantamiento sedicioso”, ni el movimiento de los trabajadores fue una acción “contra el orden, contra los bienes y las personas”.

 

Los hechos dan la razón a Recabarren: “ Lo que los obreros del salitre reclamaban,  era una cosa justa hasta la evidencia”.

 

EPILOGO Y LA MEMORIA

No le bastó la matanza. Los sobrevivientes fueron sacados de la Escuela (donde se encontró el “arsenal” de las víctimas: 20 cuchillos de trabajo y cuatro revólveres). Trasladados por cientos de soldados, como un piño de animales hacia el hipódromo. Se aseguró en Iquique que fueron quinteados (fusilado  uno de cada cinco) esa misma noche. Luego, los restantes llevados a sus respectivas oficinas salitreras.


 


RECABARREN ESCRIBE DESDE BUENOS AIRES

Luis Emilio Recabarren conoció de la masacre estando exiliado en Buenos Aires. Escribió varios artículos sobre este sangriento hecho en “La Vanguardia”, que se editaba en la capital argentina. Fueron reproducidos en “La Voz del Obrero”, de Taltal.

 

En uno de ellos, aparecido el 11 de enero de 1908, denunció: “Las autoridades, que no pudieron conseguir que los orgullosos capitalistas ingleses aceptaran un medio de arreglo con los huelguistas, resolvieron desalojar a éstos de los locales que ocupaban... Estos, que pacíficamente esperaban la solución del conflicto, opinaron que no había motivos para obligarlos a retirarse, y no se retiraron. Entonces se resolvió la masacre...  Según noticias publicadas el domingo 22 los obreros han intentado entrar al centro de la ciudad, asaltar los cuarteles, pero han sido rechazados, y nuevamente victimados, sin resultado alguno provechoso para los huelguistas. La rebelión quedó sofocada. Los carros de la basura recogen los cadáveres y los heridos. Muchos sobrevivientes son arrastrados a la prisión”.

 

En otro artículo reproducido por “La Voz del Obrero”, con fecha 13 de enero de 1908, escribe Recabarren: “Uno de los factores que ha impulsado a la burguesía a proceder tan cruelmente, en la destrucción de este movimiento obrero que pedía justicia, es el gran temor que tienen de ver extenderse una agitación obrera, en estos instantes en que carecen de fuerzas armadas suficientes a causa del fracaso de las leyes militares. Emplear la crueldad extrema, infundir el terror en el menor tiempo posible, desbaratar toda organización que pueda resistir, he ahí el plan de los burgueses chilenos.”

 

UN RECUERDO DE UNA DIRIGENTE FEMENINA

El 12 de diciembre de 1915 “El Despertar de los Trabajadores”, de Iquique, publicó un recuerdo de los mártires de la Escuela Santa María, hecho por la dirigente femenina Catalina Agüero: “Pasarán los años, vendrán otras edades, otros tiempos y la torpe cobardía de ese inútil asesinato, no será nunca disculpada, porque no podrá concebirse jamás tan inicua inmolación, que por sostener el lucro de unos centenares de ambiciosos explotadores, haya consentido, haya ordenado el gobierno a sangre fría, con la más ruin alevosía la masacre de miles de trabajadores, por el solo hecho de tener hambre y frío y pedir ropa y pan para acallar sus necesidades”.

  

LOS ASESINOS

Los responsables del crimen tienen nombres concretos: 

Presidente de la República: Pedro Montt

Ministro del Interior: Rafael Sotomayor

Intendente de Tarapacá: Carlos Eastman

Jefe de Plaza y autor material: general Roberto Silva Renard.

Abogado de los patrones salitreros: Antonio Viera Gallo.

No olvidemos sus nombres y  los intereses que  representaban.

 

CONTRA EL MOVIMIENTO OBRERO 

Esa masacre, tuvo por objeto no sólo  aplastar brutalmente una legítima  huelga obrera, que sólo exigía otro pedazo no más de pan. Sino  que   tuvo otro objetivo más  amplio: destruir el potente movimiento sindical clasista, que había surgido en enero de 1900 al aparecer en el escenario  chileno  las primeras organizaciones sindicales: las Combinaciones Mancomunales de Obreros.

Las Mancomunales,  que hacia 1907 habían alcanzado gran fuerza en numerosos puntos del país, desaparecieron en diciembre de ese año. 

Lo ocurrido en  Iquique en 1907 fue, expresado en términos modernos, una guerra preventiva contra el enemigo interno. 

Con la masacre de la Escuela Santa María, se abrió un período de reflujo del movimiento sindical, que sólo  comenzó a superarse  hacia 1912,  gracias a la labor de Recabarren. 

La Masacre de la Escuela Santa María, fue una de las 55 matanzas perpetradas por las clases dominantes contra el pueblo chileno en el siglo XX, a las  cuales se agregó el terrible genocidio llevado a cabo por la dictadura de Pinochet.

 

Debemos permanecer alertas, sin  olvidar lo que nos advierte la Canción Final de la Cantata Santa María de Luis Advis:

 

                               “Ustedes que ya escucharon

 la historia que se contó,

 no sigan allí sentados

 pensando que ya pasó.

 No basta solo el recuerdo,

 el canto no bastará.

 No basta sólo el lamento,

 miremos la realidad.

 Quizás mañana o pasado,

 o bien en un tiempo más,

 la historia que han escuchado

 de nuevo sucederá.

 Es Chile un país tan largo,

 mil cosas pueden pasar

 si es que no nos preparamos

 resueltos para luchar”.

 

 


sábado, 20 de diciembre de 2025

La tinca

 


Comentario radial y escrito.

 

 

 

 


El domingo 14, me desperté con una tinca que abrigaba el alma.

Al espejo me sonreía, me hacía guiños, me reía solo.

Que tinca más agradable.

El día era gris, lloviznaba, hacia frio.

Pero yo, rumbo al local de votación, una sonrisa dibujaba mi rostro flaco.

Mi garganta adornaba mi pañuelo palestino, me lo había regalado un trovador.

En mi solapa un triángulo rojo, que recuerda y trae, a los españoles republicanos, prisioneros en los campos de concentración nazi.

Era un saludo de resistencia y promesa, de combatir toda mi vida al fascismo, al nazismo, “sea por donde fuera”.

La tinca mandataba mi existencia.

¡Que sensación más de abrazos!

Nueve horas más tarde:

¡Que tinca más cobarde!

Abofeteo mi contento y vanidad.

Una dama, adherente al fascismo, saltando de alegría, salpicaba mi ignorancia de estiércol.

Se parecía a Doña Lucia Hiriart.

No sabía qué hacer con mi tinca.

Me la dejaron empelota, trate de proteger lo más preciado que tengo; mi intelecto, mi alegría, mi sentido y hogar de clase.

¡Más de 45 horas escondido!

Más de 45 horas perdido, aturdido; como que, no supiera, del porqué vivir tan lejos de mi pais.

Me despertó la consecuencia del odio, que se pernocto en Sídney, Australia.

Y aquí me tienen de nuevo.

A 5 días del Masacre en la Escuela Santa María, allá por Iquique.

Ciudad, que olvidó a los 3.600 obreros salitreros acribillados.

Me pongo en ristre el sentido de ser de Gladys Marín. Mujer y candidata a la presidencia.

Me visto de país, saliendo de a poco, de epidemias políticas endémicas, de sables y compromisos añejos, que buscan corriendo, empollar poderes fácticos en los divertículos del Estado.

Se trataba, de romper los tentáculos de un pulpo gigante, denominado neoliberalismo.

Una pega, que necesitaba ser un Sancho Panza o quizás ser un Alquimista de Paulo Coelho.

No quería ver los titulares mediáticos. Me negaba a ello.

Olvide por completo, que lo mediático es como la “caña mala”, a veces es maldita y a veces no pasa nada.

Se arregla con un huevo crudo revuelto con malta.

Hoy martes, a los medios de comunicación me fui.

El País, por ejemplo, viendo en paja ajena, olvidando el propio aserradero.

Yo, me traigo a Pedro Lemebel con su decir:

“No cambien a mi partido”.

Y por ahí me voy.

Nuestro vivir como país, tiene la memoria muy corta, y, tan corta, que se vuelve agresiva, intelectualmente imposibilitada de ver, distinguir a los que traen la pobreza, la miseria, las desigualdades sociales.

El Poder Judicial, por ejemplo, ha sido vejado, violentado y asaltado, por la corrupción del “opulento vivir”

No quiero sentir las interrogantes del poblador del Cerro Centinela, en San Antonio.

Cuantas calaminas y techos tiritan en Chile.

Los cartones andan de estampidas.

Veremos la presión arterial en la Comuna Independencia.

Me preocupa la soberanía de la mujer. A ella, le advierto de la “que viene”

La legalidad y la ilegalidad se transforman en un saltar de cuerda infantil.

Sin embargo, entre tanto descalabro, la Corte Suprema de Justicia tiene una nueva presidenta, Ana gloria Chevesich.

Ella fue la redactora de la sentencia de desafuero de Augusto Pinochet y responsable de la investigación del caso MOP-Gate.

Pá que voy a decir, que fue bajo el gobierno de Ricardo Lagos, pá que.

Fea la actitud.

Lo que sucede actualmente con el caso Hermosilla, se asoma la estafa a CODELCO que arrastra una cola de 52 años del huracán pardo.

Ministros de justicia, jueces, abogados, notarios, robaron al Estado país, a los que están en la cola, de una vivienda digna, es de una repugnancia barata.

Entre ellos, están los abogados querellantes Mario Vargas, Eduardo Lagos, que acusaron a Daniel Jadue, por hacer una comuna digna, están hoy en prisión.

Mi paisito sirve para todo.

Ese amigo de Gladys Marín, Pedro Lemebel, ande por donde ande, debe estar tranquilo, su partido, por dentro, sigue igual, esta entero; medio choriao, quizás, un tanto como yo, aturdido, y también “pegándole a la perra”, pero, pasa rápido.

Lo que tenemos que hacer, es adecuarnos, pertrecharnos mejor para los combates venideros.

Observar estrategias y tácticas del caminar en terrenos que están en manos enemigas.

Tengo otra tinca, me tinca que el 2026, el pueblo de Chile marchara por las calles con capachos llenos de pailas.

Se trata hoy, de mantener ascendente el pacto, UNIDAD POR CHILE.

Lo conseguido en los parlamentos, es hoy, super bueno.

El fascismo no ha arrasado en mi país, como dice la prensa.

Con todo el anticomunismo desatado, el tener 16 puntos menos, se siente más bien, como una sacudida y seguir haciendo país.

Recuerdo un decir, del hijo de Baviera, que se puede gobernar a través de decretos.

Es decir, meterse al bolsillo el poder legislativo.

Y nos dicen, que los comunistas somos dictatoriales.

Para enfrentar un crimen ideológico, amparado por poderes facticos, que se meten sin saberlo, en la conciencia del pan negado, como el humo de un incendio, y, salir con un 16 punto menos, políticamente, tan mal, no nos fue.

En un país punta como Chile, y que triunfe como presidente un candidato fascista, es para el Imperialismo, más bien un contratiempo.

Tienen que achuntarles a todas. Y a estas alturas del partido, achuntarle, es complicado.

Vean como está Argentina o el mismo Estados Unidos.

Vean como se vive, en El Salvador.

Europa, tiene a Viktor Orbán, primer ministro húngaro, como papá caliente en la garganta.

Lo siento sí, es triste, yo veía el triunfo de Jeannette Jara, amarrado al futuro de la infancia Gazarina.

Es cierto, nuestro hacer político se pondrá más áspero que de costumbre, pero, no nos es, tan ajeno, nuestro accionar será dialectico, organizado, familiar y sin estar en la clandestinidad.

Perdimos, es cierto, pero, no es para esconderse.

¡Perdón por haber arrancado!

Alejandro Fischer Alquinta.

Estocolmo 20251216.