miércoles, 23 de marzo de 2011

POR LOS CAMINOS DE RECABARREN









POR LOS CAMINOS DE RECABARREN


por Juan Vargas Puebla


(Conferencia pronunciada en la Casa de Chile de México, precedida por las palabras de Introduccíón con que la ha dado a conocer esa institución)


INTRODUCCIÓN

Entre los materiales del ciclo de conferencias "Chilenos ilustres del siglo XX" que Casa de Chile acordó destinar a la publicación, se cuenta el hermoso trabajo sobre los escenarios en que Luis Emillio Recabarren desarrolló su acción revolucionaria, que estuvo a cargo del antiguo parlamentario y dirigente obrero chileno Juan Vargas Puebla.

Es una conferencia de singular interés, en la que su autor, al mismo tiempo que centrar el foco sobre la rica personalidad de Recabarren, describe y analiza las diferentes regiones de Chile que el gran organizador de la clase obrera recorrió, predicando la unidad de los trabajadores, base de todo progreso social. El norte de Chile, duro y desértico, donde entre persecuciones y masacres fueron constituyéndose los primeros sindicatos, las mancomúnales, los primeros periódicos obreros, las cooperativas populares y, cuando el terreno estuvo preparado, el primer partido político de la clase trabajadora, el partido Obrero Socialista, que diez años más tarde, en 1922, habría de transformarse por evolución natural en el Partido Comunista de Chile. Describe a fondo las minas de carbón, los puertos y los campos. El extremo austral de Chile fue también ámbito que Recabarren recorrió: las grandes extensiones de estepas y páramos donde, para los terratenientes ganaderos, la vida de una oveja era mucho más valiosa que la de un hombre y donde consideraron preciso exterminar a los indígenas fueguinos para apoderarse de sus tierras y de sus animales.

Sobre estos lugares, preferentemente, está centrado el espléndido trabajo de Vargas Puebla, que un público atento siguió en la Casa de Chile con apasionado interés. Su tono dramático que el autor imprimió a su conferencia, que fue totalmente improvisada, se conserva íntegramente en la versión que se grabó y que, con ligeras correcciones de Vargas Puebla, hoy ofrecemos a los lectores de este Cuaderno.

Juan Vargas Puebla es un revolucionario de muchos años. De sus 71 años de vida, más de 50 han sido dedicados a la lucha social. Llegó a ser edil de la Municipalidad de Santiago y diputado del Congreso Nacional con elevadas votaciones del pueblo y, como dirigente de los obreros, tuvo lugares de representación en las primeras filas de la Confederación de Trabajadores de Chile, la CTCH, y en la Central Única de Trabajadores, CUT, de la cual es actualmente representante en México.

Luis Emilio Recabarren Serrano, líder indiscutible de la clase obrera chilena, fue también una figura política conocida en América Latina y en Europa por amplios sectores revolucionarios que participaban y seguían con interés el desarrollo de los acontecimientos políticos y sociales que conmovían al mundo a partir del presente siglo.

Mi charla, que no es escrita, no tratará de seguir al Maestro Recabarren en un orden cronológico; el desarrollo de su vida, sus ideas, sus principios, su trabajo periodístico y su dilatada fecunda labor organizadora de la clase obrera en el aspecto sindical y político, tarea que han cumplido por medio de una investigación acuciosa historiadores como Hernán Ramírez Necochea, Julio César Jobet y hace muy poco, nuestro amigo Alejandro Witker, aquí en México.

En esta charla titulada "Por los Caminos de Recabarren" yo pretendo andar por los caminos que él anduvo en el largo territorio chileno, para levantar el movimiento social y político de la clase obrera, organizándola, capacitándola, entregándole sus conocimientos, contribuyendo asi a que sus luchas fueran más efectivas.

Sabemos que Recabarren nace el 6 de julio de 1876 en el Cerro Playa Ancha de Valparaíso, que estudia en la Escuela Parroquial Santo Tomás de Aquino desde los 7 a los 11 años de edad, tiempo en el que aprende a leer y a escribir y a dominar las "cuatro operaciones" como se decía en ese tiempo y que significaba saber sumar, restar, multiplicar y dividir. A los 12 años acompaña a su padre a "atender su pequeño negocio, y de allí pasa a trabajar en el aseo de un taller de imprenta".

Su buen carácter, su buena voluntad y su disposición al trabajo determinan que los maestros le tomen cariño y lo ayuden a formarse como tipógrafo, pese a que, en esa época el "maestrismo" mantenía los llamados "secretos profesionales" y le era muy difícil a un aprendíz pasar a ser profesional. Este egoísmo duró por muchos años. En 1934 tuve ocasión de participar en el Congreso Nacional de Sastres que se celebró en la ciudad de Talca y allí todavía los maestros discutieron si les enseñaban o no a los aprendices la terminación de un vestón, cuyo secreto está en "la colocación de la solapa".

Imagínense cómo sería en 1888, cuando Recabarren tenia 12 años y en el gremio de los gráficos, donde había muchos más "secretos". Con todo, el aprendiz se familiariza con la tinta, el papel, los tipos, la impresora y se transforma en un profesional de las artes gráficas.

Pasan algunos años; sin saber cómo, se le va la niñez. La familia se traslada a Santiago y el joven Luis Emilio entra a trabajar al semanario "La Democracia", órgano del partido Demócrata; allí es corrector de pruebas, cronista que denuncia la miseria en que vive el pueblo; las injusticias sociales, etc. La búsqueda de la noticia lo lleva a recorrer los barrios pobres de Santiago y a tomar contacto con obreros tranviarios, textiles, de la construcción, panificadores, etc.; con ellos analiza sus duras condiciones de vida y de trabajo, las que da a conocer en encendidas y doloridas crónicas en "Democracia".

Por aquellos tiempos empieza a intensificarse la producción salítrera, que produce grandes ganancias a los empresarios extranjeros, en tanto que el Estado percibe menguados ingresos, pues las concesiones de explotación de las pampas son entregadas casi sin condiciones. El Presidente de la República, José Manuel Balmaceda, presenta una ley que se llamó del "Estanco del Salitre", que perseguía reservar al Estado unos miles de hectáreas de pampas, con el fin de que éste las explotara directamente o en empresas mixtas y cuyas utilidades obtenidas por la comercialización directa, estarían destinadas en gran parte a mejorar las condiciones de vida de los miles de chilenos que en Tarapacá y Antofagasta eran victimas de una despiadada explotación; que, con sus familiares, soportaban deprimentes condiciones de existencia.

Por 1860 ó 1864, llegó a Chile John Thomas North, un inglés audaz y sin escrúpulos, con unas cuantas libras en el bolsillo, el típico "gringo" medio estúpido, medio bonachón y muy alegre. Pronto hizo amistades con personaros allegados al Banco Edwards que operaba en Valparaíso. Poco demoró el "gringo" en obtener un préstamo. Se traslada a iquique y crea una empresa proveedora de agua a la zona norte. El negocio es bueno, el gringo se enriquece, se llega a decir de él que es un "agente de guerra" británico. Es posible, Mr. North logró reunir importantes informaciones para una explotación intensiva de los nitratos y elaboración de todo.

Este señor se demostró como un hábil manipulador de hombres, tuvo a su lado a miembros del Congreso Nacional; senadores y diputados se peleaban su amistad, magistrados, abogados y periodistas se enorgullecían de compartir su mesa. Contó, por tanto, con gran apoyo político y formó así un engranaje de agentes a su servicio que le permitió obtener concesiones y más concesiones de pampas para explotar en las dos provincias nortinas.

Asi surgieron las oficinas salitreras. Para su instalación, la traida de Inglaterra y de otros países de maquinarias, planchas de acero y zinc; medios de transporte, ingenieros y técnicos se vieron facilitados sin regodeo alguno. Los puertos de Valparaíso, Antofagasta e Iquique estaban constantemente descargando mercaderías de barcos de bandera inglesa.

En 1868 se inicia la búsqueda de mano de obra. "Enganchadores" a sueldo de Mr. North y de empresarios españoles, yugoeslavos, argéntinos, alemanes, etc., recorrieron todo el territorio, hablando de la conquista del "oro blanco" para la grandeza de la patria; hablaron de elevados salarios, de inmejorables condiciones de vida. Los santiaguinos sin trabajo al igual que los porteños, los campesinos de la zona central, los chilotes y hasta los magallánicos se sintieron entusiasmados. Les dijeron que en unos pocos años todos lograrían reunir un capital con el cual volverían a sus terruños, al seno de sus familias, de nuevo al lado de sus padres, hermanos y hermanas; volverían al lado de la novia que los esperaría y podrían brindarles a todos la ansiada felicidad nunca conocida.

La prensa publicaba avisos y se daban a conocer las grandes posibilidades que surgían para el trabajador chileno. Los cronistas a sueldo escribían sobre las bondades del clima, la belleza extraña, atractiva y fascinante de la pampa. Asi se despertó la fiebre por el "oro blanco". Con esos sueños de prosperidad e ilusiones por alcanzar un porvenir mejor, miles y miles de campesinos, chilotes, peones y obreros de las ciudades fueron desarraigados de sus terruños, de sus hogares, y trasladados al norte; otros centenares fueron voluntariamente con sus familias.

Ya en los puertos de Talcahuano, San Antonio, Valparaíso y otros donde eran embarcados, empezaron a sentir el rigor de la nueva vida que les esperaba. Pero al chileno le gusta la aventura y siguieron adelante. Viajaron días y días hacinados en los vientres y cubiertas de los barcos, en medio del ruido de las máquinas, de tambores de aceite, productos químicos, maderas, planchas de zinc, animales vacunos y ovinos, recibiendo una alimentación miserable, expuestos a los calores y la insalubridad, a los vientos y las lluvias. Hombres, mujeres y niños todos revueltos. La gran mayoría eran solteros. Muchos guardaban silencio. Otros cantaban para darse animo. Nada de eso los libraba del trato brutal y soez de los capataces. En los días de viaje se produjeron las primeras discusiones; y riñas, que eran disueltas a palos. Asi hasta llegar a desembarcar en Antofagasta, Mejillones, Iquique, Pisagua y Caleta Buena,

Los que se fueron por tierra tuvieron que soportar doce días de viaje en el "longino" que es como se le llama al ferrocarril longjtudinal, de trocha angosta, que sale de La Calera. Trenes con carros de tercera clase, con asientos de madera, escasa agua, con ventanillas estrechas y sin luz o la de una lamparilla durante la noche. En medio de sus bultos, con sus bártulos y alimentos, apretados, pasando unos sobre otros, tragando el polvo del desierto. Soportando las largas paradas en las desoladas estaciones, donde la locomotora, movida a carbón y leña, se surtía de agua. Allí aprovechaban todos para hacer sus necesidades.

El "longino" avanzaba lentamente con su carga humana hacia el norte. Las montañas cubiertas de árboles y verdes empiezan a perderse al llegar a Coquimbo. Los últimos valles, las últimas aguas de rio se ven en Ovalle y Vallenar, más adelante al llegar a Copiapó; después continuará el desierto atacameño, con su polvo, su inmensa soledad, su tristeza y desolación.

Asi fue el éxodo de los hombres, mujeres y niños del sur hacia las pampas nortinas. En las oficinas salitreras, los hombres estaban ocupados en la instalación de las bateas, los hornos, las carreteras hacia las calicheras, la construcción de viviendas para jefes y empleados, instalación de pulperías, la extensión de cañerías para el agua, los motores y tendidos de energía eléctrica, etc. Las viviendas para obreros ya estaban ocupadas y eran escasas. La gran masa movilizada recibió, por familia o por hombre, unas cuantas planchas de zinc, toscas tablas para puertas, clavos y tornillos. Faltaban herramientas. Los "rotos" se dijeron "a mal tiempo buena cara" y ayudándose mutuamente empezaron a levantar sus viviendas de calaminas, de 12 metros cuadrados y de un metro ochenta centímetros de altura. Un corte cuadrado en la calamina era la ventana. Una puerta de 90 centímetros de ancho.

El agua estaba lejos, por lo tanto los primeros explotados fueron los niños de 6 años para arriba, que eran utilizados para ir con tarros a acarrear agua, bajo el sol, durante horas y horas, para ayudar a sus padres.

Asi, con el esfuerzo y los sudores de miles de chilenos, surgieron las oficinas salitreras de Tarapacá y Antofagasta, divididas en las de los cantones norte y sur. Los administradores, en su mayoría extranjeros, les pusieron nombres de mujeres. Se decía que era en recuerdo de sus esposas, hijas o de la querida. Recordemos algunos nombres: en Tarapacá la "Constancia", "Iris", "Cala-Cala", "Victoria", "Rosario", "Humbertone", una de nombre muy chileno, "La Mapocho", etc. En Antofagasta estaban la "Cecilia", "Anita", "Chacabuco", "Magdalena", "Olga", "San Jorge", "Pedro de Valdivia", "Campamentó Vergara", "María Elena", a esta última la llamaban los obreros la "María Polvillo" porque los ingenieros que instalaron los hornos y los molinos no tuvieron en cuenta la dirección, de los vientos y el polvillo de los molinos fue a dar a los campamentos de viviendas de los trabajadores, causando una molestia insoportable. Al correr de los años, los campamentos fueron cambiados. Bueno, hay muchos nombres más que ya no recuerdo.

Se encendieron los fuegos de los hornos y empezaron a humear las chimeneas y nació el dicho "Ahora nos orientamos por los humos", ya no por las estrellas. Empezó el duro trabajo de la pampa, dividido entre trabajadores de la Compañía y los particulares. El de la compañía percibía un salario por su jornada de 10 y 14 horas de trabajo; trabajaban en la elaboración del salitre (o nitratos) y todo.

En la elaboración, el más duro era el de los cachuchos, del cocimiento y las bateas, otros trabajaban en mantención y reparaciones, taller mecánico, servicios, panadería, transporte del caliche, etc.

El obrero particular formaba parte da una cuadrilla que iba a la pampa donde los ingenieros indicaban que el caliche se encontraba a poca profundidad. Esta, cuadrilla rompía la dura costra terrestre a fuerza de barretas y picotas, cavando fosos hasta de 10 metros de profundidad. Allí por medio de largos cinceles golpeados con combos de 20 libras habrá que hacer perforaciones alrededor de todo el foso. En esos hoyos se colocarían los cartuchos de dinamita que provocarían la explosión y que era anunciada con golpes a la campana, que no era tal, sino un pedazo de riel colgado de un palo y que era el reloj que indicaba el peligro, el comienzo y el fin de la jornada.

La explosión abría un inmenso boquerón a la pampa, quedaban diseminados miles de bolones grandes y pequeños e inmensas aberturas y separaciones de pampa. Había que perforar de nuevo esas moles y producir nuevos bolones.

Los bolones eran separados a "mano limpia" por el pampino; los de caliche formaban un "acopio" de un metro de alto por uno de ancho y dos de largo; los bolones de costra o piedra no tenían ningún valor. El acopio era recibido y controlado por un capataz, a quien se le llamaba el "mechero", pues este hombre llevaba un pedazo de alambre eléctrico forrado en cinta aisladora, la punta de este alambre la pasaba fuertemente por encima de los bolones en todos los sentidos y si "echaban chispas" estaban buenos; si la chispa era escasa, este individuo, sin más trámite, echaba abajo el acopio y el pampino debía escoger y separar de nuevo los bolones.

Los bolones eran cargados en carretas tiradas por no menos de seis ....


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Publicado en: Boletín del Exterior N°51

Enero - Febrero 1982

Páginas 45 - 70

Partido Comunista de Chile