En
su 72º natalicio:
Iván
Ljubetic Vargas, historiador del
Centro
de Extensión e Investigación
Luis Emilio Recabarren, CEILER
14
de septiembre de 1973, Luis Alberto está en su departamento. Ha llegado la
noche anterior a buscar los alimentos y medicinas de Diego, su pequeño hijo de
sólo ocho meses. Espera las seis de la mañana, hora en que se levanta el toque
de queda, para poder salir y dirigirse al lugar donde se ha refugiado, junto a
su compañera y Diego, desde el 11. Antes de bajar mira por la ventana del
vigésimo primer piso. Queda helado. Todo el sector está lleno de soldados, que
entran a casas y edificios, saliendo luego con gente que llevan con los brazos
arriba o las manos en la cabeza. Más tarde –demasiado tarde- se entera que son
unos 500 efectivos del Ejército y decenas de policías, que realizan una
“operación rastrillo”.
Debe
esperar. Sabe que ya ha comenzado un lento cuidadoso allanamiento del edificio,
piso por piso. A lo mejor –se ilusiona- no llegan al 21. En ese momento de
nerviosa espera recuerda que precisamente ese día es el cumpleaños de su padre.
A
las 6 de la tarde suenan fuertes golpes en la puerta del departamento.
¿QUIÉN ESE MUCHACHO?
Se
llama Luis Alberto Corvalán Castillo. Nació en Santiago el 2 de agosto de 1947,
en el seno de una familia comunista Su padre es el Secretario General del
Partido Comunista de Chile, Luis Corvalán Lépez; su madre, Lily Castillo.
Ingresó en 1961 en las filas
de las Juventudes Comunistas de Chile. Estudió
Ingeniería Agraria. Como experto agrícola ocupó cargos de responsabilidad
durante el Gobierno del pueblo presidido por el compañero Salvador Allende.
DETENIDO Y TORTURADO
Son
las siete de la tarde del 14 de septiembre de 1973., Luis Alberto engrillado, junto a otros treinta vecinos, es
conducido al Cuartel General de Investigaciones. Ahí le hacen la primera ficha
policial. Luego, al Ministerio de Defensa. Después, al Estadio Chile. Son
rechazados porque, como dice el Comandante de ese recinto: “Ya no cabe más
gente, tenemos más de cinco mil prisioneros”.
Entonces,
al recién inaugurado Campo de Detenidos del Estadio Nacional.
“Allí
–relata Luis Alberto en su libro “Escribo sobre el dolor la esperanza de mis
hermanos”- somos recibido al igual que todos los detenidos por un siniestro
comité de recepción, formado por dos filas de más de veinte carabineros a cada lado armados y borrachos que dejan una
calle al medio”. Los golpean salvajemente.
Cuando
descubren que es hijo del Secretario General, lo sacan a un lado para
castigarlo sin compasión.
“ESCUADRAS MILITANTES”
En
la madrugada del sábado 15 de septiembre es arrojado al Camarín Nº 7 del sector
Sur poniente del Estadio. Hay allí unos 20 hombres y seis mujeres. Durante
cuatro días no reciben alimentación alguna y tienen una frazada por cada siete
prisioneros. Al quinto día son ya 156 las `personas hacinadas en ese camarín de
25 metros cuadrados.
El
jueves 20 de septiembre recién se regulariza en el Estadio un régimen de campo
de concentración. Dividen a los prisioneros políticos en grupos de 150 a 200 por camarín.
Los
fascistas han creado las Escuadras de Servicio. Seleccionan para ellas al
lumpen o elementos despolitizados. Les encomiendan las tareas más pesadas: la
limpieza del Estadio y ser la mano de obra del reparto de la comida. Pero los
carceleros no sólo asignan a las escuadras esas tareas, sino también pretenden
utilizarlas como un elemento político, que sirvan como instrumentos de provocación y división
entre los prisioneros.
La
Dirección del Partido que funciona en el Estadio estudia el asunto. Llama a
Luis Alberto y le encarga que él y otros militantes de las Juventudes
Comunistas ingresen como miembros de las Escuadras de Servicio para
convertirlas en “batallones de la Resistencia”.
Luego
de inteligentes y largos esfuerzos lo logran. Entonces, en base a serie de
triquiñuelas, buscan la forma de dar más alimentación a los prisioneros, por
ejemplo, aumentando el número delo “personal retenido”. Se supera así un grave
problema, pues los carceleros entregaban menos raciones que las necesarias.
Ahora, alcanzan para todos.
Una
vez que se desplaza totalmente al lumpen, las escuadras se transforman en
“escuadras militantes” de los intereses de los prisioneros.
EL CAMARADA SAMUEL RIQUELME
La
importancia de ello se pone de manifiesto en el caso del camarada Samuel
Riquelme. Una tarde del mes de octubre, Manuel Cabieses que viene de uno de sus
interrogatorios del Servicio de Inteligencia, comunica a Luis Alberto que ha
divisado al compañero Samuel Riquelme en el baño, bajo la marquesina. Está
incomunicado y muy golpeado.
La
“Escuadra Militante” se pone en actividad. Tras hábiles maniobras ubica la
celda de incomunicación del miembro del Comité Central. Llega a ella y le lleva
el aliento de sus camaradas, alimentos y una frazada. Es una verdadera hazaña.
El
10 de noviembre de 1973 es cerrado el Campo de Concentración del Estadio
Nacional. Cerca de cinco mil patriotas son repartidos por diversas cárceles, el
Estadio Chile, la ex oficina salitrera de Chacabuco, etc.
Después
de permanecer 57 días en el Estadio Nacional, Luis Alberto es conducido
engrillado, junto a otros cien compañeros más, al Campo de Concentración de
Chacabuco, donde permanece más de ocho meses.
MUERE EN EL EXILIO
El
30 de julio de 1974, Luis Alberto es liberado –como él dice- “gracias a la
fuerza de la solidaridad internacional”. Debe salir al exilio. Reside en
Bulgaria, donde se dedica a denunciar los crímenes de la dictadura, a motivar
el apoyo a la lucha del pueblo chileno
contra el fascismo. También estudia, perfeccionando sus conocimientos de
economía agrícola.
Muere
en Sofía, capital búlgara, de un ataque al corazón. Según sostiene el Informe
de la Comisión de Verdad y Reconciliación o Informe Rettig: “Falleció como consecuencia
de las torturas recibidas”
Deja
un libro inconcluso, publicado póstumamente en 1976. Su título es “Escribo
sobre el dolor y de la esperanza de mis hermanos”.
El
corazón de este ejemplar militante de
las Juventudes Comunistas de Chile deja de latir el 26 de octubre de
1975, cuando tiene sólo 28 años de edad (había nacido el 2 de agosto de
1947) y ha entregado la mitad de su
existencia a la gloriosa Joven Guardia, que va forjando el porvenir.