Alejandro Kirk
Periodista, Corresponsal HispanTV
Por falta de visión, por exceso de cautela, racionalidad, o por simple
cobardía, todos perdemos trenes en la vida. En el amor, en el trabajo, en la
política, en las aventuras, el deber o el placer. Para que duela menos, al
conformismo mediocre le llamamos madurez, y consideramos a la prudencia la
mayor de las virtudes.
Casi todos, mejor dicho, porque Fidel Castro al parecer no perdió ninguno
importante. Fidel no conocía la prudencia, pero sí el método, y todos los
itinerarios del tren de la historia. No esperaba en la estación: subía sobre
corriendo y se montaba en la locomotora y estaba seguro de a dónde quería ir.
Convertía las derrotas en impulsos. Vivió como quiso, y murió igual. Tuvo la
oportunidad de morir mil veces antes, lo sabía muy bien, pero nada de eso lo
detuvo.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, contó en La Habana que cuando
la enfermedad obligó a Fidel a dejar la Presidencia de Cuba, le dijo a Hugo
Chávez que podían contar con él hasta los 90 años. Y a los 90 exactos murió, el
mismo día en que se cumplían 60 del zarpe del yate Granma desde México a Cuba,
para iniciar la guerra revolucionaria.
En ocasión del homenaje a Fidel en La Habana, la presidenta de Chile, Michelle
Bachelet, fue prudente por infinitésima vez. Un tweet personal reemplazó al
pronunciamiento oficial que hubiese molestada a las derechas en la oposición y
el Gobierno.
Quiso, dijo ella, ir a La Habana. Pudo ir y allí hablar de Fidel y de su
amigo Salvador Allende, del general Alberto Bachelet, de la lucha contra
Pinochet; ante dos millones de personas pudo agradecer a Fidel y a Cuba todo lo
que hizo por este pueblo. Pudo, pero se quedó en Santiago.
En palabras de Pablo Sepúlveda, médico formado en Cuba y nieto del
presidente Allende, esta decisión “es una muestra más de mal agradecimiento
hacia el pueblo cubano, que siempre ha dado importantes muestras de respeto y
solidaridad con el pueblo chileno cuando este más lo ha necesitado”.
“El ejemplo reciente más importante” -continúa Sepúlveda- “es el envío de
hospitales de campaña con la misión médica cubana cuando el terremoto del año
2010, dejando un recuerdo inolvidable en Rancagua y Chillán”.
“Además, la Revolución Cubana formó en 10 años a más de 600 médicos
chilenos de forma totalmente gratuita. Al mundo entero le ha aportado con la
formación de más de 25 mil galenos. Cuba también estuvo presente solidariamente
apoyando la justa rebeldía contra la dictadura militar, así como recibiendo a
miles y miles de chilenos y chilenas en el exilio”, concluye el médico.
PPK en vez
de Fidel
En vez de compartir tribuna con luchadores como Rafael Correa, Evo Morales,
Nicolás Maduro o Daniel Ortega, prefirió un encuentro protocolar en Santiago
con Pedro Pablo Kuzsinscky, actual Presidente del Perú, socio de Sebastián
Piñera, y ficha histórica del Fondo Monetario Internacional.
¿A cambio de qué trascendentes acuerdos con Perú renunció Bachelet a esta
oportunidad? Juzgue usted los logros del encuentro: “Un nuevo Tratado de
Extradición; un Memorándum de Entendimiento para establecer un Mecanismo de
Diálogo y Cooperación en materia de Derechos Humanos; y un Acuerdo
Interinstitucional entre las Agencias de Cooperación de ambos países”.
Hasta el desprestigiado Enrique Peña Nieto, presidente de México, vio venir
este tren y se paró allí en la Plaza de la Revolución a hablar de libertad,
dignidad, independencia y soberanía. Todo lo que él no es, ni hace, pero que
igual en el fondo admira.
Pudo haber ido a La Habana también la presidenta del Partido Socialista e
hija de Salvador Allende, Isabel, a dar las gracias. Pudo, y debió, pero no
fue, para alegría de los columnistas de esa izquierda tránsfuga que pueblan las
páginas de los periódicos de Chile. Los prudentes y serios. Los que consideran
un éxito el neoliberalismo en Chile y un fracaso la Revolución Cubana. Los que
culpan a la visita de Fidel en 1971 del golpe de Estado en 1973; una visita
“imprudente”, que perjudicó al mesurado Allende.
El moderado
Salvador Allende
¿Fue Salvador Allende un político frívolo, mesurado, prudente y calculador
como lo pintan algunos? ¿Era muy distinto de Fidel Castro?
En 1952, por ejemplo, prefirió quedarse con un dos por ciento de votos con
principios, que subirse a la marea populista en que se metió su propio partido
detrás de la figura del general Carlos Ibáñez.
En 1968, como Presidente del Senado, y aprovechando la ausencia del país
del presidente Eduardo Frei, otorgó, sin preguntarle a nadie, asilo político a
los sobrevivientes de la guerrilla del Che en Bolivia y se subió al avión que
los sacó del país, porque la CIA pretendía derribarlo.
En 1970, ya como Presidente, su primer acto oficial fue restablecer
relaciones diplomáticas con Cuba, enfureciendo al Imperio desde el primer día.
Luego, en 1972, y contra la opinión de sus asesores legales, concedió
salvoconducto a la libertad y la vida a seis presos políticos fugados del penal
argentino de Trelew, irritando esta vez a la dictadura argentina, que exigía su
devolución. De Chile fueron a Cuba, y hoy una avenida y una plaza de Trelew
llevan el nombre de Allende.
Si hubiese sido prudente, Allende habría muerto de viejo, en el exilio, en
lugar de combatir en La Moneda sin esperanza alguna. O mejor, habría evitado el
golpe de Estado ¿Cómo? Fácil: haciendo lo que hemos visto desde 1990. Olvidando
su programa y decepcionando al pueblo que lo eligió, y a su entrañable amigo
Fidel.
En el nombre de Allende y del pueblo, el gobierno de Chile debió decretar
duelo nacional, y un homenaje oficial a quien se la jugó con todo, incluida la
propia seguridad nacional de Cuba, por derribar la dictadura
empresarial-militar de Pinochet.
Así lo hicieron países agradecidos como Nicaragua, Namibia y Sudáfrica.
Pero aquí somos “realistas”, no agradecidos. Nos gusta Felipe González, no
Fidel. No queremos agitar aguas ni quebrar huevos, y nos gusta hablar inglés.
Vamos a las cenas de la Sofofa, las AFP y de las transnacionales mineras,
mientras mandamos a la policía a reprimir trabajadores y estudiantes. Todo en
nombre de las “reformas estructurales”, que para ser “realistas” deben tomar
décadas y hasta siglos.
Fidel queda para una foto medio escondida, si acaso, en algún rincón de la
casa y de las molestas memorias de juventud, que nos suelen acosar mientras más
viejos nos ponemos y cuando ya sin remedio nos arrepentimos de nuestras
opciones prudentes, los amores que abandonamos y las luchas que dejamos para
los demás.
Sospecho que todo esto bien lo sabe nuestra Presidenta, quien dejó pasar
dos gobiernos y ahora el último tren, y ahora sólo espera retirarse a cavilar
en el insomnio sobre todo lo que pudo hacer y no hizo.
Ya no vienen más trenes a su estación: otros hombres y mujeres tendrán que
abrir las grandes Alamedas.