Hace 186 años:
Iván
Ljubetic Vargas, historiador del
Centro de Extensión e Investigación
Luis Emilio Recabarren, CEILER
En la edición del domingo 16 de diciembre de 2012 de “Las Últimas Noticias” se publicó un interesante artículo sobre el mineral de plata de Chañarcillo, que estuvo ubicado a 43 kilómetros al sudeste de Copiapó. Su autor es Gonzalo Peralta.
Este mineral, que llegó a ser el más importante
de Chile y el tercer más grande de América, fue descubierto por Juan Godoy, un pirquinero copiapino el 16 de mayo de 1832. Lo
descubrió pobre y murió en la miseria.
TESTIMONIO DE UN ESTADOUNIDENSE
El autor cita la descripción hecha por el
astrónomo y marino estadounidense James Gilliss, tras una visita hecha a la
mina, en 1838, cuando llegó a Chile formando parte de una expedición de los
Mares del Sur, comandada por el explorador y científico, el oficial de
James Gilliss, al referirse a los explotados mineros de Chañarcillo, dice:
“Algunos pueden cargar arriba de sus
hombros desde una profundidad de 100 metros cargamentos de
La descripción realizada por James Gilliss tiene
gran semejanza con lo relatado por el escritor y periodista, José Joaquín Vallejo, que usaba el seudónimo,
Jotabeche, nacido en Copiapó, el principal centro de la primera mitad del siglo XIX.
EL TESTIMONIO DE JOTABECHE
José Joaquín Vallejo, con fecha 5 de febrero de 1842, escribió en “El Mercurio”, de Valparaíso, un artículo que tituló “El mineral de Chañarcillo”, donde señalaba:
“A la
vista de un hombre semi desnudo que aparece en la bocamina, cargando a la
espalda 8, 10 y 12 arrobas de piedras (una arroba equivale a 11,5 kilos. Nota
del autor), después de subir con tan enorme peso por aquella larga sucesión de
galerías, de piques y frontones; al oír el alarido penoso que lanza cuando
llega a respirar el aire libre, nos figuramos que el minero pertenece a una
raza más maldita que la del hombre, nos parece un habitante que sale de otro
mundo menos feliz que el nuestro, y que el suspiro tan profundo que arroja es
una reconvención amarga dirigida al cielo por haberlo excluido de la especie humana.
El espacio que media entre la bocamina y la cancha, donde deposita el minero
los metales, lo baña con el sudor copioso que brota por todos sus poros; cada
uno de sus acompasados pasos va acompañado de un violento quejido; su cuerpo
encorvado, su marcha difícil, su respiración apresurada, todo, en fin,
demuestra lo mucho que sufre” (Este artículo es citado por el historiador
Domingo Amunátegui en su obra “Historia Social de Chile”, páginas 151- 152, editada en Santiago en 1932)
LA “CANGALLA”
La primera reacción de los obreros ante tan feroz explotación fue individual: el robo del mineral, la “cangalla” usando los medios más increíbles.
En el artículo de Gonzalo Peralta se dice: “Pero quizás la medida de control más insólita consistía en que, tras cada jornada, en la oficina del mineral se congregaba una larga hilera de mineros, quienes bajo la adusta mirada de la autoridad, se bajaban los calzones para realizar una chocante rutina evacuativa, y así descubrir si entre sus extrañas había un trozo de plata o cangalla.
Luego vino la reacción colectiva de aquellos
explotados obreros que el autor del artículo que nos preocupa califica de
“díscolos mineros chilenos”.
LO QUE NO SE DICE EN ESE ARTÍCULO: LAS HUELGAS
OBRERAS
En
El historiador Hernán Ramírez Necochea en “Historia del Movimiento Obrero en Chile” (páginas 131 y 132) cita algunos testimonios sobre la primera huelga obrera en Chile. Tomaremos dos de ellos:
El investigador Roberto Hernández, en su obra
“Juan Godoy o el descubrimiento de Chañarcillo” (tomo I, página 69),
refiriéndose a ese movimiento, dice: “El alzamiento de peones en 1834 se
repitió, causando con ello una enorme intranquilidad en Copiapó mismo, en donde
la población llamada
Por su parte, Domingo Faustino Sarmiento, en
el tomo I, página 44, de sus obras completas, escribe: “Tal es el minero en
Chile… Chañarcillo, en un círculo de pocas cuadras contiene más de seiscientos,
y los alzamientos con el manifiesto
designio de saquear las faenas y cometer toda clase de excesos, empiezan a hacerse tan frecuentes, no obstante, la
presencia del juez que suele ser un militar con fama de valiente para ser respetado…”
DESDE HACE 186 AÑOS
Estos y otros testimonios, independientemente de la interpretación que den a los movimientos de los mineros, desmienten a aquellos historiadores, representantes de los intereses de las clases dominantes, que pretenden que las primeras huelgas obreras en Chile surgieron en el siglo XX.
Los porfiados hechos señalan que, en nuestro país, desde hace 180 años los trabajadores utilizan la huelga, una de sus armas para conseguir satisfacer, aunque sea en parte, sus necesidades.
Pero la lucha económica no basta. Se trata de
continuar la obra iniciada por Luis
Emilio Recabarren en 1884 y educar a los trabajadores, contribuyendo a crearles
conciencia de clase, incorporarlos a la lucha política, para conquistar el
poder político y construir el socialismo, única forma de conquistar –como diría
el padre del movimiento obrero chileno- su redención definitiva.