lunes, 19 de agosto de 2019

En el 241 aniversario de su natalicio (9): UN REVOLUCIONARIO LLAMADO BERNARDO O’HIGGINS RIQUELME





                                              Iván Ljubetic Vargas, historiador del
                                              Centro de Extensión e  Investigación
                                              Luis Emilio Recabarren,  CEILER



         



                                         
                                              Cierra los ojos, duerme, sueña un poco,
                                              tu único sueño, el único que vuelve
                                              hacia tu corazón: una bandera
                                              de tres colores en el Sur, cayendo
la lluvia, el sol rural sobre tu tierra,
los disparos del pueblo en rebeldía
 y dos o tres palabras tuyas cuando
 fueran estrictamente necesarias.
 Si sueñas, hoy tu sueño está cumplido.
Suéñalo, por lo menos, en la tumba.
No sepas nada más porque, como antes,
después de las batallas victoriosas,
bailan los señoritos en palacio
y el mismo rostro hambriento
mira desde la sombra de las calles.

Pero hemos heredado tu firmeza,
tu inalterable corazón callado,
tu indestructible posición paterna,
y tú, entre la avalancha cegadora
de húsares del pasado, entre los ágiles
uniformes azules y dorados,
estás hoy con nosotros, eres nuestro,
padre del pueblo, inmutable soldado.
(Pablo Neruda: “Canto General”)

        

9. DERROCAMIENTO Y DESTIERRO

La oligarquía y la Iglesia se unieron y utilizaron a  militares para derrocar a O’Higgins el  28 de enero de 1823. Fue detenido por el general Ramón Freire el 6 de febrero de 1823.

El 17 de julio de ese mismo año se embarcó hacia El Callao en la fragata inglesa Fly. Iban con él su madre Isabel Riquelme, su hermanastra Rosita, dos indígenas mapuches adoptadas y Pedro Demetrio, su hijo, un niño de poco más de 4 años.

Antes de embarcarse mandó a imprimir la siguiente Proclama de Despedida, que fue distribuida después del zarpe en las ciudades de Santiago y Valparaíso:

“¡Compatriotas! Ya que no puedo abrazaros en mi despedida, permitid que os hable por última vez. Con el corazón angustiado y la voz trémula os doy este  último adiós; el sentimiento con que me separo de vosotros sólo es comparable a mi gratitud; yo he pedido, yo he solicitado esta partida, que me es ahora tan sensible, pero así lo exigen las circunstancias que habéis presenciado y que yo he olvidado para siempre. Sea cual fuere el lugar a donde llegue, allí estoy con vosotros y con mi cara patria; siempre soy súbdito de ella y vuestro conciudadano. Aquí os son ya inútiles mis servicios y os queda al frente del gobierno quien pueda haceros venturosos. El Congreso va a instalarse y él secundará sus esfuerzos; vuestra docilidad los hará provechosos. Debéis recibir en breve sabias instituciones, acomodadas al tiempo y a vuestra posición social; pero serán inútiles si no las adoptáis con aquella deferencia generosa que prestaron a Solón todos los partidos que devoraban a Atenas ¡Quiera el cielo haceros felices, amantes del orden y obsecuentes al que os dirige!... ¡Virtuoso ejército! ¡Compañeros de armas!, llevo conmigo la dulce memoria de vuestros triunfos y me serán siempre gratos los que la patria espera de vosotros para consolidar su independencia”.

Arribó a El Callao el 28 de julio siendo recibido por las autoridades limeñas. Se instaló con su familia en Lima en la misma residencia en que había vivido el general San Martín cuando estuvo en esa, en la calle Jesús María. Durante el gobierno de San Martín, Perú, en reconocimiento de sus esfuerzos por la organización y realización de la Expedición Libertadora, le había concedido a O’Higgins  la propiedad de dos haciendas, estas eran Montalván y Cuiba, ubicadas en el valle de Cañete, unos 150 kilómetros al sur de Lima, territorio que en esos momentos estaba ocupado por las fuerzas realistas.

La situación política de Perú era caótica. O'Higgins, ante esto decidió poner su espada  al servicio del Perú, en cuyo Ejército tenía el grado de Capitán General. Estaba  en Lima cuando supo que Simón Bolívar había desembarcado en El Callao dispuesto a tomar la dirección de la guerra ante una solicitud del Congreso peruano. A fines de 1823, se trasladó junto con toda su familia a Huanchaco, al puerto de Trujillo donde se encontraba Bolívar con su ejército.

O'Higgins deseaba poder formar parte de las tropas  de Bolívar para luchar contra las tropas realistas. Bolívar trasladó su ejército hacia la sierra. O'Higgins no pudo partir. Estuvo dos meses en cama con fiebre. Convaleciente, partió el 9 de julio de 1824 hacia la sierra dejando a su familia en Trujillo. El 18 de agosto alcanzó al Libertador en Huancayo. Bolívar le presentó la oficialidad del ejército, pero no le dio ningún puesto de responsabilidad como le había ofrecido,

En octubre, Bolívar le entregó el mando al general Sucre y se retiró a Lima para recibir a las tropas de refuerzo que venían desde Colombia. O'Higgins también se dirigió a Lima. Allí le llegó la información que Sucre, el 9 de diciembre en Ayacucho, había derrotado definitivamente al ejército del virrey La Serna y del general de Canterac.
Al banquete que Bolívar ofreció en celebración de la victoria de  Ayacucho, en 1824, O’Higgins concurrió de civil. Extrañado, Bolívar le preguntó el por qué de su indumentaria paisana. Le respondió: “Señor, la América está libre. Desde hoy el general O’Higgins ya no existe; soy sólo el ciudadano particular Bernardo O’Higgins. Después de Ayacucho mi misión americana está concluida”.

En 1825, O'Higgins y su familia se instalaron en la hacienda de Montalván.

En Lima arrendó una buena casa donde pasaban largas temporadas su madre y hermana, pero él se mantenía en la hacienda en los trabajos propios del campo y donde recibía a sus amigos.

En las largas horas que pasaba en Montalván, soñaba con las reformas y adelantos que deberían producirse en su lejana patria. La incorporación a la nacionalidad chilena de los pueblos indígenas: mapuches, pehuenches, puelches y patagones. Otra de sus ideas era la de mejorar la calidad de los vinos de manera de poder exportarlos a Inglaterra y mejorar el cultivo de la avena en Chiloé. En lo internacional estaba preocupado porque Chile se aliara con Gran Bretaña para prevenir acciones reivindicatorias por parte de España y contener el expansionismo en América manifestado por los Estados Unidos.

A mediados de 1832, sus amigos iniciaron conversaciones con el presidente Prieto para presentar en el Congreso un proyecto de ley destinado a restituirle su empleo como capitán general del ejército. Prieto inicialmente apoyó la iniciativa pero en cuanto lo supo Diego Portales hizo cambiar la posición del Presidente, quien por carta fechada el 17 de julio le decía que no estaba en condiciones de proponer ante el Congreso una ley de rehabilitación de su grado y que, según él, era preferible que fuera el propio O'Higgins quien solicitara esta restitución una vez estuviera en el país.

Durante el año 1834 O'Higgins estuvo postrado en cama varios meses, primero con un ataque de terciana y luego una erisipela.

El 28 de octubre de 1836, el general boliviano Andrés de Santa Cruz  creó en Lima la Confederación Perú-Boliviana. En Chile, el ministro Diego Portales que ejercía enorme poder en el gobierno de Prieto sostenía  un “patriotismo” exclusivo y excluyente. Era un chovinista que deseaba hacer de Chile –como le gustaba decir-  la “Inglaterra del Pacífico”, basando su progreso en la expansión económica y comercial, ejerciendo el dominio de los mares.

Por ello, desde un comienzo se decidió a combatir por todos los medios a la Gran Confederación  Perú-Boliviana. Ésta no tenía como objetico atacar a Chile,  sino hacer realidad el sueño bolivariano de unir a los pueblos de América del Sur. Una prueba de las positivas intenciones de Santa Cruz, fue que Bernardo O’Higgins, desterrado en Perú, apoyó con entusiasmo el proyecto del general boliviano. El patriota chileno, además, intentó impedir que las diferencias entre Portales y Santa Cruz desembocaran en un conflicto armado.

Pero Portales estaba decidido a destruir la Gran  Confederación.  En diciembre de 1836, el Congreso, controlado por la reacción, autorizó al Presidente Prieto para declarar la guerra a la Confederación.

El gobierno chileno envió una fuerza expedicionaria al Perú.  Se firmó  el tratado de Paucarpata y regresó a Chile. El gobierno chileno rechazó el tratado y envió un nuevo ejército esta vez bajo el mando del general Manuel Bulnes. Este derrotó a las tropas de la Confederación en la batalla de Yungay el 20 de enero de 1839.

Bernardo O'Higgins obtenía sus ingresos de la plantación de caña de azúcar de Montalván y la venta en el mercado de Lima de los productos de la hacienda. Para ello tenía junto a la casa que arrendaba en Lima un almacén que regentaba su hermanastra Rosita y en el que también trabajaba su hijo Demetrio y el marido de una de las indígenas adoptadas, la otra había formado familia casándose y atendía un negocio de confites en un local cercano.

En febrero de 1839, una grave enfermedad postró a Isabel Riquelme, lo que inquietó a O'Higgins y a toda la familia quienes no escatimaron esfuerzos en su cuidado, pero la madre del prócer falleció el 21 de abril de 1839. Las tropas chilenas escoltaron sus restos hasta el cementerio.

En mayo, O'Higgins cayó a su vez enfermo en cama con altas fiebres, de las que se repuso hacia  septiembre de 1839. Pasó el año 1840 en la Hacienda de Montalván, preocupado durante el día del trabajo de los esclavos y campesinos y en la noche en el estudio y despacho de la correspondencia a sus amigos. Le preocupaba especialmente la situación de las tribus indígenas. También la integración y colonización de las tierras magallánicas. Supo de las últimas exploraciones del comandante británico Robert Fitz Roy en los canales patagónicos por lo que consideraba que el gobierno urgentemente debería ejercer su soberanía en la región y facilitar la navegación del  Estrecho de Magallanes mediante el empleo de remolcadores a vapor.

En enero de 1841, se trasladó a su casa en Lima, porque al montar a caballo o agitarse sentía una angustia en el pecho. El diagnóstico médico fue que sufría una hipertrofia al corazón. La gravedad de la dolencia no lo amargó. A fines de junio, pese a los cuidados y remedios, el mal no cedía por lo que su hermanastra Rosita, que estaba a cargo de la hacienda, regresó a su lado para atenderlo.

El 8 de octubre de 1842, mandó llamar al notario Jerónimo Villafuerte y ante él redactó su testamento en que designó a su hermanastra Rosita como heredera del remanente de los bienes que quedaren luego de cumplir ciertos encargos secretos. El más importante de estos encargos era el de entregar buena parte del remanente a Pedro Demetrio.

En la mañana del 24 de octubre de 1842 se sintió con energía por lo que se hizo vestir, quiso que lo sentaran en un sillón, pero no pudo soportarlo por lo que lo tendieron nuevamente en su cama. De repente, entre su respiración entrecortaba, exclamó: "¡Magallanes!" y expiró. Sus restos fueron sepultados en suelo peruano gracias a la caridad de sus vecinos.

En Perú, vivió él y su familia con grandes privaciones. Solicitó en varias  oportunidades autorización para regresar a Chile. Se la negaron. Ni siquiera muerto  sus enemigos le perdonaron su conducta progresista y patriota. Sólo  27 años después de su fallecimiento sus restos pudieron descansar en la  Patria a la que tanto amó y  por la que tanto hizo. Retornó a su tierra 46 años después de su salida al exilio.

Sólo el 11 de enero de 1870 llegaron a Santiago los restos mortales del revolucionario llamado Bernardo O’Higgins Riquelme.