martes, 20 de diciembre de 2022

JORGE MUÑOZ POUTAYS

 

 

 

                                                        Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                                        Centro de Extensión e Investigación

                                                        Luis Emilio Recabarren, CEILER

 

 






Conocí a Jorge Muñoz a comienzos de 1958,  en el III Congreso de las Juventudes Comunistas de Chile cuando ambos fuimos elegidos miembros del Comité Central. Por entonces él estudiaba ingeniería en la Universidad de Chile. Tenía amplios conocimientos del marxismo.  Era flaco, usaba anteojos; serio, quizás demasiado serio, pero muy fraternal y solidario. Trataba constantemente de ayudar a sus camaradas. Siempre con ropas livianas y algún libro en sus manos.

 

SUS INICIOS

Jorge Muñoz Poutays nació el 16 de diciembre de 1933. Fue el mayor de tres hermanos. Siendo un excelente alumno, cursó sus estudios secundarios en el Internado Nacional Barros Arana. Estudió en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile. Donde se tituló de Ingeniero Civil, a la edad de 22 años. Ingresó a las Juventudes Comunistas. En el III Congreso Nacional, efectuado en enero de 1958 fue elegido miembro del Comité Central de las JJ CC.

En 1959 conoció a Gladys Marín, con quien  se casó en 1963. Tuvieron dos hijos. Rodrigo y Álvaro.

 

EN EL COMITÉ CENTRAL DEL  PARTIDO

En la VII Conferencia Nacional de las  Juventudes Comunistas, realizada en el año 1965,  fue promovido al Partido, incorporándose como miembro de la Comisión de Control y Cuadros  del Comité Central.

En el XVIII Congreso Nacional del Partido Comunista, celebrado en Santiago del 23 al 29 de noviembre de 1969, fue elegido miembro de su Comité Central.

Después del golpe fascista, se integró a la lucha contra la dictadura. Formó de la parte primera dirección clandestina del Partido Comunista, que encabezaba el compañero Víctor Díaz  López, ocupando el cargo de Relaciones, Universidad, Profesionales y Cultura. Su chapa era “Carlos”. Su enlace, la compañera Marta Fritz.

 

CALLE CONFERENCIA

El día 4 de mayo de 1976 fue detenido, alrededor de las 20,30 horas, en calle Conferencia 1587, en un operativo de la DINA durante el cual fueron arrestados también  otros cuatro altos dirigentes del Partido Comunista: Mario Zamorano Donoso, Jaime Donato Avendaño, Uldarico Donaire Cortés y Elisa Escobar Cepeda.

Poco, después, el compañero Víctor Díaz fue detenido, el 12 de mayo, en una casa de Bello Horizonte 979, en Las Condes.

Estos héroes de la primera dirección clandestina del Partido Comunista  fueron conducidos al cuartel  de Simón Bolívar 8630,  de la Brigada Lautaro de la DINA, lugar de exterminio,  donde fueron salvajemente torturados y asesinados.

 

RECUERDOS DE SU HIJO ÁLVARO MUÑOZ MARÍN

Los Lleuques. Febrero de 1976.

Como Jorge, nuestro papá, estaba clandestino, se preparaba con meses de antelación la salida a vacaciones. En la coordinación siempre presente la tía Marta Friz (la mejor amiga de mamá), junto a los tíos Ricardo Lobos (exonerado político de Tesorería General de la república el mismo 11 del 73, a las 8 AM.) y Silvia Marín, profesora y hermana de Gladys (hasta el año 73 dirigente Nacional del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación, SUTE. Dirigente de la CUT y de SERVIMA del Magisterio).

En febrero de ese año nosotros, Rodrigo y yo, estábamos de vacaciones, como todos los veranos, en el campo de nuestros abuelos paternos, con quienes vivimos a partir del 11 de septiembre del 73, a la espera de un telegrama para partir a encontramos con nuestro padre…pero el telegrama no llegó y debió venir a buscarnos nuestro primo Patricio. Ahí conversaron con Mario, hermano de Jorge, qué había pasado con el telegrama y ninguna respuesta, y que deberíamos partir al otro día rumbo al sur, donde nos esperaba Jorge.

Con Rodrigo hicimos los bolsos y al otro día a las 6 AM en pie junto a Patricio viajamos a San Fernando, donde tomaríamos el tren rumbo a Concepción. Aquí, nos esperaba Jorge en el terminal de trenes y tomamos el auto junto a tío Ricardo para partir rumbo a los Lleuques, donde nos esperaban el resto de la “tropa”.

Tía Silvia, se había conseguido una casa de una amiga profesora, donde estaríamos 14 días. En esa cabaña, de tres piezas, dormíamos 9 personas. En una pieza tías Silvia y Marta, en otra Ricardo, Mauricio, Patricio e Iván (los primos Lobos Marín) y en la última nosotros con nuestro viejo. Tío Ricardo sólo pudo estar el fin de semana, tenía que volver a trabajar.

Hicimos de todo, caminar, ir a pescar, intentar buscar el río toda una mañana y no encontrarlo. Todos los días nos bañábamos, jugamos pichangas los Lobos Marín contra los Muñoz Marín, donde nuestros primos nos ganaron en un divertido y picado partido.

También, nos colocábamos en una loma a ver les estrellas y él, mi viejo, nos enseñaba el nombre de las estrellas o alguna constelación. Cantábamos, a él le gustaba “canto a pampa… y otras de caballos.

Estar en esos hermosos lugares del sur, apartados de todo, pero siempre con el cuidado de que no fueran a ver nuestro papá. Era un espacio, en nuestro país, alejado de las persecuciones, detenciones, exilio, era un espacio donde nos cargábamos de buenas energías del papá y él de sus hijos, acompañados de esta gran familia que se exponían sólo por nosotros.

El estar con él ya era un cariño para mí, verlo reír, conversar, llamarme la atención cuando era necesario, disfrutar de la tierra, sus árboles…el último día yo no quería lavarme el pelo, lleno de tierra, y mi viejo me dijo…”  Ya, trae agua y lavatorio” y bajo un sol radiante y entre grandes pinos me lavó el pelo…y esto fue algo que nunca olvidé”. 


MARTA FRITZ SOBRE JORGE MUÑOZ

Marta Fritz narra: “Conocí a Jorge, a través de Gladys, mi amiga, compañera y hermana. Me contó que se había enamorado del joven ingeniero, que conoció en la población La Victoria, al comienzo de los 60. Como era su costumbre hacer chistes, me dijo "lo único malo, que es cojo”, "no importa le dije, más importante es que es un hombre inteligente”. 

Yo visitaba a Gladys en su casa, por supuesto que allí me topaba con Jorge, observaba que él, a diferencia de Gladys era más reservado, más serio, gustaba de la buena música, de la poesía, al comienzo yo le guardaba mucho respeto porque él era del Partido. 

Varios años hicimos vacaciones juntos, un grupo de la jota, con sus hijos, nosotros lo llamábamos "comandante", él era muy disciplinado, muy querendón de sus hijos y protector de Gladys. Ella siempre me declaró que, con él, ella siempre se sintió segura. 

Juntos estuvimos en San Fabián, en Lonquimay, en dos ocasiones. Estas salidas y vivencias de conjunto estrecharon nuestra amistad. Él siempre me aclaraba  la situación política, me precisaba las razones de fondo de cada suceso, con mucha paciencia. 

Tras el golpe militar, me debí contactar con Gladys, con sus hijos y también con él. 

Ya en nuestros primeros encuentros, tanto, directos, como a través de enlaces, él fue enfático, en aclararme que tomara como primera tarea a sus hijos y los padres de él, la señora Juanita y a don Onofre. Por supuesto que también tenía  vínculos con Gladys en su clandestinidad inicial y luego en su asilo en la embajada de Holanda. Así por mi intermedio se enviaban las cartas, los recados, los mensajes en diversas formas 

Pasado un tiempo, a pesar de lo delicado de la situación, nos hicimos el propósito del encuentro con sus hijos, Álvaro y Rodrigo, en especial, cuando Gladys logra salir al exilio. 

Ambos ya me habían dicho firmemente que se oponían a que sus hijos salieran del país, pues aspiraban que se pudieran criar en el ambiente familiar constituido por la familia de Jorge y la de Gladys. Ellos, por sus responsabilidades y la trágica situación del país tenían claro lo difícil que sería para ellos hacerlo en la clandestinidad o fuera del país. Gladys, por su agitada vida en el exterior y su reingreso clandestino a Chile en 1978 era imposible, que pudiera ofrecer un hogar mediamente normal a sus hijos. Esta resolución, no siempre fue entendida por algunas personas. Yo me mantuve firme y se cumplió lo que ellos me indicaron.

Con todos los cuidados del caso, con la ayuda de queridos compañeros, comenzamos a vernos con los niños. Un gran rol cumplió ex compañeros de la Universidad de Jorge, Ricardo su cuñado, junto a Silvia, la hermana de Gladys. Todos se esmeraron en que sus hijos pudieran tener una vida normal –dentro de la anormalidad dictatorial. Logramos tener fines de semana juntos, comiendo como familia, donde Silvia se esmeraba en cocinar platos ricos. 

Jorge – asumiendo muchas medidas de seguridad – buscaba con apoyo de Ricardo armar formas de encuentro con los niños. Armaban partidos de futbol, caminatas u otros juegos. También Jorge les enseñaba diversas cosas, controlaba indirectamente sus estudios. Cada vez que nos lográbamos encontrar, conversábamos lo que podríamos hacer más tarde, otros posibles encuentros, lugares, apoyos para ello. 

Con Jorge también realizaba labores de enlace con otros compañeros.  Él me entregaba tareas. Recuerdo una de ellas, en que debía traerle un teléfono. No debía anotarlo. No lo encontré difícil. Pero, no hice más que llegar a la casa de encuentro con Jorge, él me pide el número. Lo había olvidado. Él me dice comienza a recordarlo, porque no te puedes ir, sin entregármelo. Escribe, me dice, ¿pero ¿qué voy a escribir, le respondo, sino me acuerdo? Escribe números. Nerviosa ponía números, los combinaba. El esperaba, pasaba el rato. Yo repetía, no me acuerdo. El insistía ¡escribe! y así seguí. De repente, salió un número, éste, éste, indiqué. Con toda su calma me dijo: espera. Lo anotó, salió, volvió. Ese era el número, nos abrazamos. Ahora sonreía. 

Él era muy estricto con la hora. Creo que nosotros - los que trabajamos en clandestinidad -logramos entender lo importante que es la puntualidad. Los chilenos  por naturaleza no somos puntuales. Así fue, como en una ocasión me llamó fuertemente la atención, por atrasarme unos minutos. 

Al comienzo yo le preguntaba: ¿cuánto tiempo durará esta situación?- un par de años, era su respuesta. Fuimos ilusos al comienzo en ello.

En el  75, por su orden salí a reunirme con Gladys a Colombia donde residía su madre, Adriana Millie, una gran mujer, maestra, directora, madre de cuatro hijas. De ella heredó Gladys su inteligencia y consecuencia.

Él me dio un verdadero decálogo de instrucciones: reserva, observar la naturalidad al actuar, que no trajera nada conmigo. Todo guardado en la cabeza y la advertencia, si me detenían, “debes aguantarte mínimo dos días”, así alcanzamos a mover la dirección interior. Sólo dos días, me repetía. Felizmente, todo salió bien, estuvimos un mes juntas con Gladys, inolvidable.

Así continuamos juntos en diversas tareas, hasta el fatídico 4 de Mayo del 76, cuando  detienen a Jorge. Fue horrible. Llegó la compañera que era enlace. Él le había dicho: “si no llego las 17 horas, tú avisas a Marta”. 

Ella, con fiebre, una fuerte bronquitis, llegó deshecha. Para mí fue un golpe terrible. Me acompañó a avisar al compañero con el que me contactaba. El insistía en tranquilizarme. Yo digo,  presentemos un recurso de amparo, él me dice no todavía no. Aviso a su hermano, Mario, con quien también tenía contacto. No dormí esa noche. Al día siguiente camino al liceo donde hacía clases en Recoleta, me topé de casualidad, con Isolina – la compañera de Mario Zamorano -  nos abrazamos, a ella también le habían dicho lo mismo, “esperar”. No había nada que esperar los hechos estaban consumados. 

Mil acciones realizamos por saber algo, sobre su paradero. Viví el sufrimiento de sus padres, ya ancianos, de los niños, que buscaban no exteriorizar mucho sus sentimientos. Fue un golpe a toda la familia de Jorge y la de  Gladys. Acudimos a todos los medios posibles, pensando conseguir algún dato, nada, un calvario. Cuando Gladys ingresa clandestina, siempre mirábamos a las personas  que pedían limosnas, a enfermos, pensando “a lo mejor lo torturaron y lo tiraron a la calle”.

El golpe final, fue cuando se logra saber que había estado en el Cuartel Simón Bolívar, a cuarenta y tantas cuadras de la casa de sus padres hacia el oriente. 

Honor y gloria, a Jorge, mi amigo y compañero. Marta”. (Marta Fritz:

Testimonio escrito. Santiago, 26 de septiembre de 2017)