Editorial de El Siglo, edición 1710 del 11 de abril 2014
¡Viva
Chile, mierda!
¿Título irrespetuoso? Veamos: escribe Fernando Alegría, gran escritor y
educador, su famoso poema así titulado. Le presta Roberto Parada su voz y
acento privilegiados y, así, nos convidan ambos lo que bien pudiera tenerse por
un segundo himno nacional:
“Cuando alzado a medianoche nos sacude un terremoto
Cuando el mar saquea nuestras casas y se esconde entre los bosques
Cuando Chile ya no puede estar seguro de sus mapas
Y cantamos como un gallo que ha de picar el sol en pedazos:
Digo con firmeza ¡Viva Chile mierda!”
Tal es el encanto de la gran poesía: que pone un espejo ante nuestros ojos
y nos obliga a mirarnos sin el maquillaje de las convenciones y de los
intereses individuales.
Cambiando en algo el viejo refrán, podemos afirmar que “cuando tiembla…
todos temblamos”.
Pero, ¿es así, tan categóricamente? ¿Temblamos todos por igual? ¿Es que los
sismos que, al igual que las inundaciones, nos asolan cada cierto tiempo están
dotados de poderosos instrumentos que les permiten discriminar entre “los que
viven por sus manos y los ricos”, como decía siglos atrás otro gran poeta?
Porque, miremos nuestra realidad, esta vez sin las anteojeras del peor
chovinismo.
Punto uno: los edificios de altura. ¡Aplausos para nuestros calificados
arquitectos, ingenieros y constructores!: han resistido los 8.2 y 7.6 Richter
de los terremotos.
Punto dos: ¡Ah!, pero ¿y las viviendas de uno o dos o hasta cuatro pisos
que se han venido abajo o quedaron en tales condiciones que ha sido necesario
declararlas inhabitables?
¿Es que serían otros los arquitectos, ingenieros y constructores que las
levantaron?
¿O será que “nuestros terremotos” están provistos de un criterio de clase
que les permite discriminar entre los que “viven por sus manos y los ricos?”
Se caen las casas de adobe, y se determina que muchas viviendas fueron
construidas en terrenos no aptos. ¿Y quiénes habitan esas viviendas?: no,
ciertamente, “los ricos”.
Leemos, como definición de vivienda: “Un lugar cerrado y cubierto que se
construye para que sea habitado por personas”… y que “ofrece refugio a los
seres humanos y les protege de condiciones climáticas adversas”.
¿Estará la explicación en lo que cada sistema social o cada sociedad
entiende por “personas” y por “seres humanos”?
¿Es que habría que cambiar la palabra “vivienda” por “murienda”, cuando de
“los que viven por sus manos” se trate,
ya que más que para vivirlas pareciera que han sido construidas para
“morirlas”?
Todo esto, es claro, a raíz de lo
que estamos presenciando en el norte chileno: un país “en borrador”,
profundamente dividido entre los que tienen los recursos para un buen vivir y
aquellos que muy poco poseen más allá de sus legítimas aspiraciones, para cuyo
cumplimiento trabajan cada día.
¿Y si comenzáramos el loable ejercicio de la solidaridad, no después sino
antes? Es decir: ¿si nos preocupáramos de que las leyes y reglamentos se
cumplan cabalmente y ejerciendo para ello todos los controles y aplicando todas
las sanciones a que se hacen acreedores los que planifican, los que autorizan y
los que realizan, en nuestro dramático ejemplo de hoy, esas tramposas construcciones?
Lamentablemente, es una verdad sin contrapeso que las grandes catástrofes
no se pueden predecir. Pero, ¿y la responsabilidad de los poderes públicos para
prevenir sus consecuencias?
Tarea no sólo para los gobiernos, sino para el conjunto que quienes
habitamos esta tierra en donde “Cuando alzado a medianoche nos sacude un
terremoto…”
EL DIRECTOR