martes, 21 de diciembre de 2021

A 114 AÑOS DE LA MASACRE DE LA ESCUELA SANTA MARÍA DE IQUIQUE

 



                                          Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                          Centro de Extensión e Investigación

                                          Luis Emilio Recabaren, CEILER

 


La Escuela Santa María de Iquique

 

Eran las 3,30 de la tarde del sábado 21 de diciembre de 1907. Bajo un sol  abrasador, la multitud se apretujaba en la Escuela Santa María de Iquique y en la Plaza Manuel Montt. Frente a ella, las negras bocas de  fusiles y  ametralladoras  que apuntaban amenazadoramente.

El Intendente de la provincia de Tarapacá había firmado la orden de desalojar a los huelguistas de la escuela. Tarea que cumpliría el general Roberto Silva Renard.

Este, montado en un caballo blanco, se acercó a la gente. Se escucharon las escalofriantes notas de un clarín...

 

En medio de un silencio que presagiaba algo terrible, se escuchó la voz llorosa de un niño:

-       Mamá, quiero hacer pichí.

La madre, Águeda Muñoz, una curtida mujer proletaria, que había marchado con sus tres pequeños hijos, desde la oficina salitrera Alianza,  intentó hacerlo callar.

-       Aguanta un poco, chiquillo de moledera...

-       Es que no puedo más, por favor, mamita...

 

 

 


Doña Águeda, tomó a sus tres  niños y, abriéndose paso  dificultosamente entre la compacta muchedumbre , se dirigió a los baños de la Escuela. Estaban allí cuando escucharon  descargas de fusilería y  ráfagas de  ametralladoras. Gritos de dolor y de ira.

Se había consumado la matanza. 

Quizás, por estar allí en los baños, escaparon de la muerte. Uno de los tres hijos de doña Águeda era Ángela Henríquez Muñoz, que por entonces tenía tres años. Ella sería, tiempo después, la madre de esa imprescindible llamada Sola Sierra Henríquez. 

Elías Lafertte, testigo ocular de ese sangriento episodio, escribió:

“El general Silva Renard fríamente dio la orden de fuego. El ruido de los disparos fue ensordecedor. Los fusiles disparaban contra la azotea, mientras las ametralladoras tres veces lanzaron sus cargas de muerte contra el grueso de los pampinos, tres ráfagas, bastantes para llenar la escuela de cadáveres”. 

Más adelante agrega:

“Por las calles empezaron a pasar carretones de la basura que venían de la Escuela Santa María cargados de muertos y heridos. Toda la noche desfilaron las carretas para poder trasladar y hacer desaparecer los dos mil muertos, víctimas de Silva Renard. A los bomberos, bajo el mando de su jefe John Locked, un inglés que era gerente de la firma Locked Brothers, se les había asignado la macabra tarea de llenar las carretas con cadáveres...” (Elías Lafertte: “Vida de un Comunista”, página 59)

 

El Cónsul de Estados Unidos en Iquique informó a su gobierno que “la escena después fue indescriptible. En la puerta de la escuela los cadáveres estaban amontonados y la plaza cubierta de cuerpos”

Muchos heridos fallecieron en el Hospital de Beneficencia.

Armando Jobet,  padre del historiador  Julio César Jobet, que a la fecha era suboficial del regimiento ‘Carampangue’,  afirma que “en el primer turno de entrega de cadáveres a él encomendado, contó novecientos”.

El doctor Nicolás Palacios, relata:

“Los soldados hicieron fuego sobre el Directorio Central de la huelga. De pie, serenos, recibieron la descarga. Como heridos del rayo cayeron todos y sobre ellos se desplomó una gran bandera”.

 

PARTE DE GUERRA DEL GENERAL ASESINO 

Intentado justificar la matanza, el general Roberto Silva Renard publicó en la prensa un parte de guerra, donde se decía:

“Ayer, inmediatamente de recibir en la plaza  Arturo Prat, a las 1:45 p.m. y en circunstancias de revistar las tropas de guarnición y de la marinería, la orden de reconcentrar en el Club Hípico a los huelguistas, dispuse que evacuasen la plaza Manuel Montt y la Escuela Santa María, donde se sabía estaba una gran masa de huelguistas... Pasando por entre la turba llegué a la puerta de la escuela... El comité respondió desde la azotea y rodeado de banderas se presentó en el patio exterior ante una apiñada muchedumbre. Hice avanzar dos ametralladoras del crucero Esmeralda y las coloqué frente a la escuela con puntería fija a la azotea en donde estaba reunido el comité directivo de la huelga... Hechas las descargas y ante el fuego de las ametralladoras, que no duraría treinta segundos, la muchedumbre se rindió”. 

Terminaba la desigual “batalla”. Los pampinos con puños, banderas y gritos contra  los fusiles y las ametralladoras de los asesinos.

 

¿QUE ES LO QUE HABÍAN PEDIDO LOS PAMPINOS? 

En la edición del 21 de noviembre de 1907 del periódico “La Voz del Obrero”, de Taltal,  había  sido  publicado el Pliego de Peticiones de los obreros de la pampa de Tarapacá.

¿Cuáles eran sus peticiones?  La elevación de sus salarios de acuerdo con el alza del costo de la vida, salarios que -en el plazo de tres años- habían perdido la mitad o más, de su  capacidad de compra.

Solicitaban que las fichas con les pagaban los salarios fueran cambiadas a la par, es decir sin  recortarles  su valor, como lo hacían corrientemente.

Exigían poner fin a los abusos  de que  eran víctimas en las pulperías, las que eran  propiedad de las compañías y que tenían el monopolio de las ventas. Para ello pedían que pudieran ingresar a las oficinas vendedores particulares. Además, solicitaban colocar al  lado afuera de las pulperías  una balanza y  una vara, para comprobar que no les robaran – como se hacía habitualmente- en los pesos y las  medidas.

Pedían  que las chancadoras (donde se trituraba el caliche) y los cachuchos (donde se hervía éste a altas temperaturas) fueran cerrados con rejas de fierro  para evitar-como acontecía con frecuencia- que algún obrero cayera dentro de ellos encontrando una horrible muerte.

Solicitaban que las empresas entregaran, de manera gratuita, un local para que funcionara una escuela nocturna.

 

Están eran sus “sediciosas” peticiones.

 

EL 10 DE DICIEMBRE EMPEZÓ LA HUELGA 

Hubo conversaciones de los obreros con los administradores de las oficinas salitreras.  Primero, fueron tramitados. Luego, les dijeron que los patrones que estaban en Iquique o Londres no aceptaban ninguna de las peticiones.

Entonces, recién el  martes 10 de diciembre de 1907, se inició la huelga en la oficina salitrera San Lorenzo. En los dos días siguientes, el movimiento se extendió por toda la pampa de Tarapacá. De las 84 oficinas salitreras que funcionaban, pararon 76, con un total de 37.411 obreros.

 

Como lo escribió el poeta  popular,  Francisco Pezoa,  en su  “Canto a la Pampa”:

“Hasta que un día como un lamento

 de lo más hondo del corazón

por las callejas del campamento

vibró un acento de rebelión.

Eran los ayes de muchos pechos

de muchas iras era el clamor,

la clarinada de los derechos

del pobre pueblo trabajador”

 

EL  GOBIERNO DE  PARTE  DE  LOS  EMPRESARIOS 

Era éste un típico conflicto económico entre los obreros y sus patrones, pero el gobierno de Pedro Montt no se mantuvo neutral. Desde los inicios del movimiento se puso al lado de los patrones.  El viernes 13, llegaba a Iquique el crucero ‘Blanco Encalada’, enviado por las autoridades para quedar de estación en el puerto. El ministro del Interior, Rafael Segundo Sotomayor, antiguo vecino de Iquique y conocido abogado defensor de los intereses salitreros de Matías Granja, envió continuos telegramas al Intendente subrogante de Tarapacá., el  abogado Julio Guzmán García. El primero lo remitió el sábado 14 de diciembre, cuando los pampinos no llegaban aún a Iquique. En este telegrama ordenaba: “Si huelga originare desórdenes proceda sin pérdida de tiempo contra los promotores o instigadores de la huelga; en todos los casos, debe prestar amparo a personas y propiedades”. 

Ese mismo día, la Alcaldía de Iquique decretó la suspensión hasta nueva orden de los espectáculos públicos y la clausura de las cantinas. 

El  Directorio de la Unión Pampina, que llamó a formar el Comité de Huelga con delegados de los gremios de Iquique, estaba formado por:

Presidente,       José Briggs;

Vicepresidente, Luis Olea;

Secretario,        Nicanor Rodríguez Plaza;

Prosecretario,   Ladislao Córdova y

Tesorero,          José Santos Morales.  

 

     

 

VAMOS AL PUERTO, DIJERON VAMOS 

No hubo el  tal “levantamiento sedicioso” del que habló Valdés Vergara.

Lo que hicieron fue dirigirse a Iquique para tener directo contacto con los dueños de las salitreras y con las autoridades  provinciales del gobierno  de Pedro Montt. Partieron el viernes 13 de diciembre.

 

“Vamos al puerto dijeron vamos

en un resuelto y noble ademán

para  pedirle a nuestros amos

otro pedazo no más de pan.

En la misérrima caravana

al par que al hombre marchar se ven

la esposa amante la madre anciana

y al inocente niño también”.

 

Los primeros pampinos llegaron a Iquique el domingo 15. En absoluto orden. Luego, las autoridades los enviaron a la Escuela Santa María. Los obreros obedecieron. 

Relata Elías Lafertte: “La visión nocturna de la Escuela ocupada por los pampinos era un espectáculo impresionante. Sobre los bancos escolares, los obreros dormían confiados, fatigados después de la larga y esforzada marcha. Un circo, el Circo Sobarán, que funcionaba en la plaza frente a la Escuela Santa María, había suspendido la función por solidaridad, y bajo la carpa, acostados en las sillas de la platea o en el aserrín de la pista, roncaban sonoramente los hombres de la pampa”. (Elías Lafertte: “Vida de un Comunista”, p. 53).

  

EN ORDEN Y CON INGENUA ESPERANZA 

El miércoles 18 de diciembre, cuando se cumplía el octavo día de la huelga, el periódico “El Tarapacá” destacaba “la actitud de absoluto orden adoptada por los huelguistas”. Sostenía que “sus  manifestaciones se han reducido a meetings, desfiles y discursos dentro del terreno de la moderación”. Agregaba. “En las numerosas oficinas que permanecen paralizadas, el orden se mantiene inalterable”.

 

 

 

Marineros marchan hacia la Escuela Santa María, con las ametralladoras
que debutarán asesinando obreros, mujeres y niños.

 

Al parecer el conservador Valdés Vergara no leía ni siquiera la prensa que representaba sus mismas posiciones políticas. 

Hasta el miércoles 13 de diciembre de 1907, el gobierno había enviado a Iquique tres barcos de guerra con tropas del ejército y marinería.

El jueves 19,   noveno día de huelga, a las dos de la tarde, junto a los acorazados Zenteno, Pinto y Chacabuco, que estaban en la bahía de Iquique, ancló un cuarto barco de guerra. En él  venía el Intendente Carlos Eastman, que había estado en la capital.

Los huelguistas llenaban los muelles. Aguardaban la llegada del Intendente llenos de una ingenua esperanza. Un fuerte contingente militar ponía el marco a la escena.

 

“VENGO A ARREGLAR EL CONFLICTO” 

Elías Lafertte describe al Intendente como: “un viejo delgado, enjuto, vestido de negro”. Relata que “apenas desembarcó fue cogido en andas por los entusiasmados pampinos y llevado de esta forma  hasta la Intendencia... A los requerimientos de las masas, se asomó a uno de los balcones y pronunció una frase, una sola, que, por ser de esperanza, llenó de júbilo el corazón de los trabajadores.

-       ‘No pensaba volver –dijo- pero me habéis hecho desistir de ello. Traigo la palabra oficial del Gobierno para arreglar el conflicto’.”

No agregó ni una sílaba más. Pero los ilusionados pampinos llenaron la tarde con gritos de ¡Viva! y ¡Bravo!

 

“CON LOS CHILENOS...MORIMOS” 

A las dos y media de la tarde del viernes 20, llegaron a la Escuela Santa María los cónsules de Perú, Bolivia y Argentina. Pidieron hablar con sus connacionales, que estaban en huelga.

Los instaron a abandonar el local, advirtiéndoles que si no lo hacían los cónsules no responderían por ellos, que la cosa era grave, pues los militares tenían órdenes de disparar y las balas no discriminarían entre chilenos y extranjeros.

La respuesta fue inmediata. Los obreros argentinos, bolivianos y peruanos se negaron a desertar.  Por ejemplo, los bolivianos dijeron a su cónsul: “Con los chilenos vinimos,  con los chilenos morimos”.

¡Qué bello, valiente  y emotivo gesto de  internacionalismo proletario!

 

UN SÁBADO 21 DE DICIEMBRE 

El sábado 21 de diciembre de 1907 se perpetró la terrible masacre.

Así lo  cantó Francisco Pezoa :

 

“Benditas víctimas que bajaron

desde la pampa llenas de fe

y a su llegada lo que escucharon

voz de metralla tan sólo fue.

Baldón eterno para las fieras

masacradoras sin compasión

queden machadas con sangre obrera

como un estigma de maldición.”

 

EL CINISMO DE LA REACCIÓN 

Francisco Valdés Vergara, en una conferencia dada el 1º de mayo de 1910, en el Centro Conservador de Santiago, refiriéndose a lo ocurrido  el 21 de diciembre de 1907, dijo:

”No puedo recordar sin tristeza aquella tragedia de Iquique que ahogó en un charco de sangre el levantamiento sedicioso de algunos miles de obreros.

Esta muchedumbre se levantó amenazante contra el orden, contra los bienes y las personas, se negó a todo advenimiento inspirado por la justicia,  y hubo de ser sometida, para evitar mayores males, con el empleo severo de las armas”.

 

RECABARREN REIVINDICA LA VERDAD 

Luis Emilio Recabarren, en su obra “La huelga de Iquique en diciembre de 1907. La teoría de la Igualdad”, respondió al reaccionario Valdés Vergara:

“Nosotros conocemos íntimamente la historia de ese movimiento y hemos reconocido que jamás hubo en Chile una acción más hermosamente ordenada y tranquila, donde la justicia de  esa acción se destacaba.

¿Qué pedían los obreros en huelga? ¿Pedían acaso una monstruosidad? ¿Iban tras una cosa injusta? ¿Pedían una exageración? ¡No, mis queridos hermanos! Los obreros del salitre reclamaban estrictamente una cosa justa hasta la evidencia”.

Los hechos, los porfiados hechos, desmienten a Valdés Vergara. No hubo ningún  ”levantamiento sedicioso”, ni el movimiento de los trabajadores fue una acción “contra el orden, contra los bienes y las personas”. 

Los hechos dan la razón a Recabarren: “ Lo que los obreros del salitre reclamaban,  era una cosa justa hasta la evidencia”.

 

EPILOGO Y LA MEMORIA 

No le bastó la matanza. Los sobrevivientes fueron sacados de la Escuela (donde se encontró el “arsenal” de las víctimas: 20 cuchillos de trabajo y cuatro revólveres). Trasladados por cientos de soldados, como un piño de animales hacia el hipódromo. Se aseguró en Iquique que fueron quinteados (fusilado  uno de cada cinco) esa misma noche. Luego, los restantes llevados a sus respectivas oficinas salitreras.

 




RECABARREN ESCRIBE DESDE BUENOS AIRES 

Luis Emilio Recabarren conoció de la masacre estando exiliado en Buenos Aires. Escribió varios artículos sobre este sangriento hecho en “La Vanguardia”, que se editaba en la capital argentina. Fueron reproducidos en “La Voz del Obrero”, de Taltal. 

En uno de ellos, aparecido el 11 de enero de 1908, denunció: “Las autoridades, que no pudieron conseguir que los orgullosos capitalistas ingleses aceptaran un medio de arreglo con los huelguistas, resolvieron desalojar a éstos de los locales que ocupaban... Estos, que pacíficamente esperaban la solución del conflicto, opinaron que no había motivos para obligarlos a retirarse, y no se retiraron. Entonces se resolvió la masacre...  Según noticias publicadas el domingo 22 los obreros han intentado entrar al centro de la ciudad, asaltar los cuarteles, pero han sido rechazados, y nuevamente victimados, sin resultado alguno provechoso para los huelguistas. La rebelión quedó sofocada. Los carros de la basura recogen los cadáveres y los heridos. Muchos sobrevivientes son arrastrados a la prisión”. 

En otro artículo reproducido por “La Voz del Obrero”, con fecha 13 de enero de 1908, escribe Recabarren: “Uno de los factores que ha impulsado a la burguesía a proceder tan cruelmente, en la destrucción de este movimiento obrero que pedía justicia, es el gran temor que tienen de ver extenderse una agitación obrera, en estos instantes en que carecen de fuerzas armadas suficientes a causa del fracaso de las leyes militares. Emplear la crueldad extrema, infundir el terror en el menor tiempo posible, desbaratar toda organización que pueda resistir, he ahí el plan de los burgueses chilenos.”

 

UN RECUERDO DE UNA DIRIGENTE FEMENINA 

El 12 de diciembre de 1915 “El Despertar de los Trabajadores”, de Iquique, publicó un recuerdo de los mártires de la Escuela Santa María, hecho por la dirigente femenina Catalina Agüero: “Pasarán los años, vendrán otras edades, otros tiempos y la torpe cobardía de ese inútil asesinato, no será nunca disculpada, porque no podrá concebirse jamás tan inicua inmolación, que por sostener el lucro de unos centenares de ambiciosos explotadores, haya consentido, haya ordenado el gobierno a sangre fría, con la más ruin alevosía la masacre de miles de trabajadores, por el solo hecho de tener hambre y frío y pedir ropa y pan para acallar sus necesidades”. 

 

LOS ASESINOS

Los responsables del crimen tienen nombres concretos:

Presidente de la República: Pedro Montt

Ministro del Interior: Rafael Sotomayor

Intendente de Tarapacá: Carlos Eastman

Jefe de Plaza y autor material: general Roberto Silva Renard.

Abogado de los patrones salitreros: Antonio Viera Gallo.

No olvidemos sus nombres y  los intereses que  representaban.

 

CONTRA EL MOVIMIENTO OBRERO 

Esa masacre, tuvo por objeto no sólo  aplastar brutalmente una legítima  huelga obrera, que sólo exigía otro pedazo no más de pan. Sino  que   tuvo otro objetivo más  amplio: destruir el potente movimiento sindical clasista, que había surgido en enero de 1900 al aparecer en el escenario  chileno  las primeras organizaciones sindicales: las Combinaciones Mancomunales de Obreros.

Las Mancomunales,  que hacia 1907 habían alcanzado gran fuerza en numerosos puntos del país, desaparecieron en diciembre de ese año. 

Lo ocurrido en  Iquique en 1907 fue, expresado en términos modernos, una guerra preventiva contra el enemigo interno. 

Con la masacre de la Escuela Santa María, se abrió un período de reflujo del movimiento sindical, que sólo  comenzó a superarse  hacia 1912,  gracias a la labor de Recabarren. 

La Masacre de la Escuela Santa María, fue una de las 55 matanzas perpetradas por las clases dominantes contra el pueblo chileno en el siglo XX, a las  cuales se agregó el terrible genocidio llevado a cabo por la dictadura de Pinochet. 

Debemos permanecer alertas, sin  olvidar lo que nos advierte la Canción Final de la Cantata Santa María de Luis Advis:

 

“Ustedes que ya escucharon

la historia que se contó,

no sigan allí sentados

pensando que ya pasó.

No basta solo el recuerdo,

el canto no bastará.

No basta sólo el lamento,

miremos la realidad.

Quizás mañana o pasado,

o bien en un tiempo más,

la historia que han escuchado

de nuevo sucederá.

Es Chile un país tan largo,

mil cosas pueden pasar

si es que no nos preparamos

resueltos para luchar”.