Escrito en el año 2000
Pablo Neruda
Quiero hablar con las últimas estrellas
ahora, elevado en este monte humano,
solo estoy con la noche compañera
y un corazón gastado por los años:
Llegué de lejos a estas soledades,
tengo derecho al sueño soberano,
a descansar con los ojos abiertos
entre los ojos de los fatigados,
y mientras duerme el hombre con su tribu,
cuando todos los ojos se cerraron,
los pueblos sumergidos de la noche,
el cielo de rosales estrellados,
dejo que el tiempo corra por mi cara
como aire oscuro o corazón mojado
y veo lo que viene y lo que nace,
los dolores que fueron derrotados,
las pobres esperanzas de mi pueblo:
los niños en la escuela con zapatos,
el pan y la justicia repartiéndose
como el sol se reparte en el verano.
Veo la sencillez desarrollada,
la pureza del hombre con su arado
y entre la agricultura voy y vuelvo
sin encontrar inmensos hacendados.
Es tan fácil la luz y no se hallaba:
el amor parecía tan lejano:
estuvo siempre cerca la razón:
nosotros éramos los extraviados
y ya creíamos en un mundo triste
lleno de emperadores y soldados
cuando se vio de pronto que se fueron
para siempre los crueles y los malos
y todo el mundo se quedó tranquilo
en su casa, en la calle, trabajando.
Y ahora ya se sabe que no es bueno
para siempre los crueles y los malos
y todo el mundo se quedó tranquilo
en su casa, en la calle, trabajando.
Y ahora ya se sabe que no es bueno
que esté la tierra en unas pocas manos,
que no hay necesidad de andar corriendo
entre gobernadores y juzgados.
Qué sencilla es la paz y qué difícil
embestirse con piedras y palos
todos los días y todas las noches,
como si ya no fuéramos cristianos.
Alta es la noche y pura como piedra
y con su frío toca mi costado
como diciéndome que duerma pronto,
que ya están mis trabajos terminados.
Pero tengo que hablar con las estrellas,
hablar en un idioma oscuro y claro
y con la noche misma conversar
con sencillez como hermana y hermano.
Me envuelve con fragancia poderosa
y me toca la noche con sus manos:
me doy cuenta que soy aquel nocturno
que dejé atrás en el tiempo lejano
cuando la primavera estudiantil
palpitaba en mi traje provinciano.
Todo el amor de aquel tiempo perdido,
el dolor de un aroma arrebatado,
el color de una calle con cenizas,
el cielo inextinguible de unas manos!
Y luego aquellos climas devorantes
donde mi corazón fue devorado,
los navíos que huían sin destino,
los países oscuros o delgados,
aquella fiebre que tuve en Birmania
y aquel amor que fue crucificado.
Soy sólo un hombre y llevo mis castigos
como cualquier mortal apesarado
de amar, amar, amar sin que lo amaran
y de no amar habiendo sido amado.
Y surgen las cenizas de una noche,
cerca del mar, en un río sagrado,
y un cadáver oscuro de mujer
ardiendo en un brasero abandonado:
el Irrawadhy desde la espesura
mueve sus aguas y su luz de escualo.
Los pescadores de Ceylán que alzaban
conmigo todo el mar y sus pescados
y las redes chorreando milagrosos
peces de terciopelo colorado
mientras los elefantes esperaban
a que les diera un fruto con mis manos.
Ay cuánto tiempo es el que en mis mejillas
se acumuló como un reloj opaco
que acarrea en su frágil movimiento
un hilo interminablemente largo
que comienza con un niño que llora
y acaba en un viajero con un saco!
Después llegó la guerra y sus dolores
y me tocan los ojos y me buscan
en la noche los muertos españoles,
los busco y no me ven y sin embargo
veo sus apagados resplandores:
Don Antonio morir sin esperanza,
Miguel Hernández muerto en sus prisiones
y el pobre Federico asesinado
por los medioevales malhechores
por la caterva infiel de los Paneros:
los asesinos de los ruiseñores.
Ay tanta y tanta sombra y tanta sangre
me llaman esta noche por mi nombre:
ahora me tocan con las alas heladas
y me señalan su martirio enorme:
nadie los ha vengado, y me lo piden.
Y sólo mi ternura los conoce.
Ay cuánta noche cabe en una noche
sin desbordar esta celeste copa,
suena el silencio de las lejanías
como una inaccesible caracola
y caen en mis manos las estrellas
llenas aún de música y de sombra.
En este espacio el tumultuoso peso
de mi vida no vence ni solloza
y despido al dolor que me visita
como si despidiera a una paloma:
si hay cuentas que sacar hay que sacarlas
con lo que va a venir y que se asoma,
con la felicidad de todo el mundo
y no con lo que el tiempo desmorona.
Y aquí en el cielo de Sierra Maestra
yo sólo alcanzo a saludar la aurora
porque se me hizo tarde en mis quehaceres,
se me pasó la vida en tantas cosas,
que dejo mis trabajos a otras manos
y mi canción la cantará otra boca.
Porque así se encadena la jornada
y floreciendo seguirá la rosa.
No se detiene el hombre en su camino:
otro toma las armas misteriosas;
no tiene fin la primavera humana,
del invierno salió la mariposa
y era mucho más frágil que una flor
por eso su belleza no reposa
y se mueven sus alas de color
con una matemática radiosa.
Y un hombre construyó solo una puerta
y no sacó del mar sino una gota
hasta que de una vida hasta otra vida
levantaremos la ciudad dichosa
con los brazos de los que ya no viven
y con manos que no han nacido ahora.
Es ésa la unidad que alcanzaremos:
la luz organizada por la sombra,
por la continuidad de los deseos
y el tiempo que camina por las horas
hasta que ya todos estén contentos.
Y así comienza una vez más la Historia.
Y así pues, en lo alto de estos montes,
lejos de Chile y de sus cordilleras
recibo mi pasado en una copa
y la levanto por la tierra entera,
y aunque mi patria circule en mi sangre
sin que nunca se apague su carrera
en esta hora mi razón nocturna
señala en Cuba la común bandera
del hemisferio oscuro que esperaba
por fin una victoria verdadera.
La dejo en esta cumbre custodiada,
alta, ondeando sobre las praderas
indicando a los pueblos agobiados
la dignidad nacida en la pelea:
Cuba es un mástil claro que divisan
a través del espacio y las tinieblas,
es como un árbol que nació en el centro
del mar Caribe y sus antiguas penas:
su follaje se ve de todas partes
y sus semillas van bajo la tierra,
elevando en la América sombría
el edificio de la primavera.
Tomado de: http://www.pablonerudaantologiapopular.cl/