Iván Ljubetic Vargas, historiador del
Centro de Extensión e
Investigación
Luis Emilio Recabarren, CEILER
No podías estar en este baile.
Tu fiesta fue un castillo de explosiones.
Tu baile desgreñado es la contienda.
Tu fin de fiesta fue la sacudida
de la derrota, el porvenir aciago
hacia Mendoza, con la patria en brazos.
(Pablo Neruda: “Canto General”)
7. SOLDADO PATRIOTA
En 1813 se iniciaron las guerras de la Independencia.
O’Higgins puso su espada al servicio de
José Miguel Carrera designado comandante en jefe del Ejército patriota por la
Junta de Gobierno de 1813.
Prácticamente en todos los monumentos y cuadros aparece el
prócer con su uniforme de militar. Pero O’Higgins no fue soldado de profesión.
Había estudiado comercio en la Academia de Richmond. Escribió en 1810: “La carrera a que me siento
inclinado por naturaleza y carácter es la del labrador”. Y en 1813 explicó:
“Soy un militar de circunstancias, que había tomado las armas para defender la
patria como simple comandante de guerrilleros en un momento de peligro”.
Octubre de 1813. José Miguel Carrera planeaba apoderarse
de Chillán, que estaba en manos realistas. Dividió su ejército en dos partes.
Dejó la Segunda División al mando de su hermano Juan José dos kilómetros más
arriba de la confluencia del Itata con el
río Ñuble y se dirigió con 800
hombres al paso de El Roble, distante tres leguas hacia el oriente del
campamento de la Segunda División.
Juan Francisco Sánchez, jefe realista que ocupaba
Chillán, decidió atacarlo
sorpresivamente. Mandó una fuerza que
atravesó el Itata de noche y se ubicó en la ribera sur, al oriente del Ejército
patriota. Al norte del río, enfrente del paso El Roble, los realistas habían
ubicado una fuerza de 400 hombres, con la misión de evitar el paso del río a
los patriotas. Esta fuerza se mostró en todo momento para distraer al enemigo.
Al despuntar el día 17 de octubre de 1813, las tropas realistas cayeron inesperadamente
sobre las fuerzas de Carrera, provocando gran confusión.
Carrera, perseguido por los soldados realistas a caballo,
decidió cruzar el Itata para alertar a las tropas patriotas comandadas por su
hermano, el brigadier Juan José.
El coronel Bernardo O`Higgins reunió unos doscientos hombres, corrió a
proteger la artillería y a organizar la resistencia. Como la lucha se
prolongaba ya más de una hora O'Higgins, impaciente, tomó el fusil de un
soldado que había caído muerto a su lado y le gritó a los suyos: "¡O vivir
con honor o morir con gloria; el que sea valiente que me siga!" La tropa, alentada, se precipitó sobre el
enemigo y lo puso en completa dispersión en pocos momentos. O'Higgins, herido
en un muslo, continuó a pie la persecución del enemigo hasta hacerlo repasar el
río en el mayor desorden.
Los realistas dejaron más de 80 muertos en el campo de
batalla, mientras que los patriotas perdieron 30 hombres y hubo numerosos
heridos.
La huida del campo de batalla de José Miguel Carrera se
interpretó maliciosamente y sirvió para acentuar los cuestionamientos a su
mando. O'Higgins, a raíz de ésta batalla, fue reconocido por Carrera cómo
"el primer soldado de Chile" por los méritos demostrados, al mismo
tiempo que El Roble se convirtió en la primera victoria significativa para los
patriotas.
Poco después, O´Higgins
reemplazó a Carrera como comandante en jefe del Ejército patriota.
Los días 1º y 2 de octubre de 1814 tuvo lugar la batalla
de Rancagua. Durante dos días, atrincherados en la Plaza de esa ciudad,
resistieron los patriotas al mando de O’Higgins, los ataques de las fuerzas
realistas muy superiores en número. Cuando al segundo día, la defensa de la
plaza se hizo imposible, O’Higgins ordenó a los sobrevivientes montar a caballo
y se lanzaron en un audaz asalto por sobre las trincheras enemigas. De los 600 soldados que iniciaron esa
intrépida carga, sólo 300 pasaron las defensas realistas. Con estos soldados,
más otras unidades que encontró en el camino, el héroe se dirigió a Mendoza, provincia de Cuyo, para preparar la
revancha. El Desastre de Rancagua marcó el fin de la Patria Vieja, período
iniciado el 18 de septiembre de 1810, y el comienzo de la Reconquista realista.
En Chile, los guerrilleros de Manuel Rodríguez no dejaban
tranquilos a los realistas. En Mendoza, con la inmensa solidaridad del general
José de San Martín, gobernador de Cuyo, se organizó el Ejército Libertador.
Este ejército, según el general argentino, debía luchar contra los realistas
con tres objetivos concretos: afianzar la independencia de las Provincias
Unidas del Río de la Plata, contribuir a la emancipación de Chile y derrotar
al Virreinato del Perú, último bastión
de dominación española en América del
Sur.
El Ejército Libertador se componía de 3 generales, 28 jefes, 207 oficiales, 15
empleados civiles, 3.778 soldados de tropa (formado por una mayoría de
soldados negros y mulatos, más de la
mitad esclavos libertos, y por soldados
chilenos); 1.200 milicianos montados
(para conducción de víveres y artillería), 120 barreteros de minas (para
facilitar el tránsito por los pasos), 25
baquianos, 47 miembros de sanidad (para conformar el hospital de
campaña), 16 piezas de artillería (10 cañones de 6 pulgadas, 2 obuses de 4 y
1/2 pulgadas y 4 piezas de montaña de 4 pulgadas), 1.600 caballos extras (para
caballería y artillería) y 9.281 mulas (7.359 de silla y 1.922 de carga).
La proeza del cruce de los Andes, que duró cerca de un
mes, fue el momento más memorable del Ejército de los Andes.
Éste se dividió principalmente en dos gruesas columnas, la
primera comandada por el propio San Martín, atravesó la cordillera de los Andes
por el paso de los Patos. La segunda, comandada por el brigadier argentino
Juan Gregorio Las Heras, marchó por el paso de Uspallata, conduciendo todo el parque y la artillería,
cuyo transporte era imposible por el más escabroso paso de Los Patos. La gran
dificultad del cruce de la cordillera de los Andes generó que sólo 4.300 del
total de mulas y 510 del total de caballos lograran cruzar al otro lado de las
montañas.
La oligarquía
criolla fue aliada del rey español y luchó contra los intereses de
Chile. Traicionaron a la patria. Los mismos
grandes terratenientes criollos, que habían convocado el Cabildo del 18
de septiembre de 1810, firmaron el 9 de febrero de 1817, un Acta de Sumisión al
rey Fernando VII, en la cual abjuraban de todo movimiento libertario y
repudiaban a los patriotas.
En este vergonzante documento, servilmente manifestaban “su íntima y
decidida adhesión que tenemos a la sagrada causa de nuestro legítimo monarca el
señor Fernando VII…” Renegaban de los
patriotas y pedían…”Castigar, como es justo, la osadía y el orgullo de los
insurgentes de la otra banda”.
No vacilaban estos traidores ofrendar “…sus vidas, y sin
reserva de cosa alguna estaban prontos y
resueltos a defender los sagrados derechos del rey, a cuya obediencia
vivimos gustosamente sujetos”.
Al pie de tan ignominioso documento figuraban apellidos
como Larraín, Aldunate, García Huidobro.
Pero les
falló el olfato a los traidores. Aún no se secaba la tinta de esa acta infamante, cuando el
Ejército Libertador, al mando de los generales José de San Marín y Bernardo O’Higgins, luego de realizar la
proeza de cruzar la cordillera de los Andes, pisaba suelo chileno. Tres días
después, el 12 de febrero de 1817, derrotaba a las tropas del rey en la batalla
de Chacabuco.