Por GUSTAVO ESPINOZA M. (*)
Hace diez años, el fascismo buscó enseñorearse nuevamente en América dando un zarpazo brutal contra un régimen elegido por la voluntad soberana de un pueblo.
Cuando ello ocurrió -Caracas, 11 de abril del 2002- los grandes medios de comunicación de diversos países -y también del nuestro- saltaron de júbilo. Unos informaron a sus lectores en torno a un supuesto “levantamiento cívico” y otros hablaron de una “rebelión popular”, pero todos celebraron entusiastas lo que juzgaron “el fin del chavismo”, esa suerte de pandemia no clasificada que se había insertado en el cuerpo de nuestra región, afectando severamente los privilegios del Gran Capital y poniendo fin a la voracidad desmedida de una oligarquía envilecida y en derrota.
Evocando los antecedentes de este acontecimiento, podemos recordar la serie sucesiva de administraciones formales que convirtieron la Casa de Gobierno de Venezuela -el Palacio de Miraflores- en una sucursal de grandes consorcios coludidos con administraciones locales de poco apego al país, y ninguna vergüenza. Gobiernos que sucedieron a la dictadura de Pérez Jiménez, como los de Rómulo Betancourt, Rafael Leoni, Lusinchi o Caldera, no fueron sino expresiones de un sistema de dominación que perpetuó el Poder de consorcios extranjeros y que buscó descargar por siempre los efectos de la crisis sobre los escuálidos hombros de los trabajadores y el pueblo de Venezuela. Gracias a esa administraciones, la Patria de Bolívar quedó convertida apenas en un depósito de petróleo, materia prima que no sirvió nunca para el uso cotidiano de los venezolanos de a pie, y que estuvo destinado más bien a la exportación como mercancía de uso bélico en conflictos militares que se producían en otras latitudes del planeta.
Entre 1960 y el fin del siglo pasado, Venezuela vivió periodos turbulentos de aguda lucha social -e incluso armada- que costaron vidas y recursos, pero que no pudieron cauce al desarrollo ni al progreso del país. Fueron, sin embargo, fermento constancia de una rebeldía que comenzó a hacer crisis con “El Caracazo” -primero- y la insurgencia de destacamentos patrióticos de la Fuerza Armada venezolana liderados por el hasta entonces poco conocido Comandante Hugo Chávez Frías. Pero como la capacidad de lucha de los pueblos es infinita cuando se nutre de elevados ideales, hubo una circunstancia en la que, en efecto, resultó posible abrir paso a un proceso social que poco a poco fue afirmando en el país conciencia de patria. En 1998 el Comandante Chávez logró afirmarse en el Poder como resultado de un proceso electoral que le permitió ungirse como mandatario de una nación en crisis.
Las acciones que emprendió la nueva administración de Caracas abrieron la puerta a un cambio social. A poco de asumir la conducción del Estado el Presidente Chávez, auscultando la opinión ciudadana, promovió la elección de una Asamblea Constituyente que dictó una nueva Carta Magna destinada a proteger los intereses y derechos de una población secularmente sometida y abandonada. La Carta , aprobada por el 71.7% de los votos en un referendo popular, dio origen a lo que hoy se llama la V República , un sistema nuevo de gestión que sienta las bases de una experiencia inédita: el socialismo del siglo XXI. Como fuente primaria de este sistema, en noviembre del año 2001 se aprobaron 49 leyes orientadas a modificar de raíz la estructura de la sociedad venezolana. La Ley Orgánica de Hidrocarburos -por ejemplo- rescató los derechos soberanos de Venezuela en materia energética; en tanto que la Ley de Tierras y Desarrollo Rural abrió paso a una profunda transformación del campo en beneficio de millones de habitantes de las zonas rurales. Otras disposiciones del mismo rango normaron acciones en la banca, la pesca, los puertos, el comercio exterior y otras áreas de innegable gravitación en la vida de Venezuela. Y eso fue, por cierto, mucho más de lo que la vieja oligarquía caraqueña estaba dispuesta a tolerar.
En el rechazo a ese rumbo estuvo la base de lo ocurrido el 11 de abril del año 2002. En esa circunstancia, y luego de un desbocado plan de movilizaciones contrarrevolucionarias, los núcleos afectados por las medidas dictadas, actuaron con violencia en procura de hacer del Poder como en los viejos tiempos: a sangre y fuego. A la cabeza formal de los facciosos asomó un militar ambicioso, el general Lucas Rincón Romero y un voraz empresario, Pedro Carmona líder de la poderosa Federación de Cámaras de Comercio -Fedecámaras- quien fue proclamado “Presidente” del régimen golpista. En pocas horas el capital transnacional, el sector financiero, grandes latifundistas, politiqueros de oficio y dirigentes de los partidos a su servicio, con la complicidad de los grandes medios de comunicación alentaron la sedición y el terror y desataron furia incontrolada para dar al traste con el proceso en marcha.
En circunstancias dramáticas, el propio Presidente Chávez fue capturado por los facciosos, quienes lo encerraron en un centro clandestino de reclusión -el Fuerte Tiuma- y luego lo trasladaron a la isla La Orchila para sustraerlo de la vida ciudadana al tiempo que anunciaron falsamente su “renuncia” a la jefatura de la Nación. En el marco de una ofensiva brutal, los alzados de apoderaron del Palacio de Gobierno, disolvieron todos los Poderes legalmente establecidos, destituyeron a todas las autoridades elegidas, dispusieron la “derogatoria” de la Constitución y las leyes de transformación de la sociedad venezolana y proclamaron el retorno al pasado al tiempo que huestes lideradas por el hoy “candidato demócrata” a la presidencia de Venezuela, Capriles Radonski buscaban tomar por asalto la sede de la embajada de Cuba. La manipulación de la información, el engaño y la mentira fueron las herramientas usadas a granel por los facciosos en estas horas amargas en las que la oligarquía americana -y la Casa Blanca- batieron palmas al unísono ese aciago 12 de marzo fecha en la que se proclamaron “vencedores”.
Ese día, en efecto, los gobiernos reaccionarios de América procedieron a “reconocer” al nuevo régimen, que fue saludado por Washington como un “cambio positivo para la democracia en la región”. La alegría, sin embargo, les duró apenas unas horas. El 13 de abril el pueblo -que no se había movido de la calle en señal inequívoca de respaldo al Presidente Chávez- marchó decidido al Palacio de Miraflores demandando la libertad inmediata -y la restitución- del mandatario. Bajo el grito de ¡VOLVIO, VOLVIO, VOLVIO, EL PUEBLO YA VOLVIO! decenas de miles de venezolanos -millones en todo el país- pusieron en fuga a los facciosos y los obligaron a huir. Para el éxito de tan valerosa jornada fue ciertamente significativo el aporte valeroso de soldados que no se sumaron a los alzados sino que permanecieron leales a la voluntad soberana de su pueblo, a su mandato y a su historia. El 13 de abril, de ese modo, el Presidente Chávez fue liberado y restituido en su función gubernativa.
¿Qué se proponían los facciosos de Caracas en ese abril del recuerdo? ¿Restaurar una supuesta democracia mellada? ¿Restablecer los derechos conculcados de un pueblo sometido?. Nada de eso. Se proponían destruir los avances sociales alcanzados por la población, avasallar la soberanía del Estado Venezolano, destruir el tinglado constitucional vigente y establecer un régimen de corte fascista similar -por la forma- al de Pinochet en Chile, y por su esencia al de Fujimori en el Perú. Fracasaron estruendosamente en tales propósitos. Si las fuerzas del fascismo quisieron hacer retroceder la historia el 11 de abril -hace diez años- el pueblo movilizado aseguró no solamente que la historia no retrocediera, sino que, por el contrario, avanzara en victoria.
Hoy, la Venezuela bolivariana sigue siendo atacada sistemáticamente por la reacción continental. Y eso ocurre, porque sigue siendo baluarte en la lucha por la transformación radical de la sociedad latinoamericana.
Bolívar dijo -lo asegura el poeta- que él despierta cada cien años cuando despierta el pueblo. Y bien puede decirse, en efecto, que ahora, cuando nuestros países celebran el bicentenario de la Independencia de América del yugo español; asoma conciencia de patria en cada uno de nuestros países y se afirma un rumbo que tiene que marcar la nueva historia de América Latina. Si hace diez años el fascismo quiso enseñorearse otra vez en nuestro continente, también hace diez años que el pueblo unido desbarató ese intento sedicioso y abrió cauce a un nuevo contenido para nuestros pueblos. Una buena lección para todos (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe