viernes, 26 de septiembre de 2014

DISCURSO DE CAMILA VALLEJO ANTE EL PARLAMENTO EN HOMENAJE A SALVADOR ALLENDE







Para la Bancada del Partido Comunista de Chile y la Izquierda Ciudadana, el homenaje que la Cámara de Diputados le rinde hoy a Salvador Allende Gossens es importante no sólo porque no se puede hablar de la historia del siglo XX chileno, del desarrollo y profundización de nuestra democracia, sin tocar la figura del presidente Salvador Allende. También constituye una oportunidad para reivindicar sus principios y, especialmente, sus enseñanzas, porque con el paso del tiempo, la figura del Presidente resalta por su clarividencia y por su perpetua e irrestricta defensa de la soberanía popular.

(breve pausa)

Es nuestro deber destacar el compromiso y la fidelidad permanente que tuvo, hasta su muerte, con las causas sociales y políticas de los más pobres, de los trabajadores y trabajadoras de nuestra patria. Allende, como nadie, supo desarrollar una capacidad única para aglutinar fuerzas políticas diversas tras un programa popular y asumir la responsabilidad de dirigir el movimiento que permitió al pueblo, por primera vez en nuestra historia, gobernar el país.

Y es cierto, que como todo acontecimiento histórico, el Gobierno de la Unidad Popular puede suscitar diversas interpretaciones, diversas lecturas dependiendo del lugar desde el cual se mire; pero sin embargo, no se puede desconocer que el Gobierno del Presidente Allende vino a representar las aspiraciones de quienes se habían visto excluidos de los réditos del desarrollo político y económico en Chile.

(pausa)

En este homenaje, queremos recuperar la memoria de un Presidente que hizo de la ética un valor intransable, y que incluso en las horas más terribles, soportando el bombardeo infame al Palacio de La Moneda, quiso educar al pueblo con la verdad, castigando moralmente a todos los sediciosos y traidores, recalcando que su lucha por un país soberano, que hiciera realidad los anhelos de justicia social, fue una lucha honesta, negándose a renunciar y pagando con su vida la lealtad al pueblo de Chile.

Este homenaje es una oportunidad para reivindicar la obra de la Unidad Popular, cuyas conquistas han sido denigradas insistentemente por partícipes de la dictadura y sus herederos políticos, sectores que han pretendido, a través de la injuria, adulterar la historia. Porque, cuando la memoria ha sido intervenida, la tarea que se impone es liberarla, recuperarla con el recuerdo de los caminos por donde transitó nuestro pueblo.

Por eso, debemos recordar que durante el gobierno de la Unidad Popular se nacionalizó un recurso natural estratégico como el cobre, para que fuese de todas y todos los chilenos y no de unos pocos grupos sociales serviles a los intereses extranjeros, que en la presidencia de Allende se dignificó a más de 70 mil familias campesinas con la profundización de la reforma agraria hacia 1972, que se creó el área social de la economía, que se destinó el 4% del PIB en Salud, “el más alto en la historia de Chile”[1], y por supuesto, que se defendió la educación pública y gratuita y se democratizó el acceso a la educación para todos los chilenos donde las matrículas en las escuelas crecieron un 17,4%, con un crecimiento anual de 6,54%, el mayor de la historia, y un aumento del 89,2% de la matrícula en educación superior.

Muchas veces hemos leído y repasado los discursos y las reformas de Allende, pero es justamente en estos días, en pleno desarrollo de la Reforma Educacional, cuando logramos evidenciar la adelantada y acertada visión política de Allende, quien el 25 de julio de 1971 enunció las siguientes palabras, que bien describen los desafíos de nuestro presente:

“…Queremos igualdad para el desarrollo de las capacidades, igualdad de posibilidades, repito, y hay que señalar que esto no ocurre en el sistema que queremos transformar, porque nadie ignora, (…), que por desgracia esta capacidad está ligada a las condiciones materiales de existencia. (…) Por ello, nosotros señalamos que la lucha sin cuartel en que estamos empeñados es hacer factible las posibilidades iguales, para que se desarrollen en condiciones similares las capacidades de los niños, al margen de las contingencias de una sociedad injusta, que abre todas las posibilidades a unos pocos y cierra las posibilidades a la inmensa mayoría de nuestros niños.”

Pero no sólo hizo alusión a cómo evitar que las condiciones materiales de existencia, tales como el capital cultural de la familia, o la capacidad de pago en esta sociedad de mercado sean una limitante en el desarrollo de las capacidades y oportunidades de los niños y niñas, sino el cómo deben ser estas metas impulsadas y alcanzadas por el pueblo:

“…Indiscutiblemente, hay que destacar la importancia que tendrá la escuela y el maestro, sobre todo, frente a las dificultades que tendremos, porque hacer cambios es herir intereses y en el camino nuestro es el más duro, ya que tendremos que realizarlo dentro de los marcos de una legalidad democrático y burguesa, con el respeto integral a la personalidad humana y a los derechos sociales, frente a sectores que no trepidan en crear toda clase de dificultades a este Gobierno, pero que serán vencidas por la unidad, por la entereza, por la decisión y por la voluntad revolucionaria del pueblo…”

(pausa)

Lamentablemente el guión golpista no demoró en ejecutarse y el odio se impuso. Porque es cierto que hoy las condenas a las violaciones de los derechos humanos son variadas, y por supuesto son bienvenidas, pero estas condenas omiten una realidad que a muchos les gustaría invisibilizar u olvidar, pero que quizás, en la situación política actual es necesario recordar.

La dictadura cívico militar –aunque suene obvio– fue una dictadura de civiles y militares de derecha. Ellos incurrieron en un conjunto de estrategias terroristas para justificar su accionar y de las cuales aún hoy no se hacen responsables. Creo que ahora estamos en condiciones de recordar el libreto que siguieron tales personeros.

La historia demostró que la conjura que el 11 de septiembre de 1973 se concretó, comenzó a hilvanarse incluso antes que Allende ganara la elección presidencial. Empresarios nacionales e internacionales, militares, agentes de la CIA, todos ellos se complotaron para derrocar el legítimo y constitucional Gobierno Popular. Por eso, el 04 de diciembre de 1972 y ante las Naciones Unidas, el Presidente denunció con escalofriante acierto el rumbo que el mundo estaba tomando, pues comprendió que lo de Chile no era un caso aislado:

“Estamos ante un verdadero conflicto frontal entre las grandes corporaciones y los Estados. Éstos parecen interferidos en sus decisiones fundamentales -políticas, económicas, militares- por organizaciones globales que no dependen de ningún Estado y que en la suma de sus actividades no responden ni están fiscalizadas por ningún parlamento, por ninguna institución representativa del interés colectivo. En una palabra, es toda la estructura política del mundo la que está siendo socavada.”
(breve pausa)

Posterior al triunfo legítimo y democrático de la Unidad Popular, el día 6 de septiembre de 1970, la directiva del Partido Nacional articuló una reunión de la cual se definió la creación de Patria y Libertad y el Frente Republicano Independiente (FRI), con el objetivo de generar las condiciones necesarias para un golpe de Estado. Tal como calculaba fríamente la derecha de ese entonces: “para que este pudiera producirse era necesario un clima propicio, esto es, de crisis económica, social y política”[1]. Clima de inestabilidad que será propiciado a través de crímenes y acciones terroristas por parte de civiles de derecha que integraban dichos grupúsculos.

Es de público conocimiento que el rol de los civiles en el golpe “se remitía a dos tareas fundamentales: la generación del clima de caos y el secuestro de Schneider”[2]. Si enumeramos las acciones criminales de estos civiles, encontramos que entre el 18 de septiembre y el 11 de octubre de 1970, se produjeron catorce atentados dinamiteros, luego el secuestro y detestable crimen del general Scheneider, la internación de armas en plena democracia, por personeros de Patria y Libertad. En caso de que este libreto se preste a dudas, el 8 de junio de 1971 fue asesinado Edmundo Perez-Zujovic, destacado militante de la DC, Ministro del Interior de Eduardo Frei Montalva, que, tal como lo demostraron las investigaciones posteriores, fue llevado a cabo por un supuesto grupo ultraizquierdista: el VOP (Vanguardia Organizada del Pueblo), cuya cabeza era el recordado “Guatón” Osvaldo Romo, quien más tarde sería sindicado como uno de los sanguinarios torturadores de la DINA.

Todos estos hechos se llevaron a cabo en un supuesto clima de recesión económica y escasez de alimentos, desencadenados por estos mismos personajes, como es de público conocimiento.

Tras este tipo de hechos surge la legítima pregunta del ¿por qué?, ¿por qué interrumpieron este proceso mediante la fuerza?, ¿por qué impusieron el terrorismo de Estado y violaron sistemáticamente los derechos humanos?, ¿por qué pretendieron acabar con el legado de Allende?.

Creo que la respuesta tiene que ver con que no fueron capaces de tolerar la consecuencia, la voluntad decidida de cumplir a cabalidad con el Programa de Gobierno acordado con la gente, con los más necesitados. La vehemencia con que se rechazó cualquier tentativa a beneficiar a esa minoría recalcitrante y antidemocrática que en base a la instauración del imaginario del terror a través de los medios de comunicación; imaginario que borraba las separaciones entre el delirio y la verdad; entre los mitos y la realidad, se aprestó a ejercer el terrorismo, se aprestó a asesinar cobardemente a generales y a presidentes, a torturar y a violar a su propio pueblo.

En definitiva, lo que le molestó a la derecha golpista fue la democracia, la unidad de las fuerzas democráticas del país, que las mayorías puedan tomar sus propias decisiones y orientar a nuestra sociedad. Estos mismos sujetos que hoy, haciéndose llamar populares, son los que no se arrepienten ni asumen ninguna culpa, aquellos que aparentemente desprecian una dictadura de la cual son responsables, son aquellos que van y vienen de la iglesia al mismo tiempo que sostienen un pacto de silencio inhumano que impide la justicia para 3.065 víctimas, entre ejecutados y detenidos desaparecidos.

Evidentemente, el 11 de septiembre de 1973 tiene dos caras, porque no sólo representa esa valentía y lealtad del Presidente Allende, sino también representa un acto cobarde de aquellos que impusieron el terrorismo de Estado, a través de la desaparición y la muerte, destruyendo sin tapujos el país y la democracia que ya no les era útil, la democracia que tanto les molestaba.

Es indiscutible que en el Gobierno de la Unidad Popular se cometieron errores, pero ninguno de ellos puede admitirse como justificación de los crímenes que civiles y militares perpetraron. Jamás se podrán admitir los argumentos que confunden a las víctimas con sus verdugos, pues nunca el error de la víctima exculpará el crimen que contra ella se comete.

La enseñanza que nos deja el pasado en este día es la misma sentencia que alguna vez sostuvo un pensador Alemán, sentencia que dicta que la historia pasa como quien dijera dos veces: una como tragedia y la otra como comedia. Esperemos que nadie en Chile venga a hacer en la actualidad de la tragedia una gran comedia[4]. Esperemos que ningún irresponsable en Chile venga a erosionar nuevamente nuestra democracia.

(pausa)

Pero fuera de las lecciones que dejó el horror, y que debiesen ser honestamente recogidas por quienes fueron autores y cómplices de las brutalidades de la dictadura, hoy, homenajear a Salvador Allende tiene fuerza, sentido y vigencia, porque más allá de los acuerdos y desacuerdos, la validez de su pensamiento está fundada en el estrecho compromiso con la causa popular, que entendió la democracia como una forma política construida para atender a los cambios y a las necesidades sociales. Esa fue la dignidad democrática que defendió el Presidente, la dignidad que su Gobierno comprometió para hacer posible una concepción amplia de la democracia, de soberanía económica, política y cultural del pueblo, estableciendo la igualdad de derechos y oportunidades para hombres, mujeres, jóvenes, niños y ancianos, sin distinción alguna.

Allende vivió la democracia intransigentemente, pues, cuando lo único que parecía quedar del Gobierno de la Unidad Popular era su vida, decidió defender con ella la historia democrática del país, enseñándole a todas las generaciones posteriores que la democracia no debe ser menos que un compromiso vital.

Por todo esto y mucho mucho más, Salvador Allende Gossens fue, es y será “El Compañero Presidente”.

Muchas gracias.

Hoy la vigencia de su pensamiento es un homenaje perpetuo que le hacen las trabajadoras y trabajadores a su legado de justicia, que está y seguirá grabada en la memoria histórica de los chilenos como el Compañero Presidente

[1] BCN. (2008). Salvador Allende: Vida política y parlamentaria 1908 – 1973. Biblioteca del Congreso Nacional, pp. 181.