En el día de ayer 27 de marzo, se cumplieron 10 años de la partida
física del militante comunista, periodista y escritor chileno Rolando Carrasco
Moya. El presente artículo fué escrito por el compañero historiador Iván
Ljuvetic Vargas y hoy se lo ofrecimos a nuestras lectoras y lectores del
Boletín Rojo.
A 10 años de su partida física:
Iván Ljubetic Vargas, historiador
del
Centro de Extensión e
Investigación
Luis Emilio Recabarren, CEILER
Por su veracidad, por su estilo
directo, por la fuerza misma del drama que refleja y por estar escrito con fe
rabiosa en que volveremos a levantarnos; "PRIGUÉ" (Prisioneros de
Guerra) será para el pueblo de Chile una valiosa contribución a su victoria.
LUIS CORVALAN
Moscú, Mayo de 1977.
Hace siete años, un correo fechado
el jueves 27 de marzo de 2014 me trajo la mala noticia: había muerto Rolando
Carrasco, escritor, camarada, amigo y “estafeta”.
Explico esto último. Entre
septiembre de 1962 y marzo de 1963 participé en una escuela en Moscú. Antes de
partir me instruyeron en el sentido que toda correspondencia desde y hacia
Moscú debía hacerse a través de Praga. Y me dieron el nombre de un compañero
que no conocía: Rolando Carrasco, que era corresponsal de El Siglo en la
capital de Checoslovaquia. Fue así como
mi entonces desconocido camarada me sirvió de enlace con mi compañera durante
seis meses.
CORRESPONSAL DE EL SIGLO
Rolando Carrasco Moya había nacido
en Santiago en
Trabajó en Praga y Moscú como
corresponsal de El Siglo.
EL DÍA DEL GOLPE
Al producirse el golpe fascista del 11 de septiembre de 1973 era responsable de la radioemisora “Luis Emilio Recabarren” propiedad de la Central Única de Trabajadores de Chile.
Así describió lo ocurrido el día del golpe en libro “Prigué” (“Prisionero
de Guerra”) escrito en el exilio:
“Quedábamos tres emisoras
populares en el aire, Magallanes, la Radio IEM, del Instituto de Extensión
Musical de la Universidad de Chile y nosotros, la radio de la CUT, Luis Emilio
Recabarren. Las demás de izquierda dejaron de transmitir minutos antes
bombardeadas sus plantas por los rockets de los Hawker Hunter...
“Silenciaron la radio IEM, Magallanes y nosotros nos
mantenemos en el aire. Repetimos el llamado de la CUT. ‘Permanecer en sus
lugares de trabajo’. Intercalamos el Himno de la CUT.
‘Aquí va la clase obrera
hacia el triunfo
querida compañera.
Y en el día que yo muera
mi lugar lo ocupas tú’...
“Hay trabajadores en la Plaza de la Constitución pidiendo armas.
Llamado de la planta.
- Compañeros, vuelven los aviones. ¿Bajo el equipo de emergencia?
- Déjelo funcionando y aléjese. Partió el
relevo.
Tiroteo en los alrededores.
Nuestra ubicación en el piso trece nos permite ver el Palacio de La Moneda.
Puertas y ventanas permanecen cerradas.
En el mástil flamea la bandera presidencial. Allí no se rendirán.
En el edificio vecino, el del Instituto de Extensión Musical de la
Universidad de Chile, suenan disparos. A su costado se encuentra el diario ‘El
Mercurio’. Caen vidrios quebrados a la calle.
Las emisoras más potentes de la
izquierda siguen calladas, Corporación y Portales.
Pero Magallanes se mantiene. Posee
buen alcance. Repite el discurso de Allende que escuchamos fragmentariamente.
Nosotros nos mantenemos en el aire por casualidad...
“Hay tanques rodeando La Moneda...
Quebrazón de vidrios en nuestro edificio. Cerramos las persianas metálicas.
Balacera generalizada en el centro. Abajo, en la calle, soldados disparan hacia
el Palacio de Gobierno.
Magallanes sigue en el aire.
Transmitía Ravest, ahora lo hace Sepúlveda.
La cadena de emisoras de la Junta
lee bandos. Repite amenazas. Regirá toque de queda. Nadie debe venir al centro.
Marchas militares.
- Seguiremos en el aire todo lo que
podamos, anunciamos.
Podemos poco. Silencian la planta.
Le dieron a nuestra antenita de repuesto. El magneto directo no contesta...
“Temblor. Explosión abajo. Como si
hubieran derribado la puerta del edificio con dinamita. Caen vidrios rotos.
Ordenes, Tableteos. Desde la Alameda humean disparos... Caen trozos de
enlucido. Permanecemos agachados en los estudios, salas de control, los demás
sentados en el suelo con las espaldas afirmadas a las puertas de los
ascensores. Los vidrios de las oficinas también desaparecen desparramándose
hacia la calle y los escritorios. Algunos impactos dan en la consola. Pierde
velocidad el disco del Himno de la CUT. Engruesan las voces que cantan.
Alargamiento gomoso:
‘y el día que yo mueraaa, mi
luugaaaarrr...!
Después el silencio. Sólo los disparos. Únicamente las explosiones. Nada más que el retumbar del cañoneo. Exclusivamente las ametralladoras
Inactivos nos miramos las caras. Y
entonces comenzamos a comprender la situación, el peligro...”
DETENIDO
Fue detenido ese mismo día, junto
con su compañera Anita Mirlo, mientras estaba en su puesto de director de la
radio. Lo condujeron al Ministerio de Defensa, de ahí al Estadio Chile. Después
al Estadio Nacional. Más tarde a los
campamentos de Chacabuco, Tres Álamos, Ritoque y posteriormente de nuevo a Tres
Álamos. Durante dos años vivió como prisionero de guerra, para ser luego
lanzado al destierro.
LLEGANDO A CHACABUCO
Estando en el exilio, en
septiembre de 1976, la Organización Internacional de Periodistas, en su VIII Congreso reunido en Helsinki, premió a
Rolando Carrasco con la Medalla de Oro “Julius Fucik”. Fue el primer periodista latinoamericano
laureado con tan alto reconocimiento internacional.
Entre muchas otras experiencias
relatadas, elegimos la descripción que Rolando Carrasco realizó sobre su
llegada al campo de prisioneros en la ex oficina salitrera de Chacabuco:
“La estación de ferrocarril al
fondo de la pequeña hondonada es una plancha de cemento resquebrajada pegada a
los rieles. La encierran cerros de piedras y costras de caliche. No hay techo,
casa, ni siquiera boletería. Una tabla clavada a un poste:
"Chacabuco". Un camino de tierra suelta dobla a la derecha
perdiéndose al lado de un cementerio semi derruido. (Aún se distinguen los
colores borrosos de las coronas de papel sobre las tumbas apelmazadas en la
arena). Aire transparente, enrarecido, sin fragancias vegetales. Sequedad
volcánica. Ni árboles ni pasto, ni nubes, ni pájaros. La potencia del sol
escuece la piel.
El trencito que nos trae pitea y
se detiene. Soldados en la plataforma delantera y trasera de cada vagón.
Humedecidos por la transpiración, sedientos, adormilados, nos levantamos de los
dos únicos asientos pegados uno frente al otro en los laterales. Amontonamos
pertenencias personales, maletas, bolsas. canastos, paquetes y nos disponemos a
acatar la orden de bajar a la pampa.
Formamos en la profundidad de un
embudo muy extendido. Los bordes superiores sirven de posiciones de combate a
la tropa controlándonos con fusiles automáticos. Algunos vehículos blindados
nos indican con sus ametralladoras pesadas. Silencio absoluto. La temperatura
bordea los cuarenta grados con casi nula humedad relativa.
-- Numerarse.
- Los primeros cincuenta al
camión. Con todas sus cosas y a la carrera. Proceder.
Un camión militar desocupado nos
muestra el trasero desde veinte metros. En la portezuela de la cabina lleva el
consabido: PAM (Pacto Ayuda Militar de Estados Unidos). Corremos hacia él,
lanzamos el equipaje y subimos. Ayudamos a los más viejos. Alzamos a los
temporalmente inválidos. Nos adelanta un blindado y otro nos escolta atrás.
Bamboleándonos, pisoteándonos cuando el camión parte, buscamos asidero en los
compañeros. Algunos caen. Vamos enredados en flecos de tierra blanquecina,
salobre, por un sendero de recovecos entre grandes piedras y trizaduras
calcinadas. Avanzamos a sacudones. De pronto eludimos una franja de tierra
arada. Los surcos guardan la carga explosiva de las minas. Más allá del campo
minado aparecen las paredes amarillentas de Chacabuco, la oficina salitrera
abandonada, amurallada en réplica subdesarrollada de una fortaleza medieval.
Traspasamos los portones de calamina, doblamos por un patio recién regado, nos
detenemos brevemente ante un segundo portón y continuamos. Este último, armazón
de maderas y alambre, es nuevo. No es como el anterior, tan antiguo como
Chacabuco. Un portón de reja abriendo y cerrando el límite del espacio separado
del mundo por alambradas, torres, electricidad, fusiles. El campo de
concentración propiamente tal, de dos cuadras de ancho por cuatro de largo.
Ocho torres de troncos con plataformas para los centinelas. Adentro,
ordenamiento simétrico de casas entre las que nos desplazamos. El camión frena
en una cancha de fútbol.
- Bajar y formar.
Los blindados giran y desaparecen
escoltando al camión que parte a traer otros cincuenta.
Formamos hombro con hombro.
- Separarse diez pasos. Abran maletas
y bolsas, todos sus cachureos. Extender todo en el suelo. Queremos verlo todo.
Saqúense también la ropa. Ya pues, empelotarse. Les trajinaremos hasta el
agujero. Rápido. Proceder…”