Editorial de El Siglo, edición 1719 del 13 al 19 de junio 2014
“¿Por qué
marchan?”
El gobierno de la Nueva Mayoría impulsa proyectos de indiscutible
trascendencia, como las reformas tributaria, educacional y del sistema
político.
Esas reformas, y otras que vendrán como la anhelada recuperación de las
libertades sindicales, con todo lo que ello significa tanto en los derechos
laborales de millones de trabajadores como en la urgente redistribución
progresiva del ingreso, forman parte sustancial del Programa votado por la
ciudadanía y son el fruto de imponentes demostraciones de masas en calles y
plazas del país. También responden a una maduración de la conciencia de vastos sectores representativos del sentir
popular, y se nutren de la incontrarrestable argumentación desplegada por
estudiantes, trabajadores, luchadores sociales de distintos ámbitos y signos
ideológicos y partidarios, con el común denominador del rechazo explícito al
modelo implantado por la dictadura.
Diversos proyectos de ley enviados al parlamento expresan la decisión del
gobierno y sus partidos por implementar esas transformaciones.
Y, sin embargo, estudiantes, profesores, trabajadores, pobladores,
luchadores medioambientalistas y de derechos humanos, marchan por las calles de
Chile en tono de disidencia y demanda de urgencia.
Y cabe la pregunta: ¿por qué esas renovadas y multitudinarias
manifestaciones?
Algunas respuestas posibles son: desconfianza, impaciencia; pero también,
no concordancia con la forma adquirida en pos de las grandes transformaciones
por la vía de los proyectos de ley anunciados o presentados. También, por los
métodos de participación, acogida de diversos puntos de vista, prioridades
establecidas desde el gobierno. Sin faltar señales del nuevo bloque gobernante
en cuanto a presumibles –con razón o sin ella-
disidencias internas.
La pregunta de fondo es, empero, ¿son suficientes esas respuestas para
explicar la amplitud y persistencia de las marchas que vuelven a recorrer el
territorio nacional?
Y es que de la o las respuestas a tales interrogantes, dependerá tanto la
estimación de la opinión pública –adhesión, indiferencia o rechazo- como las
respuestas que se implementen desde los poderes públicos. Esto, por cuanto en
este nuevo cuadro político, si algo no podría estar en la orden del día sería
el recurso a la descalificación ni, menos aun, a la represión.
¿Y entonces?
Tal vez no estaría demás preguntarse por la profundidad de los reclamos por
justicia y democracia, por las heridas dejadas en el cuerpo social –del pueblo
estamos hablando, ciertamente- por decenios de represión brutal y no pocos de
indiferencia.
A veces, el sólo deseo de creer no basta.
¿Por qué marchan? ¿Por inercia o simple “espíritu deportivo”? ¿Por el
impulso vital de manifestarse, de algo así como decir “presentes” y “somos y estamos”? ¿Por la comprensible, y
compartible, experiencia del silencio forzado, de la “voz clamando en el
desierto” que ya no está dispuesta a mantenerse en los espacios marginales y se
toma el centro de los escenarios para que sus razones pesen con toda su
evidencia?
Ignorar a “la calle”, negarle la racionalidad y el saber de lo suyo, es y
será siempre una mala reacción, políticamente torpe y desprovista de todo
respeto y prudencia.
Tal vez lo mejor sea preguntarse, muy sinceramente, “¿por qué marchan?”,
sin presumir de omnisciencia ni alardear de “autoridad”.
Tal vez haya que comprender el impulso vital de quienes al ver
entreabiertas las puertas de un “futuro esplendor”, se empeñen con todas sus fuerzas para abrirlas de par en
par.