viernes, 29 de septiembre de 2023

EN EL 91 NATALICIO DE VÍCTOR JARA MARTÍNEZ

 


 

 

 

                                                         Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                                         Centro de Extensión e Investigación

                                                         Luis Emilio Recabarren, CEILER

 

 

 

                       


 

Víctor Lidio Jara Martínez nació  el 28 de septiembre de 1932 en Quiriquina, localidad ubicada cerca Chillán Viejo.  Su niñez transcurrió  en el lugar campesino de Lonquén, cerca de la ciudad de Talagante, arrullado por el canto de su madre y laborando en las duras faenas campesinas, detrás del arado o en la trilla. Ayudó desde los seis años a su padre,  Manuel, un inquilino que no sabía leer ni escribir. La madre, de nombre Amanda, de estatura baja y gordita, con una bella sonrisa. Eran cuatro hermanos: María, Georgina, Eduardo y Víctor.

 

Posteriormente nació un quinto, Roberto.  

 

LA MADRE 

La madre, el pilar de la casa, se empeñó y logró que sus hijos estudiaran. En la escuela, Víctor se destacó como buen alumno. Posteriormente, la familia se trasladó a la capital, a la Población Los Nogales, cerca de la Estación Central. Víctor y su hermano Eduardo concluyeron sus estudios primarios en una escuela católica de la población. 

La madre consiguió un puesto como cocinera en un pequeño restaurante ubicado frente a la Estación Central. Trabajando muy duro algunos años, logró reunir lo suficiente para comprar un puesto en el mercado.

La familia se mudó a una casita en la calle Jotabeche. Como estaba lejos del mercado la madre debía salir a las dos de la madrugada, pues los clientes comenzaban a llegar a las cuatro. Manuel, el padre, ya no vivía con ellos. Víctor, con la idea de poder ayudar a su madre en el negocio, entró a estudiar  contabilidad en un instituto comercial. 

En marzo de 1950, murió la madre de un ataque cardíaco.

 

EN EL CORO UNIVERSITARIO 

Para Víctor que, por entonces,  tenía 15 años de edad fue un golpe muy duro. Entró al Seminario de la Orden de los Redentoristas en San Bernardo, abandonándolo en 1952. Hizo el Servicio Militar en la Escuela de Infantería de San Bernardo. Terminado éste, volvió en mayo de 1953 a la Población Los Nogales, después de tres años de ausencia. Lo acogió la familia Morgado y un grupo de amigos. Consiguió un puesto de portero en el hospital local. 

Por la prensa se impuso del anuncio de una prueba para ingresar al  Coro Universitario para cantar en ‘Carmina Burana’. Postuló. Fue aceptado como tenor. Participó en la producción de Uthoff en el Teatro Municipal, vestido con un hábito marrón de monje.

 

EN LA ESCUELA DE TEATRO 

En 1954 viajó al norte con un grupo de nuevos amigos del coro, para recoger e investigar la música popular de la zona. Al regresar a Santiago, presenció una función de un grupo de  pantomima  recién formado por  Enrique Noiswander. De inmediato habló con éste, quien lo invitó a participar en una  prueba en el estudio donde ensayaba el grupo. Víctor mostró su sentido de movimiento y  expresividad. Entonces le ofrecieron la oportunidad de estudiar en el grupo de mimos. 

En 1955 se matriculó en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. También se incorporó al Conjunto de Cantos y Danzas Folklóricas Cuncumén.

 

CONOCE A VIOLETA PARRA 

En 1957, Víctor cursó el segundo año en la escuela de teatro. Por entonces comenzó  a frecuentar el café Sao Paulo, en el centro de Santiago, donde se reunían a mediodía artistas e intelectuales. Ahí encontró a Violeta Parra, conocida sólo por un pequeño círculo de personas en Chile, pero que acababa de regresar  de su primera visita a Europa.

Violeta vivía por esa época en La Reina en un pequeño bungalow. Víctor la visitaba con frecuencia. Allí conoció a Ángel Parra y se convirtieron en grandes amigos.  

 

INGRESA A LAS JUVENTUDES COMUNISTAS  

En 1958 Víctor Jara comenzó a militar en las Juventudes Comunistas de Chile, ello en plena campaña presidencial, en la que el Frente de Acción Popular, FRAP, postulaba como candidato a Salvador Allende.


En 1959 vivió su primera experiencia como director teatral, dirigiendo “Parecido a la Felicidad” de Alejandro Sieveking. Viajó con esa obra a Argentina, Uruguay, Venezuela y Cuba. 

En 1961 realizó una gira a Europa como director artístico del Cuncumén. Ese mismo año compuso “Paloma quiero contarte”, canción con que inició su trabajo de creación musical y poética. La grabó, junto a otra de sus composiciones, “La canción del minero”, en un LP del Cuncumén.

  

 

CASA DE LA CULTURA DE ÑUÑOA 

En 1963, Gregorio de la Fuente,  director  de la Casa de la Cultura de Ñuñoa, le propuso fundar una Escuela de Folklore. Con ayuda de Maruja Espinoza, una componente del Cuncumén, Víctor  organizó los cursos y enseñó las danzas folklóricas que más le gustaban; Maruja se concentró en la enseñanza de la guitarra. En un par de años  un grupo numeroso y entusiasta  de alumnos  hizo posible la  formación de un conjunto, del que posteriormente, surgieron varios solistas. Víctor trabajó en Ñuñoa hasta 1968.  Desde 1963 a 1970 formó parte del equipo estable de directores del Instituto de Teatro de la Universidad de Chile,  ITUCH. 

 

 

UN ARTISTA CONSECUENTE 

Realiza múltiples actividades artísticas, sin olvidar sus tareas políticas. En 1969 es figura principal en el Mitin Mundial de Jóvenes por Vietnam, realizado en Helsinki, Finlandia. Ese año obtiene el principal premio en el Primer Festival  de la Nueva Canción Chilena con “Plegaria a un labrador”

 

En 1970 se dedicó de lleno a la campaña presidencial de la Unidad Popular, 

Durante el Gobierno de Salvador Allende laboró en el Departamento de Comunicaciones de la Universidad Técnica del Estado, UTE. En 1971 viajó a distintos países como embajador cultural de Chile. Se editó ese año su LP “La Población”.

 

EL ACTO QUE NO SE REALIZÓ 

Entre 1972 y 1973 compuso la música de continuidad de Televisión Nacional. Viajó a la Unión Soviética y Cuba. Participó en trabajos voluntarios y en la campaña parlamentaria que culminó el 4 de marzo de 1973. 

El martes 11 de septiembre de 1973 Víctor estaba en la UTE. Debía participar en un acto en que el Presidente de la República se dirigirá a todo el país comunicando su decisión de llamar a un plebiscito para salir de la crisis política provocada por la oposición. Se produjo el golpe fascista. Soldados del ejército rodearon la Universidad. Al día siguiente invadieron el recinto universitario.

 

EN EL ESTADIO CHILE 

Tomaron prisioneros a  los profesores, funcionarios y alumnos que se encontraban ahí. Fueron conducidos al Estadio Chile. Víctor iba entre ellos. 

Las torturas las comienza a sufrir  el jueves 13 de septiembre: 

“¡A ese hijo de puta me lo traen para acá! Repitió, iracundo el oficial. ¡A ese huevón!...  ¡A ese!!  El soldado lo empujó sacándolo de la fila. 

¡No me lo traten como señorita, carajo!  Ante la orden, el soldado levantó su fusil y le dio un feroz culatazo en la espalda de Víctor. Cayó de bruces, casi a los pies del oficial. 

¡Ch’é tu madre! ... Vos soy el Víctor Jara huevón. El cantor marxista, ¡El cantor de pura mierda!  

 

EL HORROR DEL FASCISMO    

Y, entonces, su bota se descargó furibunda una, dos, tres, diez veces en el cuerpo, en el rostro de Víctor, quien trata de protegerse la cara con sus manos. - 

Víctor, herido, ensangrentado, permaneció bajo custodia en uno de los pasillos del Estadio Chile. Sentado en el suelo de cemento, con prohibición de moverse. Desde ese lugar, contemplaba el horror del fascismo. 

Allí permaneció la noche del Miércoles 12 y parte del Jueves 13, sin ingerir alimento alguno, ni siquiera agua. Víctor tenía varias costillas rotas, uno de sus ojos casi reventado, su cabeza y rostro ensangrentados y hematomas en todo su cuerpo.

 

 

CRUELMENTE TORTURADO 

El 15 de septiembre de 1973, cerca del mediodía se supo que saldrán en libertad algunos compañeros de la UTE. Los prisioneros empezaron a escribirles a esposas, madres, diciéndoles que estaban vivos.  Víctor pidió lápiz y papel. Comenzó a escribir precipitadamente. De improviso, dos soldados lo tomaron y lo arrastraron violentamente hasta un sector alto del Estadio, donde su ubica un palco, gradería norte. Los soldados recibieron orden de golpearlo y comenzaron con furia a descargar las culatas de sus fusiles en el cuerpo de Víctor. Dos veces alcanzó a levantarse Víctor, herido, ensangrentado. Luego no volvió a levantarse.

 

EL TESTIMONIO DE BORIS NAVIA 

Relata Boris Navia: “Esa misma noche, ya en el Nacional, lleno de prisioneros, al buscar una hoja para escribir, me encontré en mi Libreta, que Víctor me lanzó al ser arrastrado por los soldados, no con una carta, sino con los últimos versos de Víctor, con su último canto, que escribió unas horas antes de morir y que el mismo tituló “Estadio Chile”, conteniendo todo el horror y el espanto de aquellas horas. Inmediatamente acordamos guardar este poema”.

 

Y  logró salvar el último poema de Víctor Jara para estremecer con sus versos a la humanidad: 

 

 

ESTADIO CHILE 

“Somos cinco mil 

En esta pequeña parte de la ciudad. 

Somos cinco mil. 

¿Cuántos seremos en total 

en las ciudades y en todo el país?

 

¡Cuánta humanidad 

hambre, frío, pánico, dolor, 

presión moral, terror y locura! 

Somos diez mil manos menos 

que no producen!


¿Cuántos somos en toda la Patria? 

La sangre del compañero Presidente 

golpea más fuerte que bombas y metrallas 

Así golpeará nuestro puño nuevamente.


Canto que mal me sales 

cuando tengo que cantar espanto 

espanto como el que vivo 

como el que muero, espanto”.


Víctor Jara fue asesinado cruelmente  el   16 septiembre de 1973, lo acribillaron con 44 balazos. 

 

 

MARTES 18 DE SEPTIEMBRE DE 1973 

Joan Jara, la compañera de Víctor, relata en “Víctor Jara un Canto Truncado”: 

“Martes 18 de septiembre. Aproximadamente una hora después de levantarse el toque de queda, oigo el ruido del portón, como si alguien intentara entrar. Todavía está cerrado con llave. Me asomo a la ventana del cuarto de baño y veo a un joven afuera. Parece inofensivo y me decido a abrirle. Me dice con voz baja:

 

-Estoy buscando a la compañera de Víctor Jara. ¿Vive aquí? Por favor, confíe en mí. Soy un amigo –me muestra su carné-¿Puedo entrar un minuto? Tengo que hablar con usted –parece nervioso y preocupado. Me dice en un susurro-: Soy miembro de las Juventudes Comunistas.

 

Abro la puerta para que entre y nos sentamos en la sala. 

-Lo siento, tenía que encontrarla... Lamento decirle que Víctor ha muerto... Encontramos su cuerpo en la morgue. Un compañero que trabaja allí lo reconoció. Le ruego que sea valiente y que me acompañe para identificarle. ¿Llevaba calzoncillos azul oscuro? Tiene que venir, porque su cadáver lleva allí más de cuarenta y ocho horas y, si nadie lo reclama, se lo llevarán y lo enterrarán en una fosa común.

 

UN JOTOSO LLAMADO HÉCTOR 

Joan Jara continúa relatando en su libro “Víctor Jara un canto truncado”:

 

“Héctor –así se llamaba- había estado trabajando en la morgue, el depósito de cadáveres municipal durante la última semana, tratando de identificar cuerpos anónimos que llegaban diariamente. Era un muchacho amable y sensible y había corrido un gran riesgo yendo a buscarme. En su condición de empleado tenía una tarjeta especial y, después de mostrarla en la entrada, me introdujo por una pequeña puerta lateral del edificio, a pocos metros de los portales del Cementerio General...


LO ENCUENTRA SU COMPAÑERA 

“Bajamos un oscuro pasadizo y entramos en una enorme sala. Mi nuevo amigo me apoya la mano en el codo para sostenerme mientras contemplo las filas y filas de cuerpos desnudos que cubren el suelo, apilados en montones, en su mayoría con heridas abiertas, algunos con las manos todavía atadas a la espalda. Hay jóvenes y viejos... cientos de cadáveres... en su mayoría parecen trabajadores... cientos de cadáveres que son seleccionados... 

“Nos envían a la planta superior. El depósito está tan repleto que los cadáveres llenan todo el edificio, incluyendo las oficinas. Un largo pasillo, hileras de puertas y, en el suelo, una larga fila de cadáveres, estos vestidos, algunos con aspectos de estudiantes, diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta... y en la mitad de la fila descubro a Víctor.


MIRABA DESAFIANTE 

“Era Víctor, aunque le vi delgado y demacrado. ¿Qué te han hecho para consumirte así en una semana? Tenía los ojos abiertos y parecía mirar al frente con intensidad y desafiante, a pesar de una herida en la cabeza y terribles moratones en la mejilla. Tenía la ropa hecha jirones, los pantalones alrededor de los tobillos, el jersey arrollado bajo las axilas, los calzoncillos azules, harapos alrededor de las caderas, como si hubieran sido cortados por una navaja o una bayoneta... el pecho acribillado y una herida abierta en el abdomen... las manos parecían colgarle de los brazos en extraño ángulo, como si tuviera rotas las muñecas... pero era Víctor, mi marido, mi amor”.


 

SUS FUNERALES 

El martes 18 de septiembre de 1973 fueron los funerales de Víctor Jara. Relata  su compañera: 

“La caminata hasta el lugar del cementerio donde Víctor sería enterrado debió llevarnos entre veinte y treinta minutos. El carrito chirriaba y rechinaba sobre el pavimento irregular. Caminamos y caminamos... mi nuevo amigo Héctor a un lado, mi viejo amigo Héctor al otro. Sólo cuando el ataúd de Víctor desapareció en el nicho que nos habían asignado estuve al punto de desplomarme. Pero estaba vacía de sentimientos o sensaciones y sólo se mantenía viva la idea que Manuela y Amanda esperaban en casa, preguntándose qué ocurría, dónde estaba yo”.


VENCIÓ SOBRE SUS VERDUGOS 

Al día siguiente el diario La Segunda publicó un breve párrafo en el que informaba de la muerte de Víctor: “El funeral fue de carácter privado y sólo asistieron los familiares”. 

Después todos los medios recibieron la orden de no volver a mencionar a Víctor. Pero en la televisión  alguien arriesgó su vida insertando unos pocos compases de “La Plegaria” sobre la banda sonora de una película norteamericana. 

Los verdugos asesinaron al cantor, pero sus canciones siguen emocionando y motivando. Son inmortales. 

Fue así como Víctor,  el heroico joven comunista, venció sobre sus verdugos. A 49 años de su asesinato sigue combatiendo.



 


 

 

 

FUNERAL DE PABLO NERUDA PRIMERA EXPRESIÓN ANTIFASCISTA

 


 

 

                                                       Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                                       Centro de Extensión e Investigación

                                                       Luis Emilio Recabarren,  CEILER

 


 

 


 

El 23 de septiembre de 1973 fallece (¿asesinado?) Pablo Neruda. El 25, sus funerales son la primera manifestación pública antifascista. 

El escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, narra  en su artículo “Aquel Adiós a Pablo Neruda”, publicado por “El Tiempo”, el 7 de abril de 2013: 

“Nunca he olvidado el choque que recibimos Fina y yo cuando, al decirle a la recepcionista de la clínica que teníamos una cita con el poeta, ella nos replicó sorprendida: “El maestro Neruda murió a las tres de la mañana”. 

Fue tal nuestra congoja y desconcierto que la mujer, apiadada, decidió darnos la dirección de la casa a donde habían llevado el cuerpo del poeta. Aquella dirección me quedó grabada para siempre en la memoria: calle Marqués de la Plata. 

Como lo tengo escrito en un texto titulado Aquel adiós a Neruda, hacía frío y todavía flotaba en el aire una neblina matinal cuando llegamos a aquel lugar. La calle pequeña, olvidada, refugio ideal para un poeta, se desprende de otra, igualmente pintoresca, llena de árboles de un intenso color rojizo, que en plena primavera austral dan una impresión de otoño. Cuando, atendiendo los golpes que dábamos a la puerta, apareció una mujer a quien le hicimos una pregunta absurda:

–¿Don Pablo?

–Está arriba –respondió de la manera más natural.

 

Una casa saqueada. 

El patio de entrada se veía inundado. Las piezas de la primera planta, también, por un agua que fluía de alguna parte. Al otro lado del patio, en un nivel más alto, había un jardín húmedo, lleno de escombros: papeles, libros quemados, vidrios, muchos vidrios: crujían bajo la suela del zapato. Dos mujeres removían cautelosamente los escombros. Una de ellas se volvió hacia nosotros.

 

–La destruyeron –dijo simplemente.

Nos inclinamos para recoger una foto sucia de barro. Era muy antigua: tres hombres y una mujer, vestidos a la moda de los años 30, sentados en medio de la nieve. Parecían reír felices ante el fotógrafo.

–Eran fotos y cartas de don Pablo –dijo la mujer–. No esperaron siquiera a que muriera.

–¿Dónde lo tienen? –pregunté.

 

–Allí –dijo ella señalando una casa pequeña, semejante a un palomar, que se alzaba en lo alto del jardín.

Subimos por una empinada escalera. Al abrir la puerta, nos encontramos delante del féretro, en un cuarto helado y sin luces, donde solo había media docena de mujeres. 

Aquel féretro gris, sin pompa, sin cirios, sin coronas, colocado en un extremo de la pieza y adornado solo con dos rosas blancas que parecían cortadas de prisa, daba una sensación de soledad. Bajo el cristal, descansando sobre un raso, la cara de Neruda parecía reducida, irreal. Lo humano en aquel momento no era su cara, sino la camisa de cuadros que llevaba abierta en el cuello y el saco de tweed: una indumentaria deportiva que hacía pensar en plácidos domingos en Isla Negra.

 

La esposa de Neruda estaba sentada junto al féretro, sola. A Matilde Urrutia la había yo conocido incidentalmente dos años atrás en Barcelona, en la casa de García Márquez. Nada en aquel verano hacía temer por la vida del poeta. Ni por Chile. La mujer rubia que entonces hablaba con animación mientras se enfriaban en la nevera las botellas de vino blanco esperando la llegada de Neruda permanecía ahora inmóvil y sin llorar, al pie del ataúd, en un cuarto sembrado de escombros. La casa había sido requisada y saqueada. Al ser desviadas las aguas de un canal, la planta baja se había inundado. No había luz eléctrica. Las ventanas estaban rotas. Rotas también las lámparas, rotas en añicos las cerámicas, quemados los libros y desaparecidos los cuadros, una colección de primitivos que Neruda había reunido a lo largo de su vida.

 

El segundo forastero que llegó, después de nosotros, era un escritor alto, jovial, de cabellos blancos que yo había conocido en un viaje anterior a Chile. No recuerdo hoy su nombre. Pertenecía al partido comunista. Cuando charlábamos en voz baja junto al féretro, Matilde se dirigió a él para solicitarle que se hiciera cargo de los trámites con la funeraria. Buscaba un auto. Yo le ofrecí mi taxi, que esperaba en la puerta. Así quedé también yo comprometido en esas diligencias que abarcaron el resto del día.

 

Recuerdo que al salir recogí en el jardín un buen número de fotos y cartas regadas por el suelo. Las tuve conmigo seis meses, hasta que se las devolví a Matilde en Caracas, cuando nos encontramos de nuevo en casa de Miguel Otero Silva. Aquella mañana, antes de salir con mi amigo el escritor, la vi en el jardín con la frente apoyada en el tronco de un sauce, llorando en silencio.

 

Mientras avanzábamos hacia el centro de la ciudad por calles grises, llenas de frío, mi amigo nos contaba a Fina y a mí cómo se había descartado la idea, propuesta por algunos, de llevar el cadáver de Neruda a México. Matilde no estuvo de acuerdo porque podría ser algo malinterpretado por el pueblo chileno. Mi amigo abrió su mano y nos enseñó una llave. “Es para la tumba de Pablo”, nos dijo.

 

El mausoleo donde sería sepultado el cuerpo del poeta pertenecía a los familiares de un famoso dirigente de fútbol chileno, Carlos Dittborn. Sepultura provisional: más tarde sus restos serían llevados a Isla Negra, para respetar una voluntad expresada por Neruda.

 

El empleado que nos atendió en la funeraria llenó las planillas con una minuciosa aplicación burocrática. “¿Nombre del fallecido?” “Neftalí Reyes Basoalto”. “¿Padres?” “José del Carmen Reyes y Rosa Basoalto”. Etcétera.

 

Al cabo de un detallado registro, no todo estaba en regla. Faltaba la cédula del poeta y el registro de defunción (lo obtendríamos más tarde: Neruda había fallecido a consecuencia de un cáncer en la próstata y no de un infarto, como se dijo).

 

Finalmente, una última pregunta: “¿Cuántas carrozas?” Nuestro amigo no sabía: “En condiciones normales deberían ser más: siete o diez carrozas, qué sé yo –dijo–. Pero me temo que en las actuales circunstancias baste una sola”.

 

Su tono era ligeramente amargo. El amigo de Neruda no sabía en aquel momento si debía o no esconderse, si sería o no detenido. Aquella madrugada había recibido por teléfono la noticia de la muerte del poeta cuando se hallaba en su apartamento, entregado a una faena dispendiosa: estaba quemando su biblioteca, llena de libros marxistas, en previsión de una requisa. Los libros habían terminado de arder en la chimenea del salón cuando empezaba a amanecer.

 

Al día siguiente, contra lo que temíamos, había más gente de lo previsto en la puerta de la casa: unas 300 personas, contando periodistas y fotógrafos europeos. El sol apenas calentaba. Había en el aire algo que sugería aún el olor, el color del invierno austral. Cubierto con la bandera chilena, el féretro fue transportado a través del jardín lleno de agua hasta la carroza funeraria que aguardaba en la puerta. Cuando el cortejo iba a iniciar su marcha, en un ambiente donde llegaba a percibirse el miedo de aquellos días, estalló en la calle un grito anónimo:

 

–¡Camarada Pablo Neruda!

 

–¡Presente! –contestó la multitud.”

 


                                     *************

 

El periodista  chileno  Sergio Villegas en su obra  “Funeral Vigilado” publicada en Berlín, RDA, en1984, recoge el testimonio de algunos participantes en el funeral de Pablo Neruda del 25 de septiembre de 1973:


“Bello: Atravesamos la Avenida Perú. Al enfilar Santos Dumont, los que habían llegado en auto comenzaron a bajar para seguir a pie. 

Nunca vi mayor expresión de duelo en una multitud. En esas fisonomías se unían la desolación causada por la muerte de Pablo y la vigilia tensa que imponían por el terror los militares facciosos. 

‘¡Viva Pablo Neruda!’ 

‘¡Viva el Partido Comunista!’


Cada cierto trecho, desde el centro del desfile alguien leía en voz alta. Llevaba un libro de Neruda abierto en las manos.


‘Chacales que el chacal rechazaría 

 piedras que el cardo seco mordería escupiendo

 víboras que las víboras odiarían!


‘Compañero Pablo Neruda... 

‘¡Presente!’ 

Este grito se repetía tres veces. Nadie se ocultaba. Nadie tenía miedo. Muchos respondían ‘presente’ con el rostro mojado por el llanto.

 


   


                    

Luis Alberto: Era ‘España en el corazón’. El presidente del Sindicato Quimantú sacó el libro y empezó a leer con voz fuerte. Poco después aparecieron otros recitadores. Había mucha gente que se sabía esos versos de memoria... 

Los periodistas extranjeros, que andaban por todas partes, se acercaban a preguntar y nosotros les contestábamos apenas, temiendo que se tratara de policías... 

Aída: Cuando entramos al cementerio, íbamos ya cantando abiertamente y en realidad sollozando La Internacional. Había mucha gente esperando. Se empezaron a vocear nombres de nuevo. El de Pablo. Se me acercó Irma de Almeyda y me dijo: ‘No hemos nombrado a Allende’ Íbamos atravesando la cúpula de la entrada en ese momento. Y hacia arriba, hacia la cúpula, grité con todas las fuerzas que me quedaban: ‘¡Salvador Allende!’... Y vino el coro entonces: ‘¡Presente!’ Había un abogado del sur por ahí cerca y escuché que decía: ‘Estos comunistas no van a aprender nunca’. Vi a Alones muy afectado, y a Fernando Castillo, el rector de la universidad Católica, que sollozaba. Empezó a oírse la voz de Chela Álvarez muy fuerte...

 

 


Loyola: Yo había quedado rezagado y cuando me reincorporé al cortejo, en Avenida La Paz, confieso que quedé helado de pavor, pues ya en un tono crecientemente alto la gente iba cantando La Internacional, puño en alto, todos sin distinción: Gente que jamás pensó ser comunista, simplemente escritores o amigos de Pablo, sintieron tal vez que no había mejor modo de expresar lo que llevaban adentro que alzar el puño y cantar ese himno.

 


 


Los soldados rodeaban la plaza que queda frente al cementerio. Estaban a la vista. Yo creí que era cosa de segundos la descarga de metralleta cuando alguien de gran vozarrón empezó a gritar: ‘¡Compañero Pablo Neruda’ y todos contestamos ‘¡Presente!’ Se repitió el grito dos o tres veces y las respuestas crecían en fuerza, pero de pronto el grito fue: ‘¡Compañero Víctor Jara!’ y a todos se nos quebró la voz porque era la primera vez que se nombraba a Víctor en público denunciando su asesinato. ‘¡Presente!’ contestamos todos lo mejor que pudimos.

 

Pero entonces se produjo un silencio y enseguida, como tomando aliento, la voz gritó con  todas sus fuerzas: ‘¡Compañero Salvador Allende!’, pronunciando el ‘Allende’ en forma muy marcada.

 

Y allí la respuesta fue una especie de aullido ronco, quebrado, distorsionado por la emoción y por el terror y por las ganas de gritar de modo que se oyera en todo el mundo: ‘¡Presente!’ Yo creo que ahí se nos pasó el miedo a todos, porque ahí no había ya nada que hacer. Más valía morir con el puño en alto y cantando La Internacional, y así cantando a voz en cuello, todos llorando, entramos al Cementerio General. Tal vez la presencia de muchos periodistas extranjeros nos salvó”.

 

 

 



 





lunes, 25 de septiembre de 2023

EN EL 81 NATALICIO DE JOSÉ WEIBEL NAVARRETE

 



Hoy 25 de septiembre se cumplen 81 años del nacimiento del revolucionario chileno José Weibel Navarrete.  Les entregamos a nuestras lectoras y lectores un artículo del Historiador  Iván Ljubetic Vargas.

Boletín Rojo

 


EN EL 81 NATALICIO DE JOSÉ WEIBEL NAVARRETE

 

 


                                                                Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                                                 Centro de Extensión e Investigación

                                                                 Luis Emilio Recabarren, CEILER

 

 


 


José Arturo Weibel Navarrete nació el 25 de septiembre de 1942.  A los 13 años era dirigente de la Juventud Obrera Católica en Conchalí. 

A los 14, ingresó a las Juventudes Comunistas, llegando a ser secretario político del Comité Local  de Conchalí. Desde entonces le decían “Checho”. De profesión artesano mueblista, se casó con María Teresa Barahona, con quien tuvo tres hijos. 

Fue elegido Subsecretario General de las Juventudes Comunistas. 

Después del golpe fascista del 11 de septiembre de 1973 pasó a ocupar  la máxima responsabilidad de la organización juvenil.

 

Era uno de los comunistas más buscados por el Comando Conjunto. Desde el 5 de julio de 1975, José Arturo fue perseguido  por los organismos represivos. Precisamente, en esa fecha, fue requerido en casa de su suegra y entre enero y febrero de 1976, su casa fue sometida a vigilancia. 

El 26 de octubre de 1975 agentes de la dictadura detuvieron a su hermano Ricardo, quien también está desaparecido. 

Poco a poco los agentes de la dictadura fueron cerrando el cerco en torno a él.

 

PREGUNTAN POR UNA LAVADORA

El domingo 28 de marzo de 1976, estando José ausente, llegó a su hogar un individuo joven, que le preguntó a su compañera, María Teresa Barahona, si ella vendía una lavadora. Le respondió que no. A ella le pareció muy sospechosa la actitud de ese tipo, pues al observarlo, comprobó que no había consultado en ninguna otra casa sobre la venta de tal lavadora. Al llegar el Checho, le relató lo ocurrido, diciéndole que a lo mejor era un agente de la DINA. Pensativo, el compañero le respondió que era muy probable. 

María Teresa tenía razón. Sus sospechas eran fundadas. El individuo que preguntó por la lavadora era un agente del Comando Conjunto. Su operación consistió en comprobar el domicilio del dirigente juvenil, dando los toques finales al operativo para secuestrarlo, que se llevó cabo a la mañana siguiente.

 

SECUESTRADO EN UN MICRO

Lunes 29 de marzo de 1976. Checho y Teresa, acompañados de  dos de sus hijos, Mauricio y Álvaro,  salieron temprano, alrededor de las 7,40 horas, como lo hacían todos los días, para ir a dejarlos al Colegio Latinoamericano, donde estudiaban.

 

Una vez cumplida esta tarea, José Weibel debía dirigirse a su trabajo. 

Acompañado de su esposa, tomaron a la altura del paradero 19 de La Florida, el bus N.º 9046, patente SL 45 del recorrido Circunvalación Américo Vespucio. El bus había avanzado unas diez cuadras, cuando una mujer gritó en el bus: “Me robaron la cartera”. Todos los pasajeros se miraron sorprendidos. 

De pronto, un automóvil negro, hizo detener al bus. Del auto se bajaron seis individuos. Abordaron el bus, tanto por la puerta delantera como por la trasera. De inmediato acusaron  a José Weibel de haber robado la cartera. 

A ese grupo de  seis hombres, se unieron otros seis que iban en el bus, quienes acusaron al dirigente comunista del robo de la cartera. Entre todos lo bajaron a golpes y puntapiés. Lo introdujeron en el auto negro, que partió con  rumbo desconocido. 

Según testimonio de María Teresa, “las personas que viajaban en el bus y ayudaron a la detención de José, no eran precisamente gente de trabajo, puesto que algunos se subieron al auto negro y otros quedaron tranquilamente en la calle”. 

Al momento de su detención, José Weibel tenía 33 años, trabajaba como artesano mueblista.


ALLANAN Y SAQUEAN SU HOGAR

El mismo día que lo detuvieron, entre las 10 y las 12 horas, José Weibel, con la vista vendada, fue llevado por sus captores hasta su domicilio -en los instantes en que su esposa no se encontraba en allí- procediendo a allanarlo y saquearlo. Testigos de estos hechos fueron los vecinos del barrio. 

En abril de 1976, por segunda vez fue allanada la vivienda, en ausencia de sus moradores. En esta ocasión, vecinos del lugar impidieron la sustracción de especies, las que fueron abandonadas en las afueras de la casa. Las mismas fueron hechas llegar a Carabineros de Macul los que, a pesar de devolverlas, no dejaron constancia de lo ocurrido.


 

EL INFORME RETTIG: EN “LA FIRMA

Según lo estableció el Informe Rettig, José Weibel “permaneció recluido en el recinto denominado La Firma y de acuerdo con los antecedentes que obran en poder de la Comisión, habría sido posteriormente ejecutado por sus captores”. 

Desde el sitio de su detención, José Weibel Navarrete, fue trasladado por sus captores hasta el edificio del expropiado y clausurado diario "El Clarín", ubicado en calle Dieciocho N.º 229, Santiago. Recinto utilizado, eventualmente, por el Comando Conjunto Antisubversivo como lugar de detención clandestina, denominado "La Firma" por los propios agentes. 

Otros detenidos recluidos en ese recinto eran, los también militantes del Partido Comunista, Luciano Mallea, Adrián Saravia, Alfredo Vargas, Carlos Paredes, Blanca Allende, Marta Ester Moreno, Víctor Cárdenas Valderrama, (desaparecido) Juan René Orellana Catalán, (desaparecido) Luis Maturana González, (desaparecido) Juan Gianelli Company (desaparecido) y Manuel Guerrero Ceballos (ejecutado).

  

UBICACIÓN GEOGRÁFICA DE “LA FIRMA

Informaciones recogidas de detenidos que posteriormente recobraron su libertad, señalan que "La Firma" estaba ubicada en la parte posterior del edificio que ocupaba la Dirección de Comunicaciones de Carabineros -DICOMCAR- donde funcionaba la Escuela de Inteligencia de esa Institución. Se trataba de dos edificaciones comunicadas por un hoyo que existía en el muro divisorio entre ambos inmuebles.

 

En la sala de "interrogatorios" de ese local existían organigramas que contenían la estructura orgánica del Partido Comunista, señalando los nombres de sus integrantes, cargos, y otras especificaciones. Cuando uno de ellos era detenido se hacía una cruz sobre su nombre y se colocaba el de su posible reemplazante. Asimismo, existía un archivador con fotografías y los datos personales de los militantes.


 

JOSÉ WEIBEL TORTURADO Y ASESINADO 

Allí, José Weibel Navarrete fue torturado e interrogado y, días después, trasladado junto a otros detenidos a una casa en Bellavista N°122, frente a unas canchas de tenis, lugar que los agentes solteros utilizaban como alojamiento. Esa casa había sido habitada por otro militante comunista, Sergio Buschmann, hasta fines de diciembre de 1975 y la DIFA (Dirección de Inteligencia de la Fuerza Aérea) la había ocupado ilegalmente.

 

En la casa de Bellavista, José Arturo permaneció por espacio de una semana, siendo llevado posteriormente hasta el Cajón del Maipo donde, según el agente Luis Palma Ramírez, fue ejecutado y abandonado su cuerpo, sin que hasta la fecha se haya logrado ubicar sus restos.

 

En ese sector y cercano a la fecha de la ocurrencia de los hechos reseñados, fueron descubiertos tres cadáveres, razón por la cual su cónyuge fue hasta el Instituto Médico Legal con la intención de reconocer entre ellos su cuerpo. Sin embargo, debido al estado de deterioro, fue imposible su identificación.

 

Luego, María Teresa Barahona, acudió al Instituto con la ficha dental de José Weibel, ocasión en que el médico legista le informó que no se trataba de su esposo. Posteriormente, se encontraron otros siete cuerpos en el Cajón del Maipo, sin que se lograra establecer si alguno de ellos correspondía a José Arturo. Estos cadáveres en la mayoría se encontraban sin ropas y con sus extremidades amarradas con alambres.

 

De igual forma, la cónyuge de José Arturo, posterior a la detención de éste, fue sometida a seguimientos personales, y el domicilio de su suegra fue objeto de continua vigilancia por parte de personal civil e, incluso, ella recibió amenazas de muerte.

 

UNA VEZ MÁS LA “JUSTICIA” ES COMPLICE

El mismo  29 de marzo de 1976, se interpuso ante la Corte de Apelaciones de Santiago el Recurso de Amparo Rol Nº251-76 en favor de José Arturo Weibel Navarrete, el que fue rechazado el 3 de junio de 1976, con el sólo informe del Ministerio del Interior, el que negaba la detención por orden de esa Secretaría de Estado. Los antecedentes fueron remitidos al Octavo Juzgado del Crimen de Santiago para investigar posible comisión de delito.

 

El 18 de junio de 1976, se presentó un nuevo Recurso de Amparo, rolado con el N.º 539-76, el que fue rechazado -el 21 de julio de 1976- desechando la indicación del Ministro señor Paillás, quien estuvo por oficiar al Ministerio del Interior y a la DINA, para que informaran respecto al amparado. Dicha resolución fue confirmada por la Corte Suprema el 27 de julio de 1976.

 

A pesar de ello, el 22 de julio de 1976, se interpuso ante la Corte de Apelaciones de Santiago un tercer Recurso de Amparo rol 635-76, en favor de José Arturo Weibel Navarrete, el que fue rechazado con fecha 30 de julio de 1976, por "no existir antecedentes que demuestren que el amparado está detenido, se investiga posible delito en el respectivo Tribunal". El 3 de noviembre de 1976 la Corte Suprema confirmó la resolución.

 

MARÍA TERESA BARAHONA SE QUERELLA

El 2 de abril de 1976, María Teresa Barahona interpuso querella criminal, rol Nº5832-3 ante el 11º Juzgado del Crimen de Santiago, por el secuestro de su cónyuge, violación de domicilio y robo. Se acumuló a ella la denuncia de Oficio iniciada ante el Octavo Juzgado del Crimen. En el proceso declararon testigos presenciales de la detención, incluyendo al chofer del bus, e igualmente atestiguaron ante el Tribunal quienes presenciaron el allanamiento de la vivienda de la víctima, por parte de agentes del Estado. Tanto la DINA como el Ministerio del Interior respondieron no registrar la detención de Weibel. A la Dirección Nacional de Comunicación Social -DINACOS- el Tribunal le solicitó y le reiteró en varias oportunidades el envío del texto oficial de sus declaraciones acerca de las "casas buzones", relacionándole los nombres de los dirigentes comunistas detenidos en esa oportunidad, sin que esa repartición haya respondido al respecto.

 

El 23 de febrero de 1977 se solicitaron tres importantes diligencias: constitución del Tribunal en el lugar de la detención; interrogatorio a testigos y la constitución del Tribunal en los locales de la DINA. Todos fueron denegados.

 

INTENTAN APLICAR LA LEY DE AMNISTÍA

El 4 de mayo de 1978 se sobreseyó definitivamente esta causa en virtud del D.L. 2191 (Ley de Amnistía). El 16 de junio la Corte de Apelaciones de Santiago revocó el sobreseimiento, ordenando proseguir la investigación. El 4 de abril de 1979, el Ministro en Visita Servando Jordán solicitó seguir conociendo la causa, la que le fue remitida. El 23 de mayo de 1980, nuevamente se cerró el sumario y el 29 de septiembre de ese mismo año se confirmó la resolución por la Corte de Apelaciones. 

Importantes antecedentes de las circunstancias de la detención de José Weibel, fueron acumulados a raíz de una acción judicial por otros detenidos desaparecidos.


EL TESTIMONIO DE UN EXAGENTE

También se contó con la declaración del soldado primero de la Fuerza Aérea de Chile, Andrés Valenzuela Morales -que en 1984 desertó de esta institución- quien mediante su declaración, dio cuenta y datos que, a mediados de la década del 70, comenzó a operar un llamado Comando Conjunto o Comando Conjunto Antisubversivo, integrado por miembros de las distintas ramas de las Fuerzas Armadas y de Orden, más algunos civiles que pertenecieron a partidos de izquierda y que luego de ser detenidos por los Servicios de Inteligencia, sometidos a presiones y/o extorsiones, se transformaron en colaboradores. Dicho Comando disponía de medios materiales, como vehículos, armamento, aparatos de transmisión y lugares clandestinos de detención.

 

DECLARACIÓN DE EX INTEGRANTE DEL COMANDO CONJUNTO ANDRÉS VALENZUELA

La de fs.7.233, que corresponde a una declaración jurada suscrita en el extranjero por el exmiembro de la FACH e integrante del llamado Comando Conjunto, Andrés Antonio Valenzuela Morales, la que fue agregada al proceso.

 

En ella, el declarante entrega descripciones detalladas del tipo de armamento, vehículos y recintos clandestinos utilizados por el Comando Conjunto. 

Respecto de estos últimos: un hangar ubicado al interior del Aeropuerto Cerrillos; un inmueble situado en calle Santa Teresa N°037, Paradero 20 de la Gran Avenida, conocido como "Nido 20"; un inmueble ubicado en calle Perú N°9.053, Paradero 18 de Vicuña Mackenna, llamado "Nido 18"; un recinto al interior del Regimiento de Artillería Antiaérea de Colina, conocido como "Remo Cero"; un inmueble ubicado en calle Dieciocho de la capital, en las antiguas oficinas del Diario "El Clarín", llamado "La Firma"; y una casa para el alojamiento del personal soltero, ubicada en Bellavista.

 

Respecto a los secuestros, Valenzuela Morales expresó que en el año 1975, los agentes concurrían a detener a los domicilios o lugares de trabajo de los afectados, manifestando pertenecer a Investigaciones. Ya en 1976, las detenciones se practicaron fundamentalmente en la calle, sin testigos. José Weibel Navarrete fue uno de los últimos detenidos desaparecidos detenido en presencia de familiares. 

Finalmente, el testigo entregó las señas físicas de varios agentes del Comando Conjunto conocidos por los siguientes apodos o indicados por sus nombres o apellidos: "Larry" (Suboficial Mayor de Carabineros); "Tito" y "Jano" (Carabineros); "Pochi" (agente mujer); "Alex" (marino); "Yerko" y "Patán" (civiles que habían pertenecido a Patria y Libertad); "Yoyopulus" y "Zambra" (de Investigaciones, que sólo operaron en la Academia de Guerra Aérea); Guimper (Teniente de la Marina); Forero (médico); Otto Trujillo (empleado civil de la FACH); "Fifo" Palma Ramírez (civil que había pertenecido a Patria y Libertad); "Wally" (Roberto Fuentes Morrison); y los ex militantes comunistas, que luego de haber sido detenidos por el Comando, colaboraron con la agrupación, entre ellos Miguel Estay (el "Fanta").

 

Del documento de fs.2.426, que corresponde a las declaraciones juradas, prestadas ante Notario Público, por el ex miembro de la FACH, Andrés Antonio Valenzuela Morales, en los meses de agosto y octubre de 1984, las que fueron acompañadas al proceso.

 

MINISTRO CARLOS CERDA REÚNE DATOS VALIOSOS

En este grado de investigación, el Ministro Carlos Cerda llegó a establecer datos valiosos y esclarecedores respecto de otros casos de violaciones de derechos humanos, algunos de ellos de desaparecimiento de personas, disponiendo incluso la remisión de algunas piezas del "proceso de los trece" a otros Tribunales que conocían de causas criminales por ellos. Entre estos últimos se encuentra el caso de José Arturo Weibel Navarrete. 

Ante la negativa de la Ecxma. Corte Suprema a la petición del Ministro Cerda, en orden a que se extendiera su Visita Extraordinaria al conocimiento del presente ilícito, el señor magistrado dispuso el 14 de agosto de 1986, se remitieran al Undécimo Juzgado del Crimen de Santiago, por incidir en su rol N°5.832, sustanciado por el delito de secuestro del afectado y a la fecha sobreseído temporalmente, copias debidamente autorizadas de las siguientes piezas del proceso.


OTROS TESTIMONIOS POR CASO DE JOSÉ WEIBEL

Las de fs. 3.255 y 3.256, que contiene las declaraciones judiciales prestadas el 17 y 28 de junio de 1985, por Emilio Pozo Ávila y Julio César Berríos, conductor y pasajero, respectivamente del microbús de la locomoción colectiva del recorrido Centro-La Florida, desde cuyo interior fue bajado José Weibel Navarrete, por agentes de civil que expresaron ser "policías".

 

DECLARACIÓN DE MARÍA TERESA BARAHONA

La de fs.4.393, que corresponde a la declaración prestada ante el Ministro Cerda, con fecha 16 de noviembre de 1985, por la cónyuge del afectado, María Teresa Barahona Muñoz. 

En ella ratifica los hechos que culminaron con el arresto de su cónyuge, el 29 de marzo de 1976, en su calidad de testigo presencial de los mismos, agregando que tanto el afectado como su familia había sido objeto de seguimientos y vigilancias ostensibles, con anterioridad a la detención.

 

DECLARACIÓN DE MANUEL GUERRERO CEBALLOS

Del documento de fs.3.278, que contiene copia autorizada de declaración jurada prestada con fecha 31 de diciembre de 1976, por Manuel Leonidas Guerrero Ceballos, en la que expresó haber sido detenido por agentes de seguridad, en la ciudad de Santiago, con fecha 14 de junio de 1976, siendo conducido a un recinto clandestino que no pudo identificar, en cuyo interior fue torturado e interrogado. Durante el curso de sus interrogatorios -agregó- le fue mencionado José Arturo Weibel Navarrete, mientras sus aprehensores se ufanaban de haber detenido al afectado y de las circunstancias de su arresto, que indicaron con detalles. 

Del documento de fs.3.986, que contiene los retratos hablados, confeccionados por la Policía de Investigaciones, de dos de los sujetos que participaron en la detención del afectado, el día 29 de marzo de 1976. 

 

QUERELLA DE FAMILIARES DE 70 DETENIDOS DESAPARECIDOS

El 1° de agosto de 1978, familiares de 70 desaparecidos, entre los que se contaban los de José Weibel Navarrete, interpusieron ante el 10° Juzgado del Crimen de Santiago, una querella criminal por el delito de secuestro agravado en contra del General (R) Manuel Contreras Sepúlveda, del Coronel de Ejército Marcelo Luis Moren Brito y del Teniente Coronel de Ejército Rolf Gonzalo Wenderoth Pozo. Al Tribunal se entregaron además las identidades de otros agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), los antecedentes de recintos secretos de detención del mencionado organismo y otros datos relativos a su estructura y medios con que contaba la DINA. 

Sin realizar ninguna diligencia, el 10 de agosto de ese año la Jueza del Décimo. Juzgado se declaró incompetente y remitió los antecedentes a la Justicia Militar, después de varias apelaciones en mayo de 1979 la causa se radicó en la 2a. Fiscalía Militar de Santiago, bajo el rol N.º 553-78.  

 

NI VERDAD NI JUSTICIA: SÓLO IMPUNIDAD

En 1983 el Tribunal tuvo a la vista los cuatro cuadernos de instalación de la Visita Extraordinaria por casos de detenidos desaparecidos de la Región Metropolitana, que sustanció el Ministro Servando Jordán, en ellos se contenía importante información respecto al actuar de la DINA y a la responsabilidad de ese organismo de seguridad en cientos de detenidos desaparecidos. Sin que se realizaran diligencias durante cuatro años, el 20 de noviembre de 1989, el Teniente Coronel de Ejército Enrique Ibarra Chamorro, Fiscal General Militar, solicitó para esta causa la aplicación del Decreto Ley de Amnistía (D.L. 2.191), porque el proceso había tenido como finalidad exclusiva la investigación de presuntos delitos ocurridos durante el período comprendido entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1978 y porque, durante los 10 años de tramitación, no se había logrado "determinar responsabilidad de persona alguna". 

El 30 de noviembre de 1989, la solicitud fue acogida por el 2do. Juzgado Militar, el que sobreseyó total y definitivamente la causa -la que aún se encontraba en etapa de sumario- por "encontrarse extinguida la responsabilidad penal de las personas presuntamente inculpadas en los hechos denunciados". Las partes querellantes apelaron de dicha resolución a la Corte Marcial, la que confirmó el fallo en enero de 1992. Se interpuso entonces un Recurso de Queja ante la Corte Suprema de Justicia, la que, al mes de diciembre de 1992, aún no evacuaba su resolución.  

 

POR FIN: SEIS UNIFORMADOS PROCESADOS

Según informó “la Nación del 30 de enero de 2002, seis ex uniformados fueron procesados por casos de

 

violación de derechos humanos. 

La titular del Tercer Juzgado del Crimen de Santiago, Graciela Gómez, sometió a proceso a seis ex uniformados por su participación en el secuestro del exdirigente comunista José Weibel y la detención de Carlos Sánchez Cornejo.

El encausamiento afectó a los ex miembros de la FACH Enrique Ruiz Bunger, Juan Francisco Saavedra Loyola, Jorge Rodrigo Combos y Daniel Luis Guimpert; al ex carabinero Manuel Muñoz Gamboa; y al civil César Luis Palma Ramírez. 

También fueron procesados en calidad de autores, junto a Alejandro Sáez Mardones, actualmente recluido en la cárcel de Punta Peuco, por el secuestro de José Weibel. 

 

IDENTIFICADOS LOS SECUESTRADORES

El grupo de agentes que participó en el operativo del 26  de marzo  de 1976 estaba integrado, entre otros, por "Alex"; el "Huaso" Flores; Raúl Horacio González Fernández, alias "Rodrigo"; "Jano"; "Nano"; "Lolo"; "Wally"; Daniel Guimpert Corvalán; Viviana Ugarte Sandoval, alias la "Pochi" y dos agentes mujeres de la Marina, además del agente Andrés Antonio Valenzuela Morales, quien posteriormente testificó respecto a estos hechos.

 

Señaló además Andrés Valenzuela que, "esa operación fue seguida por radio, desde un vehículo, por el Director de Inteligencia, General Enrique Ruiz Bunger, ya que deseaba saber la forma en que operaba el grupo del "Fifo" Palma. Me consta porque estaba presente cuando el "Fifo" comentó que el General mandaba a felicitar al grupo por la actuación en el operativo.