domingo, 3 de noviembre de 2019

¿HUBO ALGUNA VEZ EL "OASIS" CHILENO?





El presidente Piñera declaró fanfarrón que Chile era un "oasis" en un continente convulsionado. ¿Existió tal "oasis"?

Un abrazo,


Iván Ljubetic Vargas






HUBO UNA VEZ...


Hubo una vez un tiempo  en que Chile vivía del oro blanco, el salitre. Este daba grandes ganancias, claro que  la mayor parte de ellas se iban a las arcas de  grandes banqueros que vivían en Londres. Pero sin embargo el salitre era la base del progreso nacional.

Un hombre, nacido en Valparaíso,  quiso ir al norte para ver  de donde y cómo surgía ese oro blanco. Entonces viajó a Tarapacá. Allí encontró la fuente del oro blanco. Era la pampa salitrera

Y ese hombre vio a sus hermanos trabajando bajo el sol  que   quemaba arena, cuerpos  y aire.

Fue testigo de cómo el blanco salitre era fruto del sudor, la sangre y las lágrimas de miles anónimos obreros chilenos, bolivianos, peruanos y argentinos.

El hombre miró sorprendido cómo los barreteros iniciaban la producción del salitre. Desde lejos los vio ubicar un sitio,  perforar el duro suelo. Abrir un espacio extrayendo tierra o arena del fondo, echar allí pólvora. Colocar una mecha. Encenderla, y escuchar como un trabajador gritaba: “Con fuego... tiro grande”.
Entonces vio a  todos correr. Y él mismo lo tuvo que hacerlo para escapar de la terrible explosión, que lanzó por los aires grandes trozos de tierra.

El hombre venido de Valparaíso fue testigo de cómo otros trabajadores esgrimiendo pesadas masas de acero trituraban  el caliche, mientras los  rayos del sol caían sobre ellos, encendidos y fulgurantes, envolviéndolo todo en una atmósfera de fuego. Cómo los obreros ahogados y  cegados por el polvo, cubiertos de sudor y acosados por una sed rabiosa, luchaban contra la fatiga y soportaban durante diez horas la brutal jornada.

Ese duro espectáculo golpeó al hombre en el alma. Miraba con el puño y el corazón apretado

Contempló también carretas cargadas y conducidas por el carretero, que trasladaban el caliche acopiado hasta la rampa. De allí carros calicheros lo llevaban hasta la chancadora, donde era triturado.

El hombre siguió  con atención lo que nunca antes  había conocido. Vio que el salitre, reducido a polvo, era trasladado por correas transportadoras al cachucho, un estanque cuadrangular de hierro, donde se producía la disolución del caliche en agua a elevadas temperaturas.

En el cachucho, una vez vaciada el agua que contiene el caliche disuelto hacia las bateas, quedaba el ripio, que es un barro hirviente.
Entonces venía la tarea más dura: que  es la que llevaba a cabo el trabajador en los cachuchos. Estos eran grandes fondos de hierro dentro de los cuales se introduce una cuadrilla de cuatro hombres para expulsar los ripios o residuos sólidos que quedan en el interior después de vaciado el caldo.

El hombre venido del sur pudo darse cuenta como todas las condiciones desfavorables se habían reunido ahí para hacer ese trabajo penoso en extremo para el obrero, pues además del pequeño espacio en que tiene que operar y el esfuerzo considerable que le exige su tarea, la elevadísima temperatura del interior y las espesas nubes de venenosos vapores que se desprenden de los ripios, dificultan enormemente su labor. Semidesnudos, sin más trajes que un pantalón de lienzo, es un espectáculo doloroso ver a estos jóvenes atletas agitarse en contorsiones de epilépticos mientras ejecutan su inhumana tarea.

En las bateas se producía  la cristalización del salitre. Desde ellas, éste era transportado y acopiado en un terraplén. Se llenan carros con él, que lo llevan a la cancha. En este amplio espacio, los retiradores desparramaban el salitre para que se secara  y pudiera ser ensacado.
Una vez en sacos,  el salitre era transportado al puerto para su embarque.

El hombre nacido en Valparaíso conoció las pobres viviendas hechas de calaminas, los bajos salarios, el robo que les hacían con las fichas.
Supo de las masacres que regaron con sangre obrera la pampa calcinada, cuando el pampino pidió otro pedazo más de  pan,

El salitre dejó producirse. Miles de trabajadores quedaron cesantes. Hoy  de las viejas oficinas salitreras quedan sólo ruinas. En la pampa aún se ven los restos de los cementerios, donde el viento ha despedazado las flores de papel que alguna vez adornaron las cruces hoy desnudas.

Hubo una vez un oro blanco llamado salitre. Hoy en esa misma pampa calcinada surge otra flor blanca, es el litio.