Iván Ljubetic Vargas, historiador del
Centro de Extensión e
Investigación
Luis Emilio Recabarren, CEILER
Joven, tu profesor Invierno
te acostumbró a la lluvia
y en la Universidad de las calles de Londres,
la niebla y la pobreza te otorgaron sus títulos
y un elegante pobre, errante incendio
de nuestra libertad,
te dio consejos de águila prudente
y te embarcó en la Historia.
te acostumbró a la lluvia
y en la Universidad de las calles de Londres,
la niebla y la pobreza te otorgaron sus títulos
y un elegante pobre, errante incendio
de nuestra libertad,
te dio consejos de águila prudente
y te embarcó en la Historia.
(Pablo Neruda: “Canto Gene
3. ATA SU CORAZON A UN IDEAL REVOLUCIONARIO
Bernardo tenía 16 años cuando llegó
a Inglaterra en 1795. “El joven apareció
en un país incógnito donde nada era habitual
para el oriundo de la lejana colonia española, ni el idioma, ni la
arquitectura, ni las costumbres. Se alojó en la modesta pensión de una familia
burguesa mediana. La casa era de dos pisos. En la planta baja se encontraba el
hall, la recepción, el despacho y el comedor. En el primer piso estaban los
recibidores y en el segundo, los dormitorios. Allí pasó el chileno sus días en
Inglaterra” (V. Razuváez: “Bernardo O’Higgins: Conspirador, general, estadista”,
página 32)
Bernardo había llegado a Inglaterra
a estudiar comercio a la Academia de Richmond, cerca de Londres. Fue un buen
alumno. Pronto dominó el idioma inglés. También la literatura francesa y el
dibujo. Lo apasionaban la historia y la geografía. Leía mucho. Su libro
predilecto era “La Araucana” de Alonso
de Ercilla. Le dolía no haber vivido la época de Lautaro para luchar junto a los mapuches por la
libertad de su tierra.
Su profesor de matemáticas
comprendió muy bien los sentimientos del joven Bernardo. Era Francisco Miranda,
un patriota venezolano, desterrado en Europa que, para poder subsistir, daba
clases en la Academia de
Richmond.
“En 1798 conoce a Francisco de
Miranda y está en relaciones con él hasta su partida, es decir, durante un año
y medio. Aunque no larga en el tiempo, la relación de Miranda con O’Higgins fue
para éste decisiva. El conocimiento del Precursor, de su ideal libertario
hispanoamericanista y de su apasionada actividad por hacerlo realidad, se
tradujo en la apertura de un claro camino de vida en el joven estudiante chileno
en Londres. El Precursor tuvo un excelente concepto del joven Bernardo
Riquelme, de quien se hizo acompañar a visitas a altos personajes del gobierno
inglés. Lo tuvo entre los “comisarios”, que volverían a América a promover la revolución
emancipadora. Al salir de Inglaterra su joven amigo, Miranda le escribió un
afectuoso “Breviario” de “Consejos de un viejo sudamericano a uno joven, sobre
el proyecto de abandonar la Inglaterra para volver a su propio país”, que no se
puede leer hoy sin profunda admiración”. (Miguel Castillo Didier: “Miranda y
O’Higgins”)
Un día, en medio de gran secreto,
Miranda habló con su alumno. Le reveló
que formaba parte de una sociedad secreta cuyo objetivo era emancipar las colonias españolas en América.
Lo invitó a formar parte de ella. Bernardo, emocionado, abrazó a su maestro y
le dijo: “Mirad en mí, señor, tristes restos de mi compaisano Lautaro, arde en
mi pecho ese mismo espíritu que libertó Arauco, mi Patria, de sus opresores”.
Reproduciremos algunas partes de “Consejos
de un viejo sudamericano a uno joven, sobre el proyecto de abandonar la
Inglaterra para volver a su propio país”:
“…No permitáis que jamás se apodere
de vuestro ánimo ni el disgusto ni la desesperación, pues si alguna vez dáis
entrada a estos sentimientos, os pondréis en la impotencia se servir a vuestra
patria. Al contrario, fortaleced vuestro espíritu con la convicción de que no
pasará ni un solo día, desde que volváis a vuestro país, sin que ocurran
sucesos que os llenen de desconsolantes ideas sobre la dignidad y el juicio de
los hombres, aumentándose el abatimiento
con la dificultad aparente de poner remedio a aquellos males. He tratado
siempre de imbuiros principalmente este principio en nuestras conversaciones, y
es uno de aquellos objetos que yo desearñia recordaros, no sólo todos los días
sino en cada una de tus horas.
“¡Amáis a vuestra patria! Acariciad
este sentimiento constantemente, fortificadlo por todos los medios posibles,
porque solo a su duración y a su energía deberéis hacer el bien…
Leed este papel todos los días,
durante vuestra navegación, y destruidlo en seguida. No olvidéis ni la
Inquisición, ni sus espías, ni sus sótanos, ni sus suplicios”. Francisco Miranda.
Hubo un consejo de Miranda que
Bernardo desatendió. No destruyó el escrito. Lo
tradujo al inglés, lo conservó y consultó durante toda su vida.
Corría 1798. El nuevo miembro de la
Logia secreta tenía 20 años de edad. Poco después, en 1799, debió abandonar Inglaterra.
Se dirigió a España, a Cádiz concretamente. Se
hospedó en casa de don Nicolás de la Cruz, que era su tutor. Desde allí intentó infructuosamente de
ponerse en contacto con Ambrosio O’Higgins. Deseaba ganarse la benevolencia de
su padre. Mientras tanto trabajaba como empleado en la oficina de don Nicolás.
Pero, al mismo tiempo desarrollaba otras
labores.
Allí en Cádiz, tomó contacto con dos curas revolucionarios:
el chileno José Cortés Madariaga y el argentino Juan Pablo Fretes. Le
informaron sobre la situación en Chile. Participó en una rama de la sociedad
secreta “Lautaro”, que luchaba por la emancipación de las colonias españolas de
América.
Luego de cansarse de enviar cartas a
su padre, Bernardo decidió dirigirse a Chile. Se embarcó en la fragata
“Confianza”, que zarpó el 3 de abril de 1800. Pero no alcanzó a navegar mucho.
Fue atacada por tres buques de guerra ingleses. Los viajeros fueron hechos
prisioneros y trasladados a una fragata británica. Los llevaron a Gibraltar,
donde los liberaron. Bernardo, sin dinero alguno, se dirigió a pie hacia
Algeciras. Tuvo la suerte de encontrar allí al capitán Tomás O’Higgins, un
pariente suyo. Tampoco tenía mucho dinero, pero le prestó un peso a Bernardo.
Éste logró que el capitán de un buque lo llevara a Cádiz, jurándole que allá le
cancelaría el pasaje.
Bernardo volvió al palacete de don
Nicolás de la Cruz. Era un hueped indeseado. Estalló en Cádiz una epidemia de cólera. Enfermó
gravemente. Moribundo recibió extremaunción de un sacerdote y se confesó. Don
Nicolás mandó a hacer un ataúd a la medida del joven chileno.
“Empero él poseía una voluntad
inquebrantable, sí como algunos conocimientos adquiridos en el Nuevo Mundo.
Pidió que le dieran la quina. Ese medicamento tenía una dudosa reputación en Europa
de aquella época. Los médicos lo consideraban como un pandero usado para el
encantamiento. Por ello, no se prestó atención al ruego del enfermo. Pero el
criollo insistió. Se la trajeron y para sorpresa de todos, se recuperó
totalmente en diciembre de 1800” .
(V. Razuváez: “Bernardo O’Higgins: Conspirador, general, estadista”, página 57)