La
revolución tiene 40 años.
Tiene la
edad de una joven madura.
Tiene la
edad de las madres hermosas.
Cuando
nació,
en el
mundo
la
noticia se supo
en forma
diferente.
-Qué es
esto? -se preguntaban los obispos-,
se ha
movido la tierra,
no podremos
seguir vendiendo el cielo.
Los
gobiernos de Europa,
de
América ultrajada,
los dictadores turbios,
leían en silencio
las alarmantes comunicaciones.
Por suaves, por profundas
escaleras
subía un
telegrama,
como sube
la fiebre
en el
termómetro:
ya no cabía
duda,
el pueblo
había vencido,
se
transformaba el mundo.
I
Lenin,
para cantarte
debo
decir adiós a las palabras;
debo
escribir con árboles, con ruedas,
con
arados, con cereales.
Eres
concreto como
los
hechos y la tierra.
No
existió nunca
un hombre
más terreste
que V.
Ulianov.
Hay otros
hombres altos
que como
las iglesias acostumbran
conversar
con las nubes,
son altos
hombres solitarios.
Lenin
sostuvo un pacto con la tierra.
Vio más lejos que nadie.
Los hombres,
los ríos, las colinas,
las
estepas,
eran un
libro abierto
y él
leía,
leía más
lejos que todos,
más claro
que ninguno.
Él miraba
profundo
en el
pueblo, en el hombre,
miraba al
hombre como a un pozo,
lo
examinaba como
si fuera
un mineral desconocido
que
hubiera descubierto.
Había que
sacar las aguas del pozo,
había que
elevar la luz dinámica,
el tesoro
secreto
de los
pueblos,
para que
todo germinara y naciera,
para ser
dignos del tiempo y de la tierra.
II
Cuidad de
confundirlo con un frío ingeniero,
cuidad de
confundirlo con un místico ardiente.
Su
inteligencia ardió sin ser jamás cenizas,
la muerte
no ha helado aún su corazón de fuego.
III
Me gusta
ver a Lenin pescando en la transparencia
del lago
Razliv, y aquellas aguas son
como un
pequeño espejo perdido entre la hierba
del vasto
Norte frío y plateado:
soledades
aquellas, hurañas soledades,
plantas
martirizadas por la noche y la nieve,
el ártico
silbido del viento en su cabaña.
Me gusta
verlo allí solitario escuchando
el
aguacero, el tembloroso vuelo
de las
tórtolas,
la
intensa pulsación del bosque puro.
Lenin
atento al bosque y a la vida,
escuchando
los pasos del viento y de la historia
en la
solemnidad de la naturaleza.
IV
Fueron
algunos hombres sólo estudio,
libro
profundo, apasionada ciencia,
y otros
hombres tuvieron
como
virtud del alma el movimiento.
Lenin
tuvo dos alas:
el
movimiento y la sabiduría.
Creó en
el pensamiento,
descifró
los enigmas,
fue
rompiendo las máscaras
de la
verdad y del hombre
y estaba en todas partes,
estaba al
mismo tiempo en todas partes.
V
Así, Lenin, tus manos trabajaron
y tu
razón no conoció el descanso
hasta que
desde todo el horizonte
se divisó
una nueva forma,
era una
estatua ensangrentada,
era una
victoriosa con harapos,
era una
niña bella como la luz,
llena de
cicatrices, manchada por el humo.
Desde remotas
tierras los pueblos la miraron:
era ella,
no cabía duda,
era la
Revolución.
El viejo
corazón del mundo latió de otra manera.
VI
Lenin,
hombre terrestre,
tu hija
ha llegado al cielo.
Tu mano
mueve
ahora
claras
constelaciones.
La misma
mano
que firmó
decretos
sobre el
pan y la tierra
para el
pueblo,
la misma
mano
se
convirtió en planeta:
el hombre
que tú hiciste se construyó una estrella.
VII
Todo ha
cambiado, pero
fue duro
el tiempo
y ásperos
los días.
Durante
cuarenta años aullaron
los lobos
junto a las fronteras:
quisieron
derribar la estatua viva,
quisieron
calcinar sus ojos verdes,
por hambre y fuego
y gas y muerte
quisieron
que muriera
tu hija,
Lenin,
la
victoria,
la
extensa, firme, dulce, fuerte y alta
Unión
Soviética.
No
pudieron.
Faltó el
pan, el carbón,
faltó la
vida,
del cielo
cayó la lluvia, nieve, sangre,
sobre las
pobres casas incendiadas,
pero
entre el humo
y a la
luz del fuego
los
pueblos más remotos vieron la estatua viva
defenderse
y crecer crecer crecer
hasta que
su valiente corazón
se transformó en metal invulnerable
VIII
Lenin, gracias te damos los lejanos.
Desde entonces, tus decisiones,
desde tus pasos rápidos y tus rápidos ojos
no están
los pueblos solos
en la
lucha por la alegría.
La
inmensa patria dura,
la que
aguantó el asedio,
la
guerra, la amenaza,
es torre
inquebrantable.
Ya no
pueden matarla.
Y así
viven los hombres
otra
vida,
y comen
otro pan
con
esperanza,
porque en
el centro de la tierra existe
la hija
de Lenin, clara y decisiva.
IX
Gracias,
Lenin,
por la
energía y la enseñanza,
gracias por la firmeza,
gracias por Leningrado y las estepas,
gracias
por la batalla y por la paz,
gracias por el trigo infinito,
gracias por las escuelas,
gracias por tus pequeños
titánicos soldados,
gracias
por este aire que respiro en tu tierra
que no se
parece a otro aire:
es espacio fragante,
es electricidad de enérgicas montañas.
Gracias, Lenin,
por el
aire y el pan y la esperanza.
(Pablo
Neruda, Navegaciones y regresos)
— con
Jota Rauco --