Vólker
Gutiérrez
Miércoles
10 de julio 2019
Fuente: radio.uchile.cl
El público de la Quinta Vergara, dispuesto alrededor del
Palacio y no del anfiteatro que se levantó después, se enfrenta expectante al
comienzo de una aventura desconocida. No están las luces ni el sonido ni todo
el color que caracteriza en nuestros tiempos al evento más popular que se
desarrolla ahí cada verano. Pero la ansiedad de los espectadores y los
organizadores es altísima. Es febrero de 1960 y estamos viendo una película en
blanco y negro. Por fin, poco después de la hora señalada, aparece sobre el
escenario el locutor y da pie al inicio de una leyenda: el Festival de la
Canción de Viña del Mar.
Así imagino en parte la primera edición del ya famoso
certamen musical. Al igual que otras iniciativas de aquella época, como el
Mundial de Fútbol de 1962, el festival de Viña tuvo mucho de ñeque, de
esfuerzos múltiples que se concatenaron para dar vida a sueños y aspiraciones
de personas que sabían que había un mundo por hacer con escasos recursos, casi
a pata pelá. Entre esos hacedores, figuró el visionario Juan Osvaldo Larrea
García, ya entonces más conocido como Ricardo García.
Ricardo García el
aprendiz
Juan Osvaldo había llegado muy pequeño desde el sur a
Santiago, de la mano de su madre. Acá asistió al colegio y, entre otras
virtudes, destacó en certámenes literarios y comenzó sus coqueteos con la
actividad radial. Llegado el momento de iniciar sus estudios superiores, optó
primero por las Bellas Artes para luego matricularse en la carrera de
Castellano, en el antiguo Instituto Pedagógico.
En paralelo a sus clases universitarias entró a trabajar
en la radio Minería. Comenzaba la década de 1950… y también la llamada Guerra
Fría, que al joven Larrea le cayó encima cuando lo despidieron de la emisora
por asistir a un encuentro por la Paz en Rumania, detrás de la Cortina de
Hierro. Eso no lo amilanó ni tampoco le generó rencor. Es más, no dudó en
volver a la Minería cuando fue llamado otra vez ahí. Certera decisión, pues al
poco tiempo Raúl Matas, el locutor del programa más famoso de la época,
Discomanía, lo invitó a sumarse al espacio y Larrea ya no paró más, aunque
ahora era conocido con su artístico nombre de Ricardo García.
Ricardo García el
ídolo de la radio
A mediados del siglo pasado la televisión en Chile era
todavía un experimento y el canal de información más masivo seguía siendo la
radio. En ese medio, con harta programación en vivo, casi tan populares como
los propios artistas eran los locutores, conocidos también como disjockeys.
Ellos no limitaban su labor a anunciar las canciones que se emitirían, sino que
también hacían continuidad y comentaban discos. Mucho se discutió entonces la
labor de estos personajes, a los que se les enrostraba el poder de determinar
en gran medida los gustos de las audiencias. Sin embargo García no concordaba
con ello porque eso menospreciaba el papel del público. Además, él se
autodefinía como un realizador de programas, lo que calza perfecto con su
estirpe de gestor, tal cual es recordado por buena parte de quienes valoran su
amplia obra cultural.
Ricardo García tomó la posta de conductor en Discomanía
cuando Raúl Matas partió al extranjero, a fines de los años cincuenta,
transformándose en el personaje radial más popular del país. Pero él era más
que un anunciador de canciones. Creó el personaje Pocas Pecas, que luego fue
llevado al dibujo; fundó revistas y levantó tienda de venta de discos; ofició
de actor en compañías teatrales y de cantor en coros. En tanto periodista
autodidacto cubrió importantes sucesos nacionales e internacionales, como el
asesinato del presidente Kennedy, siempre acompañado de su grabadora con la que
quería registrar “el sonido de la historia”.
Ya en 1960 Ricardo García es una institución en Chile y es
ahí cuando las autoridades de Viña del Mar lo llamaron para dar forma y
conducir un evento nuevo, que marcará el pulso futuro de la música popular en
el país. Fue él junto a otros personajes de la época quienes propusieron la
realización de un certamen para, principalmente, dar a conocer a los creadores
e intérpretes nacionales, tanto de los géneros pop como folclórico. Y así es
como condujo las primeras ocho ediciones del Festival de la Canción de Viña del
Mar.
Ricardo García y la
Nueva Canción Chilena
En diversas entrevistas que le hicieron y en sus propios
espacios radiales, desde muy temprano Ricardo García se preocupó de resaltar y
dar cabida a un nuevo movimiento cultural que emergía en el país, de la mano de
Violeta Parra, junto a la cual el locutor desarrolló por un año un programa en
la radio Chilena. Debido a que la llamada Nueva Canción Chilena no tenía la
cobertura que García solicitaba, se dedicó a organizar un festival especial,
bajo el alero de la reformada Universidad Católica que dirigía Fernando
Castillo Velasco. En los tres encuentros que se alcanzaron a realizar,
desfilaron por ahí Víctor Jara, Patricio Manns, Isabel y Ángel Parra,
Quilapayún, Rolando Alarcón y varios otros próceres de la cultura nacional.
Pero Ricardo García fue un hombre versátil, siempre
tajante en señalar que, independiente del género musical, gustaba de la música
bien hecha. Preocupado también por los intereses del público juvenil, cuando la
televisión en Chile daba sus primeros pasos, lo encontramos animando las
primeras versiones de un programa que marcó a más de una generación: Música
Libre.
Ricardo García y la
resistencia cultural
Cuando el 11 de septiembre de 1973 en Chile se bombardeó
La Moneda con el presidente constitucional en su interior, los fusiles
silenciaron también a la cultura y sacaron de escena a buena parte de los más
importantes creadores nacionales. Ricardo García, que estaba en el pináculo de
su carrera, fue uno de los afectados. Pero nuevamente no se dio por vencido y
se unió a la resistencia desde su ámbito natural. Al poco tiempo y con escasos
recursos financieros decidió crear el sello Alerce, bajo cuyo alero, casi en
susurro, de mano en mano, logró reunir y difundir a los nuevos representantes
del arte musical. Primero fueron los nacionales, como el grupo Ortiga, y luego
llegaron los latinoamericanos, dentro de los cuales el más destacado fue Silvio
Rodríguez.
Igual que el árbol patagónico, el sello Alerce y Ricardo
García crecieron y se mantuvieron firmes frente a la censura impuesta por el
régimen militar. Y de la misma forma que una década antes, García organizó y
condujo los primeros festivales masivos en dictadura, en el histórico teatro
Caupolicán, ahora con nombres como Santiago del Nuevo Extremo, Capri, Eduardo
Peralta o Schwenke y Nilo.
El retorno a la democracia en Chile se verificó en marzo
de 1990. Muchos quisieron recuperar el tiempo extraviado y saldar antiguas
cuentas, como Silvio Rodríguez, quien se reencontró con el público chileno en
uno de los conciertos de mayor convocatoria realizados en el país, el día 31 de
ese mismo mes y año en el Estadio Nacional. Cuando se publicó el disco que
contenía el material de ese recital, en septiembre, el trovador caribeño, junto
con recordar a Víctor Jara, dedicó estas sentidas palabras a Ricardo García:
“La idea de grabar el concierto, y la gestión, se deben a Ricardo García, quien
tuvo una larga trayectoria de afecto y compromiso con la canción chilena y
latinoamericana. Podría decirse que este disco fue uno de sus últimos
proyectos, quizás su último sueño, y me hace bien honrar su memoria
dedicándoselo”.
Así fue, quizás su último sueño, porque Ricardo García falleció
tempranamente en junio de 1990. El presente 2019 habría cumplido noventa años
de edad y algunos también soñamos con ver, algún día, su nombre estampado en la
señalética de una calle.
El autor es Periodista y Profesor, Fundador y Presidente
Cultura Mapocho, Director Letra Capital Ediciones.