Editorial de El Siglo, edición 1712 del 25 de febrero 2014
“Los
chilenos de la diáspora y la “prueba de pureza”
Los chilenos de la diáspora, el exilio o como quiera que se llame a esos
centenares de compatriotas que residen más allá de nuestras fronteras, viven
días de esperanza. Es que, en cumplimiento de un compromiso de campaña, el
gobierno ha enviado los correspondientes mensajes al legislativo para que el
voto “del exterior”, en la sola espera de la necesaria reglamentación, también
vía legislativa, sea una cumplida realidad.
Es de esperar que las “argumentaciones” en contra vayan atenuándose, en la
medida del amplio respaldo que ya suscita esta justiciera aunque tardía
reforma.
Pero, cualquier observador percibe cómo las invectivas desde la derecha
están en su apogeo.
Se invoca, como pretexto para negar ese derecho, desde que “no tributan en
Chile”, hasta la “ignorancia” de esos chilenos acerca de nuestra realidad
fronteras adentro. Curiosa objeción, cuando viene desde las trincheras de los
grandes celebradores de la “globalización”.
Se quiere someterlos a una especie de “test de chilenidad” que no deja de
recordar la “pureza de sangre” invocada en tiempos ya lejanos para perpetuar
privilegios y exclusiones.
Se omiten datos tan significativos como la pluralidad de “motivos” del
exilio. Ciertamente, se busca, desde la extrema derecha, excluir a los que
debieron buscar refugio en otros países luego de haber sido perseguidos por la
dictadura. Se sospecha de “izquierdismo” a ellos y a sus hijos y a las nuevas
familias conformadas en otras latitudes.
Se excluye, además, a todos quienes, sin perder su nacionalidad, optaron
por emigrar en busca de oportunidades que no hallaron en su patria.
Preguntas tal vez un tanto
“patrioteras”: ¿Son más chilenos los que bailan sus cuecas dieciocheras en
alguna ramada instalada en “el” territorio, que aquellos que lo hacen en algún
otro de los territorios del amplio mundo?
Ese ejército de los chilenos y chilenas del exilio se muestra
invariablemente solidario con sus compatriotas que, en cualquier lugar de la
geografía chilena, sufren los embates tanto de la naturaleza como de las
improvisaciones y omisiones que nos afectan hasta el nivel de las catástrofes.
¿Habrá que medir cuánto pesan en una balanza de la chilenidad quienes, como
cierto candidato presidencial, se llevan sus riquezas fuera de las fronteras
nacionales en busca del calorcillo de los paraísos fiscales? ¿Y del otro lado,
la chilenidad de quienes a lo largo del planeta mantienen encendidos los
símbolos de sus “dioses lares”: la bandera y el himno, la forma chilena de
conjugar nuestro castellano de cada día, las tradiciones de lugares específicos
de la patria, la comida y los bailes, incluso nuestros silencios y alegrías?.
¿Cómo se hará concreta y visible
esta incorporación de esos compatriotas nuestros? Es de temer al respecto tanto
dilaciones como piedras en el camino para hacer de ese derecho algo imposible o
al menos muy difícil de ejercer. Y allí es donde se apreciará el real nivel de
compromiso de quienes se han manifestado a favor de ampliar la democracia, para
lo cual es imprescindible la superación de las exclusiones e injusticias.
A primera vista, pareciera obvio que quienes se dicen los campeones de “los
sagrados intereses de la patria” se regocijen ante la perspectiva de “invadir”
otros territorios con los símbolos de nuestra nacionalidad.
Sin embargo, no es así. Para algunos, cada peso invertido en el extranjero
es, y “sagradamente”, chileno. En cuanto a los simplemente seres humanos, se
los decreta no “retornables” o, en otras palabras, “irrecuperables”
EL DIRECTOR