A 137 años de Huamachuco su último combate:
Iván
Ljubetic Vargas, historiador del
Centro
de Extensión e Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
“La Guerra
de 1879 en que la clase gobernante de Chile anexó la región del salitre” (Luis
Emilio Recabarren: “Pobres y ricos”.
Rengo, 1910).
El 10 de julio de 1883 se libró en Huamachuco el último
combate de un conflicto bélico que los historiadores burgueses llaman Guerra
del Pacífico para ocultar la verdadera causa de la conflagración: el salitre. Se
desarrolló entre 1879 y 1883 y costó la vida de 23 mil soldados bolivianos,
chilenos y peruanos.
El océano Pacífico es la mayor masa marítima del planeta. Su
superficie abarca 180 millones de kilómetros cuadrados y sus aguas bañan tres
continentes: América, Asia y Australia.
La guerra que nos preocupa se
desarrolló en un mínimo rincón de ese océano y en su transcurso hubo sólo dos
combates navales: el de Iquique, el 21 de mayo de 1879, y el de Punta de
Angamos, el 8 de octubre del mismo año. Ambos duraron unas pocas horas y
participaron seis naves. Dos peruanas, el Huáscar y la Independencia ;
cuatro chilenas, la
Esmeralda , la
Covadonga , el Cochrane y el Blanco Encalada. Posteriormente, la flota chilena
surcó el Pacífico en tres ocasiones y sólo para transportar tropas. El
escenario naval de ese conflicto abarcó desde Antofagasta a Pisco, unos 2 mil
kilómetros.
CAUSAS DEL CONFLICTO
Historiadores alemanes denominan a esta conflagración
Salpeterkrieg (Guerra del Salitre). Y es el nombre adecuado.
Durante años, el desierto de Atacama –al sur de Bolivia y
al norte de Chile- fue despreciado por ambos países. Pero todo cambió al
descubrirse el valor del salitre y que, en el desolado de Atacama, como también
se le llamaba, existían importantes yacimientos de nitrato.
Comenzaron las discusiones sobre la frontera. El primer
tratado de límites entre Chile y Bolivia, firmado en 1866, fijó como frontera
el paralelo 24º latitud sur y dejó una zona compartida entre ambos países, el
territorio comprendido entre los paralelos 23 y 25. Chile y
Bolivia se repartirían por partes iguales las riquezas que se produjeran en esa
franja.
En 1874 se suscribió un segundo tratado, que mantuvo la
frontera en el paralelo 24, eliminándose la zona compartida. En compensación,
Bolivia se comprometió a no alzar durante 25 años los impuestos “a las
personas, industrias y capitales chilenos”.
CHILENOS EXPLOTAN SALITRE BOLIVIANO
En Antofagasta, territorio boliviano, se instaló la Compañía de Salitre de
Antofagasta, de capitales chilenos, que el 1º de mayo de 1872 inició las exportaciones
del “oro blanco” a Europa.
Más al norte, Perú puso en vigencia, con fecha 28 de marzo
de 1875, una ley mediante la cual expropió las oficinas salitreras de Tarapacá,
pagando a sus antiguos propietarios con certificados.
En 1879 el Presidente de Bolivia Tomás Frías fue derrocado
por un golpe militar, encabezado por el general patriota Hilarión Daza. Este
gravó con un impuesto de 10 centavos cada quintal de salitre exportado desde
territorio boliviano. La
Compañía de Salitre de Antofagasta se negó a cancelarlo.
Entonces Daza ordenó el embargo y el remate de esa empresa.
DEFENDIENDO A CAPITALISTAS
El Gobierno chileno salió en defensa de los capitalistas
connacionales. Rompió relaciones con Bolivia y el 14 de febrero de 1879, día
señalado para el remate, 200 soldados al mando del coronel Emilio Sotomayor,
invadieron suelo boliviano, ocuparon Antofagasta, impidiendo la subasta.
Ante este atropello a su soberanía, Bolivia declaró la
guerra a Chile el 1º de marzo. Otro tanto hizo Perú, que había firmado un pacto
con Bolivia.
El 5 de abril, Chile declaró
la guerra a los aliados. Comenzó la conflagración con triunfos de las tropas
chilenas, que hacia fines de 1879 tenían en sus manos la región de Tarapacá.
Pero en la región se libraba otra guerra, una guerra
secreta. Los protagonistas eran dos ingleses que no usaban fusiles
ni cañones. Sus armas consistían en la especulación y la falta de escrúpulos.
Uno era Robert Harvey, que había llegado a Tarapacá en 1874.
Poco antes de la ocupación de esa provincia por los
chilenos, el gobierno peruano lo había designado Inspector General de
Salitreras. En 1880, fue confirmado en ese cargo por el gobierno de
Chile, otorgándole amplias atribuciones. Recibía sueldo de los dos países y a
ambos entregaba informes falsos.
John
Thomas North, el “rey del
salitre”
El otro
británico, John Thomas North, llegó a Chile en 1866 con 10 libras
esterlinas en los bolsillos. Trabajó como
mecánico en la maestranza ferroviaria de Caldera. Después se trasladó a
Tarapacá, donde se asoció con su compatriota Harvey .
Ambos
aprovecharon la caótica situación producida por la guerra y, con triquiñuelas y
engaños, compraron certificados que el gobierno peruano emitió al expropiar las
salitreras, cuando se cotizaban a un 11% de su valor nominal. Pudieron
hacer esas compras gracias a los generosos créditos que les otorgaron los
bancos chilenos Edwards y Valparaíso.
EL SALITRE A MANOS IMPERIALISTAS
Aún no finalizaba la guerra cuando el gobierno chileno de
Domingo Santa María decretó, el 28 de marzo de 1882, la entrega de títulos de
propiedad definitiva a quienes tuviesen certificados salitreros. De
esta forma fueron entregadas a particulares más de 80 oficinas salitreras. Otras
71 quedaron provisoriamente en manos del Estado chileno.
Algunos tenedores de
certificados como John Thomas North, Robert Harvey y la Casa Gibbs pasaron a
ser propietarios de las más importantes y ricas oficinas salitreras,
controlando la industria del nitrato y transformando el Norte Grande chileno en
una factoría británica.
John Thomas North se convirtió
en el “rey del salitre”, uno de los hombres más ricos del mundo. Fue dueño de
numerosas oficinas salitreras, de los ferrocarriles y de una serie de otras
empresas; monopolizó la distribución del agua potable y del comercio en la
pampa, desde la harina y carbón hasta la carne y verduras. Fundó el Bank of
Tarapacá and London Ltda. Tuvo a su servicio a abogados y parlamentarios
liberales, conservadores y radicales. Hizo importantes inversiones en
Inglaterra, Francia, Bélgica, Egipto, Australia y Brasil.
CONSECUENCIAS
DE LA GUERRA
El 10 de julio de 1883 se
libró en Huamachuco, el último combate de una guerra en que murieron 23 mil
soldados bolivianos, chilenos y peruanos. Chile conquistó dos provincias,
Tarapacá y Antofagasta, pero el salitre, razón y motivo del conflicto, pasó en
su mayor parte a manos de capitalistas británicos. Fue así como el imperialismo
inglés clavó su lanza en Chile.
Con esta guerra de conquista, el territorio chileno se
extendió al norte del río Copiapó, límite que tenía desde fines del siglo XVI.
Creció en 180 mil kilómetros cuadrados, con una población que sumaba algo más
100 mil habitantes, de los cuales el 40% constituía la población activa. Hacia
1885 los obreros salitreros eran 4.571; en 1895 alcanzaban a 22.500 y en 1912,
más de 40.000.
La guerra del salitre significó un aumento en cantidad y
calidad del proletariado chileno.
A SEGUIR EL EJEMPLO DE RECABARREN
El historiador boliviano Guillermo Lora en su obra
“Historia del Movimiento Obrero Boliviano”, escribió: “En 1919 la Federación Obrera
de Chile, se dirigió a las organizaciones obreras bolivianas para estrechar
relaciones y procurar una actuación coordinada:
“Debemos considerar, queridos compañeros, que todos los
que pertenecemos a la clase trabajadora no podemos contar con más apoyo que el
que puedan proporcionarnos nuestros hermanos y que jamás podremos conseguir el
triunfo de nuestros ideales si no formamos un bloque único y sólido, capaz de
oponer formal resistencia a ese monstruo fatídico y avasallador: la explotación
capitalista… Por esto creo, estimadísimos compañeros, que sería de gran
conveniencia para todos consolidar fuertemente el cariño que mutuamente se
profesan las clases trabajadoras de Bolivia y Chile”.
Esta nota, redactada por Luis Emilio Recabarren, a sólo 26
años de haber finalizado la
Guerra del Salitre, es una cabal expresión del
internacionalismo proletario, que Marx y Engels proclamaron en el “Manifiesto
del Partido Comunista”, cuando finalizaron este inmortal documento con la
frase: “Proletarios de todos los países, uníos”.