Me levanto
con la idea de que soy Dios. Dirijo mis pasos santos a la plaza de la villa
donde vivo. Miro alrededor, me sale al camino un menesteroso que vive en el
entorno por años, -una monedita por el amor de Dios. ¿Qué se cree éste, que el
Dios divino maneja plata? Me retiro pensando ¿y si le hago un milagro?, para
eso soy quien soy. Me devuelvo unos pasos hacia donde se encontraba, pero ya no
lo veo.
Se perdió
su oportunidad, bueno así es la vida.
¿Me siento
tranquilo, pensando qué voy a escribir para presentar en el taller? Lo que
estoy preparando es de largo aliento, necesito algo fresco que me congratule
con mis compañeros poetas.
-Permiso,
escucho que me dicen, ¿me puedo sentar a su lado por un instante? Mirándolo a
los ojos pienso, ¿este señor creerá que el asiento es mío? Me corro un poco y
sigo con mis cavilaciones.
-Soy Dios,
y voy a escribir un relato hermoso.
-Señor lo
veo preocupado, acotó el recién llegado.
-Yo no me
preocupo por mí, siempre ando pensando en los necesitados, favor... no me
distraiga de mis pensamientos.
-Pensé que
lo podría ayudar, vengo de muy lejos, algo de experiencia tengo. Me quedaré un
rato sentado por si en algo le sirvo.
Después de
un largo momento le dije: mire, tengo que escribir alguna historia simpática,
¿qué se le ocurre a usted que viene de tan lejos?
-Escribiría
algo de la vida cotidiana, del amanecer, del acontecer diario, del cariño por
los congéneres, bueno hay tanto que contar, sobran las ideas.
-Qué tengo
que decir de mí, si tengo una vida de jubilado que sólo espero los miércoles
para encontrarme con mis amigos poetas, para regocijarme de la lectura de sus
poemas.
Miro hacia
el lado y mi compañero casual, que se había presentado vestido enteramente de
blanco, con una barba que parecía milenaria y con su pelo largo que le llegaba
hasta los hombros, había desaparecido. Me quedé dormido por un instante, pensé.
El regreso
a casa, fue pensando en este personaje exótico, que me dejó taciturno por el
resto del día.
A la mañana
siguiente me desperté con ganas de escribir, pensando en mi extraño amigo, guie
mis pasos a la plaza, me senté en el mismo lugar de siempre, tomé el lápiz y
escribí:
-ME DA UNA
LIMOSNA POR EL AMOR DE DIOS...
-Pero si
esto lo escribí ayer... Miro hacia el cielo y sonrío.
FIN
Hernán Alcayaga.