sábado, 31 de marzo de 2018

170 AÑOS DEL MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA

Querida compañera, querido compañero:

El jueves 22 de marzo de 2018 tuvo lugar el Panel "170 años del Manifiesto del Partido Comunista", organizado por el Centro de Extensión e Investigación Luis Emilio Recabarren, CEILER.
Entregamos una de las tres exposiciones.

Un abrazo,


Iván Ljubetic Vargas


170 AÑOS DEL  MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA


A partir de los años 20 del siglo XIX, Chile experimentó importantes cambios económico-sociales. 
Luego de haber roto la dependencia al rey español, nuestro país pudo vender cobre y plata a Inglaterra. Con los recursos recibidos, se ampliaron los minerales hasta entonces trabajados en forma artesanal, se mejoraron y se construyeron caminos, puentes, puertos; se empleó el ferrocarril. Surgieron formas capitalistas de producción.  Aparecieron dos clases nuevas: la burguesía, formada por los dueños de los medios de producción, y el proletariado, los desposeídos de esos medios, que para vivir debían vender su fuerza de trabajo.
Efectivamente, en  esas  faenas, que funcionaban según normas  capitalistas de producción,  laboró un  trabajador de nuevo tipo,  el proletario.  Así surgió la clase obrera chilena.
Sus primeros destacamentos nacieron en la región de Atacama.

CHAÑARCILLO

En 1832 inició su funcionamiento el mineral de plata de Chañarcillo, el más importante del país. Estaba ubicado precisamente en la región de Atacama,  cerca de la ciudad de Copiapó. Las condiciones de vida y trabajo de sus operarios eran terribles.
El escritor y periodista, José Joaquín Vallejo (que usó el seudónimo  de Jotabeche, tomado de las iniciales de un vecino de Copiapó llamado Juan Bautista Chegneau),  dejó un dramático testimonio, publicado por   El Mercurio de Valparaíso, en 1842, sobre las labores en el mineral de plata de Chañarcillo. Escribió:

“A la vista de un hombre semidesnudo que aparece en la bocamina, cargando a la espalda 8, 10 y 12 arrobas (una arroba equivale a 11,5 kilos), después de subir con tan enorme peso por aquella larga sucesión de galerías, de piques y frontones; al oír el alarido penoso que lanza cuando llega a respirar el aire libre, nos figuramos que el minero pertenece a una raza más maldita que la del hombre, nos parece un habitante que sale de otro mundo menos feliz que el nuestro, y que el suspiro tan profundo que arroja es una reconvención amarga dirigida al cielo por haberlo excluido de la especie humana”.

A lo narrado por Vallejo, se debe agregar las largas jornadas de trabajo, los bajos salarios, la total carencia de seguridad laboral, pésima alimentación, viviendas insalubres e incluso castigos físicos que, a veces, llegaban hasta  la muerte.
La primera reacción del trabajador ante la cruel explotación fue individual. En las minas de plata llevaba a cabo la “cangalla”, el robo del mineral, empleando las formas más audaces, incluso escondiendo trozos de metal en el ano.
Pero pronto surgieron las protestas colectivas. La primera huelga obrera tuvo lugar en 1834 en el mineral de plata de Chañarcillo, cerca de Copiapó, que había iniciado sus actividades sólo en 1832. Se produjo tres años después del primer levantamiento obrero del mundo, ocurrido en Lyon, Francia, en 1831.
El investigador Roberto Hernández en su libro “Juan Godoy o el Descubrimiento de Chañarcillo”, publicado en 1932, escribió:

“El alzamiento de peones de 1834 se repitió más tarde, causando con ello una enorme intranquilidad en Copiapó mismo, en donde la población llamada de La Placilla era como una amenaza constante”.
Hernán Ramírez Necochea en un artículo publicado por “El Siglo” con fecha 30 de abril de 1954 señaló:

“En 1846 un periódico de Copiapó informaba lo que sigue: ...Algunas asonadas, en varias épocas consternaron a los habitantes pacíficos del mineral (Chañarcillo) por las amenazas de destruirlo todo y por el saqueo de algunas tiendas y faenas... Los mineros (los empresarios) claman por una protección, por un arreglo y por medidas que aseguren sus propiedades, pongan en deber a los trabajadores, enfrenten a los díscolos y persigan la ociosidad”.

Lo de Chañarcillo fue una acción espontánea, una elemental reacción a la super explotación.
Catorce años después de la huelga de Chañarcillo, el 24 de febrero de 1848, apareció la primera edición del Manifiesto del Partido Comunista.

EL ORIGEN  DEL “MANIFIESTO”

Exiliados alemanes que vivían en París fundaron en 1834 la Liga de los Proscritos, una sociedad secreta democrático-republicana.
En 1836, sus elementos más avanzados dieron vida a la Liga de los Justos.
A mediados de 1847 esta asociación realizó en Londres su Primer Congreso, al que asistió Federico Engels.
En este evento efectuado en la más estricta clandestinidad, se produjo el cambio de su nombre por el de Liga de los Comunistas.
Entre fines de noviembre y comienzos de diciembre de 1847, se celebró, también en Londres y clandestinamente, el Segundo Congreso de la Liga de los Comunistas. Concurrieron Carlos Marx y Federico Engels, que expusieron y defendieron la teoría que habían creado. Estos nuevos principios fueron aprobados por unanimidad. El viejo lema de “Todos los hombres son hermanos”, fue reemplazado por el de “Proletarios de todos los países, uníos”.

El Segundo Congreso de la Liga encargó a Marx y Engels la redacción de un programa.

Tal fue el origen del Manifiesto del Partido Comunista.
El 24 de febrero de 1848 se publicó en Londres, en idioma alemán, la primera edición del Manifiesto del Partido Comunista, redactado por Marx y Engels.

ALGO SOBRE EL MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA.

Es un texto breve. En su primera edición tenía sólo 23 páginas.
Esta obra –pequeño libro que vale por tomos  enteros, al decir de Lenin- consta de una Introducción y cuatro partes.

Se inicia con la famosa frase: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”.
Agregando: “Ya es hora que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus tendencias, que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio partido”

La primera parte tiene por título “Burgueses y Proletarios”. Y allí se expone de entrada su tesis central: “La historia de todas  las sociedades hasta nuestros días, ha sido la historia de la lucha de clases”.

En esa parte Marx y Engels escribieron (atención, pues parece que no  fue escrito hace ya 170 años)  “Mediante la explotación del mercado mundial,  la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países... Ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas  y están destruyéndose continuamente... En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal... Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China...”

La segunda parte: “Proletarios y Comunistas”, aplican a la práctica los enunciados de la Primera Parte.

La Tercera Parte: “Literatura Socialista y Comunista”, se realiza la crítica a los diferentes corrientes socialistas y comunistas existentes en esa época (mediados del siglo XIX).

La Cuarta Parte: “Actitud de los comunistas respecto de los diferentes partidos de oposición”, finaliza proclamando:

”Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por  la violencia  todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una Revolución Comunista. Los Proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!”

VOLVAMOS A CHILE
Desde su nacimiento hasta comienzos del siglo XX, el proletariado chileno alcanzaba la categoría  que Marx llamó   “una clase en sí”. O sea, existía objetivamente, pero carecía de conciencia de clase y de organizaciones propias en lo sindical  y en lo político.
Tenía, eso sí, capacidad de lucha por sus reivindicaciones económico-sociales, como lo demostró Chañarcillo y otras numerosas huelgas llevadas a cabo en el siglo XIX.
Al publicarse en  Londres el Manifiesto Comunista, Chile tenía una población de algo más de un millón de habitantes, de los cuales 30 mil eran obreros,  estando la mitad de ellos ocupados en la minería.

EL MARXISMO LLEGA A NUESTRO PAIS.
Después de la Guerra del Salitre (1879 – 1883) la clase obrera chilena experimentó un notable desarrollo. Ello, entre otras razones, por la incorporación al proletariado nacional de los pampinos que laboraban la industria del salitre, que hasta ese conflicto pertenecía al  Perú (Tarapacá) y a Bolivia (Antofagasta). Hacia 1883 eran unos 4.500.
Se inició  el período   del conocimiento del marxismo en Chile, que se prolongó hasta el primer decenio del siglo XX.
Surgieron núcleos de obreros que conocían el movimiento sindical europeo, sus luchas, las ideas que sustentaban. Por entonces era frecuente, que se mencionara a Marx y se citaran párrafos del Manifiesto Comunista.
Veamos algunos ejemplos.

El periódico “El Pueblo”, de Valparaíso, en su edición del 31 de agosto de 1892 publicó un Manifiesto de la Sociedad Marítima de Socorros Mutuos, donde se sostenía:
”No olvidéis las palabras del gran socialista Karl Marx: la gente de trabajo de todas partes del mundo debe ser hermana. Ellas deben hacer causa común con los demás. Ellas tienen un mundo que ganar y sólo las cadenas que perder”.

En febrero de 1896 se fundó en Santiago el Centro Social Obrero, que en noviembre de ese año comenzó a editar su órgano oficial “El Grito del Pueblo”, que difunde los principios del socialismo científico. Con fecha 6 de diciembre proclama: “Somos socialistas. ¡Ya no somos un pueblo ignorante!

El 29 de diciembre de 1896 apareció en “El Grito del Pueblo” el artículo “El Socialismo en Chile”. Lo firmaba alguien con el seudónimo  Karl Marx, que sostenía:
“Las ideas para esparcirse no respetan nada... Atraviesan soberbias cordilleras como los Andes, para sentar sus reales en el indolente Chile y convertir en hijos del pueblo, acostumbrados a besar la mano del verdugo que los azota, en hombres libres que luchan sin miedo por emanciparse del yugo burgués”.

Hacia 1896, uno de los dirigentes  de la Agrupación Fraternal Obrera, llamado Luis Olea se declaró marxista. En una carta publicada en “El Proletario”, de Santiago, el 20 de septiembre de 1897 afirmó:
”Diviso en esos temas al gladiador temerario que desafiando las fieras humanas esgrime con la seguridad del éxito las armas de la razón templadas en el yunque de las teorías de Marx... Tiemble ya la burguesía por su porvenir, que el día fatal de la vindicación llegará al fin, y entre los escombros de todo un régimen se alzará triunfante el sol del socialismo”.

“El Proletario” en su número del 17 de octubre de 1897  proclamaba:
”La lucha de clases, desconocida hasta ayer en Chile, se empeñará desde hoy, frente a frente proletarios y burgueses, artistas y profanos, reformadores y reaccionarios, víctimas y verdugos”.

En Punta Arenas se fundó en 1897 la Unión Obrera. En su periódico “El Obrero” proclamó con fecha 2 de enero de 1898:
“La lucha de clases  se desarrolla donde quiera que existan burgueses y proletarios”.

En febrero de 1898 se creó en Santiago el Partido Obrero Francisco Bilbao, que el 26 de ese mes afirmó en su periódico “El Trabajo”:
“El obrero no debe esperar nada de tantos falsos apóstoles. Su emancipación social, política y económica debe ser obra del obrero mismo y esto lo conseguirá mediante la unión que hace la fuerza, formando el partido de los explotados”.

En 1907 escribió  Luis Emilio Recabarren:
“La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos, ha dicho Karl Marx hace 60 años en Alemania y esta frase inmortal es el faro que nos guía y vivirá unida con otra del mismo autor: ¡Proletarios de todos los países, uníos!”.

Comenzaba a madurar el factor subjetivo que posibilitaría la fundación del  Partido Comunista de Chile, el 4 de junio de 1912,  y la transformación de la clase obrera chilena en una clase para sí.
Y en este proceso el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels tuvo gran importancia.

(Exposición del historiador Iván Ljubetic Vargas, leída por Carlota Espina y el autor en el Panel del CEILER “170 años del Manifiesto del Partido Comunista)