martes, 20 de noviembre de 2012

Cuento para asustar al miedo











El Boletín Rojo recuerda a la compañera Ligeia Balladares, reproduciendo para los lectores uno de sus textos publicado en la Revista Araucaria de Chile N° 20,  en el año 1982. Asi mismo invito a los lectores a visitar el Blog Escucha Chile, donde podrán encontrar más informaciones.
Fraternalmente.
Oscar Dante Conejeros E.




Cuento para asustar al miedo



LIGEIA BALLADARES



                                                                                                        "Mamá, tengo miedo,
                                                                                                        cuéntame un cuento..."


Cierta noche, Don Miedo se sentía preocupado y aburrido. En su palacio, sin ventanas ni espejos (a Don Miedo no le gustan las ventanas, ya que odia la luz, y no necesita espejos, porque se sabe feo y está contento así), se paseaba de un lado a otro muy pensativo, moviendo lentamente la cola y buscando una solución a sus problemas. Pero no la encontraba.

Para sentirse un poco mejor, buscó el rincón más oscuro y se sentó, rascándose una de sus largas orejas peludas. Y seguía cavilando.

—Tengo que hacer algo con urgencia —se dijo—. Los humanos me están arrebatando mis entretenciones y quehaceres. Soy yo quien está en el mundo para asustarlos y resulta que ahora se asustan muchísimo mejor entre ellos mismos... ¿Cómo no se me ocurrió antes a mí instalar una fábrica de cañones, o al menos hacerme accionista de una industria de armas atómicas? Así tendría amenazado y asustado a todo el mundo. Tengo que inventar algo nuevo...

Y seguía pensando. Ya le resultaba muy aburrido atemorizar a la gente como lo venía haciendo desde siglos. Esperándolas escondido en una fea telaraña, o en las calles oscuras, o en las tempestades y caminos solitarios.

Buscaba y buscaba, imaginando nuevas fechorías y, de pronto, tuvo una idea.

—Tal vez —pensó— si consigo asustar a alguno que todavía no me haya conocido, lograré sentirme contento.

Y con este propósito, se levantó de un salto, con los ojillos brillantes bajo las negras cejas y salió de su guarida, haciendo piruetas.

Voló, voló, y de pronto vio una buhardilla en la cual un Poeta escribía incansablemente. Don Miedo se transformó en un bandido feroz y, dejándose caer, apareció de improviso ante el Poeta.

—Venga tu dinero —rugió—, ¡dámelo todo, o te mataré! El Poeta lo miró, entre compasivo y burlón. —No tengo dinero —respondió—. Si lo tuviera no estaría aquí, en este rincón, y no dedicaría mi tiempo a escribir poesía.

Y era tan veraz y tranquila su respuesta, que Don Miedo (tampoco quiere nada ni a la veracidad ni a la tranquilidad) se quedó desconcertado y no le quedó más que desaparecer.

Siguió volando y buscando a quien asustar, a quien hacerse sentir en toda su fealdad. Así, mirando hacia abajo, vio a un Sabio que, inclinado sobre sus libros, estudiaba como siempre, hasta muy tarde en la noche.
Más que rápido, Don Miedo tomó la forma de un ser pavoroso y apareció repentinamente en un rincón de la habitación, lanzando un chillido.

El Sabio lo miró primero distraídamente por sobre los lentes y después, dejando su mesa de trabajo, se acercó hasta él con una gran curiosidad.

—¿Será vertebrado o invertebrado? —se preguntó en voz alta. Y Don Miedo se sintió tan ridículo (nunca, nadie lo había observado así) que hasta se ruborizó, por debajo de su disfraz. Y se esfumó en un dos por tres.

No desmayó, sin embargo. Para él era una cuestión de dignidad profesional asustar terriblemente a alguien esa noche. Divisó a dos jóvenes Enamorados que caminaban paso a paso, tomados de la mano.

Y, aterrizando, los siguió lentamente, esperando el momento propicio y escuchando lo que se decían.

—¿No tienes miedo? —preguntó él.

—Contigo, nada en el mundo puede atemorizarme —contestó ella, con los dulces ojos brillantes de amor y de confianza.

Y Don Miedo no pudo soportar ni la belleza, ni el amor, ni la confianza de esos ojos. De un salto salió huyendo de allí.

Pero como es terco, siguió buscando y buscando. Voló sobre una cárcel y no pudo resistir el atractivo de las lóbregas paredes de piedra, de las siniestras rejas.

—Aquí, sí —-se dijo gozoso—, las gentes que están en la cárcel se sienten tristes, solas y son muy fáciles para mí.

Se transformó en un verdugo y se dejó caer en una celda.

—Vengo a cumplir la sentencia —dijo con la fría voz de los verdugos—. Mañana no verás la luz del día.

Pero lo que Don Miedo no sabía, es que en esa celda había un Héroe. Estaba allí, tranquilo, sabiendo que no tenía otro delito que haber cumplido con su deber. Levantó la mirada y contestó serenamente:

—Cuando quieras. Yo estoy listo. Pero aunque me mates, no moriré, porque habré dado mi vida por los demás.

—¡Qué tonto! —se dijo muy henojado Don Miedo. Pero como también había fracasado, no tuvo otro camino que desaparecer.

Ya estaba cansadísimo y, además, comenzaba a amanecer, lo que lo obligaba a volver a su guarida.

A pesar de esto, quiso hacer otro intento.

Voló velozmente para ganarle al día y salió de la ciudad. De pronto divisó, en un agreste sendero, a una Niña Campesina que, como todos los días, antes que asomara el sol, iba con su hermanito a buscar leña para encender la lumbre.

Don Miedo vio que ésta sí era su última oportunidad de la noche. Se transformó en una víbora y apareció a la orilla del camino.

Pero la Niña Campesina conocía muy bien a las víboras. No sólo las había visto con frecuencia, sino que sus padres le habían enseñado cómo defenderse. Al verla, pensó primero en su hermanito, más pequeño que ella y, sin asustarse, tomó uno de sus leños y se lo lanzó rápidamente a la alimaña.
El que sí se asustó fue el propio Don Miedo. No le quedó otro remedio que desaparecer antes de que le cayera la luz del sol. Así, amedrentado y dolorido, llegó a su negra madriguera. Dicen que, desde entonces, Don Miedo duda muchísimo antes de salir a asustar a las gentes.