El Boletín Rojo recuerda a la
compañera Ligeia Balladares, reproduciendo para los lectores uno de sus textos publicado en la Revista Araucaria de Chile N° 20, en el año 1982. Asi mismo invito a los lectores a visitar el Blog Escucha Chile, donde podrán encontrar más informaciones.
Fraternalmente.
Oscar Dante Conejeros E.
Fraternalmente.
Oscar Dante Conejeros E.
Cuento para
asustar al miedo
LIGEIA BALLADARES
"Mamá, tengo miedo,
cuéntame
un cuento..."
Cierta noche, Don Miedo se sentía preocupado y aburrido. En su palacio, sin
ventanas ni espejos (a Don Miedo no le gustan las ventanas, ya que odia la luz,
y no necesita espejos, porque se sabe feo y está contento así), se paseaba de
un lado a otro muy pensativo, moviendo lentamente la cola y buscando una
solución a sus problemas. Pero no la encontraba.
Para sentirse un poco mejor, buscó el rincón más oscuro y se sentó,
rascándose una de sus largas orejas peludas. Y seguía cavilando.
—Tengo que hacer algo con urgencia —se dijo—. Los humanos me están arrebatando
mis entretenciones y quehaceres. Soy yo quien está en el mundo para asustarlos
y resulta que ahora se asustan muchísimo mejor entre ellos mismos... ¿Cómo no
se me ocurrió antes a mí instalar una fábrica de cañones, o al menos hacerme
accionista de una industria de armas atómicas? Así tendría amenazado y asustado
a todo el mundo. Tengo que inventar algo nuevo...
Y seguía pensando. Ya le resultaba muy aburrido atemorizar a la gente como lo
venía haciendo desde siglos. Esperándolas escondido en una fea telaraña, o en
las calles oscuras, o en las tempestades y caminos solitarios.
Buscaba y buscaba, imaginando nuevas fechorías y, de pronto, tuvo una idea.
—Tal vez —pensó— si consigo asustar a alguno que todavía no me haya
conocido, lograré sentirme contento.
Y con este propósito, se levantó de un salto,
con los ojillos brillantes bajo las negras cejas y salió de su guarida,
haciendo piruetas.
Voló, voló, y de pronto vio una buhardilla en
la cual un Poeta escribía incansablemente. Don Miedo se transformó en un
bandido feroz y, dejándose caer, apareció de improviso ante el Poeta.
—Venga tu dinero —rugió—, ¡dámelo todo, o te
mataré! El Poeta lo miró, entre compasivo y burlón. —No tengo dinero
—respondió—. Si lo tuviera no estaría aquí, en este rincón, y no dedicaría mi
tiempo a escribir poesía.
Y era tan veraz y tranquila su respuesta, que
Don Miedo (tampoco quiere nada ni a la veracidad ni a la tranquilidad) se quedó
desconcertado y no le quedó más que desaparecer.
Siguió volando y buscando a quien asustar, a
quien hacerse sentir en toda su fealdad. Así, mirando hacia abajo, vio a un
Sabio que, inclinado sobre sus libros, estudiaba como siempre, hasta muy tarde
en la noche.
Más que rápido, Don Miedo tomó la forma de un
ser pavoroso y apareció repentinamente en un rincón de la habitación, lanzando
un chillido.
El Sabio lo miró primero distraídamente por
sobre los lentes y después, dejando su mesa de trabajo, se acercó hasta él con
una gran curiosidad.
—¿Será vertebrado o invertebrado? —se
preguntó en voz alta. Y Don Miedo se sintió tan ridículo (nunca, nadie lo había
observado así) que hasta se ruborizó, por debajo de su disfraz. Y se esfumó en
un dos por tres.
No desmayó, sin embargo. Para él era una
cuestión de dignidad profesional asustar terriblemente a alguien esa noche.
Divisó a dos jóvenes Enamorados que caminaban paso a paso, tomados de la mano.
Y, aterrizando, los siguió lentamente,
esperando el momento propicio y escuchando lo que se decían.
—¿No tienes miedo? —preguntó él.
—Contigo, nada en el mundo puede atemorizarme
—contestó ella, con los dulces ojos brillantes de amor y de confianza.
Y Don Miedo no pudo soportar ni la belleza,
ni el amor, ni la confianza de esos ojos. De un salto salió huyendo de allí.
Pero como es terco, siguió buscando y
buscando. Voló sobre una cárcel y no pudo resistir el atractivo de las lóbregas
paredes de piedra, de las siniestras rejas.
—Aquí, sí —-se dijo gozoso—, las gentes que
están en la cárcel se sienten tristes, solas y son muy fáciles para mí.
Se transformó en un verdugo y se dejó caer en
una celda.
—Vengo a cumplir la sentencia —dijo con la
fría voz de los verdugos—. Mañana no verás la luz del día.
Pero lo que Don Miedo no sabía, es que en esa
celda había un Héroe. Estaba allí, tranquilo, sabiendo que no tenía otro delito
que haber cumplido con su deber. Levantó la mirada y contestó serenamente:
—Cuando quieras. Yo estoy listo. Pero aunque
me mates, no moriré, porque habré dado mi vida por los demás.
—¡Qué tonto! —se dijo muy henojado Don Miedo.
Pero como también había fracasado, no tuvo otro camino que desaparecer.
Ya estaba cansadísimo y, además, comenzaba a
amanecer, lo que lo obligaba a volver a su guarida.
A pesar de esto, quiso hacer otro intento.
Voló velozmente para ganarle al día y salió
de la ciudad. De pronto divisó, en un agreste sendero, a una Niña Campesina
que, como todos los días, antes que asomara el sol, iba con su hermanito a
buscar leña para encender la lumbre.
Don Miedo vio que ésta sí era su última
oportunidad de la noche. Se transformó en una víbora y apareció a la orilla del
camino.
Pero la Niña Campesina conocía muy bien a las
víboras. No sólo las había visto con frecuencia, sino que sus padres le habían
enseñado cómo defenderse. Al verla, pensó primero en su hermanito, más pequeño
que ella y, sin asustarse, tomó uno de sus leños y se lo lanzó rápidamente a la
alimaña.
El que sí se asustó fue el propio Don Miedo.
No le quedó otro remedio que desaparecer antes de que le cayera la luz del sol.
Así, amedrentado y dolorido, llegó a su negra madriguera. Dicen que, desde
entonces, Don Miedo duda muchísimo antes de salir a asustar a las gentes.