Iván
Ljubetic Vargas, historiador
Centro de Extensión e
Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
El martes 11 de septiembre de
1973 Víctor estaba en
EN EL ESTADIO CHILE
Tomaron prisioneros a los profesores, funcionarios y alumnos que se
encontraban ahí. Fueron conducidos al Estadio Chile. Víctor iba entre ellos.
Las torturas las comienza a sufrir el jueves 13 de septiembre:
“¡A ese hijo de puta me lo traen para acá! Repitió,
iracundo el oficial. ¡A ese huevón!...
¡A ese!! El soldado lo empujó
sacándolo de la fila.
¡No me lo traten como señorita, carajo! Ante la orden, el soldado levantó su fusil y
le dio un feroz culatazo en la espalda de Víctor. Cayó de bruces, casi a los
pies del oficial.
¡Ch’é tu madre! ... Vos soy el Víctor Jara huevón. El
cantor marxista, ¡El cantor de pura mierda!
EL HORROR DEL FASCISMO
Y, entonces, su bota se descargó furibunda una, dos, tres,
diez veces en el cuerpo, en el rostro de Víctor, quien trata de protegerse la
cara con sus manos. -
Víctor, herido, ensangrentado, permaneció bajo custodia en
uno de los pasillos del Estadio Chile. Sentado en el suelo de cemento, con
prohibición de moverse. Desde ese lugar, contemplaba el horror del fascismo.
Allí permaneció la noche del miércoles 12 y parte del
Jueves 13, sin ingerir alimento alguno, ni siquiera agua. Víctor tenía varias
costillas rotas, uno de sus ojos casi reventado, su cabeza y rostro
ensangrentados y hematomas en todo su cuerpo.
CRUELMENTE TORTURADO
El sábado 15 de
septiembre de 1973, cerca del mediodía se supo que saldrán en libertad algunos
compañeros de
EL TESTIMONIO DE BORIS NAVIA
Relata Boris Navia: “Esa misma noche, ya en el Nacional, lleno de prisioneros, al buscar una hoja para escribir, me encontré en mi Libreta, que Víctor me lanzó al ser arrastrado por los soldados, no con una carta, sino con los últimos versos de Víctor, con su último canto, que escribió unas horas antes de morir y que el mismo tituló “Estadio Chile”, conteniendo todo el horror y el espanto de aquellas horas. Inmediatamente acordamos guardar este poema”.
Y logró salvar el
último poema de Víctor Jara para estremecer con sus versos a la humanidad:
ESTADIO CHILE
“Somos cinco mil
En esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos seremos en total
en las ciudades y en todo el
país?
¡Cuánta humanidad
hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y
locura!
Somos diez mil manos menos
que no producen!
¿Cuántos somos en toda
La sangre del compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y
metrallas
Así golpeará nuestro puño nuevamente.
Canto que mal me sales
cuando tengo que cantar espanto
espanto como el que vivo
como el que muero, espanto”.
Al anochecer del sábado 15 de septiembre de 1973, trasladaron a los prisioneros desde el Estadio Chile al Estadio Nacional. Al salir, atravesaron un recinto en el que había entre 30 y 40 cadáveres.
Boris Navia reconoció el rostro de Víctor Jara entre ellos. "Todos están acribillados y tienen un aspecto fantasmagórico, cubiertos de polvo blanco que cubre sus rostros y seca la sangre. Reconozco a Víctor en primer lugar", fue el testimonio de Boris Navia.
Horas antes, Víctor Jara había
sido llevado por última vez a una de las habitaciones de los camarines del
recinto. Allí, le
quebraron las manos a pisadas y culetazos, lo obligaron a intentar tocar una
guitarra, se burlaron de él, , lo abofetearon, lo torturaron.
"¡Cantante marxista, comunista conchadetumadre,
cantor de mierda". Quien más lo insultó fue el teniente Edwin Dimter
Bianchi, conocido como El Príncipe. Los militares comenzaron a jugar a la
ruleta rusa, poniéndole un arma en la sien y dejando cada intento a la suerte,
hasta que una de las balas se descargó matando a Víctor Jara.
El soldado José Paredes Márquez testificó que el cuerpo
del músico cayó de costado y con convulsiones. El Príncipe
ordenó que lo acribillaran, y así, le clavaron otros 43 tiros.
DOMINGO
16 DE SEPTIEMBRE DE 1973
Durante la madrugada, dos vecinas de una población cercana
al Cementerio Metropolitano de Santiago encuentran en un sitio eriazo, detrás
de ese recinto, seis cuerpos. Al darles vuelta se dan cuenta que uno de ellos
es Víctor Jara. Junto a otras personas, lo llevan al Servicio Médico Legal.
El cuerpo del cantautor
chileno tenía 44 impactos de bala: 2 en la cabeza, 6 en las piernas, 14 en los
brazos y 22 en la espalda.
MARTES
18 DE SEPTIEMBRE DE 1973
Joan Jara, la compañera de Víctor, relata en “Víctor Jara un Canto Truncado”:
“Martes 18 de septiembre.
Aproximadamente una hora después de levantarse el toque de queda, oigo el ruido
del portón, como si alguien intentara entrar. Todavía está cerrado con llave. Me asomo a la
ventana del cuarto de baño y veo a un joven afuera. Parece inofensivo y me
decido a abrirle. Me dice con voz baja:
-Estoy buscando a la compañera de Víctor Jara. ¿Vive aquí?
Por favor, confíe en mí. Soy un amigo –me muestra su carné-, ¿Puedo entrar un
minuto? Tengo que hablar con usted –parece nervioso y preocupado. Me dice en un
susurro-: Soy miembro de las Juventudes Comunistas.
Abro la puerta para que entre
y nos sentamos en la sala.
-Lo siento, tenía que encontrarla... Lamento decirle que
Víctor ha muerto... Encontramos su cuerpo en la morgue. Un compañero que
trabaja allí lo reconoció. Le ruego que sea valiente y que me acompañe para
identificarle. ¿Llevaba calzoncillos azul oscuro? Tiene que venir, porque su
cadáver lleva allí más de cuarenta y ocho horas y, si nadie lo reclama, se lo
llevarán y lo enterrarán en una fosa común.
UN JOTOSO LLAMADO HÉCTOR
Joan Jara continúa relatando en su libro “Víctor Jara un
canto truncado”:
“Héctor –así se llamaba- había estado trabajando en la morgue, el depósito de cadáveres municipal durante la última semana, tratando de identificar cuerpos anónimos que llegaban diariamente. Era un muchacho amable y sensible y había corrido un gran riesgo yendo a buscarme. En su condición de empleado tenía una tarjeta especial y, después de mostrarla en la entrada, me introdujo por una pequeña puerta lateral del edificio, a pocos metros de los portales del Cementerio General...
LO ENCUENTRA SU COMPAÑERA
“Bajamos un oscuro pasadizo y entramos en una enorme sala.
Mi nuevo amigo me apoya la mano en el codo para sostenerme mientras contemplo
las filas y filas de cuerpos desnudos que cubren el suelo, apilados en
montones, en su mayoría con heridas abiertas, algunos con las manos todavía
atadas a la espalda. Hay jóvenes y viejos... cientos de cadáveres...
en su mayoría parecen trabajadores... cientos de cadáveres que son
seleccionados...
“Nos envían a la planta superior. El depósito está tan
repleto que los cadáveres llenan todo el edificio, incluyendo las oficinas. Un
largo pasillo, hileras de puertas y, en el suelo, una larga fila de cadáveres,
éstos vestidos, algunos con aspectos de estudiantes, diez, veinte, treinta,
cuarenta, cincuenta... y en la mitad de la fila descubro a Víctor.
MIRABA DESAFIANTE
“Era Víctor, aunque le vi delgado y demacrado. ¿Qué te han
hecho para consumirte así en una semana? Tenía los ojos abiertos y
parecía mirar al frente con intensidad y desafiante, a pesar de una herida en
la cabeza y terribles moratones en la mejilla. Tenía la ropa hecha jirones, los
pantalones alrededor de los tobillos, el jersey arrollado bajo las axilas, los
calzoncillos azules, harapos alrededor de las caderas, como si hubieran sido
cortados por una navaja o una bayoneta... el pecho acribillado y una herida
abierta en el abdomen... las manos parecían colgarle de los brazos en extraño
ángulo, como si tuviera rotas las muñecas... pero era Víctor, mi marido, mi
amor”.
SUS
FUNERALES
El martes 18 de septiembre de
1973 fueron los funerales de Víctor Jara. Relata su
compañera:
“La caminata hasta el lugar del cementerio donde Víctor
sería enterrado debió llevarnos entre veinte y treinta minutos. El carrito
chirriaba y rechinaba sobre el pavimento irregular. Caminamos y caminamos... mi
nuevo amigo Héctor a un lado, mi viejo amigo Héctor al otro. Sólo cuando el
ataúd de Víctor desapareció en el nicho que nos habían asignado estuve al punto
de desplomarme. Pero estaba vacía de sentimientos o sensaciones y sólo se
mantenía viva la idea que Manuela y Amanda esperaban en casa, preguntándose qué
ocurría, dónde estaba yo”.
VENCIÓ SOBRE SUS VERDUGOS
Al día siguiente el diario
Después todos los medios recibieron la orden de no volver
a mencionar a Víctor. Pero en la televisión
alguien arriesgó su vida insertando unos pocos compases de “
LOS
ASESINOS
El primer procesado por el asesinato de Jara, el
comandante César Manríquez Bravo, era el jefe del improvisado campo de
prisioneros que se instaló en el Estadio Chile.
Pero Jara y el resto de los detenidos estaban bajo la
custodia del teniente Pedro Barrientos, quien lideró las torturas y conspiró
para asesinarlo. En todas sus declaraciones, Barrientos negó conocer en esa
época al popular cantautor y haber estado en el Estadio Chile durante esos
días, sin embargo, seis exsoldados aseguraron haberlo visto al menos unas 20
veces entre esos días.
En 2016, Barrientos fue
condenado a pagar a la familia 28 millones de dólares de indemnización por
daños y perjuicios, lo que equivale a más de 25 millones de euros. En la
actualidad es ciudadano estadounidense y residente en el centro de Florida.
VÍCTOR
SIGUE COMBATIENDO
Los fascistas asesinaron al
cantor, pero sus canciones siguen emocionando y motivando. Son inmortales.
Fue así como Víctor, el heroico joven comunista, venció sobre sus
verdugos. A 47 años de su asesinato sigue cantando y combatiendo. Está presente, por ejemplo, en las grandes
manifestaciones de la rebelión popular contra el neoliberalismo, donde su
“Derecho a vivir en Paz” es himno oficial.
NOTA: El
heroico muchacho comunista, que permitió
encontrar el cadáver de Víctor Jara y acompañó a Joan Jara en el solitario
funeral, se llama Héctor Herrera y es
actualmente socio del Centro de Extensión e Investigación Luis Emilio
Recabarren, CEILER.