sábado, 21 de diciembre de 2024

MASACRE DE LA ESCUELA SANTA MARÍA DE IQUIQUE

 

Hoy se cumplen  117 años de la Masacre de la Escuela Santa María de Iquique. Para recordar este hecho, le entregamos a las y los lectores del “Boletín Rojo”  un escrito del historiador Iván Ljubetic Vargas. 



A 117 años de la cruel matanza:

 

 

 

 

                                                      Iván Ljubetc Vargas, historiador del

                                                       Centro de Extensión e Investigación

                                                       Luis Emilio Recabarren, CEILER

 

 

 

 

Escuela Santa María de Iquique
                                                                                                           

Eran las 3,30 de la tarde del sábado 21 de diciembre de 1907. Bajo un sol  abrasador, la multitud se apretujaba en la Escuela Santa María de Iquique. Frente a ella, las negras bocas de  fusiles y  ametralladoras  que apuntaban amenazadoramente.

El Intendente de la provincia de Tarapacá había firmado la orden de desalojar a los huelguistas de la escuela. Tarea que cumpliría el general Roberto Silva Renard.

Este, montado en un caballo blanco, se acercó a la gente.. Se escucharon las escalofriantes notas de un clarín...

  

UN NIÑO LLORIQUEA

En medio de un silencio que presagiaba algo terrible, se escuchó la voz llorosa de un niño:

-          Mamá, quiero hacer pichí.

La madre, Águeda Muñoz, una curtida mujer proletaria, que había marchado con sus tres pequeños hijos, desde la oficina salitrera Alianza,  intentó hacerlo callar.

-          Aguanta un poco, chiquillo de moledera...

-          Es que no puedo más, por favor, mamita...

 

 

ABUELA Y MADRE DE SOLA SIERRA SE SALVAN 

Doña Águeda, tomó a sus tres  niños y, abriéndose paso  dificultosamente entre la compacta muchedumbre, se dirigió a los baños de la Escuela. Estaban allí cuando escucharon  descargas de fusilería y  ráfagas de  ametralladoras. Gritos de dolor y de ira.

 

Se había consumado la matanza.

 

Quizás, por estar allí en los baños, escaparon de la muerte. Uno de los tres hijos de doña Águeda era Ángela Henríquez Muñoz, que por entonces tenía tres años de edad. Ella sería, tiempo después, la madre de esa imprescindible llamada Sola Sierra Henríquez.

 

LAFERTTE TESTIGO PRESENCIAL

Otro testigo de ese sangriento episodio, Elías Lafertte, relata:

 

“Por las calles empezaron a pasar carretones de la basura que venían de la Escuela Santa María cargados de muertos y heridos. A los bomberos, bajo el mando de su jefe John Locked, un inglés que era gerente de la firma Locked Brothers, se les había asignado la macabra tarea de llenar las carretas con cadáveres...”

 

Intentado justificar la matanza, el general Roberto Silva Renard publicó en la prensa un parte de guerra, donde se decía:

“Ayer, inmediatamente de recibir en la plaza  Arturo Prat, a las 1:45 p.m. y en circunstancias de revistar las tropas de guarnición y de la marinería, la orden de reconcentrar en el Club Hípico a los huelguistas, dispuse que evacuasen la plaza Manuel Montt y la Escuela Santa María, donde se sabía estaba una gran masa de huelguistas... Pasando por entre la turba llegué a la puerta de la escuela... El comité respondió desde la azotea y rodeado de banderas se presentó en el patio exterior ante una apiñada muchedumbre. Hice avanzar dos ametralladoras del crucero Esmeralda y las coloqué frente a la escuela con puntería fija a la azotea en donde estaba reunido el comité directivo de la huelga... Hechas las descargas y ante el fuego de las ametralladoras, que no duraría treinta segundos, la muchedumbre se rindió”.

Terminaba la desigual “batalla”. Los pampinos con puños, banderas y gritos contra  los fusiles y ametralladoras de los asesinos.

  

EL CINISMO DE LA REACCIÓN

Francisco Valdés Vergara, en una conferencia dada el 1º de mayo de 1910, en el Centro Conservador de Santiago, refiriéndose a lo ocurrido  el 21 de diciembre de 1907, dijo:


”No puedo recordar sin tristeza aquella tragedia de Iquique que ahogó en un charco de sangre el levantamiento sedicioso de algunos miles de obreros.

Esta muchedumbre se levantó amenazante contra el orden, contra los bienes y las personas, se negó a todo advenimiento inspirado por la justicia,  y hubo de ser sometida, para evitar mayores males, con el empleo severo de las armas”.

  

RECABARREN REIVINDICA LA VERDAD

Luis Emilio Recabarren, en su obra “La huelga de Iquique en diciembre de 1907. La teoría de la Igualdad”, respondió al reaccionario Valdés Vergara:

 

“Nosotros conocemos íntimamente la historia de ese movimiento y hemos reconocido que jamás hubo en Chile una acción más hermosamente ordenada y tranquila, donde la justicia de  esa acción se destacaba.

¿Qué pedían los obreros en huelga? ¿Pedían acaso una monstruosidad? ¿Iban tras una cosa injusta? ¿Pedían una exageración?

¡No, mis queridos hermanos! Los obreros del salitre reclamaban estrictamente una cosa justa hasta la evidencia”.

 

LOS HECHOS DAN LA RAZÓN A RECABARREN

Los hechos, los porfiados hechos, desmienten a Valdés Vergara. No hubo ningún  ”levantamiento sedicioso”, ni el movimiento de los trabajadores fue una acción “contra el orden, contra los bienes y las personas”.

Los hechos dan la razón a Recabarren: “ Lo que los obreros del salitre reclamaban,  era una cosa justa hasta la evidencia”.

En la edición del 21 de noviembre de 1907 del periódico “La Voz del Obrero”, de Taltal, fue publicado el Pliego de Peticiones de los obreros de la pampa de Tarapacá..

  

¿QUE PEDÍAN LOS PAMPINOS?

La elevación de sus salarios de acuerdo al alza del costo de la vida, salarios que -en el plazo de tres años- habían perdido la mitad o más, de su  capacidad de compra.

Solicitaban que las fichas con les pagaban los salarios fueran cambiadas a la par, es decir sin  recortarles  su valor, como lo hacían corrientemente.

Exigían poner fin a los abusos  de que  eran víctimas en las pulperías, las que eran  propiedad de las compañías y que tenían el monopolio de las ventas. Para ello pedían que pudieran ingresar a las oficinas vendedores particulares. Además, solicitaban colocar al  lado afuera de las pulperías  una balanza y  una vara, para comprobar que no les robaran – como se hacía habitualmente- en los pesos y las  medidas.

 

 

SEGURIDAD Y UNA ESCUELA

Pedían  que las chancadoras (donde se trituraba el caliche) y los cachuchos (donde se hervía éste a altas temperaturas) fueran cerrados con rejas de fierro  para evitar-como acontecía con frecuencia- que algún obrero cayera dentro de ellos encontrando una horrible muerte.

Solicitaban que las empresas entregaran, de manera gratuita, un local para que funcionara una escuela nocturna.

Están eran sus “sediciosas” peticiones.

 

 

EL 10 DE DICIEMBRE EMPEZÓ LA HUELGA

Hubo conversaciones de los obreros con los administradores de las oficinas salitreras.  Primero, fueron tramitados. Luego, les dijeron que los patrones que estaban en Iquique o Londres no aceptaban ninguna de las peticiones.

Entonces, recién el  martes 10 de diciembre de 1907, se inició la huelga en la oficina salitrera San Lorenzo. En los dos días siguientes, el movimiento se extendió por toda la pampa de Tarapacá.

 

Como lo escribió el poeta  popular,  Francisco Pezoa,  en su  “Canto a la Pampa”:

“Hasta que un día como un lamento

 de lo más hondo del corazón

por las callejas del campamento

vibró un acento de rebelión.

Eran los ayes de muchos pechos

de muchas iras era el clamor,

la clarinada de los derechos

del pobre pueblo trabajador”

 

 

VAMOS AL PUERTO, DIJERON VAMOS

No hubo el  tal “levantamiento sedicioso” del que habló Valdés Vergara.

Lo que hicieron fue dirigirse a Iquique para tener directo contacto con los dueños de las salitreras y con las autoridades  provinciales del gobierno  de Pedro Montt. Partieron el viernes 13 de diciembre.

 

“Vamos al puerto dijeron vamos

en un resuelto y noble ademán

para  pedirle a nuestros amos

otro pedazo no más de pan.

En la misérrima caravana

al par que al hombre marchar se ven

la esposa amante la madre anciana

y al inocente niño también”.

 

Los primeros pampinos llegaron a Iquique el domingo 15. En absoluto orden. Luego, las autoridades los enviaron a la Escuela Santa María. Los obreros obedecieron.

 

 

EN ORDEN Y CON ESPERANZA

El miércoles 18 de diciembre, cuando se cumplía el octavo día de la huelga, el periódico “El Tarapacá” destacaba “la actitud de absoluto orden adoptada por los huelguistas”. Sostenía que “sus  manifestaciones se han reducido a meetings, desfiles y discursos dentro del terreno de la moderación”.

 

Agregaba. “En las numerosas oficinas que permanecen paralizadas, el orden se mantiene inalterable”.

 

Marineros marchan hacia la Escuela Santa María, con las ametralladoras 
que debutarán asesinando obreros, mujeres y niños.


Al parecer el conservador Valdés Vergara no leía ni siquiera la prensa que representaba sus mismas posiciones políticas.

El jueves 19,   noveno día de huelga, a las dos de la tarde, junto a los acorazados Zenteno, Pinto y Chacabuco, que estaban en la bahía de Iquique, ancló un cuarto barco de guerra. En él  venía el Intendente Carlos Eastman, que había estado en la capital.

Los huelguistas llenaban los muelles. Aguardaban la llegada del Intendente llenos de una ingenua esperanza. Un fuerte contingente militar ponía el marco a la escena.

  

“VENGO A ARREGLAR EL CONFLICTO”

Elías Lafertte describe al Intendente como: “un viejo delgado, enjuto, vestido de negro”. Relata que “apenas desembarcó fue cogido en andas por los entusiasmados pampinos y llevado de esta forma  hasta la Intendencia... A los requerimientos de las masas, se asomó a uno de los balcones y pronunció una frase, una sola, que por ser de esperanza, llenó de júbilo el corazón de los trabajadores.

-          ‘No pensaba volver –dijo- pero me habéis hecho desistir de ello. Traigo la palabra oficial del Gobierno para arreglar el conflicto’.”

No agregó ni una sílaba más. Pero los ilusionados pampinos llenaron la tarde con gritos de ¡Viva! y ¡Bravo!

  

“CON LOS CHILENOS...MORIMOS”

A las dos y media de la tarde del viernes 20, llegaron a la Escuela Santa María los cónsules de Perú, Bolivia y Argentina. Pidieron hablar con sus connacionales, que estaban en huelga.

Los instaron a abandonar el local, advirtiéndoles que si no lo hacían los cónsules no responderían de ellos, que la cosa era grave, pues los militares tenían órdenes de disparar y las balas no discriminarían entre chilenos y extranjeros.

La respuesta fue inmediata. Los obreros argentinos, bolivianos y peruanos se negaron a desertar.  Por ejemplo, los bolivianos dijeron a su cónsul: “Con los chilenos vinimos,  con los chilenos morimos”.

¡Qué bello, valiente  y emotivo gesto de  internacionalismo proletario!

 

UN SÁBADO 21 DE DICIEMBRE

El sábado 21 de diciembre de 1907 se perpetró la terrible masacre.

Así lo  cantó Francisco Pezoa :

“Benditas víctimas que bajaron

desde la pampa llenas de fe

y a su llegada lo que escucharon

voz de metralla tan sólo fue.

Baldón eterno para las fieras

masacradoras sin compasión

queden machadas con sangre obrera

como un estigma de maldición.”

 

HABLARON LAS AMETRALLADORAS

Fue allí en el puerto de Iquique donde la marina chilena utilizó por primera vez en nuestra historia las ametralladoras, no para defender la patria, sino para Como tantas otras veces, las fuerzas armadas utilizaron las armas que el pueblo les entregó, para disparar contra ese mismo pueblo.

No podemos permitir que el tiempo borre de la Memoria los crímenes cometidos.

Y repetimos con el poeta proletario<<.

 “Pido venganza para el valiente

que la metralla pulverizó

pido venganza para el doliente

huérfano y triste que allí quedó.

Pido venganza por el que vino

de los obreros el pecho a  abrir

pido venganza por el pampino

que allá en Iquique supo morir”.

 

 

LOS ASESINOS

Los responsables del crimen tienen nombres concretos:

Presidente de la República: Pedro Montt

Ministro del Interior: Rafael Sotomayor

Intendente de Tarapacá: Carlos Eastman

Jefe de Plaza y autor material: general Roberto Silva Renard.

Abogado de los patrones salitreros: Antonio Viera Gallo.

No olvidemos sus nombres y  los intereses que  representaban.

 

CONTRA EL MOVIMIEMTO OBRERO

Esa masacre, no sólo tuvo por objeto aplastar brutalmente una legítima  huelga obrera, que sólo exigía otro pedazo no más de pan.

Sino  que ella  tuvo otro objetivo más  amplio: destruir el potente movimiento sindical clasista, que había surgido en enero de 1900 al aparecer en el escenario  chileno  las primeras organizaciones sindicales: las Combinaciones Mancomunales de Obreros.

Las Mancomunales,  que hacia 1907 habían alcanzado gran fuerza en numeroso s puntos del país, desaparecieron en diciembre de ese año.

Con la masacre de la Escuela Santa María, se abrió un período de reflujo del movimiento sindical, que sólo  comenzó a superarse  hacia 1912,  gracias a la labor de Recabarren.

La Masacre de la Escuela Santa María, fue una de las 55 matanzas perpetradas por las clases dominantes contra el pueblo chileno en el siglo XX, a las  cuales se agregó el terrible genocidio llevado a cabo por la dictadura de Pinochet.

 

AVANZAR A  LA LUCHA FINAL

Recordamos la masacre  teniendo presente  lo que  dijo Neruda:

“Pueblo, del sufrimiento nació el orden.

 Del orden tu bandera de victoria ha nacido.

Levántala con todas las manos que cayeron.

Defiéndela con todas las manos que se juntan:

Y que avance a la lucha final, hacia la estrella

la unidad de tus rostros invencibles.”