Por Geraldina Colotti.
Fuente: Resumen Latinoamericano, 5 julio 2019
Quienes permanecieron vigilantes con respecto al
funcionamiento de este sistema mundial, gobernado predominantemente por los
mecanismos de ganancia capitalista y por los intereses de las grandes
multinacionales, saben que la retórica sobre los derechos humanos a menudo es
utilizada como una pantalla por quienes niegan los derechos humanos desde lo
basico: en quanto consideran que es un privilegio el derecho a la alimentación,
la salud, la educación, es decir, el derecho a una vida digna. Aquellos que son
conscientes de la asimetría que gobierna la geopolítica actual saben que la
función de las grandes instituciones internacionales está controlada o dirigida
por el gendarme norteamericano, sin el cual no puede pasar ningun cargo de
gerencia. Aquellos que consideran la acción política como el resultado de un
choque de intereses, es decir, como resultado de una lucha de clases, enmarcan
las figuras de los gerentes en estos términos. Y desde esta perspectiva,
también leeran el vergonzoso informe de Michelle Bachelet sobre los «Derechos
humanos en Venezuela».
Una declaración unidireccional que parece referirse más a
la «Gringolandia» de la cual depende el nombramiento de Bachelet como Alta
Comisionada para los Derechos Humanos, que a la República Bolivariana de
Venezuela. Un documento que parece más una fotografía de la «democradura»
existente en el Chile de la Sra. Bachelet que de la democracia participativa de
Venezuela. Una relación mentirosa que sigue la filosofía de los partidos del
«centro-izquierda» modelo europeo lo cuales, a fuerza de no querer alinearse a
ningún lado de la barricada, terminaron por ser primero ellos mismos la
barricada, y luego por saltar decididamente hacia el campo de los opresores. El
abrazo de Bachelet al joven nazi venezolano Lorent Saleh, graduado del
Parlamento Europeo como defensor de la «libertad de opinión», es una imágen que
contiene la inversión mortal de significado, a la que la ex presidenta chilena
se ha prestado y se presta.
Por lo tanto, los 70 puntos con los que el gobierno
bolivariano se dedica a desmantelar el informe del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas son casi conmovedores, basados en hechos y no en los prejuicios
impuestos por el sistema que hoy defiende a la antigua Bachelet “allendista”.
Por lo tanto, resultan casi conmovedores esos llamados incesantes para el
diálogo y la paz – una paz con justicia social, y no la paz del sepulcro que
impone el capitalismo a los sectores populares -, dirigidos por el presidente
Nicolás Maduro a la oposición y a quienes la apoyan desde afuera. ¿Qué
«dictador» habría invitado a Bachelet y habría abierto las puertas como lo hizo
Maduro, extendiendo su mano y recibiendo las puñaladas habituales en respuesta?
Desde 2002 hasta el presente, desde Chávez, que regresa
victorioso del golpe de Estado sosteniendo en una mano la cruz, y en la otra la
Constitución, a la liberación de los líderes golpistas que inmediatamente
comenzaron a morder de nuevo, la escena se repite. Y no es suficiente resaltar
el indudable resultado político que llevó a Bachelet a reconocer la legitimidad
del gobierno bolivariano, presidido por el legítimo presidente Maduro. La luz
artificial del «autoproclamado» presidente interino ya se había empañado
gracias a la inteligente acción de la diplomacia bolivariana y a los «nervios
de acero» mantenidos por la resistencia popular dentro del país: a pesar de
todos los ataques llevados a cabo por la banda de golpistas y estafadores que
quiere apoderarse del país a toda costa.
El punto principal a considerar es la naturaleza concreta
del proceso bolivariano: el de una revolución inacabada que las fuerzas del
imperialismo quieren bloquear por cualquier medio, o al menos asegurar que se
hunda, permaneciendo en medio del vado. Veinte años después de la victoria de
Chávez en las elecciones presidenciales, a pesar del consenso y el poder
político, los grandes capitales aún logran hacer el buen y el mal clima en
Venezuela, imponer una guerra económica y un tráfico paralelo de dólares, y
ahora buscan «dolarizar» el país con hechos acumplidos.
¿De qué autoritarismo habla Bachelet? Mirando las cosas
desde Italia, donde ningún gobierno quiso aprovar impuestos sobre las grandes
fortunas, la ley discutida por la Asamblea Nacional Constituyente indica que
hasta ahora, las grandes fortunas, que abundan en Venezuela, han pagado, o más
bien deberían haber pagado, 0,25% por año. Ahora el impuesto se aumentará a
1,50% por año … El impuesto a los grandes activos fue propuesto en 2017 por
Nicolas Maduro para compensar al menos en parte el déficit fiscal, uno de los
principales problemas que la guerra económica ha provocado, y para devolver al
Estado al menos algunas migajas de los enormes beneficios obtenidos con el
comercio que esta guerra ha impuesto y extendido. Muy poco en comparación con
el robo sistemático llevado a cabo por el capitalismo contra el pueblo
venezolano.
En veinte años de gobierno socialista, prácticamente todos
los funcionarios de la Cuarta República continuaron trabajando en bancos y
ministerios. Y siguieron saboteando, aprovechando los beneficios del proceso,
pero por supuesto intentando volver al sistema anterior. Esto también se aplica
a la compañía petrolifera estatal, al poder judicial y a las fuerzas de
inteligencia y policía.
Esta es, sinembargo, la prueba más evidente que en
Venezuela hay democracia. Si la burguesía hubiera sido ilegalizada, si la
dictadura del proletariado y una revolución leninista o guevarista como la
cubana hubieran sido impuestas en lugar de la democracia participativa y la
búsqueda de consenso, entonces seguramente habría habido costos que asumir,
pero los problemas a enfrentar habrian sido de otra naturaleza. Es en esta
clave que la «demócrata» Bachelet debería haber analizado la sociedad
venezolana.
En cambio, en su informe, culpa a los pobres por estar
hambrientos, y no denuncia la responsabilidad de quienes les quitan el pan: en
este caso, el imperialismo que bloquea los fondos al gobierno bolivariano
mediante el engaño y las sanciones. Bachelet ignora el hecho de que, ante la
crisis, el gobierno chileno se ha comportado de una manera completamente
diferente, mientras que el gobierno socialista en Venezuela siempre ha dedicado
más del 70% de los ingresos anuales a los planes sociales: al Clap, a las Casas
de Alimentación, a los comedores escolares y a los subsidios familiares.
La hipocresía de la ex presidente chilena surge de al
menos otros dos temas: el de los nativos y el de la represión. En ningún
gobierno como en el socialismo bolivariano, las poblaciones indígenas han
logrado tanto, en términos de derechos y poderes. Pero Bachelet toma como
ejemplo uno de los episodios más emblemáticos y contradictorios que
recientemente ha interesado a una parte de los nativos Pemones: una cuestión de
extractivismo illegal llevada a cabo por grupos de nativos que deberían haber
estado más interesados en proteger el medio ambiente en el que viven y que, en
cambio, han sido cegados por el oro, mientras que en los países capitalistas
son pintados de manera angelical como portadores de una pureza original,
amenazados por el «dictador Maduro».
Bachelet debería haber preguntado sobre la historia de la
piedra cueca, el símbolo ancestral de los pemones, vendida a un artista alemán
y luego reclamada por el gobierno bolivariano, que durante años ha iniciado
prácticas de rescate para devolver la piedra cueca a su lugar natal mediante el
pago de una gran cantidad de dinero. Debió haber visitado el pueblo de los
nativos que viven en chozas que sobresalen sobre el agua, donde el gobierno
bolivariano construyó casas en sus lugares habituales, sin desarraigarlos.
Debería haber pensado en los mapuches chilenos, perseguidos, encarcelados y
asesinados para dejar espacio a las grandes empresas forestales.
¿Cómo reaccionaría Bachelet si alguien hubiera ordenado a
su gobierno disolver a los carabineros, que vemos constantemente en el trabajo
con la misma obstinación con la que actuaron en la época de Pinochet? En
cambio, la Alta Comisionada habla de tortura, represión y censura en Venezuela.
¿Y de qué registro ha tomado las estadísticas de la masacre de víctimas de la
cual ha acusado el gobierno de Maduro? Bachelet olvida que en los países
capitalistas europeos o en los que animan a la banda del Grupo de Lima, que
incluye a Chile, y principalmente en los Estados Unidos, donde las ejecuciones
selectivas, la tortura, los arrestos masivos son evidencia, siempre se
justifican estas medidas con algunas “emergencias terrorismo” y para garantizar
la «seguridad». ¿Qué hubiera pasado si la ONU hubiera pedido a Perú o Colombia,
España o Italia que disolvieran las fuerzas especiales de seguridad, abolieran
la legislación sobre el arrepentimiento y liberaran a todos los presos
políticos?
En Venezuela, muchos miembros del proceso bolivariano han
sufrido encarcelamiento, persecución o tortura durante la Cuarta República, una
democracia camuflada en la que, como en los países de Europa, el pueblo fue a
votar pero no pudo decidir su propio destino. Ninguno de ellos apoyaría la
tortura como política de estado. Vieron el verdadero rostro de la bestia y le
arrancaron la máscara: no para usarla de nuevo disfrazada, sino para arrojarla
de una vez por todas a la basura de la historia.
Revisión del castellano Gabriela Pereira